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El río Duero como frontera entre lo cristiano y lo musulmán en el siglo XI, un matrimonio que no estaba destinado a ser nada y que lo acabó siendo todo en el siglo XVI, un fraile dominico y su caimán y un incendio provocado por las tropas napoléonicas son algunos de los hitos que marcan la historia de este pueblo al sur de Soria. De la mano de Marimar Badorrey y Jesús Cartón de Turismo Berlanga, Guía Repsol recorre uno de las últimas localidades certificadas como Pueblo más bonito de España en 2024.
Sobrecoge el contraste entre la sencilla construcción de la ermita de San Baudelio, rodeada de sobria estepa, con su interior, excepcionalmente mozárabe. Nos cuentan que fue construida en el siglo XI por el mismo artista que acometió San Miguel de Gormaz y que en la zona hubo una especie de congregación porque se encontraron 20 tumbas, pero lo que más resuena en el visitante es esa atmósfera extraña. “Esto antes estaba rodeado de bosque, los seguidores de San Baudelio eran gente muy mística, y el templo se construyó sobre la gruta en la que rezaba un eremita”, nos cuentan.
En Casillas de Berlanga se encuentra quizá la joya más importante del prerrománico soriano pero solo el arco de herradura de la puerta de la entrada nos da alguna pista. Al cruzarlo, la icónica palmera de ocho ramas en el centro obliga al que entra a mirar para arriba, donde aún se puede ver parte de la rica decoración de los nervios. Tal y como nos aclaran, aunque mucho en el estilo remite a la mezcla entre África y Europa, aquí todo está relacionado con lo religioso, es decir, con lo cristiano. La ermita no cuenta con luz artificial y esta tarde de abril apenas ha parado de llover pero en los dos cuerpos de mampostería aún se vislumbran los pocos dibujos icónicos que han sobrevivido a los años y el ‘expolio’: los bueyes enfrentados, San Baudelio y San Nicolás, el oso o el cazador. Para observar otros como el dromedario o el elefante, hay que viajar lejos de Soria.
“San Baudelio es la desgracia de no saber”, resumen nuestros guías para explicar por qué los frescos que no vemos se encuentran -la mayoría- en Estados Unidos y -una pequeña parte- en el Museo del Prado. “En 1917 se declara Monumento Nacional y no se le da ningún valor -dicen que se llegaron a guardar ovejas y cabras dentro- hasta 1923, cuando el pueblo de Casillas vendió el templo por 75.000 pesetas”. Así, desarrollan brevemente una historia de idas y venidas sobre la que a día de hoy, se sigue escribiendo en la prensa cultural.
“Entre 1.000 y 1.100 el norte del Duero era cristiano y el sur, musulmán y, aunque ese mundo árabe se va retirando fue dejando aquí su arte”, explican sobre la vida en las Tierras de Berlanga cuando se construyó este tesoro mozárabe. La necesidad de fijar población cristiana trajo al pueblo que hoy visitamos hasta diez grupos de repobladores y cada uno construyó su iglesia. Sin embargo, de esas iglesias románicas con pórticos anchos que salpican el sur de Soria, no queda nada en la localidad: María Tovar manda derruirlas todas: “Se compró una bula al Papa León X y aprovechando que había que arreglar una, se tiraron la diez”. Ése fue el verdadero inicio de la villa renacentista que paseamos a día de hoy.
Llama la atención que en el siglo XVI una marquesa soriana hiciera gala de semejante poder, y lo primero que se preguntan muchos de los recién llegados es el porqué de semejante conjunto monumental en esta localidad pequeña y mal conectada. Ambas cosas se entienden fácil con una breve historia de Castilla. Por una carambola del destino, el marido de María Tovar, Iñigo Velasco, se convierte en Condestable de Castilla y “desde Berlanga se controlaron los ejércitos del rey durante el final de los Reyes Católicos hasta la llegada de los Borbones”.
Según relatan desde Turismo del municipio, además del negocio textil que enriqueció la zona en época de Carlos V, Íñigo se mantiene fiel al rey contra las revueltas de los nobles, que por aquel entonces no paraban de perder privilegios. Tras la derrota a los comuneros en Villalar, y la victoria en Navarra, Íñigo fue nombrado Camarero Real y comenzó a recibir una importante cantidad de los impuestos de mercancías que llegaban de América: “Fue un especie de Euromillón, aquí había dinero hasta el aburrimiento”.
“Fueron dos siglos donde fuimos los reyes del mundo. Ahora no somos nadie pero lo fuimos todo”, afirman desde Turismo Berlanga, y la impronta más pura de esta etapa dorada es la Colegiata de Santa María del Mercado. Como fue construida “muy rápido y en un momento muy concreto”, de 1526 a 1530, resulta un ejemplar canónico del estilo ojival renacentista. Al entrar, la comitiva se encoge inconscientemente, impresionados por la altura de sus tres naves, que recuerdan a un edificio civil, a una lonja, por ejemplo. “Tiene poca luz adrede y hay mucho espacio entre la cabeza y el techo; no es que tengas miedo pero no estás a gusto, y esa exactamente la sensación que pretendían, que no se nos olvidara lo pequeños que somos”, describen nuestros guías con acierto.
Esta obra del cántabro Juan de Resines destaca, entre otras cosas, por las columnas renacentistas listas de las que salen los nervios de la bóveda gótica, dando la sensación de estar “bajo un bosque de palmeras en mitad de Soria”. Badorrey detalla que, como haría después Gaudí en la Sagrada Familia con la llegada del modernismo, la colegiata se sustenta sobre ocho columnas y anima al visitante a imaginarse el espacio entrando por los pies del crucero y sin el coro en el centro, que llegó más tarde, en 1564. Es precisamente en el coro de madera de nogal donde vemos uno de los guiños más sutiles al hijo pródigo por excelencia de Berlanga: Fray Tomás, y sus acciones en América. “En las misericordias hay labradas máscaras prehispánicas: incas, aztecas y mayas”.
La sobriedad del templo contrasta con la profusión del retablo barroco, de principios del XVIII. “Está hecho a medida, con pino albar del norte de la provincia, y se trata de uno de los retablos sin policromar más altos que hay”, nos cuentan y mientras las miradas trepan por las columnas cubiertas con motivos vegetales y elaboradas de un sola pieza, nos llega el dato: más de 20 metros de altura. Dándole vueltas a todo el conocimiento que hizo falta para la creación y conservación de este retablo, el grupo va abandonando la colegiata, no sin antes reparar en el caimán disecado y colgado al lado de la puerta.
“Esto lo trajo Fray Tomás y fue lo menos importante que hizo”, comenta Julio Cartón y, ahora charlando sobre este ilustre fraile dominico, la comitiva sigue recorriendo el pueblo. “Nosotros lo llamamos lagarto pero en realidad es un caimán negro del río Chagre, en Panamá”, nos explican sobre lo que en su momento fue solo un recuerdo de un viaje y acabó siendo el símbolo de una población. Por el pueblo han circulado leyendas sobre que Fray Tomás lo paseaba como a un perrito o que para darle de comer sacrificaban a vírgenes, pero la realidad es que lo trajo disecado “para enseñar a sus vecinos qué animalitos había por ahí” y que en 1543 lo metieron en la colegiata boca abajo, “por si acaso”.
“Fray Tomás no se encuentra entre los hijos ilustres de la fachada de la diputación provincial, pero la UNESCO sí se ha acordado de él, -reclaman desde Turismo Berlanga- por ejemplo como precursor de la dieta mediterránea”. “Fray Tomás mueve la patata de Suramérica a Centroamérica y la trae a España junto al tomate, las judías o unos perejiles curiosos”. Ideólogo del canal de Panamá, confesor del Rey, y descubridor de las Islas Galápagos son algunos de los títulos referidos a este hijo de Berlanga. Como tal aparece representado en el centro de la Plaza de Nuestra Señora del Mercado, sobre un trozo de tierra y custodiado por una tortuga y un caimán.
Además de hasta Fray Tomás, el paseo por la calle Real y la Bajada Dehesa, nos lleva directos a la fachada del Palacio. Intacta y hueca, funciona como telón perfecto antes del cerro que sostiene la fortaleza. “Es una idea de María Tovar pero ejecutada por su hijo y su nuera. En el centro de la fachada se observa el escudo de la familia Tovar y la familia Enríquez, estos últimos, almirantes de Castilla”, y una frase escrita en latín que dice algo así como: “La sabiduría edificará la casa y la prudencia la fortalecerá”. Según cuentan, la parte más grande del palacio estaba constituida por unos jardines renacentistas con sus correspondientes fuentes.
De un palacio que tenía su propio espacio de caza solo se mantiene en pie una torre reconvertida en oficina de turismo. Una vez dentro, subiendo una empinada escalera de madera y atravesando una puerta, se aterriza de lleno en el cerro del castillo. “Como el armario de Narnia”, “Solo falta que nos digan: Bienvenidos al siglo XVI”, se comenta antes de enfilar caminado por la verde pradera hacia la cima, donde se alza el castillo y la fortaleza artillera que lo rodea.
Acompaña la diáfana panorámica de Berlanga durante el paseo por las ruinas del palacio: “En estos jardines se creó un microclima gracias al que llegaron a crecer naranjos en febrero en Soria”, nos explican, dando una idea del dispendio. Y así, vislumbrando el final de la Cerca Vieja a la izquierda y al fondo a la derecha, la Fortaleza Calizal de Gormaz, quizá descansando un rato en alguno de los bancos que se han colocado para contemplar las vistas, se llega al castillo: “Lo que ves es una fortaleza renacentista con cuatro cubos redondos. Vais a ver muy pocos muros de cinco metros de grosor rodeando un castillo y como nunca entró en batalla, éste se encuetnra intacto”.
Las obras promovidas por Juan de Tovar fueron las últimas de gran envergadura antes del declive de los condestables por la llegada de los Borbones, a principios del siglo XVIII. “En 1811 las tropas napoleónicas llegaron aquí de salida y pegaron fuego a todo menos a la colegiata -explican desde Turismo Berlanga -, por eso hay muchas cosas de la historia de nuestro pueblo que sabemos y hay otras tantas que no sabemos; desaparecieron bajo fuego francés”.
Además de la intacta colegiata, se conserva también la puerta de Aguilera, con arco ojival del XIV y almenas del XVI, el único vestigio de esa cerca nueva que se construyó cuando el pueblo desbordó las faldas del castillo. Tras una visita en la que observamos su escudo y su gran concha esculpida -que podría hacer referencia al Camino de Santiago - y un paseo por las Yuberías, donde residía la población judía antes del edicto de expulsión, es el momento de parar a digerir toda la información y, de paso, comer algo.
Ubicado en un palacio de ese momento irrepetible que fue el siglo XV en Berlanga, ‘Casa Vallecas’ (Real, 1. Recomendado Guía Repsol), ofrece una cocina de corte tradicional basada en la caza y la setas, pero también con guiños contemporáneos, como demuestra, por ejemplo, su pastrami de buey con celeri y caviar de trufa. Para quien decida comprar algo que llevar a casa y seguir camino, la pista es inevitable: pasear hasta la Plaza Mayor, porticada con pilares de madera, hasta la confitería ‘El Torero’ (Plaza Mayor, 4-6).
“Por aquí se nos da muy bien la mantequilla y a Anastasio (Izquierdo) en los 40 les dio por hacer una galleta con forma de lagarto -por el caimán del querido Fray Tomás”, comentan desde Turismo Berlanga. Con nuestra correspondiente caja de lagartos bajo el brazo, recuperados por Olga, la nieta del ideador y ahora copropietaria del establecimiento, muchos dejarán el pueblo con cierta coplilla en mente: “Tres cosas tiene Berlanga que envidia el mundo entero…”.
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