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Origen del Camino Lebaniego, de San Vicente de la Barquera refleja siglos de historia como centro neurálgico de la comarca mediante construcciones que han sobrevivido al paso del tiempo con mejor y peor suerte. En el caso de los primeros, la iglesia de Santa María de los Ángeles es el mejor ejemplo del papel predominante del municipio. De estilo gótico y diseñada como fortaleza -fue construida en 1210-, aquí se encuentra una de las cuatro vírgenes lactantes de Cantabria, figura que compite en belleza en el mismo espacio con la escultura funeraria de Antonio del Corro, inquisidor de Sevilla, y el Ángel marinero, aunque si por algo es conocida esta iglesia es por las 400 tumbas anónimas distribuidas por el piso del templo.
También destaca el gran estado en el que se conserva el Castillo del Rey, construido por orden de Alfonso VIII de Castilla en el mismo año que la catedral. En la actualidad la fortaleza ejerce de Museo de la Villa y centro cultural, descubriendo la historia de San Vicente de la Barquera a todo aquel que se acerca a sus instalaciones. El otro gran edificio que acapara la atención de la localidad es el Convento de San Luis, un recinto construido por los monjes franciscanos en el siglo XV que en su día alojó al que sería futuro emperador Carlos V. Al contrario que los otros ejemplos mencionados, los siglos y la falta de cuidado han hecho que parte de la estructura no haya soportado el paso del tiempo, aunque parte de sus muros y bóvedas han sobrevivido gracias al esfuerzo de la familia propietaria en la actualidad y conviven con un entorno de ensueño.
Vinculada a la eterna tradición marinera de San Vicente, la iniciativa #REDERAS muestra cómo un oficio centenario en peligro de extinción puede reformular sus parámetros para convertirse en un puntal económico. Las rederas, las mujeres encargadas de reparar las redes de pesca con las que faenan los barcos pesqueros que llenan el puerto de la localidad, ahora combinan su tarea con la elaboración de bolsos, monederos y artículos de decoración de extraordinario gusto gracias al reciclaje de las mallas. Se trata de una nueva vía de ingresos en la que tanto la tradición familiar como el espíritu fraternal que une a estas profesionales sigue presente, dotando de una dosis extra de humanidad a cada pieza de artesanía que surge de estas manos expertas.
La costa cántabra no solo es famosa por la bravura de sus aguas, aquí también se asientan algunas de las playas más codiciadas del país, entre ellas algunas playas y calas sin masificar en las que disfrutar de un estupendo día entre acantilados e historias de la mar. Las que se encuentran entre las localidades de Val de San Vicente y Santillana destacan por su belleza y, en algunos casos, la fugacidad de su existencia, ya que la subida de las mareas puede sumergir el arenal hasta la siguiente bajamar.
En cualquier caso, la mejor opción es hacerse con un calzado adecuado -ya que el accesos no siempre es cómodo- y dejarse imbuir por la sensación primigenia que rodea las calas de Berellin (Prellezo) o la de las Fuentes (Santillán), descender hasta la playa de Luaña (Cóbreces) o seguir el Nansa hasta su desembocadura en la playa de El Sable (Los Tánagos, Val de San Vicente), uno de los lugares predilectos para la práctica del paddle surf. En caso de buscar la adrenalina propia del surf, la playa del Merón (San Vicente de la Barquera) es el destino más adecuado. Su gran variedad de olas han convertido al municipio en una de las referencias de este deporte a nivel europeo, rompiendo la estacionalidad turística a base de furgonetas cargadas de tablas.
En caso de buscar la cercanía al mar sin llegar a mojar los pies en la frías aguas del Cantábrico, existen varias rutas que recorren los acantilados de la Costa Quebrada. En el municipio de Noja el tramo que discurre entre las playas de Trengandín y Ris muestra la belleza hipnótica de la precipitación sobre el mar de una forma segura y de fácil, aunque al ser un terreno arenoso no conviene recorrerlo en bici o con carritos.
En el caso de la ruta que se desarrolla en los alrededores de Liendo, el atractivo de los acantilados más altos de la costa cántabra -260 metros de altitud- se suma el hecho de que en esta zona, dominada por el Monte Candina, conviven una gran cantidad aves que van desde las habituales gaviotas y cormoranes de los entornos marinos a halcones peregrinos y buitres leonados, propios de las zonas de montaña, creando un idílico entorno natural.
La comarca de Valderredible esconde uno de los mejores ejemplos de iglesias rupestres de toda Europa. Su origen se remonta más de mil años atrás, cuando San Millán, expulsado de la Cogolla, recala en estas tierras atravesadas por el río Ebro y tanto él como sus seguidores conforman una comunidad de ermitaños que predicaban la fé. Como ejemplo paradigmático de estos templos milenarios se yergue Santa María de Valverde, la primera gran ermita rupestre y donde se encuentra el centro de interpretación, que además cuenta con una necrópolis adyacente. Es aquí donde se lleva más de mil años dando misa de forma contínua -data del siglo VII- y desde donde se puede conocer el rumbo para descubrir las otras iglesias rupestres que pueblan el valle.
Uno de los destinos hechos para aquellos que buscan una reconexión rural con el entorno es la aldea de Loma Somera, un pequeño núcleo a 26 kilómetros de Polientes -capital de la comarca- en el que la paz se hace la dueña absoluta del ambiente. La mejor forma de recorrer el pueblo es desde la fuente de arriba, con fecha de 1918, hasta la otra fuente, un recorrido en el que se pueden observar las casas medievales, la capilla-iglesia con la pila adosada a la espalda, el piló y, las casas de madera, para seguir camino a los robledales de alrededor donde destaca La Piruta, un roble milenario casi santificado por los vecinos.
En línea con las excursiones a través del paraje natural, en Valderredible se encuentra la Cascada del Tobazo, un conjunto de chorros de agua que se desploman desde cien metros de altitud y cuyo estruendo hipnotiza a todo aquel que se acerca a sus inmediaciones. Para llegar hasta joya natural tallada en toba calcárea -de ahí su nombre- solo hay que realizar una sencilla ruta que sale desde Villaescusa de Ebro, el último pueblo que ve este río en territorio cántabro antes de andentrarse en la provincia de Burgos. Un recorrido lleno de misticismo con el que empatizar con aquellos ermitaños que se establecieron en este valle siguiendo el ejemplo de San Millán.
La villa cántabra cuenta con todo lo necesario para disfrutar de un día -o dos- llenos de cultura y anécdotas entre paisajes de ensueño. Para algunos estudiosos esta es la cuna del modernismo y existe una ruta que muestra todas las joyas arquitectónicas relacionadas con el movimiento. La razón se encuentra en la fortuna amasada por Antonio López, el I marqués de Comillas, gracias a sus negocios de indiano y la relación con el estudio comandado por Joan Martorell, profesor de Doménech y Gaudí.
Como legado modernista quedan el Palacio de Sobrellano y el cementerio de la villa, que se entremezclan con otros vestigios del pasado indiano de Comillas como las villas-palacio de La Coteruca, propiedad del Marqués de Movellán; El Prado de San José, en su día perteneciente a los Duques de Almodóvar del Río; o la Casona de los Fernández de Castro, en el Corro de San Pedro. Subirse al tren que recorre las calles del municipio es una opción estupenda para conocer cada uno de estos edificios.
Dejando de lado las figuras de la aristocracia local, cabe resaltar que en los barrios aún se puede respirar ese espíritu marinero que muestra que Comillas en su día fue un pueblo de pescadores -el último puerto ballenero, además-. El Espolón, el mirador de Santa Lucía o el paseo hasta la lonja y el puerto son parte de esa tradición adaptable a todos los bolsillos, ya que, a pesar de que en esta villa el comercio para los más pudientes es uno de los grandes motores de la economía local, aún quedan algunos espacios en los que disfrutar sin dejarse una fortuna.
La falta de alfabetización de la población del medievo llevaron a las autoridades a crear nuevas y sorprendentes formas de educación de las gentes. Así es como germinó la corriente que hoy conocemos como románico erótico, una serie de imágenes grabadas en la piedra de templos pertenecientes a esta época artística que procuraban mostrar al común del pueblo cómo reproducirse o qué era pecado hace mil años.
La Colegiata de San Pedro Cervatos está considerada como la catedral de esta corriente. Ubicada al paso de Camino de Santiago Olvidado, aquí se encuentran representadas diferentes escenas de carácter sexual en los canecillos, las metopas o la ventana que más miradas ha captado -ya que muchos de los turistas que llegan hasta no terminan entrando al templo; un error-. También resultan ejemplos paradigmáticos del románico erótico las iglesias de Santa María de Nía y San Martín de Elines, donde han perdurado de igual forma estas tallas al margen de las corrientes más estrictas que se sucedieron en el seno de la Iglesia.
El entorno natural de Cantabria es uno de los grandes atractivos que esgrime la comunidad autónoma a la hora atraer interesados en el turismo activo. Sus bosques y ríos son reconocidos como algunos de los más hermosos y diversos de todo el país, albergando una gran biodiversidad. De entre toda la fauna autóctona que merece una aventura para ser avistada, el oso pardo cantábrico es sin duda la joya de la corona. Relegados a la parte más oriental de la cordillera cantábrica, los úrsidos habitan en la frontera dibujada entre la comarca de Liébana y la Montaña Palentina, un paisaje prácticamente virgen en el que los bosques de roble y haya proporcionan todo lo necesario para la supervivencia.
Empresas como Naturaliste elaboran rutas guiadas en las que sigue el rastro de los osos y otros animales destacados de la zona, como lobos, rebecos o venados, y permiten a los no expertos disfrutar del avistamiento de alguno de ellos. Los guías son los encargados de mostrar cómo se puede reconocer el paso de estos supervivientes a la extinción y cuáles son las medidas adoptadas para su conservación. Si se tiene suerte, es posible atisbar algunos de ellos desde los miradores cuando las condiciones son propicias. En cualquier caso, estas rutas resultan unas aventuras para el recuerdo de toda la familia y están especialmente indicadas para realizarlas con niños.
También buscando una experiencia familiar, la senda del río Nansa se adapta al paso de cualquiera de sus miembros mientras los 14 kilómetros que discurren por su margen derecho no dejan maravillar durante el trayecto. Alrededor de unas cuatro se tarda en cubrir la distancia que separa Muñorrodero y Cades entre abedules, robles y acevedas siguiendo el curso del río, un tramo fluvial en el que se pueden observar las truchas y salmones atlánticos -que han atraído a pescadores durante décadas- y, con suerte, alguna de las nutrias que habitan en la zona.
Los más aventureros podrán disfrutar de la práctica del paddle surf en el embalse de Palombera o adentrarse en la pequeña gruta conocida como Cueva de los Murciélagos. Además, el aspecto cultural no queda al margen de esta ruta a través del medio natural, ya que la Ferrería de Cades, al final del camino, se descubre como uno de los ejemplos mejor conservados de una de las industrias que mayor relevancia tuvieron en Cantabria, aquella que se se dedicaba a transformar el mineral de hierro en lingotes mediante ingenios hidráulicos.
Para quienes gustan de pasear y observar como los árboles se hacen con el terreno cuando la mano del hombre se lo permite, la ruta de los robles milenarios de Bustillo del Monte supone una oportunidad que no se puede dejar escapar. Aquí se pueden encontrar diversos ejemplares con nombre propio, enlazando con la tradición celta del culto hacia estas joyas naturales, que dejó su posó en una tierra en la que el bosque forma parte de la vida de cada lugareño.
Un lugar mágico en el que se entiende porqué los druidas veneraban esta especie, muchos de ellos como más de 12 metros de diámetro y capaces de albergar hasta a cinco personas en su interior. La simbiosis que se genera con otras especies como el haya o el tejo hace a uno preguntarse cómo ha podido sobrevivir semejante espacio a un lugar donde la leña es imprescindible, donde se encontró el material para construir los navíos de la Armada Invencible o para las traviesas del ferrocarril. Lo cierto es que la mayor conciencia ecológica de las últimas décadas ha ayudado a su cuidado -los vecinos cuentan como los profesores de EGB ya se les transmitieron la importancia de estos bosques-, con la mira puesta en una futurible candidatura a convertir este rincón fronterizo entre Cantabria y Castilla y León en parque natural.
El pasado que rodea las hermosas vistas del Valle del Pas no es tan reluciente como se presenta hoy en día. De estas tierras salieron durante 200 años -documentados- madres que acababan de dar a luz a sus hijos para hacer de nodrizas de otros de mejor cuna. Niños de la realeza, la nobleza y la alta burguesía fueron alimentados por la leche de estas pasiegas que dejaban atrás sus casas entre el miedo a lo desconocido y la incertidumbre de cómo quedaban sus hogares.
En este museo se recupera así la memoria de estas mujeres que eran seleccionadas para este fin por parte de los médicos de la comarca, eso sí, cumpliendo requisitos como tener de 19 a 26 años de edad, estar criando el segundo o tercer hijo, estar vacunada y ni ella ni su marido ni familiares de ambos habrán padecido enfermedades de la piel. Unas condiciones que las hacían aptas para acceder a unas esferas alejadas de las que experimentaban en su día a día.
Que un road trip puede resultar una de las mejores formas de conocer a fondo una región no es ningún secreto, sin embargo, no tantos son los que se atreven a realizar su viaje de esta forma. La vieja carretera N-634 cubre el trayecto entre Muñorrodero, localidad adscrita al ayuntamiento de Val de San Vicente (Cantabria) y La Cuevona de Cueves, ya en Ribadesella (Asturias), un recorrido zigzagueante entre el mar Cantábrico y los Picos de Europa en el que, mires a donde mires, quienes discurren por esta pista solo pueden maravillarse con las vistas.
A lo largo del recorrido que se desarrolla en la parte cántabra de la carretera, es habitual cruzarse con los peregrinos que realizan el Camino de Santiago y coincidir con ellos en alguno de los bares y restaurantes mejor valorados de los pueblos. Durante el trayecto, además de fondos que parecen hechos a propósito para figurar de fondo en un selfie, las posibilidades son infinitas para disfrutar de cada momento. Ya sea recreándose en pueblos como Pesués o dándose un chapuzón en la playa de El Sable, siempre falta tiempo porque el turista siempre tiene ganas de alargar el rato.
En el Laberinto vegetal de Villapresente la diversión está garantizada. Con más de 5.600 metros cuadrados de superficie, sus pasillos flanqueados por pinos suponen un desafío para la mente, sobre todo las de los más pequeños, haciendo que las familias expriman cada ápice de curiosidad e ingenio. A pesar de contar con un plano en la entrada al recinto, la capacidad memorística queda al margen y toca pasear por los caminos hasta encontrar la salida en unas dos horas, en base a la experiencia de Emilio Pérez Carral, ideólogo del proyecto.
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