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Si tras pasear, ya no aguantas tanta historia y misterio, aquí están las tiendas u outlet que se distribuyen por las callejuelas del pueblo: Purificación García, Adolfo Domínguez, Roberto Verino y tantos otros modistos gallegos y foráneos, que tienen sus talleres en la zona. Para colmo, aquí hay lugares como ‘O Pepiño’ (Solete Guía Repsol; Rúa da Cruz, 1) y el ‘Fogar’ (Rúa Vilanova, s/n) para comer y es la villa con más museos de Ourense.
Y pese a esos antecedentes comerciales y aparentemente ruidosos, a diario es fácil imaginar todo eso, lo que pasó aquí, en Allariz en 1998, año de rodaje de la película de José Luis Cuerda basada en el cuento de Manuel Rivas. Son muchos los vecinos con memoria de aquellos días.
Sobre todo porque en 2021 se ha cumplido el centenario del nacimiento de Fernando Fernán Gómez y este pueblo, único por tantas cosas, ha dejado fotos en blanco y negro en los lugares emblemáticos de aquella película tan significativa e importante para varias generaciones de españoles.
En un día húmedo de primavera, perderse por las calles de este pueblo -en 1994 recibió el Premio Europeo de Urbanismo por la rehabilitación de su casco antiguo- es un lujo al alcance de todo el que entre en Galicia sin prisas, amante del viaje para disfrutar, no de correr para llegar. Allariz está a quince minutos del desvío de la A-6 y ofrece de todo. Historia gallega, castellana, misterios, leyendas… Con un envoltorio de belleza al que acompaña el río Arnoia y su magnífico puente romano.
Qué sepamos, el maestro republicano no habló en la escuela ni en la plaza -donde están rodadas muchas escenas- del hombre lobo de Allariz, porque aún entonces, en la noche frías, nevadas o lluviosas, los crímenes de Manuel Blanco Romasanta (Regueiro, Ourense, 1809) perduraban en la memoria de los gallegos. Los abuelos sabían contarlos al pie del fuego y, además, el presunto licántropo había sido una realidad, un auténtico asesino en serie durante años.
Aunque nunca vivió en Allariz, aquí fue juzgado y condenado a garrote vil, del que se libró precisamente por ser el único caso de licantropía conocido, incluso seguido con atención por otros países de Europa. Se le probaron varios asesinatos, con mujeres y niños incluidos.
Un personaje como don Gregorio, feo como un sapo, pero sabio e ilustrado, no iba a hablar a los niños de aquellos hechos, aunque fueran historia transcurrida por estas calles, ante el ayuntamiento o los juzgados. A buen seguro, el maestro era de los que no creían lo del sacamantecas, atribuido a este vendedor ambulante, luego hombre lobo, que paseó tantos lugares gallegos, astures, cántabros y castellanos. En todos asesinó. Y miren lo que contó al juez:
“La primera vez que me transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi cuerpo. El que usted ve ahora, señor juez”.
Sigue el testimonio del hombre lobo ante el juez: “Los otros dos lobos venían conmigo, que yo creía que también eran lobos, se cambiaron a forma humana. Eran dos valencianos. Uno se llamaba Antonio y el otro don Genaro. Y también sufrían una maldición como la mía. Durante mucho tiempo salí como lobo con Antonio y don Genaro. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre” -Manuel Blanco Romasanta, Causa núm: 1778: Causa contra hombre lobo, juzgados de Allariz (Ourense)-.
Alucinando, ¿eh? Y si añadimos que sobre este famoso asesino luego se ha estudiado si podía ser hermafrodita, que como buhonero de baratijas atraía a mujeres y niños para sacarles “el sebo y la manteca y venderla” hasta mitad del siglo XIX, hay que concluir que este pueblo estaba destinado a tener historias de cuentos y cine antes de que los Lumière lo inventaran.
Gumersino Feijóo, 87 años señorialmente llevados -“esta mañana he estado plantando no sé cuántos surcos de cebollas”- sonríe, con unos ojos aún pícaros que le bailan en la cara. Lo que le gusta es hablar de la belleza de Allariz. Lo del hombre lobo fue un accidente, pero lo de la rehabilitación del pueblo, no.
“Yo me cambié para trabajar con Anxo Quintana. En aquellos años -los 90- hicimos tantas cosas…restauración, museos, inversiones. También hubo algún disgusto. Mirad, aquí mismo, donde estamos -al pie de un mirador del pueblo que permite ver el Arnoia desde las estrechas calles- hubo que tomar decisiones, expropiar para levantarlo. Pero ya ves, unos años después no había quien conociera este pueblo. Bonito, ¿eh?”, cuenta al pie de su casa.
Sindo viene de dar un paseo por las orillas del Arnoia, bajando al cementerio y pasando a la otra orilla por el puente romano. Espectacular, donde una alameda de árboles preciosos cubren los bancos de las orillas. La primavera está a punto de estallar, así que el paseo merece la pena.
Atrás hemos dejado la escuela de Fernán Gómez y Pardal, -Manuel Lozano- en el corazón del pueblo, con la iglesia románica de Santiago, el ayuntamiento y la plaza mayor, para bajar hacía el río, el cementerio y el cruceiro, tan limpio, húmedo y gris. Pero el árbol de camelias pone una nota de color que ni buscada por el paisajista.
El Arnoia está desbordante, en los alrededores y al otro lado de la muralla del pueblo. Porque hubo una muralla cuyos restos se encuentran en diferentes tramos de la villa. Aquella grande del siglo XIV se la debe a otra leyenda fastuosa, la de Xan de Azú, que dió orígen a la Festa do Boi, allá por 1317. De Azúa era un señor prfundamente religioso y cuentan que espantó a los judíos subido a lomos de un buey para proteger la procesión del Corpus Christi.
Pero, aunque en alguna guías se habla del barrio judío que tuvo Allariz, cuentan algunos vecinos que los restos que quedan son los de las casas que se pegaron a la muralla, tras el Convento de Santa Clara y en el Campo da Barreira.
Es aquí, en el Campo da Barreira donde luce el mercadillo cada sábado, con chacinas, verduras de las huertas cercanas y donde se pueden encontrar las estupendas tapas de pulpo que hacen las pulpeiras. Allariz, corazón pudiente de Ourense -donde el pulpo lo es todo en tapas-, no iba a ser menos.
En el mercadillo de cada sábado uno puede encontrar desde el pan gallego más rico, a las zanahorias o acelgas recogidas una hora antes. O una silla de espadaña, de esas que ahora los modernos de la decoración mezclan con el mueble de acero más vanguardista. O la combinación vintage en un puesto de ropa popular.
Al fondo, tras las pulpeiras y los puestos como el de Javier Martínez, con su morcilla de calabaza, cebolla y sangre, siempre está el convento de Santa Clara, presidiendo esta especie de campa da Barreira, donde desde hace siglos transcurre la vida del pueblo y los acontecimientos que requieren ferias, bailes o mercados.
Ese enorme convento de las clarisas merece la visita -presume de tener el claustros barroco más grande de España y el edificio data de 1268- y, tras el torno, las monjas venden pastas, bollos, mantecados, magdalenas y dulces de temporada. Solo hay que llamar a las horas apropiadas.
Alrededor del campo, muchas de las casas lucen los banderines de un santo. Aunque los chavales que salen del colegio no tienen muy clara la razón, se ha celebrado el martes de Entroido (Carnaval), que junto con la feria de Artesanía Arte Man y la fiesta de la empanada, son citas ineludibles. Pero la mejor, en junio, la Festa do Boi (Fiesta del Buey), la de Xan de Arzúa.
Nota práctica importante: si paseando tras las huellas de Pardal, don Gregorio, el hombre lobo o Xan de Arzúa cae un chaparrón, cualquiera de los museos de la villa son más que un refugio. Son una joyita, como el del Juguete; el del Tejido o el del Cuero. Y los que tengan tiempo, en verano no se pierdan el paseo en barco por el río.
Y para colmar la visita, no olvidar que estás en el Camino de Santiago, en plena Vía de la Plata a Santiago de Compostela, por eso en la calle central que atraviesa el pueblo vas a encontrar sus huellas y a los peregrinos, que ya regresan. Una felicidad y un alivio para todos.
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