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Hay destinos donde la naturaleza dialoga con el entramado municipal. Uno de ellos es Icod de los Vinos, pueblo al noroeste de la isla de Tenerife, donde sus viñedos y cultivos rinden pleitesía al famoso Drago Milenario. Aunque puede fotografiarse desde distintos puntos del pueblo, como el Parque de Andrés de Lorenzo Cáceres, indiscutible es el selfie en primera fila desde el Parque del Drago. “Por aquí pasaba antiguamente la carretera general que unía el sur con el norte de la isla, pero al estar sobre las raíces del drago afectaba mucho a su salud”, cuenta Rubens Borges, desde la empresa municipal de Turismo, Desarrollo Económico, Empleo y Ocio.
“El drago es una herbácea con porte leñoso con raíces aéreas que bajan hasta el suelo, que nutren la planta y fijan la estructura”, detalla. Juan Manuel Luis Zamora, ingeniero técnico agrícola, supervisa las labores de mantenimiento del gran Drago. Crece muy lento, y los mayores problemas vienen del viento, especialmente, según cuentan en Icod, de los que soplan desde La Palma. “Por eso nuestro mayor esfuerzo está enfocado en incentivar esas raíces y que doten de más fuerza y estructura al drago, regenerándolo”.
Dragos hay muchos, en Azores, en Portugal, en África, pero milenario es el de Icod. Hueco por dentro, está rodeado de su propia guardería de dragos. “Tiene 20 metros de alto y 10 de perímetro de tronco, aunque la copa tiene veinte. Tiene unas dos mil ramas y cuenta con un sistema de ventilación, para prevenir hongos y diversas enfermedades”. Dotado con su propia tarjeta sanitaria, la copa del Drago Milenario florece parcialmente cada cuatro o cinco años y, una vez cada 10 años, la copa florece completa. “Cuando eso sucede, cogen una tonelada”.
En los años 90 una serie de estudios lograron rescatar la flora autóctona del noroeste de la isla; desde la cumbre, pasando por las medianías hasta la costa, incluyendo, por supuesto, la mejora de la salud del Drago Milenario. Todo se representa en los diferentes niveles bioclimáticos de este parque donde un jardín con plantas endémicas como el cardón o la laurisilva acompaña al majestuoso ser. Hay una banda sonora en torno al protagonista, es la del mirlo, “el ave que más tarde se acuesta y más temprano se levanta”, dice Francis González, alcalde del municipio.
Zona de asentamiento de españoles y portugueses antes de nacer la ciudad, el barranco donde se erige el Drago Milenario incluye también una cueva que simula un enterramiento aborigen. “Aquí han venido muchos extranjeros buscando no solo la paz, sino también espacios donde sanarse de algún tipo de dolencia asmática, bronquial… Uno de ellos fue Bronislaw Malinowski, padre de la antropología moderna, quien escribió Los argonautas del Pacífico Occidental desde Icod”, cuenta Francis orgulloso.
Drago, vinos, madera, azúcar, café, algodón y seda han dado fama a este pueblo creado en torno al año 1500 y situado a 350 metros sobre el nivel del mar. Todo parte de aquí, con tres conventos que hacían de Icod un lugar activo, llegando a ser antaño cabecera comercial del norte de la isla. La parroquia de San Marcos Evangelista es uno de los emblemas del pueblo. Construida en el siglo XVI, los cantos del campanario, de los arcos y las portadas se trajeron desde La Gomera.
Unos 25.000 habitantes repartidos en 22 barrios siguen preservando las diversas tradiciones en torno a este pueblo, donde los colores de la naturaleza se funden con el blanco encalado y los colores chillones de las fachadas. Una de ellas, las Tablas de San Andrés, celebrada a finales de noviembre y en la que los vecinos se lanzan calle abajo -eso sí, con neumáticos al final de la calle, por eso del freno- sobre tablas y listones de tea, madera abundante en toda la isla.
“Coincide con la apertura de las bodegas y a mí me gusta vincularlo a una teoría de la que presumo: Icod es el pueblo que más masa forestal tiene de pino canario. Antaño, los pinos se cortaban y se llevaban hasta la playa de San Marcos, donde había un astillero”. Otra teoría, que también cuenta Francis, es la de la bajada de las barricas para su limpieza en la playa. “Sea cual fuera, ahora estamos intentando mostrar esto a través de un proyecto de realidad virtual ya en marcha, donde se explica esta tradición”.
La Casa de Andrés de Lorenzo Cáceres, de tradición noble, es uno de los puntos icónicos en el trayecto de la bajada de las Tablas. Con un patio típico canario en el mismo centro, la casa la compró el Cabildo y fue cedida posteriormente al pueblo de Icod para hoy albergar la Escuela Municipal de Música. “Aquí suceden muchas cosas, desde exposiciones varias y diversos hitos relacionados con la cultura, pero estamos abiertos a ver qué puede ser esto”, cuenta Francis. Una casa del pueblo y para el pueblo construida en plena Plaza de la Constitución, aunque es conocida por los vecinos como Plaza de la Pila, con su fuente central. “La familia Cáceres construyó la plaza, aunque su numerosa vegetación ha hecho que la llamemos parque”.
Como ocurrió en otras poblaciones canarias, parte de los icodenses emigraron en su día a Venezuela, regresando a un pueblo cuya parte antigua fue declarada Conjunto Histórico Bien de Interés Cultural. Hoy sus empinadas callejuelas son en buena parte peatonales, perfectas para los selfies en analógico y digital antes de entrar en uno de los templos vinícolas de referencia: el Museo de Malvasía, aunque, en realidad es bodega, es escuela y es museo. “Este lugar habla de la expansión del pueblo”, cuenta Hermógenes Vera, propietario. “El impulso agrícola se lo dieron los portugueses con el cultivo del azúcar y. más tarde. de la vid. Icod de los Vinos comienza a expandirse desde finales del siglo XVI hasta inicios del XVII, gracias al auge del sector vitivinícola”.
Descendiente de una familia que elabora su propio vino, Hermógenes, junto a Jean Rene Darocsi, embelesan a turistas y vecinos con catas técnicas y para el deleite, pero también con explicaciones que hablan de la historia viva de esta casa en el corazón de Icod. Todo gira en torno a las diferentes variedades vinícolas de la zona: listán negro -su tinta tradicional-, listán blanco, malvasía seca o semidulce… y su famosa malvasía aromática, de cosecha propia, con su Catalina II como corazón del brindis. Un canary wine dulce, variedad histórica, con la imagen de esta emperatriz de Rusia como una de las mujeres más poderosas de su tiempo. “Hasta donde tenemos constancia fue la primera mujer que deja por escrito en su diario que empezaba todas las mañanas con una copa de canary”, cuenta Jean.
Chanzas históricas aparte, la malvasía aromática se introduce en Tenerife y en la isla de La Palma entre los siglos XVI y XVIII. “Un tiempo en el que lo dulce no era lo habitual, de ahí la popularidad de estos vinos. Pasó a la historia con la referencia en un libro del rey Enrique IV, de Shakespeare, que dice Y ya han tomado suficiente canary, que es un vino maravillosamente dulce y penetrante, que perfuma la sangre y alegra los sentidos”, relata Jean alzando el pecho. Este fue el detonante, con una popularidad que solo fue in crescendo hasta el siglo XVIII, cuando las coronas inglesa y portuguesa se alían por el tratado de Methuen, en 1703. “El canary wine entra entonces en declive, en pro de lo que se conocía como el false Canary: el Oporto, el Madeira y el Sherry”. Detrás de la firma, el compromiso de Inglaterra de comprar vino portugués en detrimento del canario y otras viandas europeas.
De ahí el inicio de parte de las famosas migraciones de icodenses a Cuba y Venezuela, así como al Yucatán mexicano y a Santo Domingo. Unas migraciones que en no pocos casos tuvieron billete de vuelta: a los que les fue bien en esto de hacer las Américas, enviaron al pueblo objetos de arte, dinero y, por supuesto, invirtieron en negocios y en la construcción de las numerosas casonas indianas repartidas por todo el entramado.
Cultura vinícola 100 % viva, en un pueblo donde todavía se escucha el eco aborigen, con esa mezcla de lenguas y costumbres que hoy cristalizan en otras tradiciones como la romería del poleo y el tajaraste, en la que se sube al monte para recoger poleo y llevarlo hasta el pórtico de la Iglesia de Nuestra Señora del Amparo, al son del tajaraste, un baile típico por parejas. También sus Hachitos de San Juan, fiesta en torno al fuego que inaugura la nueva estación con la perfecta noche de verano en un pueblo donde el solsticio dura todo el año.