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Hay algo especial en el arte de perderse por el laberinto de callejuelas de Vejer de la Frontera. Llamémoslo magia o, por qué no, simplemente placer, pero la cuestión es que en cuanto se comienza a andar y desandar el entramado de vías que compone el casco histórico de este tradicional pueblo blanco gaditano, la vida se siente más hermosa.
La brisa marina, aún hallándose el Atlántico a varios kilómetros de él, abraza en cada vuelta de esquina. El blanco impoluto de las fachadas encaladas atrapa de la misma manera que lo hace el sonido de la radio tras el visillo de una ventana; el aroma de un guiso cocinado en los fogones de un hogar. Los gatos se ocultan tras las macetas colmadas de flores de los patios y la historia susurra al oído del visitante que se asoma a sus miradores. Sea como sea, no es complicado acabar siendo conquistado por esa esencia única que hace de Vejer un lugar especial. Un hermoso rincón del sur que, en los últimos años, ha sabido atraer a todo tipo de viajeros que la han elegido para quedarse. Aquí las paradas que no pueden faltar en una visita.
También llamada “Plaza de los Pescaítos”, el que es el centro neurálgico de Vejer se halla a cualquier hora animado por el trasiego de locales y turistas que, cámara en mano, se aseguran el llevare una instantánea de recuerdo a sus hogares. Durante los siglos XVI y XVI se utilizó para celebrar todo tipo de eventos y festejos, y desde 1957 se decoró con una espectacular fuente hecha a partir de azulejos sevillanos y ranitas que expulsan agua por la boca, que son el mayor atractivo del lugar. Son estos detalles los que hacen de ella uno de los rincones más pintorescos de la localidad.
Para disfrutarla, nada como imitar el comportamiento de los locales eligiendo uno de los bancos repartidos por el perímetro y sentarse a descansar. O elegir una de las terrazas de los bares y restaurantes que ponen el toque de gastronomía a la plaza y aprovechar para catar sus sabores. Subiendo la cuesta que lleva hasta el Arco de la Villa, la entrada más importante al recinto amurallado en el pasado, el edificio del Ayuntamiento, con su reloj bien grande en la torre y el Juzgado de Paz, completan la estampa.
No será raro encontrarse en la enorme puerta de fachada barroca con este vecino, uno de los que conforman las cinco familias que habitan el histórico edificio. O quizás se encuentre regando algunas de las 470 macetas que decoran los dos patios interiores. Sea como sea, la cuestión es que el cuidado que los vejeriegos continúan aportando a esta casona del siglo XVIII cuyos muros se apoyan sobre la antigua muralla fortificada, hace que la visita continúe siendo todo un must.
Cuenta la historia que en el pasado fue el hogar de Sancho IV, y desde su interior, una escalera permite el acceso hasta la Torre del Mayorazgo. A los pies, de nuevo, la Plaza de España, mientras que, en los días claros, se puede alcanzar a ver la lejana playa de Zahara de los Atunes y el Parque Natural de La Breña y Marismas de Barbate.
Un poema de José María Pemán defiende desde unos azulejos, en un lateral de La Corredera, que Vejer “Juega ese juego divino; de ser viento que es su ser”, confirmando dos cosas: una, que lo de la inspiración, en este rincón gaditano, es un hecho. Y dos, que Vejer es el claro refugio de todos aquellos amantes de la provincia cuando el viento de levante hace de las suyas.
Sin embargo, las hermosas palabras de Pemán no son las únicas que embellecen este enclave: las vistas que se admiran a lo largo de gran parte de La Corredera son de las mejores de la localidad. Los gigantes de viento giran y giran en la distancia, mientras que, a los pies del visitante, el paisaje de La Janda se despliega en todo su esplendor.
Se trata esta de una de las avenidas más importantes de la localidad, pues conecta dos extremos de la zona antigua sin necesidad de subir y bajar sus famosas cuestas. Una vía ideal para pasear tranquilamente haciendo parada en sus múltiples comercios: La Corredera acoge numerosas tiendas de moda y de recuerdos, pero también restaurantes y cafeterías desde cuyas terrazas es posible disfrutar de una de las puestas de sol más espectaculares de Vejer.
Parada indiscutible —y fotografiada— de todo aquel que visite Vejer, el lugar no es solo una tribuna espectacular con vistas al blanco caserío, sino también el lugar donde se homenajea a la mujer vejeriega luciendo el traje tradicional de la localidad. ¿Y a qué nos referimos? A la escultura de la cobijada que hay en el propio balcón, una vestimenta común a la de la mujer castellana, pero con marcada influencia islámica y que solo dejaba al descubierto el ojo izquierdo.
En Vejer, en el pasado, todas las mujeres iban vestidas de esta manera, hasta que en el siglo XVI fue prohibido por los Austrias. Más tarde, en el XVII, volvió a prohibirse su uso, esta vez por los Borbones. Hasta que, en 1936, con motivo de la Guerra Civil, se prohibió de manera radical. La razón fue muy sencilla: mucha gente lo utilizaba en aquellos años para ocultar armas o asustar a la gente. En los 70, sin embargo, y con la idea de darle el valor que se merecía a una tradición tan arraigada, se convirtió en el traje tradicional del pueblo. Un singular vestido que lleva una doble enagua blanca con tira bordada, una falda negra sujeta a la cintura y un manto negro fruncido sujeto al mismo lugar forrado con seda blanca. Cada año, en las fiestas patronales, algunas vejeriegas vuelven a vestirse con los ropajes típicos, poniéndolos en valor.
Hay que alcanzar la cima de Vejer, que se halla a unos 210 metros de altura, para visitar uno de sus tesoros patrimoniales: el castillo, construido durante el mandato de Abderramán I y sus sucesores —hablamos de los siglos X y XI, aunque no está de más recordar que la zona se halló bajo dominio árabe durante cinco siglos—, acoge a sus visitantes para continuar narrándoles la historia de Vejer.
Es atravesar su vetusta puerta y que se inicie un viaje en el tiempo. De su época originaria se mantienen elementos como el suelo, que está hecho de baldosas en forma de espiga para que los animales no resbalaran, o la puerta de herradura, enmarcada en un alfiz. Junto a esta, una placa conmemora la bella historia de hermanamiento entre Vejer de la Frontera y el pueblo de Chefchaouen, en Marruecos, que habla de cómo guerrero árabe llamado Sidi Ali Ben Rachid se enamoró de una joven cristiana vejeriega, Catalina Fernández. Juntos se fueron a vivir a Marruecos, donde ella adoptó la religión islámica y el nombre de Lalla Zhora. Un día, añorando su pueblo natal, le pidió al marido que le construyera allí un lugar a imagen y semejanza de su hogar: en el siglo XV, se construyó en Marruecos Chefchaouen a imagen y semejanza de Vejer.
No será raro si, al alcanzar este punto de Vejer, uno se topa con un conjunto de visitantes haciendo cola para hacerse la obligada foto ante esta estampa. Y, lo cierto, es que no es de extrañar: se trata del Callejón de las Monjas, un enclave popular, singular y de belleza extraordinaria. La postal se encuentra enmarcada por tres contrafuertes que se construyeron en su día para sustentar el muro lateral del vecino Convento de las Monjas Concepcionistas —hoy, Museo Municipal de Costumbres y Tradiciones de Vejer— tras el terremoto de Lisboa. De fondo, por supuesto, las casas encaladas de Vejer.
Así, elevándose sobre el casco histórico vejeriego, esbelta y poderosa, la torre del campanario de la Iglesia Parroquial del Divino Salvador es visible casi desde cualquier rincón. El colofón de un majestuoso templo, el más importante de la localidad, que atesora siglos de antigüedad en sus entrañas: construido sobre lo que fue la antigua mezquita, el conjunto arquitectónico lo conforman dos espacios bien diferenciados que pertenecen a tres etapas diferentes. La estructura y pilares delanteros corresponden al románico; una segunda parte, al gótico-mudéjar; y una tercera ampliación que se hizo entre los siglos XVI y XVII, al gótico.
Hay que dirigirse, en esta ocasión, hasta La Barca de Vejer, ubicada en las faldas del cerro sobre el que se alza la localidad. Lugar de paso, desde tiempos remotos, de transeúntes, comerciantes y viajeros, el enclave acoge una de las bodegas insignes de la zona: Bodegas Gallardo se trasladó de Chiclana a Vejer hace 50 años y se trata de la más antigua de Vejer. Hoy, en manos de una nueva propiedad, han decidido poner todos los esfuerzos en dar el valor que merece el pasado enológico tanto de la bodega, como de la zona.
Lo ideal será buscar un hueco entre sus mesas altas y animarse con un maridaje local: de un lado, vinos generosos y tranquilos, semidulces, blancos o tintos que componen su oferta. La oferta de un proyecto que no duda en alardear de su propuesta estrella: el Sol de Naranja, un vino de naranja que alimenta todos los demás.
De otro lado, una selección de productos locales que abarca desde maravillosos quesos curados —el macerado con el propio vino Sol de Naranja es apuesta segura—, a atún de Barbate o a deliciosas chacinas. Exquisiteces con las que acompañar los vinos en una cata guiada por su personal, entregado y entusiasta. Será imposible no regresar a casa haciendo parada previa en la tienda del local: el problema será elegir qué llevarse.
Explorar los alrededores del núcleo urbano vejeriego siempre es un aliciente, y a solo nueve kilómetros del pueblo espera la Fundación Montenmedio Contemporánea, un universo sorprendente y rebosante de arte e inmerso en los paisajes vecinos al Parque Natural de la Breña y Marismas de Barbate.
Se trata de uno de los parques de esculturas más importantes a nivel europeo, ya que cuentan con obras de artistas tanto nacionales como internacionales que vienen hasta este pedacito de Cádiz invitados por la fundación para crear una obra site specific. Como inspiración, cuentan con esa luz especial tan característica de la provincia de Cádiz, pero también el saberse cerca de África, con la influencia que ello supone, o la cultura e idiosincrasia de la zona. Entre los artistas que han pasado por la Fundación, nombres nacionales e internacionales de la talla de James Turrell, Marina Abramovic, Jacobo Castellanos, Cristina Lucas o Pilar Albarracín.
Una ruta marcada por setas amarillas indica el camino al visitante que descubre, en plena naturaleza, las 22 obras que forman parte de su colección permanente. Un desconocido tesoro que aporta aún más valor a la oferta patrimonial y cultura de Vejer.
Aunque se encuentra a 11 kilómetros del mar, Vejer también posee en su término municipal un trocito de playa. Se trata de El Palmar, un paraíso semivirgen de arenas doradas y finas abrazado por la brisa del Atlántico. Sus 8 kilómetros de litoral han recibido todo tipo de reconocimientos, entre los que se encuentran la Q de Calidad Turística o la Bandera Azul. Además, ha sido catalogada como Playa Rural, aunque eso no es incompatible con los numerosos proyectos de restauración que hay abiertos a lo largo de su costa. Bares, restaurantes y beach clubs en los que deleitarse con algún plato de atún rojo de almadraba, o un cóctel de autor, mientras se admira una de las puestas de sol más espectaculares de todo Cádiz.
Pero hay más: las pasarelas de madera llevan a quien busca belleza hasta la arena, donde el espectáculo visual va más allá del propio paisaje: punto de reunión de aficionados al sur, al windsurf y al kitesurf, El Palmar es el lugar perfecto para aventurarse a dominar uno de los deportes, o a practicar el vuelta y vuelta bajo el sol. Esto último... nunca falla.
A pesar de tratarse de un pueblo pequeño, sobre todo en lo que abarca su casco histórico, en los últimos años han proliferado los estudios de artistas que, motivados por la belleza —y la consolidación como destino turístico de la localidad— han elegido Vejer para asentarse. Artesanos que llegaron un día por casualidad y sintieron ese magnetismo único que desprende este singular pueblo blanco.
Por eso, pasear por las callejuelas de Vejer es sinónimo de tentación: ahí están las pinturas de Neila Pascual o de Fran Cabeza. O la pequeña “burbuja creativa” de Rafael Sánchez, joyero cordobés que arribó a la localidad hace siete años y de cuyo talento surgen piezas únicas con rincones de la provincia de Cádiz como inspiración: colgantes y anillos, pendientes o gemelos que homenajean la tradición pesquera de la tierra, o las piedras de la calzada de Baelo Claudia, entre otros muchos detalles. Es más: grandes chefs de Andalucía, como Ángel León o Paco Morales, se han fijado en él para encargarle piezas para sus restaurantes, e incluso el mismísimo Vaticano confió en su trabajo para crear una línea de merchandising de Juan Pablo II. Una visita más que obligada.
Pero el talento de quienes hacen de Vejer un destino adorado por locales y foráneos va más allá y, por supuesto, también se adueña de las cocinas: en los fogones de muchos restaurantes del pueblo se está fraguando una propuesta gastronómica que está dando muchísimo de qué hablar. Y no es para menos: la materia prima con la que cuenta este pedacito de Cádiz es un verdadero tesoro. Ahí está su atún rojo de almadraba, su verdura de la huerta o su carne de vaca retinta.
Y si tenemos que hablar de negocios, hablemos: no pueden faltar en la lista 'La Castillería' (Un Sol Guía Repsol), especializado en todo tipo de cortes de carne, o 'El Jardín del Califa' (Recomendado Guía Repsol), donde Marruecos y Cádiz se fusionan. Tampoco 'El Muro' (Recomendado Guía Repsol), con el chef Paco Doncel a la cabeza, o 'La Judería', que no solo cuenta con una carta de lo más estimulante, sino que tiene, posiblemente, la terraza con las mejores vistas de Vejer.
Hay que acordarse de los chicos de 'Narea' —Alejandra y Jaime—, que acaban de aterrizar en Vejer tras dejar atrás su época en Sanlúcar. O '4 Estaciones', todo un clásico en la localidad. A las afueras de Vejer, la 'Venta del Toro' apuesta por lo clásico y rico: nadie hace las patatas con huevos y chorizo como ellos, mientras que en 'Patría' (Solete) es la cocina sostenible y saludable la que manda.
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