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Pueblo alegre, marinero, hospitalario y luminoso: Villajoyosa es un destino apetecible en cualquier época del año. Sus 15 kilómetros de costa, con 13 tranquilas playas y calas, lo convierten además en un deseado rincón de la Costa Blanca al que escaparse para empaparse de sol y sal. Es un secreto a voces: los alicantinos de municipios vecinos eligen esta localidad como lugar de reposo y disfrute, pero cada vez lo hacen más turistas nacionales y europeos, como holandeses o noruegos -que vienen a vivir aquí unos meses al año-. En esta guía seleccionamos 11 lugares para que te enamores por primera vez -o por enésima- de Villajoyosa:
Las fachadas de las antiguas casas de pescadores crean ahora una amplia paleta de vivos colores: amarillos, azules, rojos, verdes o rosas tiñen las calles del casco antiguo de La Vila. Bastará un paseo por ellas o un chapuzón en la Playa Centro para dejarse embaucar por esta alegre y bella panorámica, que es uno de los principales -y fotogénicos- reclamos turísticos del pueblo. ¿La explicación? Los marineros pintaban sus casas para poder distinguirlas desde el mar, ya que al volver de faenar el cansancio acumulado, en ocasiones, les impedía diferenciar la suya.
Además de su colorista encanto exterior, Villajoyosa puede presumir de su patrimonio cultural, con sus iglesias-fortalezas del gótico levantino que recogen siglos de historia, desde los íberos hasta nuestros días. La torre romana funeraria de Sant Josep, en la playa del Torres, o la Muralla militar renacentista del casco antiguo son otros ejemplos. Una vez al año, el pueblo viaja al pasado para recordar sus orígenes y el centro histórico se engalana para celebrar su mercado medieval.
El bullicioso mercado del pueblo abre de lunes a sábado -desde primera hora de la mañana- y ofrece el mejor género fresco de la zona. Antes de coger mesa en su animada terraza, camina por el interior para descubrir los puestos de fruta y verdura, las panaderías donde venden las tradicionales cocas, las tiendas de encurtidos y salazones -como la hueva de mújol o la mojama de atún, que aquí son una religión- o las rebosantes pescaderías. Durante el paseo por el mercado podrás descubrir muchos productos locales como aceite de oliva, vermú, cerveza artesana o vinos de variedades autóctonas de pequeñas bodegas de la Comunidad Valenciana.
La segunda parte del mercado es la parada de rigor en ‘El Gallina’, un bar de los de siempre, con carácter local, donde acompañar la cerveza con un típico blanco y negro: un montadito o bocadillo -tú eliges el tamaño- de longaniza blanca y morcilla.
Además, puedes dejarte seducir por cualquier pescado, marisco o carne que se te antoje del mercado, porque en ‘El Gallina’ te lo cocinan al momento en su cotizada plancha por un módico precio. Eso sí: te compensa entregarles todo lo que quieras a la vez, porque sino te cobran cada pase. Nosotros elegimos gamba blanca, gamba roja y caballa en la pescadería ‘Peixos Laumar’ para un esmorzaret de media mañana ,que completamos con una ensalada de tomate. También es habitual ir a la hora del aperitivo, para una comida temprana, pero sin quitar la vista del reloj, ya que cierra a las 14:00 horas.
“Vilamuseu no es solo un museo, es un centro de interpretación de la ciudad y el kilómetro cero de doce rutas por el pueblo que cuentan con paneles interactivos y táctiles”, declara Antonio Espinosa, director de Vilamuseu (Colón, 42). El edificio que ocupa es un antiguo colegio centenario, del que solo se conservó su fachada historicista para reconvertirlo en el espacio cultural que es hoy.
Aquí podrás ver piezas únicas en sus exposiciones permanentes, como 500 ánforas romanas de las 4.000 que hay en el Pecio Bou Ferrer, monedas del año 66 o los más de 20 lingotes de plomo de 75 kilos con el sello del emperador Nerón. “Es el único barco del mundo en el que han aparecido lingotes de más de 40 kilos”, nos explica Espinosa. El pecio romano al que nos referimos es un bien declarado por la Unesco: el mayor del mundo en excavación, que naufragó entre el año 64 y el 68 d.C. frente a Allon, lo que era La Vila.
La arqueología es una de las señas de identidad de la cultura vilera, ya que fue una población muy estratégica en la antigüedad, y para descubrirlo nada mejor que visitar su Vilamuseu, una referencia en el mundo por su enfoque accesible y sostenible -cuenta con varios premios internacionales-. “Todas las exposiciones que organizamos están en lengua de signos. Llevamos 25 años trabajando en el enfoque de museo accesible a todos los niveles”.
“El pavimento, las paredes y las puertas están contrastadas para personas con discapacidad visual, hay rampas, la tipografía es especialmente grande, utilizamos códigos QR táctiles, elementos en 3D, tenemos abrevaderos y pipicán para perros guía, y hasta un montacargas en el que caben 48 personas, por si viene un autobús con sillas de ruedas. Fuimos más allá de la norma porque entendíamos las necesidades de la gente”, cuenta el director. El trabajo en equipo fue con Tomás Soriano, un arquitecto local. Aquí todo está pensado para todos, como presume el responsable de Vilamuseu: “Lo más importante que tenemos aquí es la formación del personal, que sepan atender a una persona con parálisis cerebral o cómo acompañar a un ciego”.
Marta Devesa Santacreu en los fogones y Julio Moreno en la sala, junto con su agradable equipo, hacen las delicias de vileros y turistas en ‘El Hogar del Pescador’ (Avinguda del Puerto, s/n, local 3), que acaba de cumplir 50 años de vida. Para empezar, pide su ensaladilla de rape y quisquillas o sus chipirones El Hogar -con pasas, piñones, habas, espárragos y ajos tiernos-.
Continúa con su arroz de alcachofas, habas y calamar -o cualquiera que te recomiende Julio-, y remata con los golosos postres, como su helado de turrón con chocolate caliente o su trampantojo de brownie con forma de aguacate, obra de Mario Padial, su pastelero, que fue campeón de España de repostería. Su extensísima carta de vinos, con más de 700 referencias (150 de ellas de la provincia), completa una experiencia gastronómica con vistas al puerto y frente a la lonja.
Villajoyosa tiene merecida fama por su lonja, una de las más cotizadas del litoral alicantino -junto con la de Santa Pola o la de Denia- por la calidad de su producto. Los pescadores nos cuentan que en verano se coge pulpo y, cuando hace frío, calamar y sepia. En noviembre, por ejemplo, entra la dorada.
Durante todo el año llegan pescadilla, salmonete, jurel, pasamar o gamba blanca. Si quieres ver el espectáculo en vivo, acércate poco antes de las 17:00 horas para presenciar la llegada de los barcos con el pescado fresco y la subasta. Justo enfrente encontrarás el bar-cantina, donde puedes tomar una cerveza mientras tanto.
No es fácil encontrar en la península un turquesa como el de la Playa Paraíso. En esta zona, estas tonalidades de azul -que tanto nos recuerdan a Baleares- son solo propiedad de unas pocas privilegiadas, como Cala Granadella (en Jávea) o las playas de Altea. Por eso sorprende tanto este reducto paradisiaco de poco más de un kilómetro de cantos rodados y arena.
En verano, varios chiringuitos se instalan en la Platja del Paradís, como ‘Yorkos Paraíso’ o ‘Paradise Beach’. Un consejo: sube hasta el mirador que encontrarás en la Punta del Bol Nou, que separa ambas playas, para admirar las vistas de postal desde las alturas.
En la familia Pérez son maestros chocolateros desde 1892. Ahora, son la cuarta y la quinta generación las que hacen que la tradición perdure para fortuna de un pueblo que algunos días aún huele a chocolate. Gaspar, a sus 72 años, nos cuenta orgulloso, mientras nos sirve un vaso de chocolate a la taza, que su bisabuelo empezó a trabajar en otra fábrica del pueblo antes de crear su marca propia. En 1937 había 42 manufacturas de chocolate en Villajoyosa, pero ahora se pueden contar con los dedos de una mano. 'Chocolates Pérez' (Avinguda de Finestrat, 78) es una de ellas, aunque Chocolates Valor es la más conocida: allí, además, se encuentra el Museo Valenciano del Chocolate.
“El cacao tiene más antioxidantes que el vino tinto, más potasio que el plátano, más hierro que las lentejas y es la fruta con más magnesio de todas”. El propio Gaspar reconoce que todas las mañanas toma dos o tres trozos de cacao en la leche. En 'Chocolates Pérez' traen el cacao de Ghana, Ecuador y Venezuela para fabricar sus tradicionales tabletas artesanas de diseño retro, en las que antes incluían cromos. La anécdota es que una de ellas fue elegida para aparecer en la película Dolor y Gloria, de Almodóvar, rememorando aquellas meriendas de pan con chocolate de los años 60.
Esta casa de campo del siglo XVII, que ahora está en una plaza muy céntrica del pueblo, fue reconvertida en un palacete romántico por la familia Aragonés, que eran terratenientes de la época. Aquí podrás ver el mobiliario que se dio a conocer en la Exposición Universal de Londres de 1851 y un suntuoso ajuar doméstico del siglo XIX con multitud de objetos británicos, como vajillas, juegos de té o cajas de galletas, pero también cerámica nacional (Sevilla o Manises) y una cocina tradicional valenciana.
La planta baja de la Finca La Barbera dels Aragonés (Huit de Maig, s/n) estaba destinada al servicio y como despacho, mientras que la primera planta era su vivienda familiar. En el segundo piso encontramos el riurau, donde se secaba la pasa y donde estaba la cambra (el almacén). A través de sus visitas guiadas, este espacio demuestra la importancia histórica de la elaboración del vino y la pasa en toda la comarca hasta finales del siglo XIX, cuando llegó la filoxera.
El río Amadorio, que nace a los pies de la Sierra de Aitana, desemboca en el Mediterráneo después de cruzar el casco antiguo. La ribera ofrece un agradable paseo y, además, una bella panorámica hacia las casas de colores suspendidas en el barranco. Sus aguas, que tienen como afluente el río Sella, se utilizan para el regadío y para abastecer a La Vila y a los pueblos vecinos gracias a los embalses de Relleu o el de Amadorio.
No puedes irte sin probar su Nardo Vilero, su bebida más típica: lleva café granizado y absenta, pero su sabor es muy similar al del regaliz. La horchata es otra de las apuestas seguras y obligada para aquellos que vienen de fuera. ‘Alboraya' (Colón, 123)nació en 1969, cuando Ramona Gómez y su marido Ángel Rolando Verdú empezaron a trabajar como heladeros artesanos.
Gracias a esta experiencia, en 1985 consiguieron abrir su propia heladería que ahora es un negocio familiar, con sus hijos Miguel Ángel y Raúl también en el equipo. Sus helados artesanos de mantecado, de mango o de sabores estacionales -como torrija en Semana Santa o brevas en junio- son otras de sus especialidades.
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