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Escoltada, a izquierda y derecha, por los ríos Arevalillo y Adaja -afluentes del Duero- nos recibe la localidad de Arévalo, al norte de Ávila. Los campos de cereales y pastos de invierno que se cultivan en esta llanura dilatada, junto a los bosques de pinares, nos dan la bienvenida. Arévalo es conocida como la capital de La Moraña -de hecho, es la segunda ciudad más poblada de la provincia- y a lo largo de la historia ha sido cruce de caminos y paso habitual entre el interior de la Meseta y el norte de la Península, de ahí su enclave estratégico durante la Conquista cristiana. “Quien de Castilla señor quiera ser, a Olmedo y Arévalo de su parte ha de tener”, rezaba el refrán.
La importante presencia de la comunidad judía y musulmana durante la Edad Media hizo que esta villa de realengo contara con la segunda judería más relevante del Reino de Castilla y que hoy se conserven muchos vestigios arquitectónicos y artísticos de estilo mudéjar en sus edificios, construcciones civiles y templos religiosos, lo que le valió la consideración de Conjunto Histórico-Artístico en 1970. Lo recorremos, en una mañana soleada y menos fría de lo previsible en estas latitudes a principios de febrero. Estos son los lugares imprescindibles que ver en Arévalo (Ávila) si tienes pensada una escapada o haces un alto en el camino.
Entramos en la villa por la única de las cinco puertas de la antigua muralla que sigue en pie: el Arco de Alcocer. Arévalo fue fundada a principios del milenio pasado y su enclave, entre dos ríos y fronteriza entre los Reinos de Castilla y de León, hizo que pronto se considerara pieza fundamental en la expansión de los cristianos hacia el sur de la Península. Por eso contaba con muralla -que comenzó a construirse en el siglo XII-, castillo defensivo, foso y puentes elevadizos.
La Puerta de Alcocer, compuesta por un gran torreón y cinco arcos apuntados, albergó durante un tiempo el Alcázar, las Juntas del Concejo y hasta una cárcel -todavía se conservan los grafitis de los presos tallados en la madera de las celdas- y hoy es la sede de la Oficina de Turismo, donde nos recibe Cristina Rueda, su responsable. “Nos conocen como la ciudad de los cinco linajes, en referencia a las familias aristocráticas (los Tapia, Sedeño, Montalvo, Briceño y Berdugo) que vivieron durante la Baja Edad Media y que procedían del norte de la Península y se asentaron aquí tras la conquista de Toledo y el avance hacia al sur”, explica antes de iniciar la ruta.
Una de las vecinas más ilustres que ha tenido esta villa a lo largo de su historia es, sin duda, la infanta Isabel de Trastámara, que pasó aquí su infancia y adolescencia, junto a su hermano, el infante Alfonso, y la madre de ambos, la reina Isabel de Portugal, que falleció en este lugar. Isabel la Católica siempre defendió la vinculación de Arévalo a la Corona, incluso cuando su hermano el rey Enrique IV la cedió al duque Álvaro de Zúñiga. “La mi villa de Arévalo”, era su forma de citarla cariñosamente. Y es que aquí conoció a su amiga Beatriz de Bobadilla, desarrolló una gran devoción por la Virgen de las Angustias, su patrona, y criaron a su nieto Fernando (futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico). Una escultura de bronce, erigida a los pies del Arco, la convierten ahora en una paisana más.
Atravesando el Arco de Alcocer llegamos a la Plaza del Real. Hoy por esta amplia plazoleta cruzan vecinos con sus bolsas y carros de la compra, juegan los niños y algún aravalense acude a resolver trámites en el Ayuntamiento. Pero hace siglos fue el epicentro de la vida cortesana de Castilla. En una de sus esquinas se levantaban las Casas Reales de Arévalo, donde residió la familia de los Trastámara tras el fallecimiento del padre, el rey Juan II, y hasta que el hermano, Enrique IV, les llamó a su lado en la corte de Segovia. El Palacio después fue convento de monjas y, en 1978, se demolió para la construcción de viviendas (aunque maqueta y fotos se pueden ver en el Museo de Historia, en la Casa de los Sexmos).
Caminar por la Plaza de la Villa es un viaje en el tiempo. Parece que, en cualquier momento, aparecerá por alguna de sus esquinas una corte de doncellas, juglares y caballeros montados a caballo, dispuestos a emprender una nueva batalla en Al-Ándalus. Uno puede entretenerse recorriendo los soportales y buscando dos columnas, de piedra o de madera, iguales entre las 56 que aguantan las balconadas.
Durante la época medieval, aquí se celebraron festejos, torneos, mercados o corridas de toro. En ella encontramos varios ejemplos del estilo mudéjar, por el que es tan reconocida a nivel artística la localidad de Arévalo. Los mudéjares fueron aquellos musulmanes que vivieron en territorios conquistados por los cristianos. El estilo era una combinación de elementos estructurales y decorativos de la tradición islámica con otros más castellanos, como el románico o el gótico. El juego geométrico que ofrecía el ladrillo y la bicromía de la arcilla y el mortero de cal se hacen presente en edificios como la Casa de los Sexmos (actual Museo de Historia), que era donde se reunían los procuradores (sexmeros) de la Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo, que llegó a comprender en la Edad Media más de cien villas y aldeas. Se cree que los Reyes Católicos eligieron este edificio para ratificar el Tratado de Tordesillas, en el que se reparten las tierras conquistadas en el Nuevo Mundo.
Sin duda, es en los edificios religiosos donde más patente se muestra el estilo mudéjar. La Plaza de la Villa está flanqueada por dos iglesias, que perdieron sus funciones parroquiales a principios del siglo XX, pero que esconden en su interior gratas sorpresas para el visitante. La iglesia de Santa María la Mayor fue construida a finales del siglo XII por los Briceño y cuentan que sus campanas marcaban los cien toques con los que se anunciaba el cierre de las puertas de la muralla.
El conjunto lo conforman una única nave, con un ábside semicircular, que da a la Plaza, y una torre a los pies. En el interior nos encontramos con unas pinturas murales de época medieval donde se representa el cielo presidido por un Pantocrátor, insertado en una mandorla, y rodeado por un Tetramorfos. También llama la atención el friso de ladrillo en esquinillas que hay justo debajo, pues en él se dibujaron 32 caras barbadas, con ojos almendrados, que no se sabe muy bien qué representan, pero que algunos apuntan a los viejos del Apocalipsis (aunque estos eran 24). No hay que perderse el artesonado que cubre el sotocoro, al otro lado de la nave.
Al igual que su vecina de plaza, la iglesia de San Martín dejó de ofrecer culto con la reforma parroquial de 1911. Los lugareños la conocen como las Torres Gemelas, aunque no hay que ser muy ducho en arquitectura y arte para comprobar que no son muy similares, aunque ambas sean de planta cuadrada. La de la izquierda es la más antigua, de principios del siglo XII, de estilo románico luce un amplio repertorio de arcos de medio punto realizados con ladrillos y se la bautizó como la de los ajedreces, por los doce tableros que decoran su último tramo. La de la derecha es de finales de ese mismo siglo, y muestra una apariencia más pobre en sus remates. En la cara sur del templo se conserva un pórtico de estilo segoviano.
Hoy San Martín es objeto de peregrinación, pero no religiosa sino artística. En su interior se desarrollan exposiciones de arte contemporáneo gestionadas por la institución Collegium, que está trabajando hoy día por convertir el cercano colegio jesuita en un Museo del siglo XXI, cuya responsable es la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao. Durante la Feria Arco de Madrid, artistas, galeristas y coleccionistas de todo el mundo se acercan a Arévalo para la inauguración de una de las dos exposiciones que se presentan durante el año en este templo, algunas con piezas cedidas por el MACBA de Barcelona, el Thyssen de Madrid, el MUSAC de León o sus mil obras de su propio fondo.
Arévalo cuenta con varias iglesias además de estas dos de la Plaza de la Villa. La de San Juan Bautista se cree que estaba adosada al Palacio Real y dentro encontramos un Cristo gótico, una talla románica de San Zacarías de alabastro y un pequeño retablo dedicado a la Virgen de la Asunción. En la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos se exhibe la imagen de la Virgen de las Angustias, patrona de la villa y de la que era muy devota la reina Isabel de Castilla. Por último, es interesante acercarse a una finca ubicada a las afueras de Arévalo para observar la ermita de La Lugareja, cabecera de un antiguo convento y que se considera “un ejemplo de mudéjar de manual”.
Por las calles nos encontraremos otros ejemplos de este estilo constructivo en los restos de su muralla, en casonas o puentes -como el de la entrada por la A-6, el de Medina-. El número y la calidad monumental hicieron merecer a Arévalo la declaración de Conjunto Histórico-Artístico en 1970.
Es cierto que el castillo de Arévalo no luce los torreones, galerías, adarves, baluartes y almenas tan exuberantes de sus vecinos de Medina del Campo (Valladolid) y Coca (Segovia), pero sí puede presumir de ser “un lugar único” al albergar, perdida su función defensiva, un enorme silo de trigo y un museo del cereal de referencia en toda Europa.
La fortaleza fue mandada construir, en el siglo XV, por don Álvaro de Zúñiga y Guzmán, alguacil mayor de Castilla y caballero al servicio de los reyes Juan II, Enrique IV e Isabel I. Se aprovechó parte de la torre de vigía y la muralla, del silo XII, para levantar la Torre del Homenaje. Su función de vigilancia y defensa se vio reforzada por la ubicación, protegida por los cauces del Adaja y Arevalillo. Álvaro de Zúñiga y su esposa, Leonor de Pimentel, recibieron esta villa de manos de Enrique IV, pero su hermana Isabel recupera para la Corona su propiedad.
Posteriormente será prisión (entre sus inquilinos, el príncipe Guillermo de Orange-Nassau y el duque de Osuna), cementerio y en 1952 pasa a depender del Ministerio de Agricultura, que lo convierte en un silo con capacidad para más de un millón de kilogramos de cereales. Además de poder ver cómo era por dentro y funcionaba este silo comarcal -que estuvo operativo hasta 1977-, el castillo cuenta con una colección de 521 variedades de granos de trigo, “un muestrario único, de incalculable valor al incluir especies en desuso o prácticamente desaparecidas” -según las guías-, así como una exposición sobre la historia de la agricultura. (Puedes consultar aquí las tarifas y horarios de apertura).
En la entrada de la localidad, antes de cruzar el Puente de Medina, hay una pequeña ermita, protegida bajo unos pinos. Es la ermita de la Virgen del Camino -la Caminanta-, que mandó construir en el año 1530 el regidor de la villa, Miguel Sánchez. Cada tercer fin de semana de junio, la imagen se traslada en romería hasta la iglesia de San Juan y regresa al día siguiente, siendo una de las fiestas más populares de la provincia de Ávila. En 2005, tras cinco siglos de hermandad masculina, se permitió a las mujeres también portar a su virgen.
Desde este punto, muchos senderistas arrancan sus paseos por la senda fluvial que rodea Arévalo siguiendo el cauce del río Adaja y Arevalillo y donde los chopos, álamos y sauces ofrecen un cobijo sombreado para las jornadas más calurosas. La senda de El Orán también parte de este punto. Se trata de unos 11 kilómetros atravesando bosques de pino negral o resinero y acompañados por la campiña cerealista, donde se puede observar especies de aves como el pico picapinos, el milano real, el cernícalo vulgar, el busardo ratonero o el águila calzada.
La Plaza del Arrabal es el centro comercial de la ciudad. Es una típica plaza castellana, de suelo de piedra y con soportales, donde se suceden zapaterías, mercerías, tiendas de ropa de mujer, bancos... Por la calle Figones se despliega un aroma a asado de leña cautivador, que es otro de los motivos que atrae cada día a decenas de turistas a Arévalo. Y es que los asadores de cochinillo de esta localidad son muy famosos.
En 1990, los hermanos David y Antonio Arias abrieron el asador 'Las Cubas de Arévalo' donde su abuelo tenía un almacén y venta de vinos a granel, cuyas tinajas siguen decorando el comedor principal. “Fuimos el primer restaurante con horno propio, pues antes se asaban los cochinillos en el del panadero”, recuerda Adoración, encargada de la gerencia y esposa de David.
El horno es lo primero que se encuentra el cliente al entran en este restaurante, junto a los óleos que pinta David. “El cochinillo es nuestra seña de identidad. Se los compramos al carnicero Carlos Blanco, y tienen IGP de Segovia”, apunta Antonio. Tiernos en su interior (tienen menos de 20 días) y con el tostón crujiente, se sirven enteros para seis personas o por raciones. Para acompañar, sopa castellana, revuelto de morcilla con piñones, mollejas de lechal a la plancha o judías blancas de La Moraña (pequeñas y con forma de riñón), todo regado con más de 50 referencias de Ribera del Duero.
Para los más golosos, y rematar con un dulce bocado esta excursión, nada mejor que acercarse a la pastelería 'Álvarez' y pedirse unos jesuitas (hojaldres con crema y piñones), unas tortas del veedor o sus afamadas mantecadas, que siguen elaborando de manera artesanal la tercera generación de esta pastelería que supera ya los 110 años de historia.
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