Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
"Hacía muchos años que no caía una nevada así; somos unos afortunados", admite ufana una de las participantes de esta ruta, que se tiene bien pateado este espacio de la sierra de Guadarrama. El día arranca en Rascafría, en pleno valle del Lozoya (Madrid), con unas condiciones de película para una jornada blanca. Ha nevado toda la noche, hay escaso aire y el sol se va abriendo hueco entre las nubes.
A las 9.00 en punto, con el café y la tostada que sirven en 'Casa Briscas' –la cafetería más madrugadora del pueblo– en el estómago, los seis aventurillas se presentan pertrechados con botas altas, doble calcetín, pantalón de esquí, camiseta térmica, jersey de lana, anorak, guantes, bufanda, orejeras y, alguno, hasta con ushanka (el tradicional gorro ruso), que además de calor da glamour. "No os olvidéis de echaros crema solar y las gafas de sol, que en la montaña uno se quema más que en la playa". Es el primer consejo de Nuria Hijano, responsable de MontNature y nuestra guía en este paseo con raquetas por la sierra madrileña.
"Mi pasión por la montaña me viene de muy niña. Soy nieta de un cabrero de Bustarviejo, mi padre tenía una granja y salíamos muchos días a recoger setas y espárragos. Cuando empecé la universidad, me aficioné a la escalada y enfoqué mi carrera profesional al mundo del Medioambiente y el Deporte", recuerda mientras carga su furgoneta con raquetas y bastones. En su día pensó en los Pirineos, incluso en el extranjero, para montar su proyecto turístico, pero finalmente se decantó por este Parque Nacional, con un enorme patrimonio natural y cultural.
El trayecto desde Rascafría hasta el área de descanso del Arroyo Laguna Grande de Peñalara es de apenas 8 kilómetros, y las máquinas quitanieves ya han hecho su trabajo. Esta carretera M-604, que sube al Puerto de Cotos y Navacerrada, es un claro reflejo del cambio climático. "Cuando era pequeña, en el pueblo había nieve casi de manera permanente desde diciembre hasta febrero. Estamos a una altitud de 1.163 msnm, y a los 1.250 ya había una curva que la bautizaron como la de las nieves, porque a partir de ella las nevadas dificultaban la subida al puerto. Sin embargo, con el paso de los años, esa curva se ha ido desplazando a mayor altitud, hasta la actual, que cruza el arroyo del Toril, a unos 1.600 msnm", apunta Nuria mientras ascendemos por un paisaje teñido de blanco.
El punto de partida de la ruta es uno de los lugares más singulares del valle del Lozoya, el arroyo de la Laguna de Peñalara, afluente del río Lozoya, cuyo cauce acompañará durante el primer tramo de la jornada y cuyas laderas son aprovechadas esta mañana, desde muy temprano, por dos hermanos pequeños que se lanzan, gritando a pleno pulmón, en sus trineos.
Pero antes de iniciar la marcha hay que calzarse las raquetas. "Hay varios modelos, aunque todas tienen la funcionalidad de facilitar el andar sobre la nieve. La parte de abajo, la espátula, se clava al suelo y evitamos resbalones; la bota la introducimos por arriba, en un alza que sube y baja para facilitar la escalada. En las raquetas más técnicas, no se puede fijar ese alza, mientras que las de cuerpo de avispa o las de cola de castor sí pueden fijarse", explica Nuria, quien advierte a los novatos que se aprieten bien las correas y las coloquen hacia el exterior para no engancharse y dar de bruces con el suelo.
El otro elemento para evitar que nuestro cuerpo termine rebozado en nieve son los bastones. "Para regular la altura, el truco está en darles la vuelta y cogerlos por la punta, los apoyamos en el suelo y nos tiene que hacer con el codo un ángulo recto", aconseja Nuria, que ya ha detectado que en el grupo de hoy no hay mucho experto montañero. El arranque parece una familia de patitos que siguen a mamá pato.
Pronto, sin embargo, la expedición se adapta a las raquetas y coge confianza para ascender por caminos donde el rey absoluto del paisaje es el pino silvestre, en cuyas enormes ramas se han formado esculturas de nieve que da pena desmoronar al abrirnos paso. "Esta especie ha encontrado en la sierra de Guadarrama un hábitat ideal, similar al de latitudes más al norte del continente. El Parque Nacional es un oasis en medio de dos mesetas áridas, donde las precipitaciones de otoño a primavera permiten el desarrollo de estos pinos, que incluso han desplazado al roble del piso montano", va apuntando la guía.
Hijano llama la atención sobre la variedad de pinos de distintas edades –a los más jóvenes se les conoce como pimpollos– que alfombra la sierra. "Es síntoma de un bosque sano. Aunque ahora no se hace una explotación maderera tan intensa como históricamente en este pinar que gestiona la Fábrica de Maderas Belga, sí que se hacen tratamientos silvícolas que ayudan a regenerar el propio ecosistema. Yo siempre digo a los excursionistas que un árbol vale hoy más por su sombra que por su madera; aunque es cierto que la industria en esta zona ha permitido conservar este espacio y protegerlo de incendios ante el abandono de otros usos, como el del pastoreo".
Además de contemplar la vegetación, Nuria también invita a los excursionistas a bajar la vista durante el trayecto, porque la nieve es una gran aliada para observar la fauna del bosque sin verla. "Las huellas dan fe de que por aquí ha pasado un animal", apunta mientras se emociona al descubrir la huella hundida en el manto blanco de una liebre alpina, que acaba retratada por los teléfonos móviles de los ocasionales montañeros como si se tratara del mismísimo Bigfoot. También se pueden encontrar rastros de jabalíes, corzos, cabras montesas, pequeños mustélidos (ginetas, martas, roedores...) de hábitat muy nocturno, incluso zorros y lobos, "casi imposibles de observar si se va en grupo".
Transcurrida una hora, las ramas del bosque dejan ver el cielo abierto que prometían, a primera hora de la mañana, los sabios del pueblo. En lo alto del cerro, una espectacular panorámica de las montañas del Guadarrama dan la bienvenida a la expedición. En frente, en la Cuerda Larga, se observa una de las zonas geológicas más antiguas de la Península Ibérica, la loma de Pandasco (2.247 m). Su formación merece una parada y explicación por parte de Nuria: "Se formó en la primera orogénesis de la Tierra (la hercínica), y fue sumergida bajo el mar de Tetis. Tras la orogénesis alpina –la que dio lugar a las grandes montañas que conocemos hoy, como Pirineos, Andes, Alpes, Himalaya...– se volvió a elevar, aunque los agentes erosivos han ido retirando todos los restos de sedimentación marina que sí encontramos en otros lugares como los Picos de Europa".
Efectivamente, como muy bien advirtió la guía en Rascafría, la crema solar iba a ser indispensable. El descanso en el claro del bosque comienza a quemar los carrillos de la cara y a resecar los labios. Es el momento de untarse una segunda capa de protector y aprovechar para recargar fuerzas tras un nuevo repecho, que provoca los primeros jadeos de cansancio compartidos tanto por los jóvenes inexpertos como por los veteranos aficionados al senderismo. Un caldito bien caliente, leche con Nesquik y unas galletas de frutos secos con chocolate que, a estas alturas, sientan como el menú degustación de un 3 Soles, porque a mediodía el Sol engaña y las temperaturas en esta altitud han descendido varios grados.
En esta parte más alta de la montaña el sonido de la marcha ha cambiado. Y no solo por algunas quejas de lo duro que está siendo –más impostadas que reales–. Las raquetas van conformando durante la ruta una especie de sinfonía que compone el terreno por el que se pisa: al principio, el sonido que producen las puntas metálicas al golpear las piedras que la nieve todavía no ha cubierto; luego, el que producen al hundirse las espátulas sobre el espeso manto blanco; y finalmente, el crujir en esta parte más elevada, donde el terreno está helado.
Tras la parada de avituallamiento, y descartada por unanimidad la propuesta de uno de los participantes de lo divertido que sería acampar en esta pradera cubierta de nieve que ha servido de merendero, se inicia el descenso. Y lo que parece que va a ser el tramo más sencillo se convierte en unos cuantos resbalones, varios tropiezos –alguno se olvidó de fijar el alza para que la raqueta quede sujeta a la bota– y una tensión mayor en piernas y rodillas al descender por la ladera. Aquí los bastones sí ejercen de buenos aliados, logrando que todos los aventureros lleguen, a pie de carretera, sanos y salvos. Ahí siguen, por cierto, los dos niños lanzándose con sus trineos. La nieve es lo que tiene, que no agota las ganas de diversión.