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Sevilla es una ciudad en la que las evidencias no valen. El Museo de Bellas Artes, una de las principales pinacotecas de España, articula sus salas en función de las estancias del antiguo Convento de la Merced. Su puerta barroca no es realmente su puerta, sino la de la iglesia de este convento, que fue trasladada piedra a piedra desde una calle cercana para embellecer la entrada.
A esa misma iglesia, con una prodigiosa cúpula coronada con el escudo de la orden mercedaria, se llega ahora desde la paz del claustro, desde el que se ve a lo lejos la sobrecogedora imagen de La colosal –pintada para el antiguo Convento de San Francisco, sobre cuyo solar hoy se levanta la Plaza Nueva de Sevilla, de casi siete metros de altura–. Esta Inmaculada de Murillo suele presidir el espacio central del antiguo altar de esta iglesia hoy convertida en espacio expositivo pero, ahora, su lugar lo ocupa la última joya del museo.
En el crucero de la antigua iglesia, un gran mural nos da la bienvenida a Murillo y los Capuchinos de Sevilla, la gran muestra con la que el Museo de Bellas Artes abría el Año Murillo en el mes de noviembre –que celebra los 400 años del nacimiento del pintor–.
La muestra se convirtió en la más visitada de la historia del museo y la integran los cuadros de uno de los conjuntos pictóricos más ambiciosos, creados en el siglo XVII para el convento capuchino que aún pervive fuera de las antiguas murallas de la ciudad. Tras la invasión napoleónica, en la que el patrimonio de la ciudad, sobre todo el pictórico, fue víctima del expolio, los cuadros se dispersaron de manera preventiva para ponerse a salvo y este Año Murillo hemos podido verlos reunidos dos siglos después.
Una de las piezas que se marcharon de Sevilla fue precisamente el cuadro central que hoy ocupa el tradicional lugar de La Colosal, el llamado Jubileo de la Porciúncula, que representa a San Francisco arrodillado ante un luminoso rompimiento de gloria en uno de sus milagros. Cuando el cuadro llegó a Sevilla desde la ciudad alemana de Colonia, comenzó la restauración de esta obra que se quedará en Sevilla hasta 2026.
"Es un acontecimiento excepcional desde el punto de vista de la historia del arte y de la ciudad, con un componente emocional potentísimo, el de recuperar una pieza que tras la invasión francesa y por una serie de avatares termina en una colección extranjera", decía Valme Muñoz, directora de la pinacoteca cuando llegó el cuadro desde Alemania.
Allí, se acompaña de otros 17 lienzos entre los que se encuentra Santo Tomás de Villanueva entregando limosnas a los pobres, considerada una de sus obras maestras, o la llamada Virgen de la Servilleta, un pequeño cuadro que ocupaba el refectorio del convento capuchino y que, a pesar de lo que diga la leyenda, no fue pintado sobre una servilleta de tela sino sobre un grueso lienzo. Lo que sí conserva es la fascinación y el cariño de los sevillanos, a los que sus abuelos llevan décadas descubriéndoles que, aunque te muevas de un lado a otro, la Virgen y el Niño del cuadro te siguen con la mirada.
Al lado de este antiguo convento, una pequeña capilla, la de la Hermandad del Museo, también vio desaparecer un Murillo: La resurrección del Señor. Pero este año se subsanará el expolio, ya que desde el 21 de junio el Archivo de Indias, edificio Patrimonio de la Humanidad y uno de los centros documentales más importantes de España, expondrá esta obra junto a otras dos del autor, alojadas habitualmente en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
Son éstas obras de la época de juventud del pintor y se mostrarán en el edificio en el que, en su época Casa Lonja de la ciudad, Murillo fundó la primera academia de pintura junto a Juan de Valdés Leal y Francisco de Herrera, el Mozo. La constancia de aquella fundación queda hoy patente en un documento que guarda la Real Academia de Bellas Artes de la ciudad, tras los muros de piedra de la llamada Casa de los Pinelo, otro de los puntos de los itinerarios de este Año Murillo.
20 lugares en un recorrido comisariado por uno de los expertos en Murillo más importantes a nivel mundial: Enrique Valdivieso. Para él, estos itinerarios son "un paseo por las zonas que marcaron la vida espiritual de Murillo, algo que no consiste en ir a un museo, sino en ir a los sitios concretos donde pintó". En este viaje se incluyen lugares de importancia monumental como los Reales Alcázares –que han diseñado unas visitas teatralizadas nocturnas con Murillo como protagonista–, la Casa de Pilatos, el Palacio de Dueñas o la Catedral.
En esta última, puede visitarse la muestra La mirada de la Santidad, en la que el templo catedralicio ha puesto en valor sus cuadros de Murillo, como los San Isidoro y San Leandro de la Sacristía Mayor –primeros encargos a Murillo para este templo–, los ocho cuadros de la Sala Capitular presididos por una Inmaculada Concepción o la imponente Visión de San Antonio de Padua, de casi seis metros de alto y del que, a finales del siglo XIX, un ladrón recortó la figura del santo al amparo de la noche, acabando este trozo en Nueva York, desde donde volvió a Sevilla un año después del robo.
Pero si las obras de Murillo han sufrido una etapa oscura, esa fue tras la entrada de las tropas de Napoleón en España a principios del siglo XIX. Entonces Sevilla conocería a uno de sus archienemigos más notables: El Mariscal Jean de Dieu Soult. Fascinado con la pintura española, entró iglesia por iglesia requisando para un futuro museo napoleónico las grandes obras de arte de la ciudad. Y tenía una especial fijación por Murillo.
En el Hospital de la Santa Caridad, uno de los conjuntos barrocos más imponentes de la ciudad, un grupo aguarda en la penumbra de la entrada de la 'casa de los pobres' el inicio de un relato que comienza con unas atarazanas levantadas por Alfonso X. "Aquí vamos a descubrir un lugar que guarda un viaje en el tiempo. Y vamos a hacerlo como lo conocieron Miguel Mañara, Valdés Leal y el propio Murillo", dice Ángela, una de las guías de 'Engranajes Culturales'.
La visita comienza en los patios gemelos de este hospital que levantó Miguel Mañara, notable de la ciudad que en un vuelco vital decidió consagrar su existencia a los más pobres y desahuciados de una Sevilla, aún opulenta, en la que "los ricos eran muy ricos y los pobres, muy pobres".
"Desde el siglo XV se conoce el origen de esta hermandad cuyo cometido primitivo era dar enterramiento a los ajusticiados y a los ahogados en el Guadalquivir", y que tras la llegada de Mañara se consagraría también a cuidar de los vivos, los desvalidos y los enfermos. Para ellos, sobre las naves góticas de las Atarazanas, construye una maravilla barroca, que tiene su mayor tesoro en la iglesia, en la que Mañara contrató a los mejores artistas para plasmar las obras de misericordia que debían atender los hermanos de la Santa Caridad.
A ella se entra en esta visita solo con un pequeño candil en la mano y en completa oscuridad, como debió verla Murillo. A golpe de candil, en la penumbra van apareciendo poco a poco las tallas de Pedro Roldán, los cuadros de Valdés Leal y las pinturas de Murillo: las originales y también las copias. Siete firmados por Murillo y cuatro maravillosas copias que el expolio repartió por el mundo. "Es maravilloso ver los cuadros surgir de la oscuridad, porque cuando ves la iglesia encendida, hay tanto que mirar que no aprecias lo que tienes delante", dice una de las visitantes.
En la cercana sala de cabildos, entrando desde el prodigioso coro de la iglesia, también reposa el crucifijo. Una talla sencilla que era lo último que veían los condenados a muerte de la ciudad cuando los hermanos de la Santa Caridad los atendían antes de mirar a los ojos a la muerte. Y en el pasillo, como cuenta Ángela, una relación de notables hermanos de esta corporación que ponía rígidos requisitos para formar parte de ella.
Entre una lista interminable de nombres, un candil alumbra el nombre de Bartolomé Esteban Murillo, del que en este edificio también se conserva su solicitud de entrada a la hermandad. En ella, según cuenta la guía de 'Engranajes Culturales', por el dorso se lee que no solo fueron criterios de forma de vida y linaje los que se tuvieron en cuenta, sino también valores artísticos, por lo que ya se contemplaba que trabajara en la decoración del conjunto de la iglesia.
Si lo que se quiere también es tener una perspectiva más tecnológica del barrio en el que se enmarcaba este hospital en la época en la que vivió Murillo, pueden recurrir a la visita virtual de la empresa 'Past View' por el Arenal al que llegaban los barcos de América y que era Puerto de Indias.
A través de unas gafas de realidad virtual, vemos a uno de los aprendices de Murillo en el antiguo Arenal de Sevilla recogiendo un encargo de pigmentos de su maestro en el puerto, y es él mismo el que nos cuenta la historia de la Sevilla casi marítima del XVII.
Además, en 'Engranajes Culturales' acaban de estrenar también una ruta nocturna, esta vez alumbrada por velas, por el Hospital de los Venerables, en el corazón del barrio de Santa Cruz. Para este edificio, hoy sede de la Fundación Focus Justino de Neve, canónigo de la catedral y protector de Murillo, le encargó –entre otras– la que probablemente sea su mejor Inmaculada, la llamada Soult porque era uno de los cuadros favoritos del mariscal francés y que estuvo en Francia durante décadas.
Curiosamente, volvió a España como una declaración de intenciones del gobierno francés de Vichy con Franco, buscando su apoyo, una noche de tren cruzando entre el misterio los Pirineos. Cuando llegó a Madrid, allí se quedó y nunca volvió a Sevilla, custodiándola a día de hoy el Museo del Prado. Aún así, aquí podemos ver el San Pedro Penitente, de Murillo, recuperado hace solo unos años y que fue hallado –se creía desaparecido– en una caja fuerte de la Isla de Man.
Muy cerca de los Venerables no solo se encuentra la casa en la que se piensa que murió Murillo y que este año se ha transformado en el centro de visitantes de la efeméride, también la maravilla barroca de la Iglesia de Santa María la Blanca. Allí, también con la oscuridad de la noche, esperan Carlos Maura y Luis Martínez, dos veinteañeros de Historia del Arte que enseñan durante este mes la iglesia con la única luz de las velas del altar –aunque esperan poder seguir con las visitas en septiembre–.
Primero mezquita, luego sinagoga y, finalmente, iglesia barroca. Santa María la Blanca tiene probablemente la bóveda decorada más espectacular de la ciudad. "Esta iglesia estaba muy bien posicionada económicamente porque dependía del Cabildo catedralicio", cuenta Carlos, nombrando una vez más a Justino de Neve. Fue él quien supervisó la reforma barroca del templo y contrató a Murillo porque "con él mantuvo una relación muy estrecha hasta su fallecimiento, llegando a testificar en la muerte del pintor".
"A partir de la decoración de esta iglesia, la carrera de Murillo pega un verdadero despegue", cuenta el guía en la penumbra. Mientras, la música del órgano en directo suena para hacer de intermedio entre las explicaciones, creando un clima de recogimiento absoluto a la luz de las velas que nos traslada, a través de la música, a la época de apertura del templo.
Fue también cruelmente expoliada esta iglesia y los cuatro lunetos pintados por Murillo partieron a otras ciudades del mundo, aunque dos estén en el Prado actualmente. Hoy podemos observar cuatro magníficas reproducciones, aunque también un original, en la nave del Evangelio de la iglesia: La última cena –también parte de las pinturas murales fueron diseñadas y puede que incluso pintadas por el sevillano–.
Este Murillo, de su época más tenebrista, está tan vinculado a la iglesia que Carlos cuenta que el cáliz que está pintado sobre la mesa es un cáliz que existe aún, sirvió de modelo a Murillo y se conserva en el templo. Como curiosidad, este lienzo iba destinado a la Capilla Sacramental que se encuentra al otro lado de la iglesia. Pero hubo un contratiempo. "Este cuadro iba a moverse a la nueva capilla, pero se instaló la reja que separa este recinto de la iglesia y se dieron cuenta de que el cuadro no cabía por la reja, así que hubo que dejarlo donde estaba", explica.
Pero el Año Murillo no solo se encuentra encerrado en los grandes edificios, sino que se encuentra en la calle: en la exposición urbana de la Avenida de la Constitución, en las rutas teatralizadas por las calles y, desde hace solo unos días, en el Convento de Santa Clara.
Allí, a los pies de la gótica Torre de Don Fadrique y rodeado del frescor de los jardines, la tecnología, la danza y el teatro se dan la mano en el espectáculo Los niños de Murillo. Con este montaje no solo se viaja al Murillo que, más allá de su obra sacra, retrató con tremenda dulzura la pobreza de una Sevilla cuyo esplendor imperial se apagaba, la Sevilla de una epidemia de peste que vivió y que asoló la ciudad. "La propuesta convierte la emblemática torre, todavía una gran desconocida para los sevillanos, en una pantalla sobre la que aparecen los pícaros que, con tanta vida y realismo, retrató Murillo. Pero ahora, por vez primera, el espectador podrá verlos jugar, trepar, trapichear, asomarse o esconderse por sus ventanas y puertas", explican sus creadores.
Mientras, los bailarines juegan con las proyecciones del mapping en un espectáculo de luz y movimiento. "Es un programa perfecto para las noches de verano, que juega con la noche, con la fuerza de las imágenes en movimiento, con el territorio y con la danza, una disciplina cuyo lenguaje elimina la barrera idiomática y convierte el espectáculo en una propuesta apta para los turistas que cada día nos visitan", ha dicho su director, José María Roca.
Y esto solo es el principio, ya que queda Año Murillo hasta el inicio de 2019. Otra exposición abrirá en otoño bajo el lema Aplicación Murillo y con varios espacios expositivos, con la que se busca "incluir piezas que permiten atender a la permanencia iconográfica del maestro en la cultura popular, pinturas, grabados, estampas publicitarias y trabajos de arte moderno y contemporáneo que se apoyan en formas y modos de hacer que Murillo ensayó en su tiempo".
Y como colofón, en la pinacoteca que recibe la sombra de su majestuosa estatua en la Plaza del Museo, el 29 de noviembre, será el Bellas Artes el que reúna en Sevilla más de 50 obras venidas de museos y colecciones privadas de todo el mundo, una antología abarcando todas las facetas del artista en la ciudad de la que nunca se despegó por muchos cantos de sirena que sonaran desde la Corte. Una forma de abrazar al pintor e intentar, en cierta manera, devolver a la ciudad las obras de las que el expolio privó a Sevilla. Un año para Murillo y un año para Sevilla.
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