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Recorrer la ribera del Nansa -que en la mayoría de los tramos tiene pueblos auténticos, aún sin destrozar- en invierno e inicio de primavera, cuando el follaje aún no oculta el caudal del río, es una aventura que da mucho a poco coste. Senderos que en el esplendor del verano y el otoño de tonos rojos alumbran el día, pero ocultan más el agua. Porque este agua, ese bien por el que cada día peleamos más, limpia todo. En la tierra y en los humanos.
Da igual que empieces por subir aguas arriba -desde la Tina Menor- o en Peña Sagra, para seguir aguas abajo. La tónica siempre va a ser la sorpresa ante rincones de cristalinos donde se bañan cormoranes y patos; puentes históricos a los que se arriman las vacas Tudanca -la villa que está en estas orillas y da nombre a la raza de vacuno-, pueblos impecables, con casitas montañesas cuidadas y casonas históricas, orgullosas de sus grandes escudos que, ostentosos, revelan el carácter del hidalgo cántabro, como sucede en Cosío.
La naturaleza le ha regalado de todo al Nansa. Cuevas que están ya en la historia de esta península, como la de Chufín (sus pinturas prehistóricas están protegidas) y El Soplao; embalses famosos como Palombera; torres (la de Obeso por ejemplo), ermitas e iglesias, miradores, rutas fluviales... Tienes que elegir. Aquí, como la primavera está en pañales, hemos escogido disfrutar del río y sus orillas ante la oportunidad que ofrecen los árboles aún desnudos.
Aguas arriba, desde el puente de la Tina Menor, el espectáculo ya es único. En el bar de Luismi ('La Barca') se mezclan desde los sabios de la zona, que comentan el último sorteo del puesto para la captura de angulas -reguladísima- hasta los chavales que llegan para hacer SUP o los peregrinos del Camino de Santiago, todos con paradas de café y sobao. 'La Barca' es uno de esos puntos de encuentro que ya hubieran querido los de la Ruta 66.
El primer pueblo de la desembocadura del Nansa, con el caudal ya convertido en un señor río al que hay que tratar de usted, es Muñorrodero, víctima propiciatoria de las crecidas de primavera, año tras año. Aunque en las últimas décadas se arreglaron las orillas (incluyendo puente y parque preparado para las crecidas) de forma que cuando el Nansa baja chulo y desborda, tenga el agua por donde escaparse y no siempre inundando prados y casas.
En “Muño”, además de admirar las ruinas de un viejo molino harinero que debió de ser espléndido, comienza la senda fluvial del Nansa, una pasada. Es fácil de encontrar, al lado de la puerta del cementerio y enfrente del vivero de plantas. Un recorrido por la senda -en cuyas paredes alguno practica la escalada- ya es un aperitivo de lo que espera al caminante.
Cada pueblo merece un vistazo, un paseíto como los que lucen Celis y Celucos, por su puente, el más antiguo presume Jorge, el del restaurante 'La Portilla' (el mejor cabrito de la zona, apuntan los comilones). Las calles cuidadas de Celis, su par de casonas al pie de la carretera, el recuerdo de las herrerías, además de los molinos, son la tónica del territorio.
Y es que si los ríos dan vida a todo lo que crece en sus alrededores, el Nansa ha dado modo de vida, riqueza y costumbres. ¿Quién no ha oído hablar de los Saltos del Nansa? Hoy es una eléctrica integrada en una boyante empresa de energía; pero además de luz, el río, la tierra y la roca que orada, dió pie también a las herrerías, que cubren sus orillas. Hierro, luz, agua, pesca.
Solo que todo tiene su lado oscuro, aunque provenga de la mayor luz. Los saltos del Nansa -cuatro grandes embalses- dificultaron la vida del salmón, incapaz de saltar los grandes muros como el de Palombera y La Cohilla (en Polaciones, mucho más arriba). Por eso en los últimos tiempos, al pie del muro de Palombera se ha creado una escalera para que los salmones puedan seguir río arriba. El asunto es que en años como el pasado 2023, los salmones ni llegaron por el bajo caudal de los ríos salmoneros.
En Celucos aún se puede ver la central eléctrica, que sigue en funcionamiento. A menudo, para cruzar de uno a otro lado del río se utilizaba una silla y un cable que funcionaba mediante polea, especialmente para los pescadores. Hoy queda alguna en la ruta fluvial, pero no es recomendable usarla con niños y sin experiencia.
Las herrerías fueron otra de las fuentes de riqueza de los habitantes de las orillas del río. En Celis aún hay rastros, uno de los municipios se llama Herrerías, y en Cades, a las puertas de Palombera, hay una visita obligada, la de la Ferrería de Cades, restaurada hace unos lustros y una muestra estupenda de lo que eran y cómo funcionaban. No es solo para niños, adolescentes y adultos salen encantados de la visita.
El agua, los arroyos y las pozas son la constante del curso del río, cuyo nombre está presente en el de la comarca -Rionansa- en los pueblos -Puentenansa- y es venerado por los ribereños casi tanto como el monte del que baja, Peña Sagra. Nansa significa “estanque pequeño para peces”. O también, “cesta cilíndrica de boca estrecha por la que pueden entrar los peces pero no salir, usada por los pescadores”.
A la Cueva del Moro Chufín solo se puede acceder con un permiso especial. Su entrada es todo lo misteriosa que puede ser un hueco en la roca a menudo tapado por la maleza. Es patrimonio de la Humanidad de la Unesco, dentro del conjunto Cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico de la cornisa cantábrica.
Las leyendas hablaban de un moro Chufín que se había dejado un tesoro dentro de la cueva, pero de diamantes y oro no hay nada. Hay otro tesoro: “En Chufín se han encontrado diferentes niveles de ocupación. Situamos el periodo de ocupación durante el periodo Solutrense Superior (hace 18 000 años), aunque si tenemos en cuenta las representaciones rupestres, obtenemos dataciones de entre unos 20.000 y unos 25.000 años”, según las guías de turismo. Pero es un lujo al alcance de no muchos y su mantenimiento, un problema dado el avance del nivel del mar.
El río siempre ha dado para mucha literatura. Desde la del inefable José María de Pereda, que en Peñas Arriba se patea este paisaje, sitúa la casona de Tudanca y da lustre y leyenda -merecida- a la Sierra de Peña Sagra, hasta el mucho mejor José María de Cossío, que vivió en la Casona de Tudanca -donada al municipio y con una casa museo que merece visita- conde una parte importante de la Generación del 27 se alojó. Rafael Alberti escribió en la casona de Cossío una parte de La arboleda perdida.
Tan amada como el río es esa sierra en la que nace, Peña Sagra, esa que Pereda se pateó y utilizó en sus obras. Es una cuerda de cimas que superan los 2.000 metros, su cumbre es conocida como el Cuernón de Peña Sagra. Con la recuperación de las mitologías cántabras, algunos la vinculan con el monte Medulio, el lugar donde se desarrolló la principal batalla de las guerras cántabras contra los romanos.
Su nombre, Peña Sagra, ya indicaría lo importante que es para las historias cántabras, solo que los gallegos entrarían en liza frente a esta interpretación, asegurando que el monte Medulio estaba en Galicia. Leyendas que visten el territorio de un aura que combina bien con el sonido del Nansa, las decenas de colores del verde en las riberas de sus bosques, las nieves en la Peña Sagra y las raíces cántabras, que intentan recuperarse con ayuda de las anjanas.
Las riberas del Nansa, desde la Tina Menor hasta Polaciones, cuentan con casas rurales, bares y restaurantes con una relación calidad-precio aceptable. En el caso de 'La Portilla' (Celis) es bien conocida la calidad del cabrito, su especialidad.
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