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Prietos y Pretos son los apellidos más comunes en este pueblecito que son dos a la vez. Los primeros pertenecen a España y los segundos a Portugal, aunque pisen las mismas piedras que la historia ha ido puliendo a través de los siglos. Rihonor de Castilla, en la provincia de Zamora, y Rio de Onor, en el distrito de Bragança, forman un pueblo mixto único en la península ibérica, un unidad poblacional donde la frontera, en vez de separar, unió a sus habitantes.
A Ruidenore, en lengua leonesa (perteneciente al municipio Pedralba de Pradería), llegamos desde La Puebla de Sanabria por la carretera autonómica Z-921, atravesando la parte más occidental de la sierra de La Culebra, en el noroeste de la provincia de Zamora, un espacio natural de leyendas de lobos y cuentos fronterizos.
Como la mayoría de los visitantes, al dejar nuestro coche buscamos un punto que separe los dos países para constatar dónde estamos, si seguimos en Castilla y León o en la histórica región lusa de Tras os Montes.
Queda poco para que caiga el sol y los riodonenses regresan de sus huertos con cubos llenos de hortalizas recién cortadas. Unos en dirección al barrio de arriba, España, y los otros al baixo, en la parte portuguesa. Todos se paran para preguntar por la familia porque muchos de ellos se emparentaron entre sí constituyendo vínculos que perduran en el tiempo.
Casas con solera de siglos y otras de nueva construcción nos hacen ver que este pueblo, de unos cincuenta habitantes, se va poniendo al día gracias a los que vuelven a casa de la inevitable emigración y a jóvenes que buscan un hueco en este "oasis perdido", como lo definió el etnólogo portugués Jorge Dias cuando conoció este lugar donde "nueve meses del año son de invierno y tres de clima paradisíaco", según él.
Pizarra y piedra, dos plantas para separar animales y humanos, balcones de maderas arqueadas por el tiempo y toques de colores florales son los elementos principales de las viviendas tradicionales en ambos lados de la raya, una arquitectura alistano-transmontana que nos hace viajar al pasado del viejo Ruidenore, nombre original de este lugar que ya existía en el siglo XII, justo cuando se separó el reino de Portugal del cercano reino de León.
El riodonés, un dialecto común casi extinto, perteneciente al grupo astur-leonés, permaneció unido hasta hoy a pesar de los intentos que pretendieron separar los dos barrios que siguen teniendo dos cuerpos y un alma.
"Aquí todos somos familia", nos cuenta don Manuel, un zamorano de Rihonor de Castilla que tiene repartidas las tierras en los dos países. "Tengo fincas en ambos lados de la frontera y jamás he tenido problemas. Pago impuestos en los dos países aunque me sienta español", afirma mientras toma sol en el porche de su casa.
Su acento de castellano viejo contrasta con el perfecto portugués cuando cambia de lengua para detallar algunos nombres de la comarca, demostrando así que los vecinos de ambos lados son bilingües de cuna. De pocas palabras, pero contundente, don Manuel define los "rionores" como "un pueblo, dos países". En realidad siempre estuvieron unidos los vecinos por la sangre que intercambiaron y por la tierra que compartieron.
Sin darnos cuenta retrocedemos una hora mientras cruzamos el puente de piedra del río Comtensa, que en esta orilla se llama río de Onor. Estamos en un huso horario diferente sin mudarnos de pueblo y se nos viene a la memoria otro puente que nos une a Portugal, el más pequeño de todos los puentes internacionales del mundo que, con sus 3,20 metros de longitud, salva el río Abrilongo uniendo el caserío pacense de El Marco con su homónimo portugués y alentejano.
Pero si buscamos entre los 38 pasos fronterizos que compartimos con nuestro país vecino, no encontraremos el que narramos por el hecho de ser un camino vecinal perdido entre los casi 1.300 kilómetros de frontera que dividen los dos países.
Cada vez llegan más viajeros a este enclave remoto atraídos por la desconexión y el descanso, en busca de la vida silenciosa y del sonido fresco de su río. Aquí no hay restaurantes donde saciarnos pero sí podremos satisfacer nuestro apetito en el único bar del pueblo, un local que comparte la asociación cultural de Rio de Onor con los curiosos que llegan al pueblo.
Los magníficos quesos de cabra o las alheiras transmontanas, embutidos tradicionales de diferentes carnes que los judíos hacían con carne de gallina, se comparten con las bolas, unos panes grandes rellenos con trozos de chorizo y tocino que nos confirman la espectacular variedad de los panes portugueses.
Marisa es quien cocinó la bola de pan de carne y nos cuenta su parentesco con los españoles del barrio alto: "Tengo primos y sobrinos que se casaron con españoles hace muchos años", asegura en ese 'portuñol' dulzón que tienen los locales. "Las calles de nuestro lado son más bonitas y están mejor cuidadas", nos cuenta Marisa con cierto orgullo.
Los regulares adoquines de las calles de la parte portuguesa resaltan como en cualquier núcleo urbano de este país y contrastan con las de sus vecinos españoles, más rústicas y menos cuidadas. No nos extraña que tres presidentes portugueses hayan paseado por sus calles durante las visitas oficiales que han hecho a este pueblo, único en su especie.
"Lo universal es lo local sin paredes", nos contaba el inolvidable escritor portugués Miguel Torga, un médico trasmontano que conoció bien la tierra de la que hablamos y definió este pueblo como una metáfora de Iberia.
Huertos comunales en terrenos de todos y de nadie a la vez, molinos compartidos para molturar grano y decisiones conjuntas en concejos abiertos, son otras de las peculiaridades de esta aldea que quisieron separar por una cadena que resultó más cómica que efectiva.
Fue el temido guardiña Piñeiro, teniente de la guardia fiscal portuguesa, quien se responsabilizó de colocar una cadena "antiimperialista" que separara lo inseparable. Corría el año 1974 y los militares portugueses se levantaron contra el régimen dictatorial de Oliveira Salazar, que llevaba en el poder desde 1932.
La Revolución de los Claveles, como se llegó a conocer en todo el mundo, hizo retornar la democracia a Portugal. En previsión de una invasión extranjera, Piñeiro colocó una cadena en un camino vecinal que separaba el Rionor de abajo del de arriba y se quedó con la llave.
El paso de los turismos se vio afectado por el corte, pero los tractores que trabajaban las viñas, en la margen derecha del Contemsa, o la agricultura cerealista, en la izquierda, pasaban como siempre. A pesar de las protestas vecinales ante tan absurda decisión, la cadena permaneció hasta 1990.
En realidad la única molestia fue el significado que tuvo ante la población de esta pequeña Shangri-la ibérica. Difícil sería ponerle cadenas a los ríos. España comparte con Portugal cinco de los grandes ríos que hacen de frontera natural en alguno de sus tramos.
Uno de estos ríos es el Duero y estamos a una hora de otro de los paisajes únicos, el mayor desfiladero fluvial de la península ibérica y uno de los espacios naturales más vistosos de Europa. Es de los Arribes del Duero y nos vamos de Rihonor por la carretera ZA-912 hasta Miranda do Douro, una población fronteriza dedicada al comercio.
A unos 80 kilómetros río arriba, en el paraje del mirador de Sao Joao, las rocas amarillas de la margen española del Duero se iluminan de amarillo contrastando con el agua del fondo.
Aunque ya no naveguen los legendarios rabelos, las embarcaciones que trasportaban las barricas con vino de Oporto, sí se pueden ver los pequeños cruceros destinados al turismo fluvial gestionados por una empresa española. Allí nos quedamos viendo cómo cambian las luces entre los riscos y entre las aguas comunes, entre dos países con un paisaje compartido.
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