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Son las 10:00 de la mañana de una agradable mañana de otoño. Frente a las piscinas naturales del pueblo Descargamaría, José María Hernández espera con su 4x4 a los visitantes que ese día se embarcarán en una ruta de 4 horas por el valle Árrago, una de las zonas más naturalizadas y escarpadas de la Sierra de Gata, en Cáceres. Una vez todo listo, se abrochan los cinturones y el guía arranca el motor.
En la puerta del 4x4 se lee 'Mi Sierra de Gata', el nombre de esta empresa que hace en 2021 puso en marcha este técnico de medio ambiente nacido en Sabadell, pero criado en el pequeño pueblo de apenas 70 habitantes desde el que partidos. Es el único que organiza estas rutas por la zona y no es fácil -por la orografía del terreno- llegar de otra forma hasta los tesoros que esconde el recorrido.
Los primeros 5 kilómetros de la ruta son todo subida. El todoterreno supera en poco tiempo un gran desnivel lleno de baches que nos adentra poco a poco en los bosques de pinos, helechos y frutales de este bonito entorno natural del norte cacereño. "Estamos en un auténtico vergel", anuncia José María. "Aquí las lluevas descargan entre 100.000 y 120.000 miligramos anuales de agua. El clima es agradable y por eso estamos rodeados de todo este verde exuberante", dice mientras señala a lo lejos los olivos de aceituna manzanilla extremeña repartidos en bancales, junto al pueblo de Descargamaría que va empequeñeciendo según ascendemos.
El camino nos regala una nueva dosis de paisaje. Esta vez, son los pinos resineros los que ocupan la mayor parte de las vistas. "Junto a Galicia, esta zona tiene los pinos con mejor regenerado natural de España. Aquí hubo un incendio en 1991 y todo lo que veis ha crecido sólo", destaca el conductor, que detiene el coche frente a un gran cortafuegos donde hace hincapié en la importancia del cuidado de los bosques por parte de los trabajadores forestales. "El cortafuegos no sólo facilita el acceso al monte de bomberos y forestales, sino que también sirve como distribuidor de parcelas", apunta.
Arranca de nuevo el jeep y José María prosigue con su explicación. Le gusta que sus visitantes conozcan cada detalle del entorno en el que vive y cómo subsistían aquí la gente de los pueblos. "En esta zona de la Sierra de Gata se vivía con una economía de autosuficiencia. Todos se han criado debajo de una cabra", dice entre risas. Y así era, "y entonces los castaños ocupaban toda zona para alimentar a esos animales, hasta que entraron en desuso por la emigración, y el pino fue invadiendo todo". Por suerte, aún quedan alguno castañares, como el que se extiende hacia Ovejiuela, el primer pueblo que ya pertenece a la comarcca de Las Hurdes.
Casi a 1000 metros de altura, llega una de las paradas más ansiadas de la ruta. La de la "piedra montá", como la conocen los lugareños, o el "dolmen", como la llama José María. "Siempre habíamos pensado que era un dolmen hasta que unos amigos arqueólogos vinieron a verlo y me dijeron que no", cuenta como anécdota. Dolmen o no, la gran piedra caliza que parece flotar sobre el paisaje otoñal impresiona, da auténtio vértigo, aunque una vez sobre ella, su anchura te da seguridad. "Fijaros bien, hay toda una hilera de piedras en pico en esta colina, menos esta, que debío caer en horizontal sobre otra piedra". Su ubicación es la preferida para los que quieren subir una foto a instagram haciendo "surf mountain": "sólo hay que subir a la piedra, posar de la forma más divetida, y hacerte la foto".
Desde la piedra, se puede observar una suave línea de montañas en el horizonte que nos lleva a Portugal, situado a apenas 20-25 kilómetros en línea recta. También las marcas de los cortafuegos, que separan muy claramente las diferentes parcelas; la Torre de Almenara, de origen musulmán, que "servía para comunicar el Castillo de Trevejo con el de Santibáñez"; o el Convento del Hoyo, cuyas ruinas están invadidas por las ramas de los alcornoques.
A los pies del vehículo, José María nos da una pequeña lección de botánica a través de la experiencia, invitándonos a tocar las diferentes plantas del entorno y adivinar su uso y propiedades. Así tenemos la jara pringosa, pegajosa al tacto y de donde se obtiene el ládalo, un fijador muy utilizado en perfumería. "Antiguamente, metían las cabras peludas entre los jarales para que el pringe se quedara pegado en los pelos de la barba y en la barriga. Luego las esquilaban y de ahí obtenían el ládalo", desvela el extremeño. También nos descubre la suave quiruela, utilizada para hacer escobas y brochas para pintar; la carquesa, una especie ruda que, gracias a su resistencia al fuego, "se usaba para chamuscar los pelos de los cerdos, durante la matanza. Luego, con esa misma planta raspaban la piel para quitarlos, a falta de cuchillos".
Otra muestra de cómo las gentes de esta sierra se abastecían de lo que les daba la naturaleza es el brezo. "Aquí crece brezo de flor morada y de flor blanca. Con los tallos del brezo se hacían esas escobas con las que luego se barrían los excrementos de las cabras, futuro abono para las fincas. La raíz de la planta, de gran poder calorífico, se usaba como carbón; y con la cepa de la flor blanca (no la morada) se tallaban figuras y utensilios de cocina", explica este naturista de 48 años, que anima a la gente a venir en primavera, cuando el paisaje se torna color morado gracias a estas plantas.
El recorrido depara muchas más sorpresas. Ya en su altura máxima, a 1100 metros, llegamos al muladar, donde antiguamente daban de comer a las mulas. Hoy es el sitio favorito de multitud de buitres negro y buitres leonados que, al ver aparecer el 4x4, comienzan a planear en círculo sobre nuestras cabezas. "Se calcula que aquí viven más de 90 parejas de buitre negro y otras tantas de leonado, siendo una de las colonias más importantes de toda Europa".
A los pocos minutos, el cielo se llena de decenas de estas aves. "Son buitres muy diferentes", explica el extremeño, al tiempo que reparte los prismáticos. "El buitre negro es un poco más grande y cría en los árboles; en cambio el leonado lo hace en las rocas. Ambos ponen un único huevo a los 60 días, y aún necesitan otros 100-120, para abandonar el nido. No es hasta la edad de 5 años cuando alcanzan la madurez sexual y pueden reproducirse", comenta el guía, que también recuerda la presencia de otras aves como el milano real, el milano negro, el halcón peregrino, el águila real, la culebrera, la cigüeña negra o el halcón abejero, entre otras muchas.
La ruta sigue hacia las antiguas minas romanas, que funcionaron hasta los años 50 y donde se divisa un curioso pinar con dos especies muy diferentes: el pino silvestre y el pino pinaster. Muy cerca, se halla el respiradero de la mina de oro, ahora vallado por seguridad, y por el cual el guía lanza una piedra al fondo. "Debe haber entre 20 y 25 metros de profundidad. Ahí abajo está lleno de galerías", señala.
La sorpresa está en una de las entradas, inaccesible por su peligrosidad. Desde fuera, se ve cómo algo brilla en su interior. ¡Es oro!, dice José María, dejando a todos pensativos. Pero no, sus risas desvelan que es algo muy diferente: musgo, un musgo que cubre parte de las rocas y que, en contraste con la oscuridad, parece "kriptonita" gracias a su luz fluorescente. "Para que veáis que todo lo que brilla no es oro", continua bromeando.
La última parada antes de regresar por el camino andado es el Mirador del Chorro de los Ángeles, cuya principal atracción es una cascada que toma el nombre del cercano convento de Los Ángeles, ya en ruinas. Un rincón inhóspito para desconectar del mundo. Dos mastines de un rebaño cercano de cabras descansan bajo la sombra de los árboles que hay junto al mirador, quizás atraídos por el olor de los que se acercan al merendero de piedra donde José María pondrá el broche final de la visita con un tentempié casero de embutidos ibéricos caseros.
Pero antes, hay que asomarse al mirador. En frente, un gigantesco acantilado arropa el chorro de agua de una cascada de 200 metros de altura que, según avance el otoño, irá cargándose más y más. Un paisaje remoto y de difícil acceso, donde cada año anidan entre 30 y 40 parejas de buitre leonado, además de un par de alimoches. En la parte inferior de la cascada, se pueden ver varias pozas con los prismáticos, mientras que el sonido del agua pone la banda sonora a un paisaje cautivador al que te quedarías horas mirando.
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