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La inmensa mayoría de visitantes de la Sierra de Albarracín acuden atraídos por la preciosa villa medieval que le da nombre. Pero esta zona al oeste de la ciudad de Teruel posee otros muchos lugares ideales para una escapada. Hay pinturas rupestres catalogadas como Patrimonio de la Humanidad o senderos que discurren entre bosques y roquedos de fotogenia especial, al igual que surgen paseos a orillas de ríos encañonados donde los que no tengan miedo al agua fría, además, podrán darse un chapuzón. Así ocurre en el Barranco de la Hoz en Calomarde.
El pueblo de Calomarde está a poco más de 20 kilómetros de Albarracín. Y viniendo desde allí, es necesario atravesar el núcleo urbano para toparse con el camino que se adentra en el barranco. Esa ruta nace al lado derecho de la carretera, mientras que a la izquierda y un poco más allá se halla el aparcamiento. Así que, una vez apagado el motor del coche, toca ponerse el calzado apropiado para el monte, protegerse bien con crema solar, llevar algo de agua, algún fruto seco y, por supuesto, un traje de baño por si nos atrevemos a sumergirnos en las aguas del río Blanco.
El inicio del camino desde el caserío de Calomarde plasma que vamos a hacer una ruta muy agradable y sencilla. Es cierto que encontraremos algún tramo angosto una vez que penetremos en la zona conocida como el Cañón de los Arcos, así como es obligado salvar estrechas pendientes que se asoman al barranco. Pero el itinerario siempre es seguro gracias a las pasarelas metálicas que sobrevuelan el cauce y las sirgas que facilitan los pasos más complicados. De manera que un poquito de pericia y otra pizca de precaución, más algo de buena forma física, bastan para que toda la familia disfrutemos.
La primera sorpresa llega pronto. A los pocos metros de empezar a caminar, a nuestra derecha se levanta el Moricacho de la Hoz. Esta enorme formación rocosa anticipa lo que nos aguarda un poquito más adelante y a lo largo de todo el curso del río. La potencia visual del Moricacho es evidente al tratarse de un monolito muy espigado. Es como un gigante que flanquea el camino y que oculta en su parte trasera una amplia cavidad natural que antaño se usó como refugio para el ganado.
La cueva se descubre al rodear la mole pétrea y mirar hacia atrás. Pero con la vista al frente nos espera la Presa de los Ahogados. Nombre muy dramático para tan escaso remanso de agua. ¡Pero todo tiene explicación! Una fuerte tormenta del verano de 1876 acabó aquí con la vida de dos lugareños. Una placa conmemorativa recuerda que ambos murieron ahogados y que sólo se salvó su yegua. Al conocer eso, nos extraña menos la barandilla que separa el camino de lo que parece un plácido arroyo. Si bien, muy pronto esa protección desaparece y una flecha hacia la izquierda marca la entrada al barranco propiamente dicho.
La flecha nos lleva a cruzar el río Blanco por primera vez. En esta ocasión, dada su escasa anchura y el poco caudal, se hace saltando de piedra a piedra. Pero en pocos metros empiezan ya las pasarelas elevadas sobre el cauce. Es el aviso de que el camino se va encajando entre rocas. Poco a poco se convierte en un sube y baja. Mientras aparecen puentes para cruzar el río en varias ocasiones. Y durante un buen trecho se alternan los pasos metálicos con caminos abiertos por la ladera del barranco.
Así va a ser durante más o menos dos kilómetros. Tan pronto se camina entre paredes rocosas, como se disfruta de parajes sombreados por la frondosa vegetación de ribera. Tramos perfectos para buscar un pequeño llano y tomarse un descanso, incluso hacer un picnic si se lleva un bocata en la mochila. Y desde luego también hay que ir tomando nota de las áreas de pozas que nos lanzan sus cantos de sirena para que nos demos un remojón. Sin embargo, de momento hay que resistirse y proseguir con la caminata. ¡Ya habrá tiempo para bañarse más adelante!
En definitiva, que este tramo del Barranco de la Hoz pasa en un suspiro. Tan pronto se gana altura con escaleras metálicas, como se desciende aprovechando los pliegues creados durante milenios por los caprichos de la geología y la erosión. Y al caminar indistintamente por una orilla y la otra, a veces se va a la sombra y otras se nota el calor del sol. Más entretenido imposible. Y todavía no ha llegado lo mejor.
Por fin, se llega al Cañón de los Arcos propiamente dicho. Es el paso más estrecho del recorrido. Aquí las paredes de roca encierran por completo el agua y, sólo gracias a una larga pasarela, se puede pasar por aquí. Es un terreno esculpido por la naturaleza de forma fantasiosa. Tanto que hasta se atraviesa un tramo abovedado. Es el Puente de la Toba, una formación calcárea que cubre parte del río y bajo la cual los más altos tendrán que agacharse, porque la abertura no solo es estrecha, también es bastante bajita.
Dejando atrás el Cañón de los Arcos, se vuelve a gozar de la luz del sol y el camino de nuevo alterna tramos volados sobre las pasarelas y puentes con sendas adaptadas a las laderas, a veces más pedregosas y otras más protegidas por los árboles del bosque. Todo para que poco a poco se vaya ganando altura y finalmente alcancemos el paraje del Molino de las Pisadas.
Ese va a ser hoy nuestro destino. A partir de aquí, se podría seguir hacia el vecino pueblo de Frías de Albarracín e, igualmente, es posible retornar al punto de inicio por un camino perfectamente marcado por la parte más alta del cañón. Es una opción perfecta para los que no les guste repetir itinerario. Sin embargo, si se desea darse un remojón en el río, hay que deshacer lo andado y volver hacia el Cañón de los Arcos. Por cierto, los más valientes llegan a bañarse en ese desfiladero, atravesándolo a nado y no por las pasarelas. Pero es una experiencia sólo apropiada para los menos frioleros y los más intrépidos en muy buena forma.
Para el resto, hay formas bastante menos arriesgadas de refrescarse. Algunos lo harán sencillamente descalzándose y metiendo los pies en el río. Otros se conformarán con humedecer la gorra o una bandana y así rebajar la sensación corporal de intenso calor, al igual que los hay que buscan remansos de escasa profundidad para impregnarse del frescor.
No obstante, lo realmente reconfortante es regalarse un baño integral y unas brazadas en las pozas más amplias que hemos descubierto durante el recorrido de ida. El agua no está caliente y, habitualmente, ni siquiera se aprecia templada. Al fin y al cabo estamos en la Sierra de Albarracín, a más de 1.300 metros de altura y en un río de montaña. Así que si el propósito es refrescarse, aquí está garantizado. Y al mismo tiempo la sensación de bienestar y de reto superado tras la ansiada zambullida, es uno de los mejores recuerdos de esta excursión.
Recorrer el Barranco de la Hoz, incluyendo tanto ida como vuelta, las mil y una paradas para hacer fotos, y también el refrescarse y hasta zambullirse en sus pozas puede llevar entre tres y cuatro horas. Eso tomándoselo con tranquilidad. Así que todavía queda tiempo para aprovechar el día y descubrir otros enclaves interesantes de esta población turolense, comenzando por la terraza del ‘Restaurante Calomarde’ (Plaza Mayor, 1. Calomarde), ubicado en el centro del pueblo. Ahí, lo mismo saciaremos la sed con una cerveza que recuperaremos fuerzas con sus contundentes platos.
Aunque si llevamos nuestros propios bocadillos y fiambreras, otra opción interesante es regresar al coche para recorrer el caserío en el sentido inverso a la ida. Así, tras un par de kilómetros de carretera, de nuevo se puede aparcar en la zona de descanso del Molino Viejo. Precisamente aquí se encuentra la Cascada Batida, una de las más hermosas de la Sierra de Albarracín tanto por la espléndida caída de agua como por las caprichosas formaciones geológicas del paraje.
Bañarse en la base de la cascada no es lo más recomendable, ni tampoco lo más cómodo. Es mucho mejor conformarse con contemplarla y fotografiarla y, tras eso, buscar unos metros más abajo un rincón junto a las aguas del río. Aposentarse, sacar las viandas caseras, disfrutar de la sombra y seguir haciendo planes para otras excursiones por esta parte de Teruel.
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