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Parece ser que el nombre de Cuenca proviene del latín tardío conca, o sea, cocha, en referencia a ser un valle entre montañas. Es una teoría sólida, pero solo una teoría, porque su primera mención escrita se encontró en un documento de época musulmana en el que se hablan de Qūnka, una palabra sin explicación en árabe. Los amantes de las leyendas tienen bien fácil crear una sobre un Ícaro que miró desde las alturas y vio que era aquí donde se dividían las dos grandes cuencas hídricas de la Península Ibérica.
Al noreste de su serranía, donde Teruel y Cuenca, se dan la mano, en un triángulo de menos de ocho kilómetros por lado, tenemos los nacimientos del Júcar, del Tajo y del Turia. Pero para centrar el tiro y concentrar encantos, nosotros nos quedamos solo con dos, quizá los más bellos de la zona: los del Cuervo y del Júcar, cada uno en un extremo de una larga y estrecha prominencia montañosa, cuyo punto más elevado el pico de San Felipe, a 1.837 metros de altitud.
Se puede llegar en coche prácticamente hasta ambos, aparcando a un puñado de minutos a pie, y ambos aparcamientos quedan a unos 20 minutos de trayecto uno del otro. Pero si enlazamos los manantiales a pie o en bicicleta, vamos a recorrer un espacio bellísimo de bosques profundos y formaciones rocosas caprichosas, por donde es más probable cruzarse con un ciervo o un buitre que con otro ciclista.
El punto de partida lo ponemos en Tragacete, independientemente de que se elija el coche, las zapatillas o las dos ruedas para la aventura. Hemos de remontar el río Júcar por su recién estrenado Camino Natural, la última gran incorporación a esta red de grandes caminos del Ministerio de Medio Ambiente, que está previsto que se termine de ejecutar y señalizar a finales de este mismo año para unir la Serranía de Cuenca con la costa valenciana. Nosotros vamos a realizar su primera etapa en dirección regresiva, desde el kilómetro seis hasta el cero.
Comienza siendo un carreterín asfaltado idílico, casi llano, entre fuentes y frutales, que va en paralelo a un Júcar incipiente, pero que ya se deja notar, aportando frescor y banda sonora. Enseguida aparece el primer gran salto del río: la imponente Cascada del Molino de la Chorrera, que siempre arroja agua, incluso al final del verano. A su poza se puede llegar por unas pasarelas de madera con paneles que interpretan las especies locales.
Está apenas a un par de cientos de metros a pie desde la carretera y bien merece la parada, aunque solo sea para refrescarse de cara a una subida bastante cruel que nos espera. Por suerte termina en unos pocos cientos de metros junto al ‘Albergue de San Blas’, donde también termina el asfalto y donde tendrían que aparcar el coche los que hayan venido a motor, para luego caminar tres kilómetros hasta el nacimiento del Júcar por una pista muy sencilla. Desde el nacedero existe una senda muy bien señalizada que conduce al nacimiento del Cuervo, tras ocho kilómetros extras a través del pico de San Felipe; el trayecto de ida y vuelta en total suma 22 kilómetros, asequibles para el que tenga cierto entrenamiento.
La ruta en bici tiene cierta dureza y también exige algo de entrenamiento… o una bicicleta eléctrica. La idea es trazar un circuito que rodee el pico de San Felipe por una de las dos pistas forestales que discurren por las faldas boscosas del monte, una por oriente y otra por occidente. Ambas son fácilmente ciclables y relativamente llanas, aunque con una buena colección de rampas por la occidental. Para regresar a Tragacete desde el nacimiento del Cuervo, cuando las fuerzas estén más justas, os proponemos hacerlo por la carretera CM-2106, poco transitada y fundamentalmente de bajada. Aunque los valientes pueden ir por una pista y volver por la otra.
El dilema será qué pista elegir, si la que marcha por el lado occidental de San Felipe (el camino de las Acebeas), que sería la opción más sencilla a pesar de las cuestas, o la que va por oriente (el carril de Rilaga), en la que habrá que atravesar el llamado Estrecho del Infierno cargando con la bici al hombro o empujándola. Con la primera opción, el circuito suma 35 kilómetros, mientras que con la segunda son 45 kilómetros.
La decisión hay que tomarla al poco de pasar el ‘Albergue de San Blas’, junto a la fuente homónima que mana tras un cortado calizo: por la izquierda la ruta más sencilla; por la derecha la más complicada. En cualquier caso, aunque se elija la ruta sencilla, lo suyo sería avanzar dos kilómetros por la pista de la derecha para asomarse al nacimiento del Júcar y, luego, regresar otra vez al cruce -el desvío va incluido en los 35 kilómetros totales-.
El nacimiento del río Júcar recibe el nombre del Estrecho del Infierno, un nombre quizá demasiado exagerado para un pequeño cortado de una caliza amarilla intensa. Poco antes de alcanzarlo, el río se desparrama por el camino y, mientras pensamos cómo cruzarlo, aparece una pareja de agentes forestales que nos miran como si fuéramos golondrinas que anuncian la llegada de la primavera. No cuentan que somos “los primeros que ven este año”, en referencia a un creciente movimiento de cicloturistas que, desde hace algunos años, durante el verano le dan vidilla a estos montes tan remotos.
Resulta que un proyecto altruista llamado Montañas Vacías está atrayendo a un buen número de amantes de la bicicleta y los paisajes naturales. Se trata de una propuesta de gran ruta cicloturista de 680 kilómetros -con variantes para quienes no puedan con tanto- que recorre algunas de las sierras más remotas de la Península, situadas entre Cuenca, Guadalajara y Teruel. Los forestales nos cuentan que su repercusión se venía notando desde hace algunos años con público nacional, pero que, desde hace un par de años, también vienen montones de extranjeros. Ellos lo atribuyen al célebre Thomas de Gendt, un ciclista profesional amante de la épica que, después de hacer la ruta, quedó fascinado y la colgó en sus redes.
Nos advierten de que para cruzar el Estrecho del Infierno vamos a tener que echar la bici al hombro en algún tramo, pero eso ya lo sabíamos. Nos reconforta que le restan importancia pero, sobre todo, reconforta el brillo de los ojos cuando describen el premio que hay al otro lado. Ellos le llaman la pista del Tajo porque, a sus pies, por oriente, discurre un incipiente río Tajo que acaba de nacer un puñado de kilómetros más arriba. Nosotros la tomamos exactamente en el Tormo Cañaveras, un gran peñasco junto al que aparecen carteles que nos indican que estamos en la frontera entre los parques naturales de la Serranía de Cuenca y el Alto Tajo.
Este camino de los “valientes” tiene como premio las anunciadas vistas fabulosas, además de un terreno bastante llevadero. A mitad de la pista, en el collado de El Escorial, aparentemente hay ciclistas que se atreven a atajar hacia el nacimiento del Cuervo subiendo y bajando la cuerda de San Felipe campo a través. Pero los forestales han sido rotundos: “ni se os ocurra, compensa sobradamente rodear todo el cerro hasta la carretera”. No podemos comparar las versiones, pero hacerles caso nos hizo disfrutar mucho del camino.
La pista del Tajo, sobre todo a partir del collado de El Escorial, es una delicia sin apenas rampas y con tendencia a la cuesta abajo. A medida que avanza, muy lentamente, va cambiando su orientación norte hacia el oeste y, a la derecha, va dejando el desfiladero del Tajo, que se aleja poco a poco esculpiendo crestas que parecen las dorsales de dinosaurios dormidos. Este terreno tan plácido se debe a que recorremos la llamada Muela de San Felipe, o sea, un altiplano calcáreo que registra la mayor cantidad de precipitaciones de toda la provincia de Cuenca. La muela actúa como una esponja que, cientos de metros más abajo, forma una serie de manantiales que apuntan a veces a un mar y a veces a otro.
El más famoso de todos es el del Cuervo, que presume del título de Monumento Natural por conformar uno de los paisajes calcáreos más interesantes de la península. Estrictamente, su manantial es como otro cualquiera, pero esta agua que ha circulado por un subsuelo calcáreo va cargada de carbonatos que, al depositarse en el exterior, crea unas curiosas formas rocosas llamadas travertinos o tobas calcáreas, en las que tiende a crecer vegetación. Un puñado de metros más abajo del manantial, una de estas formaciones ha evolucionado en una espectacular cascada que atrae a curiosos de todo el mundo. A su alrededor podemos doctorarnos en formaciones geológicas calcáreas gracias a una serie de paneles que explican in situ cómo se erosiona este macizo.
La cascada, helada durante el invierno, repleta de carámbanos de hielo, es la imagen con la que habitualmente se promociona el nacimiento del Cuervo. También con la foto de la cascada desbordada durante el deshielo. Pero lo cierto es que este monumento saca sus colores más intensos cuando el caudal desciende y deja aflorar el verde del musgo junto al azul del agua y al ocre de la roca. Es cierto que, al final de un verano seco, sí puede perder cierto encanto, pero en primavera y a comienzos del verano sigue siendo una maravilla para los sentidos.
Para regresar a Tragacete habría que cerrar el circuito pedaleando 12 kilómetros hacia el sur por la CM-2106. Nosotros, pertrechados con unas alforjas en las que llevamos lo suficiente para hacer una noche por estos parajes, nos permitimos alargar la ruta siguiendo la pista al río Cuervo hasta su confluencia con el río Guadiela, en la espectacular Hoz de Beteta, un rincón lleno de paraísos ciclistas desde donde abrir nuevos capítulos.