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Las playas, al igual que las gaviotas que se pasean por las calles como un vecino más, se cruzan en el camino de los ceutíes varias veces al día. Están por todas partes. Las hay que vertebran la vida de la ciudad, aunque los propios habitantes no sean conscientes, porque forman parte de la rutina en este enclave abrazado por el mar.
El empecinado y húmedo viento de Levante, que nace en el Mediterráneo central y que puede alcanzar una velocidad superior a los 100 km/h al atravesar el Estrecho, o el de más seco de Poniente, condicionan la elección de playa. Las de la Bahía Sur son mediterráneas y las de la Bahía Norte, atlánticas y más rocosas.
Es difícil evitar pasar por la playa de la Ribera, apoyada sobre las Murallas Reales, y desear bajar hasta la orilla -en ascensor o por las escaleras- dejando que el sereno oleaje te haga pasar en cero coma del bullicio del centro al relax. Los ceutíes la aprovechan al máximo y muchos todavía se acuerdan de las casetas de baño de las que disfrutaban los militares de los distintos regimientos, que tras su demolición, dejaron espacio para que todos la usaran por igual.
Los jóvenes quedan en pandilla y siempre hay alguien corriendo por la pasarela de Fuente Caballo, o haciendo ejercicio en la zona habilitada bajo este singular y empinado barrio empotrado en la muralla. Los ceutíes practican deporte con disciplina casi marcial, convirtiendo la playa de la Ribera en un gran gimnasio abierto.
Allí está el Club Natación Caballa –"caballa" es el gentilicio por el que se conoce a los ceutíes– y que es toda una institución. También, el 'Chiriguito de la Ribera', donde Husseim y su equipo preparan a la brasa de carbón vegetal unas imponentes piezas de sama, pargo, dentón, bogavante o lo que haya ese día en el mercado, acompañados de verduras asadas aderezadas con especias marroquíes.
Al atardecer, una vuelta en kayak por el foso de la Muralla mientras contemplas el ocaso es una manera estupenda de culminar un intensivo día de playa. Es sin duda el deporte que ha pegado fuerte en la ciudad autónoma, después de que un paisano, José Ramón López Díaz-Flor, se colgara la plata olímpica en Montreal 76.
En el conocido Boquete de la Sardina, la salida trasera del Mercado de Abastos que da a la Ribera, está 'Ceuta Kayak', que ofrece recorridos tranquilos por las aguas de la bahía sur y del foso de las Murallas Reales, el único navegable de Europa. Sus aguas cristalinas y poco profundas permiten contemplar anémonas, cangrejos, erizos y un coral naranja que en pocos años teñirá todo de ese espectacular color, según predice José Abdo, el joven gerente del club. Para los más profesionales, también se puede cruzar el Estrecho, visitar la Isla Perejil o acercarse a las costas marroquíes de Castillejos y Cabo Negro. La vela, el paddle surf, el buceo o la aqua-escalada son otras opciones.
El Chorrillo es la otra playa urbanita y, junto con la de la Ribera, las dos de arena más fina, pues en Ceuta predominan las playas de guijarros y rocas, ya que las características geomorfológicas de esta zona dificultan la formación de playas de arena. Es también de las más concurridas por estar en el centro y por su orientación sudeste, perfecta para tomar el sol durante el día entero. En verano se colocan los puestecillos de volaores donde se seca y vende el bonito, el pez volador y las huevas.
También en el Mediterráneo, uno se puede aventurar a bajar por una empinada escalera hasta la cala de El Sarchal, arisca y dominada por el fuerte del mismo nombre construido en el siglo XVIII para defender la cara sur del Monte Hacho, que fue cárcel de mujeres durante la guerra civil, y hoy está en ruinas. Ahí comienza el camino de ronda de un kilómetro y medio que llega hasta el Castillo del Desnarigado, un paseo silvestre que transita por una zona de especial protección de aves.
En la pequeña cala del Desnarigado o playa de la Pota –porque había una potabilizadora– de grava y piedras, cuenta la leyenda que tenía su refugio un pirata berberisco que antes fue esclavo en las minas del Rif, donde se les cortaba la nariz para identificar a los fugados. A los pies del castillo, que desde 1984 es museo militar, es fácil toparse con submarinistas y bañistas que aprecian sus aguas cristalinas y las formaciones rocosas que la enmarcan. Se recomienda llevar cangrejeras para no dejarse la planta de los pies en el intento.
Ya en la Bahía Norte, la playa de Benítez, de aguas atlánticas y adosada al Muelle de Poniente, es la que más usan los vecinos de este barrio que surgió para dar cobijo a los trabajadores del Muelle de la Puntilla. Ya no hay rastro de las casetas militares, producto de esa cultura castrense tan viva en esta ciudad autónoma.
Las de Benzú, Punta Blanca y Calamocarro, en la parte atlántica y fuera del casco urbano, son más agrestes y tienen el encanto de ser rocosas y más salvajes, de aguas cristalinas y bien frescas. Puedes ver Algeciras y Tarifa desde una roca mientras a tu lado tiran la caña y esperan a ver si alguna de las especies que cruzan el Estrecho, pica.
La de Calamocarro comienza donde acaba un monte de pinos, atravesado por una carreterra. Es silenciosa y solitaria, excepto los fines de semana cuando las familias acuden a aliviar el calor. Desde la de playa de Punta Blanca, de arena oscura, situada en la carretera de Benzú y bajo la Estación Ornitológica, se contemplan las costas de dos continentes.
Poco más de 1.000 habitantes tiene Benzú. Esta pedanía de Ceuta en la frontera con Marruecos bañada por el Atlántico y desde la que se observa claramente la silueta de la Mujer Muerta –el Monte Musa–, tiene una playa poco visitada pero con unas vistas espectaculares del Estrecho.
En Ceuta existe una playa para cada humor. Hoy estás melancólico, pues te largas a una de las más solitarias. Te has levantado con ganas de jaleo, pues te bajas a las del centro. Que estás en modo faquir, elige una rocosa. ¿Has tenido un día estresado? Ponte a quemar kilómetros a buen paso rodeando el monte Hacho. Hasta que las pruebes todas, tienes tarea.
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