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Unos se entregan con esmero a la teatralización de las figuras bíblicas, otros conciben sus procesiones como auténticos espectáculos y otros tantos son extraordinarios escaparates de imaginería barroca. De diferentes maneras pero siempre con sabor popular, cada uno de estos pueblos vive la Semana Santa con devoción y belleza. Y es precisamente este rasgo el que los aúna en lo que se ha denominado Caminos de Pasión: una ruta por el centro geográfico de Andalucía a través de municipios emblemáticos por su patrimonio histórico, pero también por el arraigo de unas tradiciones que constituyen su esencia.
Córdoba, Sevilla y Jaén son las tierras por las que discurre este trayecto que trasciende al sentimiento religioso. Porque recorrer estos pueblos ocultos en los pliegues de la sierra supone maravillarse con la monumentalidad de sus templos, deleitar el alma con su música sacra o seguir la pista a un estilo artístico, dramático y exuberante, que caló con fuerza por estos parajes. Y ello por no mencionar el placer de los paseos por sus calles encaladas o la delicia de su gastronomía con un excelente aceite de oliva. Nos detenemos en estas diez joyas donde la Semana Santa es mucho más que una celebración.
Así, Mananta, es como se llama a la Semana Santa en este pueblo cordobés próximo a la frontera sevillana. Un festejo que adquiere un sello único a caballo de lo religioso y lo profano, del fervor y el placer mundano. Porque para vertebrarla existen los llamados cuarteles, que son asociaciones cívicas (algo así como las cofradías) formadas exclusivamente por hombres. En ellas se organiza lo que confiere a esta celebración su peculiaridad: el desfile de figuras bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento, intercaladas entre los pasos.
Figuras de un logrado realismo (con rostrillos y no caretas) que conforman una catequesis andante, con tanto color, que, en ocasiones, los más puristas han tratado de desmantelarla. No lo lograron, como tampoco el otro rasgo diferenciador de la Vieja Cuaresmera, un calendario en virtud del cual se celebran los Sábados de Romanos antes de la Cuaresma: encuentros en torno a la mesa como elemento de sociabilidad.
Todo esto y la Semana Santa Chiquita (dedicada a los niños a principios de mayo) distinguen la pasión en Puente Genil, municipio famoso por el yacimiento de Fuente Álamo (con uno de los conjuntos de mosaicos más importantes de España) así como por el rico membrillo.
El que es para muchos el pueblo más bonito de Córdoba, con su blanco caserío encaramado a una loma, desde donde se otea la sierra andaluza, esconde en su entramado monumental el más valioso patrimonio barroco de todo el sur español. De hecho la Iglesia de la Asunción, cuya belleza explota en la capilla del Sagrario, marcó un antes y un después en este estilo con su juego sutil de curvas y relieves.
Dicho esto, es obvio que su Semana Santa se jacta de exponer extraordinarias tallas, en una manifestación marcada por la solemnidad: pasos impecables, preparados al detalle, en los que reina un respetuoso silencio. Una seriedad que contrasta abiertamente con la explosión popular que se produce el Viernes Santo, cuando el pueblo amanece con aroma a pan.
Y es que cada penitente ha de llevar un hornazo (especie de masa con un huevo cocido) para ser bendecido por el Nazareno en el monte del Calvario.
En esta localidad, conocida como la puerta de la Subbética, la Semana Santa hunde sus raíces en los últimos años del siglo XV. De alto valor estético, se caracteriza precisamente por no contar con una identidad concreta sino más bien beber de las más grandes (Sevilla, Granada, Málaga…), de las que también recoge la abundancia de procesiones por sus calles durante todos los días.
Así, encontramos una fiesta que no solo es una mezcolanza de símbolos (judíos y cristianos) sino también un espectáculo sonoro: tambores, trompetas, añafiles (trompetas alargadas) y hasta unas saetas de singular toná que se cuentan entre las más bellas de Andalucía.
Por si fuera poco, sus pasos exhiben el arte de los mejores imagineros de los siglos XVII y XVIII, desde Francisco Salzillo a Pedro de Mena. La Semana Santa es, pues, una excusa perfecta para conocer este pueblo cordobés, Cabra, donde también el barroco dejó su preciosismo. Especialmente en el conjunto de Asunción y Ángeles, construido sobre una mezquita de la que se conservan sus columnas de mármol rojo.
Los tambores son el rasgo distintivo de la más sonora de las Semanas Santas del conjunto de la Pasión, en esta localidad cordobesa que también destaca por la artesanía cofrade. Lucena tiene un estilo propio de vivir la pasión basado en la santería: un particular modo de llevar los pesados tronos (alrededor de 1.500 kilos) al son del tambor y bajo la llamada del torralbo, que es un especial toque de corneta.
Quienes procesionan, a los que se denomina santeros (y no costaleros), portan también una indumentaria singular: túnica hasta media pierna y cabezas cubiertas con capirotes, pero dejando el rostro descubierto.
La Iglesia de San Mateo, de donde se sacan las imágenes que se pasean durante la fiesta, es, además de un gran hito barroco, la representación del crisol de civilizaciones que conforma este municipio: fue sinagoga, mezquita y ahora templo católico como muestra de las tres culturas (judía, árabe y cristiana) que han trenzado su historia.
Como un espectáculo teatral se conciben estos días festivos marcados por el color y el sonido. Y es que en Baena todos los cortejos tienen su vestimenta sui generis y sus pasos son escenificaciones con claras reminiscencias a los autos sacramentales.
De entre todos los personajes destacan las turbas de judíos, que visten de manera especial: chaquetas rojas bordadas y cascos de metal, de los que penden crines de caballo que marcan la diferencia entre coliblancos y colinegros. Serán ellos, por cierto, quienes hagan tronar los tambores de piel de cabra. Así, con divertidas teatralizaciones, se vive la Semana Santa en este pueblo cordobés que alberga, para los interesados, un relevante Museo Histórico y Arqueológico.
Nada de derroche ni de riqueza y mucho de devoción popular. Así se define la Semana Santa en esta localidad de Jaén caracterizada por la algarabía de sus pasos mímicos escenificados –tradición que fusiona los autos y los misterios– y por los llamados pregones de pasión –en los que se vocea una mezcla de prosa y poesía con una entonación singular–.
Además, Alcalá la Real es un interesante lugar donde el arte ocupa un puesto de honor. Cuna de ilustres escultores como Pablo de Rojas y Martínez Montañés, es famosa también por el bordado en oro que, más allá de los mantos cofrades, está dando lugar a nuevas corrientes de diseño aplicadas a la moda contemporánea. Descubrir sus talleres es una actividad obligada, tanto como la visita a la Fortaleza de la Mota.
El peculiar emplazamiento de este pueblo a medio camino de Sevilla y Granada marca el desarrollo de la Semana Santa, con rasgos tanto del oriente como del occidente andaluz. Entre ellos: el gran peso de las saetas, de las que se celebran concursos y la presencia de hermandades de gran recorrido histórico –algunas datan hasta del año 1580–.
Pero también, la excelencia de sus tallas góticas y barrocas y la curiosa estampa de dos pasos que, en lugar de imágenes, representan sendas alegorías sobre la resurrección y la muerte. Esta última muestra a un esqueleto sentado sobre el mundo que, con una guadaña en la mano, medita pensativo.
Con un patrimonio excepcional fruto de las diferentes civilizaciones que han dejado su huella (tartésica, visigoda, islámica…), esta localidad sevillana está considerada uno de los centros artísticos más relevantes de Andalucía. Idéntica carga histórica tienen también las imágenes de su Semana Santa, algunas de las cuales (como el Cristo de la Salud, de un exacerbado dramatismo) datan del siglo XIV.
Aquí la fiesta destaca por su barroquismo, que añade más belleza si cabe a la conocida como ciudad de las torres, dueña y señora, además, de palacios y casas señoriales. Entre sus pasos, donde no faltan los flagelantes, no hay que perderse el de La Borriquita, la Sagrada Imagen del Cristo de la Yedra o la Virgen de la Alegría, que es portado por hermanas costaleras. Todos procesionados al característico estilo ecijano, en el que es el municipio español con más cofradías por habitante.
En esta hermosa localidad sevillana, la segunda más extensa de la provincia, la Semana Santa es un vía crucis de pasiones que se filtran por sus muros de piedra, sus estrechas callejuelas y sus recónditas plazas, en un ejercicio de sobriedad.
La propia monumentalidad de la ciudad es un marco excepcional para el discurrir de unas procesiones de indudable interés artístico, en las que destaca la pieza de imaginería más antigua que se conoce en Andalucía: el Señor de la Amargura, un cristo realizado en 1521 por Jorge Fernández Alemán.
Además, los pasos vienen decorados con un impresionante ajuar que incluye bordados, tallas en madera y delicada orfebrería, lo cual añade más belleza, si cabe. El resultado es la fiesta con la que más se vuelca la población y la que es asimismo el mejor reflejo de su idiosincrasia.
Para saber lo que es el fervor de un pueblo hay que acercarse a esta pequeña ciudad enclavada entre la campiña sevillana y las marismas del Guadalquivir. Una ciudad que imprime su propia idiosincrasia a la que considera una de las más importantes citas religiosas del año.
La Semana Santa de Utrera está marcada por el flamenco, que ha dado por estos parajes tan destacadas figuras. Saetas, cantes de madrugá gitana y flores rojas que engalanan las calles empedradas son componentes vitales en una celebración para la que, solo aquí, existe un léxico específico: variación (revirá), cuadre (igualá), entrenamiento (ensayo)…