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"Afila Siete Picos en la sombra / su aguda dentellada". Dos senderistas se paran a leer la roca firmada por el poeta José García Nieto, después giran sobre sí mismos y distinguen las siete cumbres dispuestas como en fila india. Juntas conforman una de las siluetas más icónicas del Guadarrama y será una de las tres compañías constantes durante esta ruta de poco menos de nueve kilómetros. El primer sol del otoño y literatura en píldoras, las otras dos.
El itinerario propuesto para llegar a la Senda de los Poetas está marcado con puntos naranjas y arranca en el aparcamiento de Majavilán (Carretera de las Dehesas, 5), cerca del Centro de Visitantes del Valle de la Fuenfría, en Cercedilla. De Majavilán nace un camino que atraviesa el Puente del Descalzo, que no es de origen romano pese a la leyenda, sino que fue construído durante el reinado de Felipe V. Los restos de la calzada romana dirección Segovia, la cascada Ducha de los Alemanes y la Carretera de la República se suceden en el trayecto, como un eje cronólogico algo confundido.
Antonio Sáenz de Miera, natural de Cercedilla, ha recorrido este camino centenares de veces desde que era niño. Precursor de la Senda de los Poetas y los Aurrulaques, camina más ligero que el resto a pesar de haber cumplido 85 años. El aurrulaque, ese acto montañero que se lleva celebrando desde hace más de 35 años, está programado en este 2020 para el próximo día 4 de julio.
Fue en 1984 cuando Sáenz de Miera convirtió esta ruta en una marcha para rendir homenaje y pedir respeto a la sierra madrileña. "Se daba la sierra por supuesta, queríamos llamar la atención sobre su importancia e intentábamos traer a personalidades que estuvieran de alguna manera vinculadas al Guadarrama", explica sin dejar de caminar. Luis Rosales y Antonio Buero Vallejo fueron algunos de los literatos que se unieron a la causa.
El nombre de esta marcha, ya convertida en tradición y casi fiesta popular es una mezcla de la palabra aurrera (en vasco: adelante) y el lugar hacia donde nos dirigimos: la Pradera del Navarrulaque. Un rincón en el que se entiende sin mucho esfuerzo por qué la Sierra de Madrid ha sido refugio, zona de recreo y también musa de decenas de escritores.
Aquí da la bienvenida a los que caminan un monumento en honor a ellos mismos. El Homenaje a los Primeros Caminantes, creado por Pablo Maojo en 1988 , rinde tributo a pastores, romanos, escritores... y así hasta siete perfiles de montañeros que la han ido frecuentando. Ni el número ni la disposición de las traviesas es casualidad. "Son siete y están orientados hacia los Siete Picos", explica Sáenz de Miera.
A pocos metros del monumento a los caminantes de la sierra se encuentra el Reloj de Cela. "Disfrutando del recorrido, sin convertirlo en una competición", como apunta el expresidente de Amigos de la Sierra de Guadarrama, llegamos al segundo hito en esta llanura a 1.665 metros de altitud. Se trata de una ruta perfecta para practicar senderismo los principiantes, ya que la subida no llega a los 400 metros y discurre por caminos amplios, custodiados por altos pinos y salpicados de matorrales de enebro. Una pareja juega con su galgo y un grupo de ciclistas entrados en los 50 descansa antes de iniciar la bajada. El sonido de las propias pisadas, las conversaciones en voz baja y, sobre todo, el silencio mandan aquí en este jueves de otoño.
Quizá fue esta calma la que inspiró a Camino José Cela para su obra, pero la realidad es que su llegada a Guadarrama fue, fundamentalmente, por motivos de salud. El premio Nobel ingresó en el Real Sanatorio en 1931 aquejado de problemas pulmonares, y la influencia del enclave en sus tiernos 18 años se refleja en Cuadernos del Guadarrama. Sáenz de Miera explica por qué se decidió colocar este gran reloj de sol en su honor mientras la parte más millennial de la comitiva comprueba por primera vez que, en efecto, el astro rey cumple su cometido también a nivel horario. "En 1995 él acudió a su inauguración y leyó un discurso muy bonito", recuerda el también expresidente de la Asociación Cultural de Cercedilla. "No es lo mismo la hora del montañero saludable que la del enfermo", sentenció el premio Nobel en agradecimiento, según recoge El País de aquel día.
Con la sensación creciente de pertenecer al primer grupo, al de los "montañeros saludables", los pasos se dirigen hacia el Mirador de Vicente Aleixandre. A la izquierda de la senda principal, se alza como colgado en la nada un imponente canchal al que se puede subir cómodamente por una escalera. Una vez arriba, el valle se despliega hasta el Embalse de Valmayor, con una perspectiva privilegiada de Cercedilla, Los Molinos y otros pueblos serranos. Según nuestro guadarramista ilustre, en días muy despejados se puede distinguir en el horizonte la ciudad de Madrid. Y a cincel, en la roca, la voz del poeta sevillano: "Desde esta cima solitaria os miro, / campos que nunca volveréis a mis ojos, / piedra de sol inmensa, eterno mundo, / y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza".
Cuenta Sáenz de Miera que en los primeros años del mirador, allá por 1985, se colocó un ruiseñor de bronce junto a los versos. "Dos veces lo pusimos y dos veces lo quitaron", se lamenta. Con risueñor o sin él, la panorámica del valle y los versos embelesa a los excursionistas que se van acercando al balcón.
En la creación de este mirador participó el poeta granadino Luis Rosales, que también tiene su lugar en esta esquina del Guadarrama. El mirador de Rosales es además, "posada", aunque no en sentido estricto. "Rosales venía a sentarse y a pensar". Así explica nuestro guía el afán del poeta de reivindicar no solo las vistas que brinda este lugar, sino también los momentos de introspección y descanso. Todo lo contrario a ese tic tan común y actual de llegar a un lugar, fotografiarlo y volver a casa.
Siguiendo esta filosofía, conviene acercarse al mirador con pausa para percatarse de los pequeños detalles, que aquí son especialmente curiosos. A algo menos de altura, pero aún más suspendido que su vecino, tiene una vista mucho más detallada de los pueblos cercanos y de los bosques que los rodean. "Bien sé que la tristeza no es cristiana / que ayer siempre es domingo y que te has ido", comienza el poema grabado en un rincón no apto para meláncolicos.
Justo al lado, hay un pequeño cajón de metal incrustado en la roca. Según el cartel se pueden encontrar libros de Luis Rosales para que los excursionistas que quieran se paren a leer. Esa costumbre hace tiempo que se abandonó pero el cajón no está vacío. "Ábrelo y coge lo que hay dentro", anima Sáenz de Miera, con la cara de quien está a punto de dar una bonita sorpresa. Dentro, libros dispares y un cuaderno lleno de agradecimientos resisten a la lluvia metidos en una bolsa de plástico. "Todo lo que hay aquí está muy bien dejado", dice, mientras ojea el contenido. Anónimos que quieren compartir obras o su experiencia en la sierra hacen su aportación para disfrute del que llega.
Como el que acaba de encontrar un pequeño botín de letras, el grupo va bajando del mirador, y descansa en lo que parece el esbozo de un pequeño anfiteatro. "Al final la Comunidad de Madrid lo descartó porque iba a quedar demasiado artificial y yo creo que estaban en lo cierto", comenta el veterano senderista mientras observa dónde poner en el pie para continuar el ligero descenso.
Entre los dos miradores se encuentra quizá, la parte más especial de la ruta. Aquí y allá, a lo largo de una senda algo escarpada, se pueden atisbar versos relacionados con el lugar el que nos encontramos. "Oh sí, llevad amigos / su cuerpo a la montaña / a los azules montes / del ancho Guadarrama", firma Antonio Machado. Y cuando el hueco entre las rocas y los pies dan un respiro a los ojos: Leopoldo García Panero. "Camino del Guadarrama, / nieve fina de febrero. / Y a la orilla de la tarde, / el pino verde en el viento", escribe el astorgano.
Así, se van sucediendo algunas de las voces que un día tuvieron algo que decir sobre el parque natural, y lo dijeron bien. A la pregunta de cuántas citas hay y dónde están exactamente, Sáenz de Miera suena enigmático: "Están todas por aquí, la poesía hay que buscarla".
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