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A finales del siglo XIX, dos industriales vascos tuvieron una idea: Ramón de la Sota y su primo Eduardo Aznar, con inversiones en la minería, la siderurgia y la industria naval, decidieron conectar el arrendamiento minero de Ojos Negros, ubicado en un paraje natural entre Teruel y Guadalajara, con el puerto de Sagunto y dar así salida a sus explotaciones a través del Mediterráneo.
Los empresarios finalmente no lograron el acuerdo para usar el ferrocarril de Aragón y decidieron construir una vía en paralelo, casi con el mismo recorrido pero más estrecha. Durante más de ocho décadas se fundaron varias mercantiles a lo largo del recorrido que resultaron claves para el desarrollo de Sagunto, dejando su huella en la iglesia, su puerto y, en especial, en los altos hornos.
Se calcula que el tren de Sierra Menera, como se conocía, transportó alrededor de 45 millones de toneladas métricas de mineral en sus 87 años de vida. En los 70, el ferrocarril ya daba muestras de decadencia. Fue finalmente clausurado en 1984, ante la imposibilidad de la infraestructura para asumir el aumento de la demanda del metal.
A principios del actual siglo, los gobiernos locales decidieron rescatar su trazado y darle una nueva vida, convirtiéndolo en una vía verde que permitiera a todo aquel que tuviera interés dar un paseo, a pie o en bicicleta, a través de la historia reciente del país. Así, desde 2001 existe la Vía de Ojos Negros, que, con sus 237 kilómetros, es el trazado verde más largo del país.
Pedalada a pedalada, la ruta se muestra con un encanto casi fantástico, como una senda irresistible que permite hacer un repaso a la tradición industrial española; un viaje en el tiempo al pasado más reciente. Si se respeta el purismo, la ruta completa arranca en Ojos Negros (Teruel), desde donde salían los minerales, y acaba en Sagunto (Valencia), donde llegaba a los altos hornos. Sobre el esqueleto de la industrialización podemos disfrutar de un agradable paseo o poner a prueba nuestras capacidades físicas, a voluntad del visitante.
Hacer el recorrido en su totalidad cuesta varios días y, aunque el terreno no tiene demasiada dificultad, se necesita un físico entrenado para aguantar los casi 240 kilómetros. La distancia puede asustar, pero, salvo el Puerto de Escandón y algunas subidas puntuales, casi todo el trayecto –si se arranca en Teruel, claro– es en bajada.
Para aficionados o para quienes no confíen demasiado en su potencia física, los guías y los ciclistas experimentados proponen dividir el trayecto en etapas. Una de las ventajas de esta excursión es que el trayecto discurre en paralelo a la línea de tren de cercanías, que permite planificar la ruta acorde a las condiciones.
Quienes empiecen desde Teruel pueden encontrar una serie de joyas de la naturaleza. Pasando por varios túneles de piedra se llega a Sarrión, donde se puede disfrutar de los espléndidos campos de carrascas, bajo las cuales se encuentran las ansiadas trufas negras. Más adelante, a unos diez kilómetros, se avista el viaducto de Albentosa, una impresionante construcción de 180 metros de longitud y 60 de altura, el cual abre las puertas al paisaje de ribera.
Para quienes decidan emprender su trayecto en la Comunidad Valenciana, el tramo favorito de los excursionistas con experiencia es el que une Barracas con Algímia de Alfara, un recorrido por las comarcas del Alto Palancia donde se puede disfrutar el paisaje limítrofe de Sierra de Espadán y Sierra Calderona, dos tesoros naturales ideales en cualquier momento del año.
El recorrido discurre a través de un camino verde en descenso desde las montañas de interior hasta las coloridas huertas del Mediterráneo, donde la sierra se encuentra con el mar. Justo al pasar el primer municipio, donde se ubica la antigua estación de tren –hoy reconvertida en un acogedor albergue campestre– encontramos el primer tramo algo pesado, aunque sin complicaciones. Al salir del término municipal, dirección El Toro, se recorre una recta larga que atraviesa un paisaje de molinos de viento, como un oasis manchego, que da paso a la bajada. Aquí el paisaje cambia ligeramente: de la planicie a los pinares mediterráneos, con las sierras valencianas al fondo.
A 20 kilómetros de Barracas se encuentra Caudiel, un cruce de campos frutales ideal para hacer una parada a almorzar en uno de sus bares. Con las pilas cargadas se arranca rumbo a Jérica, un municipio de considerable valor histórico; sus pinares fueron testigos de la Guerra Civil, ya que la vía ejerció en algunos puntos de línea fronteriza, y si se pone atención, se pueden ver las trincheras y los búnkeres que han permanecido tras el conflicto.
Siguiendo el descenso se llega a Navajas, una villa de origen almohade que conserva sus encantos, muy cercana al pantano del Regajo, que se avista desde el camino. Llena de fuentes y manantiales, conserva un olmo medieval que se alza sobre los 14 metros en la plaza del mismo nombre, y una torre árabe del siglo XII. La vía da pie a hacer un recorrido circular de 13 kilómetros en una vereda entre plazas, puentes, canales y vegetación mediterránea, muy apropiada para excursionistas primerizos y para realizar con niños. Cuando llegue el calor, se puede dar un chapuzón en el Salto de la Novia, una cascada de romántica leyenda.
Si podemos desprendernos del encanto de Navajas, emprenderemos el tramo final hasta Algímia de Alfara. A la llegada a Altura se encuentra un indicador para elegir si transitar la antigua vía o un camino alternativo por el centro del municipio. En este caso es conveniente utilizar el tramo urbano, ya que el trazado antiguo coincide con una carretera bastante transitada que puede resultar peligrosa.
Llegados a este punto nos esperan cerca de 20 kilómetros puramente levantinos: pinares alternando con pequeñas riberas, que van dejando protagonismo a los naranjos, y la frescura de las lagunas de Segorbe dando paso a las notas de azahar. Con estas notas aromáticas llegamos a Algímia de Alfara, final de nuestra etapa en la vía minera. La Sierra Calderona nos despide.