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A un lado, el Mediterráneo y las praderas de Posidonia oceánica, y a ambos, pinos, bancales de algarrobos o plantas endémicas protegidas como compañeros de caminata: estamos en una de las zonas con mayor biodiversidad de Europa. L'Albir es la zona costera del municipio alicantino de L'Alfàs del Pi, un reducto entre Altea y Benidorm, en la comarca de la Marina Baixa. Y su faro es el único visitable de la Comunidad Valenciana, ya que alberga un centro de interpretación que nos contará historias de pescadores, fareros, campesinos y soldados: allí termina nuestra ruta.
La peculiaridad del Parque Natural de la Serra Gelada y su entorno litoral es que es el primero de su categoría en la Comunidad Valenciana. “La Generalitat lo declara Parque Natural en 2005 para salvaguardar sus valores y proceder a su conservación natural”, explica Joan Piera, catedrático de Biología y Geología y presidente de la Junta Rectora del parque. Su superficie protegida consta de 5.564 hectáreas, de las que el 88 % corresponden al medio marino.
Es precisamente ahí, en sus aguas, donde está su joya y su principal protección, una de las especies más importantes del Mediterráneo y vital para la fauna marina: la posidonia oceánica, que se puede contemplar desde lo alto, a lo largo de nuestro paseo, o bien desde el mar. “Es un lujo poder navegar en aguas de un parque natural, pero hay que cumplir al pie de la letra las indicaciones para no llevarnos por delante las praderas de posidonia, ya que su crecimiento es muy lento”. Por eso se han instalado boyas ecológicas, por ejemplo.
Comenzamos nuestro paseo en el aparcamiento, desde donde comienzan los dos kilómetros hasta el faro. También se puede iniciar más abajo, en la playa, en función de la distancia que queramos recorrer. Esta sencilla ruta es totalmente accesible y apta para toda la familia, ya que el camino está asfaltado desde los años 60. Y, aunque se puede realizar con cualquier tipo de calzado, se recomienda llevar zapatillas y escarpines para poder bajar por las pistas de tierra a las tres calas que surgen en este tramo costero de la Serra Gelada: La Cala del Amerador, que se llama así porque es donde se ponía a remojar el esparto recién cortado para reblandecerlo y luego crear cestos, capazos o cuerdas; la Cala del Metge, que debe su nombre a la cercanía de esta playa a la casa del metge (médico); y la Cala de la Mina, donde aún se conservan restos de una antigua mina de ocre rojo.
Nada más empezar nuestro recorrido encontramos un espacio recreativo con merendero, donde se puede tomar un tentempié. Es recomendable llevar agua, porque solo hay fuentes en esta primera zona de descanso. Otro consejo: a lo largo de toda la ruta hay muchos paneles informativos, con interesantes detalles y curiosidades sobre cada uno de los lugares por los que iremos pasando, que merecen nuestra atención.
En nuestra excursión hasta el faro no podemos dejar de asomarnos a los diferentes miradores que aparecen a un lado y al otro del camino. Justo antes de pasar el pequeño túnel, a la izquierda, tenemos uno de los primeros, en el que podemos disfrutar de la bahía de Altea, pero también apreciar la silueta montañosa que forman el Cabeçó d'Or, Sierra Cortina, el Puig Campana (la segunda montaña más alta de Alicante con 1.406 metros), el Ponoig, la Sierra de la Serrella, la de Aixortà, Sierra de Bernia, la Sierra de Oltà, los acantilados del Morro de Toix y, al fondo, el Peñón de Ifach.
“Alicante, aunque no lo parezca, es la segunda provincia más montañosa de España, después de Huesca y junto con Málaga y Castellón”. Fran Lucha es el cofundador y guía de Oxytours, una empresa de turismo de naturaleza que organiza rutas para descubrir el patrimonio natural de la Costa Blanca. Dentro de su programación Miradas de Luna realizan precisamente una excursión nocturna para toda la familia al Faro de L'Albir. Este recorrido también se puede realizar de noche por tu cuenta, ya que este espacio está abierto las 24 horas. ¿Nuestro consejo? Es especialmente recomendable pasear por aquí en noches de luna llena.
El túnel que cruzaremos se construyó en 1961: el mismo año que el camino de los fareros, que es el que recorremos ahora en nuestra ruta. La senda original era estrecha y peligrosa, ya que bordeaba el mar y cruzaba la montaña hasta que, en la Cala de la Mina, subía por un escarpado barranco. Desde ahí, su trazado seguía prácticamente el mismo por el que discurre ahora. A poca distancia del túnel podemos contemplar, tras uno de los meandros del sendero, una gran oquedad natural, que se llamaba la Cova del Bou, según estudios del filólogo Francesc Xavier Llorca Ibi.
Seguimos el camino hacia el faro mientras contemplamos y fotografiamos matorrales de lentiscos y otros arbustos mediterráneos entre los que destacan espartales, tomillares o lavanda y especies propias de la provincia de Alicante, como el Rabo de Gato (Sideritis leucantha y Sideritis chamaedryfolia) o la Silene d'Ifach (Silene hifancensis), en peligro de extinción. También plantas aromáticas, coscojas o diversos rhamnus. El paisaje cromático va cambiando a lo largo del año. “En este parque natural hemos detectado cinco especies de orquídeas diferentes: tenemos una flora muy rica en endemismos -plantas únicas que crecen en zonas reducidas- y microrreservas de flora declaradas, que es una figura de protección. Por eso debemos ser especialmente cuidadosos”. Piera recalca la importancia de concienciar a los paseantes.
Él lleva desde 1983 trabajando el patrimonio natural de esta zona y reflexiona sobre la importancia de valorarlo y conservarlo: “Es lo que debemos saber dejar a las generaciones venideras, que se están quedando sin el paisaje natural relativamente virgen”. De ahí el papel clave que desempeña la educación ambiental que realizan desde el Parque Natural de la Serra Gelada con colegios y centros educativos. “Los monitores hacen un gran trabajo y detrás de todo esto hay un gran equipo humano que en ocasiones pasa desapercibido: el farero, el recepcionista o la brigada de limpieza y de conservación que permiten que nuestros sentidos puedan recrearse con este entorno”.
En el camino, nos cruzamos con personas corriendo, paseando con su perro o ciclistas. Para hacer esta ruta en bicicleta hay que elegir unas horas determinadas del día -hasta las 10 de la mañana y a partir de las 8 de la tarde-, como nos indica Juan Sala, técnico de turismo de L'Albir. El buen estado del asfalto y la accesibilidad de la ruta, además, permite que las sillas de ruedas también puedan circular sin problemas. Las personas con movilidad reducida o diversidad funcional pueden solicitar incluso -con reserva previa- una de las dos sillas de una única rueda, adaptadas para la naturaleza, que Parques Naturales ofrece.
Llegamos a la mina de ocre rojo, que recibía el nombre de Mina Virgen del Carmen. En la ladera del barranco se aprecian construcciones antiguas como las que corresponden a los soportes para los raíles de las vagonetas. En su día las vagonetas entraban a la mina y llevaban el mineral hasta la orilla para, una vez allí, embarcarlo en barcazas que lo transportaban hasta un barco fondeado en la bahía. También se observan restos de la vivienda del capataz, que a finales del XIX era Miguel Soler Devesa y que, en 1888, emigró a Argelia y dejó a su esposa al frente de los trabajadores. Fue esta mujer alfasina la que dirigió esta pequeña explotación que estuvo en funcionamiento desde el siglo XIX hasta principios del XX.
Ya muy cerca del faro podemos contemplar un antiguo aljibe recuperado y su estructura hidráulica (siglo XVI). Y un poco más adelante, a la derecha, otro mirador para deleitarnos con el inmenso Mediterráneo, así como los acantilados con plantas rupícolas. Ya llegando al faro, se conservan los restos de una antigua torre vigía que sirvió para alertar de la presencia de piratas berberiscos en el mar: la Punta Bombarda, junto a la cual se construyó el faro.
Llegamos a nuestro destino: el faro, que en su interior cuenta con un centro de interpretación y sala de exposiciones -consulta los horarios, porque cambian en función de la época del año-. A su alrededor, un espectacular balcón que en verano es escenario puntual de conciertos de música clásica y que nos guarda una de las últimas sorpresas: si tenemos suerte, cerca de la costa podremos ver una familia de delfines mulares que suelen jugar por la bahía, ya que se acercan a menudo a la piscifactoría para alimentarse de peces y moluscos. El Faro de L'Albir es, una vez más, un enclave privilegiado, porque esta es una de las pocas poblaciones de delfín mular de la Península Ibérica.
En el camino de vuelta, paseamos ensimismados mientras agradecemos cada descubrimiento de este encuentro único con la naturaleza. Joan Piera, de nuevo, nos inspira: “El Parque Natural de la Serra Gelada recibe entre 150.000 y 200.000 visitantes cada año. Por eso es fundamental que no dejemos residuos a nuestro paso, que sepamos disfrutar del parque y dejarlo en las mismas condiciones para que otros lo puedan apreciar también”. A lo lejos, ya de noche, echamos la vista atrás y comprobamos que la luz del faro centellea, como lleva haciendo desde 1863.
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