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Atravesar la sierra de Urbasa por la serpenteante NA-718 es una pequeña aventura panorámica que bien podría justificar un viaje al parque natural. Apenas alcanza 40 kilómetros y es el camino más corto entre Alsasua y Estella-Lizarra, pero los navegadores suelen sugerir que evitemos subir y bajar al altiplano y nos invitan a dar una pequeña vuelta por la NA-120, vía el puerto de Lizarraga. Su trayecto suma diez kilómetros más, pero te ahorra un puñado de minutos. Lo que los navegadores no saben es que hemos venido a jugar.
Esta carreterita para valientes es la llave a espacios tan célebres como la reserva natural del nacedero del Urederra y a su espectacular mirador de Pilatos, a numerosos dólmenes y túmulos prehistóricos, a una gran red de pistas forestales para montar en bicicleta, a los pequeños pueblos del valle de Améscoa… En su zona más septentrional, al abrigo de unas crestas rocosas, se conserva un hayedo muy especial. Quizá no pueda competir en fama y dimensiones con la Selva de Irati, pero tiene una personalidad irresistible en combinación con unas formaciones rocosas que invitan a que vuele la imaginación.
La sierra de Urbasa es un macizo kárstico en cuyo interior alberga un gran altiplano boscoso con multitud de cuevas, simas y cañones secos. Se trata de una meseta con una altitud media de unos 1.000 metros que se derrumba estrepitosamente por el norte y por el sur, hacia el corredor de la Barranca y hacia el valle de Améscoa respectivamente. No tiene cumbres icónicas -el Dulantz es su cumbre más elevada con 1.243 metros-, pero se considera que hace de frontera climática entre la Navarra atlántica y alpina, y la más llana y mediterránea.
Esta gran mole actúa como esponja pétrea, captando grandes cantidades de humedad en superficie y, después, liberándola allá abajo en los valles. Las sierras de Urbasa y Andía constituyen el gran acuífero de montaña de Navarra. Bajo sus suelos calizos se almacena el 27 % del agua subterránea de toda la comunidad foral, y por eso más del 25 % de su población bebe directamente de los numerosos manantiales de la zona.
El topónimo proviene de los términos en euskera ur (agua) y basa (bosque). Nos anticipa que sumergirse en la espesura de su Hayedo Encantado tiene tintes bautismales. La densidad y altura de sus grandes ejemplares crean una penumbra arrebatadora, que acentúa las nieblas, y los farallones calizos se aparecen como si fueran animales mitológicos del bosque. Pero en su oscuridad siempre hay algo que brilla, ya sea el verde del musgo o el rojo de las hayas. Los amantes de la fotografía harían bien en llevarse el trípode porque los bosques de Urbasa dejan poco margen para el mal pulso.
Desde Alsasua, la NA-718 abandona el corredor de la Barranca y empieza a escalar osadamente por la empinada ladera norte del altiplano, que conforma una afilada línea de montañas de una rectitud casi perfecta. Cuando estamos a punto de coronar, la carretera se retuerce enlazando cinco curvas de herradura muy fotogénicas que merecen una parada en el mirador. Nada más posar las ruedas sobre el altiplano, se aparece el Centro de Interpretación de Urbasa, el punto de partida más directo hacia el Hayedo Encantado. Las plazas de aparcamiento escasean, así que conviene madrugar los fines de semana.
Desde la caseta y los aparcamientos cercanos parten varias rutas señalizadas. La del paraje de Morterutxo sería la más sencilla, con un itinerario circular adaptado e interpretado de menos de un kilómetro donde ya vamos a ver ejemplares interesantes de haya, pero merece la pena ser un poco más ambiciosos. No existe una ruta como tal del Hayedo Encantado. Ni siquiera está claro dónde empieza y dónde termina este paraje. Quizá unos tres kilómetros bosque adentro. Sea como sea, basta adentrarse unos cientos de metros por la espesura para comenzar a ver hayas enormes y arcos de roca.
La Ruta de los Montañeros es una propuesta de unos 16 kilómetros entre ida y vuelta que atraviesa el Hayedo Encantado y asciende hasta el cresterío norte de Urbasa, para que podamos mirar al bosque recién conquistado por encima del hombro. Su escasa dificultad física se concentra en la parte final, donde pasamos de unos 900 metros de altitud a 1.100 en un par de kilómetros, pero es una ascensión perfectamente evitable. Uno se puede ahorrar el sofoco y quedarse disfrutando de las hayas por un terreno fundamentalmente llano.
Sí merecería la pena recorrer, por lo menos, los tres primeros kilómetros de la ruta, que ya transitan un hayedo bastante denso. Inicialmente atraviesan una majada pastoril donde se conserva una borda de madera y, luego, una zona tradicionalmente carbonera en la que se ha recreado una cabaña. A los tres kilómetros, cuando el camino comienza a subir, conviene estar atentos a una baliza que indica un desvío a la derecha, por un sendero que seguramente esté cubierto de hojas rojas. Es el inicio definitivo de este paraíso de fantasía, un laberinto de callejones de piedra cubiertos de musgo, con paredes verticales de hasta ocho metros de altura.
¿Cuándo es el momento más dulce para visitar el Hayedo Encantado de Urbasa? No es nada fácil dar con el instante preciso en que casi todas las hojas que quedan en las hayas se vuelven rojas. Pero tampoco hace falta. Puede incluso que valga la pena adelantarse, antes que llegar demasiado tarde. Después de un día de viento y lluvia, hoy nos encontramos el bosque lleno de hojas rojas recién caídas que el musgo vuelve brillante, pero ahí arriba, en las ramas, todavía aguanta un verde bastante intenso. El conjunto es inmejorable.
La sierra de Urbasa lleva más de 100.000 años habitada por humanos. Se sabe que sus cuevas nos sirvieron de refugios naturales y que ha sido un recurso tradicional de madera, leña y carbón, de caza e incluso de nieve. Una tala moderada dio cancha al pastoreo en el altiplano y ahora, en la zona sureste, se extienden rasos con pastos de gran calidad que alimentan el ganado vacuno y ovino con los que tan buenos quesos fabrican en los valles. En general, las gentes de Urbasa se han conducido con la proverbial actitud contenida de las gentes del norte, haciendo una explotación responsable de sus recursos y permitiendo una buena conservación del medio natural.
Ahora que hemos conocido los cresteríos que limitan el altiplano por el norte, vale la pena continuar conduciendo hacia el sur para ver cómo la meseta se precipita en su otro extremo, siguiendo el curso de buena parte de las aguas subterráneas de este gran acuífero. Así llegamos al Balcón de Pilatos o el Mirador de Ubaba, situado sobre un espectacular anfiteatro rocoso con paredes verticales que alcanzan los 300 metros de prominencia. La carretera, sorprendentemente, es capaz de salvar este accidente para ofrecernos alojamiento, ya sea en los encantadores pueblos del Valle de Améscoa o en la monumental Estella-Lizarra.
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