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Seguir el periplo del premio Nobel por tierras vascas es convenir lo mismo que se asegura de Roma y Santiago: todos los caminos llevan a… Ernest Hemingway. Periodista, escritor, deportista, pescador, cazador, aficionado a los toros, al ciclismo, a la pelota vasca y a la buena vida, el escritor estadounidense lo unió todo en un gran espíritu viajero. En busca de un orden, pues fueron muchos los sitios del País Vasco en los que estuvo, uno se impone sobre el resto como destino hemingwayano por excelencia: Donostia-San Sebastián.
Por la Bella Easo empezamos esta singular ‘fiesta’. Fiesta (The sun also rises) fue la novela que encumbró a Hemingway y la que, todavía hoy, noventa y seis años después de que la concluyera, precisamente en el País Vasco, sigue siendo cita obligada del autor y su relación con estos escenarios. Su lectura sorprende con descripciones de lugares que permanecen invariables desde entonces.
Ya en la ciudad, el 'Hotel María Cristina' es buen punto de partida. Referencia del lujo y el confort hostelero, al 'María Cristina' se le conoce sobre todo lo demás por su relación con el cine. Aquí se alojan los protagonistas de uno de los más importantes festivales del Séptimo Arte que se celebran en el mundo. De la entrada del hotel sale la alfombra roja que lleva al Kursaal, epicentro del evento. Es fácil saber cuándo estuvieron tal o cual actriz y donde durmió aquel otro director.
Aunque de Hemingway poco más se sabe que el "estuvo alojado aquí". Las reseñas del paso de Hemingway sobre todo hay que buscarlas en sus escritos. Por sus cartas, novelas y cuentos sabemos que el 'María Cristina' fue su cuartel general en muchas de sus estancias en los años 50. Precisamente, la última vez que visitó San Sebastián, en 1960, cedió en este hotel sus derechos para publicar en euskara de El viejo y el mar.
Corría el verano de 1925 cuando Hemingway concluyó Fiesta. En el penúltimo capítulo de la novela, aparecen sucesivos episodios del protagonista de la novela, Jake Barnes, trasunto del propio Hemingway. El relato muestra una imagen que apenas ha cambiado. “La playa era lisa y firme, la arena amarilla”, escribe Hemingway, para continuar más adelante: “A la derecha, a lo lejos había una colina verde, con un castillo, que casi cerraba la bahía”, se trata del Monte Igueldo, cuyo funicular pudo haber tomado para contemplar la bahía desde lo alto.
Gran aficionado a la natación, el escritor estadounidense volvía año tras año a zambullirse en las aguas de La Concha. Hay varias fotografías de Hemingway en la playa. Con su segunda esposa, Paulin Pfeiffer, y en otra junto a Waldo Peirce, ambos con el bañador de tirantes de la época. El pintor estadounidense fue autor del retrato del escritor aparecido en la revista Times diez años más tarde.
En pos de los vagabundeos del protagonista de Fiesta por La Concha, se pasa por el balneario de 'La Perla'. Con el 'Hotel María Cristina', el Casino –hoy sede del Ayuntamiento– y el Teatro Victoria Eugenia, mantenía encendidos los rescoldos de la belle époque donostiarra que Hemingway disfrutó. Es difícil no imaginarle con Paulin en este balneario, hoy transformado en moderno centro de talasoterapia.
En el paseo que bordea la playa, donostiarras y visitantes continúan acodándose en la barandilla ensimismados por la belleza de la bahía. Sólo se advierte una diferencia llamativa respecto al ambiente que refleja la novela: la presencia de un enjambre de bicicletas. Como gran aficionado al ciclismo que fue, Hemingway hubiera montado en ellas. Al final del paseo está el Club Náutico y, algo más allá, el puerto de pescadores. El primero ha sido reformado en sucesivas ocasiones, aunque conserva el aspecto que conoció Hemingway. El segundo ha visto crecer desde entonces una extensión para barcos deportivos.
Al final del puerto está el acuario de la ciudad, uno de los más antiguos de Europa, inaugurado en 1928 por Alfonso XIII, María Cristina y Victoria Eugenia. Hoy el Aquarium de Donosti es la segunda atracción más visitada del País Vasco, sólo por detrás del Guggenheim. Las citas sobre la ciudad abundan en Fiesta: “Incluso en los días calurosos, San Sebastián tiene algo de la atmósfera del amanecer... como si las calles acabaran de ser regadas... En los días más tórridos, siempre hay calles frescas y sombreadas”. En busca de ese frescor, Hemingway solía recalar en las terrazas del Boulevard. Como en la del histórico 'Café de La Marina'.
Desde su construcción hace 150 años, el Boulevard es lugar de encuentro y relajo predilecto de los donostiarras. Las terrazas que hoy ocupan el sitio del Café de La Marina,muestran sus mesas tan abarrotadas como estuvieron las del legendario local. Igual que ahora hacen sus parroquianos, Hemingway disfrutó del ambiente de la calle. Así lo describe: “…me senté en la terraza a gozar de la frescura, tomando un vaso de granizado de limón… pasé mucho rato en el café, leyendo y viendo pasar a la gente”.
El 'Café de la Marina' hace años que cerró sus puertas. Le han seguido otros muchos. El último, el no menos histórico 'Café Barandiarán', que también conoció Hemingway. Inaugurado en 1925, echó el cierre en 2019. Su demolición se ha llevado por delante las remarcables vidrieras y la fachada, aunque se ha paralizado, al formar parte este café del conjunto monumental de la Parte Vieja de la urbe.
En busca de la inspiración para concluir Fiesta, Ernest Hemingway huyó del bullicio donostiarra y se recluyó en Txingudi. La bahía marca la frontera entre España y Francia, en la desembocadura del Bidasoa. Se alojó en Hendaya, donde logró acabar la novela. La experiencia le fue tan grata que años después, en 1929, regresó para finalizar Adiós a las armas, a la que tampoco lograba ponerle el punto final, hasta el punto de escribir 47 borradores del mismo. Lo logró en Txingudi, permaneciendo en la bahía hasta corregir las pruebas finales.
La vista que regala la orilla hendayesa junto a la Isla de los Pájaros le impresionó. Lo recoge en su póstuma El jardín del Edén: “Le encantaba la vista de la bahía y del estuario y la piedra vieja y gris de Hondarribia y la brillante blancura de las casas diseminadas a su alrededor y las montañas pardas con las sombras azules”. Sólo hay que asomarse al puerto de Canetta para comprobar que todo sigue igual. Los barcos anclados con sus panzas apoyadas en la arena que emerge en marea baja. La masa gris y vieja del casco antiguo hondarribiarra, los caseríos que se esparcen por las laderas del Jaizkibel, el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe destacado sobre la cresta.
Cada cuarto de hora, aun en los días invierno, un barquito cruza Txingudi. Es un tránsito de poco más de cinco minutos, que cruza el Bidasoa entre Hendaya y Hondarribía. Por un módico precio, evita la laboriosa ruta de Irún y el puente de Santiago, despreocupándose de aparcar el coche en cualquiera de las dos localidades. A buen seguro que Hemingway lo habría utilizado.
Señalan desde Basquetour la importancia de Pasajes en la ruta Hemingway. Es en esta localidad guipuzcoana donde el escritor perdió de vista el coche donde había olvidado su pasaporte. Paso obligado entre San Sebastián y la muga, en Pasai Donibane-Pasajes de San Juan está la casa museo de Víctor Hugo. El gran devorador de libros que fue Hemingway apreciaba la obra del francés. En su relato breve Una habitación en el lado del jardín, hace que los protagonistas hablen de Hugo.
En la otra orilla de la ría está Pasajes de San Pedro. Conviene recorrer el muelle rumbo a la bocana y alcanzar la Factoría Marítima Albaola. Aquí se lleva a cabo uno de los proyectos navieros más singulares que pueden contemplarse en la actualidad, la construcción de un barco ballenero del siglo XVI igual a como se hacía entonces. Este proyecto es el sueño hecho realidad de Xabier Agote. Navegante, remero y expedicionario marino, ha sido aclamado como el último carpintero de ribera, cosa de la que él reniega. “Como mucho soy el último que reivindica un oficio que se ha perdido”, subraya acodado bajo la proa de la réplica del ballenero San Juan.
El hallazgo en 1978 del galeón original, hundido en 1565 en Red Bay, costa atlántica de Canadá, fue decisivo. Era el barco de su tiempo mejor conservado a nivel mundial. Localizado a escasa profundidad, se extrajo pieza a pieza y ha sido catalogado Patrimonio Cultural Subacuático de la Unesco. Al conocer el hallazgo, Agote decidió construir una réplica idéntica, en el mismo astillero del que salió el San Juan, uno de los grandes petroleros del siglo XVI. Con una capacidad para transportar en su vientre hasta 700 barricas de aceite, cada una de ellas contenía 200 litros de grasa de ballena, lo que al cambio actual supondrían 7.000 euros por barrica.
La réplica del San Juan se inició en 2015 y acomete ahora su fase final. “Hemos tenido que aprender un trabajo del que no se sabía casi nada”, reconoce Agote, quien al tiempo que construye el galeón, ha puesto en marcha una escuela internacional de carpintería de ribera. Se niega Xabier Agote a dar una fecha para el final del proyecto. “La pandemia nos ha retrasado mucho y siempre dependemos de la financiación, cuya mayor parte la obtenemos de recursos propios”. De lo que sí está seguro este emprendedor y visionario es que “el barco no se hundirá, aunque antes debamos aprender a navegar con él”.