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En el Parque Natural de los Arribes del Duero la fiereza no está reñida con la quietud. A su paso por Zamora, justo antes de llegar a la frontera con Portugal, el río se encajona formando profundos cañones de vertiginosas paredes y una belleza agreste espectacular. Un paisaje indómito enmarcado también en la Reserva de la Biosfera Transfronteriza Meseta Ibérica, que lejos de generar ansiedad, transmite paz.
“Me siento afortunado”, confiesa Antonio Campesino. El gerente de la empresa Zamora Natural reconoce su suerte… y arrojo. Este madrileño de Carabanchel, con raíces zamoranas, decidió escapar de la frenética rutina, abandonar la soñada capital y volver al pueblo para reencontrarse con las sensaciones asociadas a su niñez. “De pequeño veraneaba en Manganeses de la Lampreana, estaba todo el día con la bicicleta, el tirachinas, un mapa, una brújula y en total libertad, sin horarios”.
Unos sentimientos que quería recuperar y evocar a los demás siguiendo el espíritu de Peter Pan. Por eso, fundó una empresa de turismo activo que ha sido galardonada con un sinfín de premios a nivel nacional e internacional por su respetuoso aprovechamiento de los recursos que ofrece la provincia.
Kayak, rafting, observación de la fauna, trekking o mountain bike son algunas de las propuestas ideadas para dar a conocer el inmenso patrimonio natural de Zamora, que le han valido el reconocimiento de las instituciones y el agradecimiento de los usuarios. “Nosotros venimos de Ibiza”, comentan un padre y un hijo que han dejado atrás la Isla Blanca para escabullirse del frenesí de las Pitiusas en verano. Otra familia viene de Madrid -después de que la abuela se enamorara de Sayago y se mudara a Almeida-. Y otro joven procede de Menorca. Todos vienen buscando lo mismo: la calma. Y ese ritmo pausado genera una sintonía común. Aquí el contacto con la naturaleza es permanente; la quietud, continua, y el mayor ruido, el canto de las cigarras.
Tras serpentear por la ZA-321, una sinuosa y estrecha carretera, llegamos a ‘La Casa del Duero’, un pequeño refugio junto a las ruinas de la ermita de San Esteban. Allí nos reciben Antonio y Bea, los guías de Zamora Natural. Ya no hay cobertura, comienza la aventura. “¿Todos habéis remado alguna vez?”. “Sí”, responden los participantes al unísono. “Yo solo en El Retiro”, apostilla la madrileña.
Los monitores imparten unas nociones básicas de piragüismo y de cómo coger el remo. “El río es como si fuera mantequilla y nosotros con la pala queremos untarla, no cortarla”, explican de forma didáctica. “Fijamos las manos como con pegamento a la pala y solo movemos las muñecas, como si acelerásemos una moto”, continúan.
En apenas unos minutos ya estamos en la orilla del río, parapetados con chalecos salvavidas y con un pequeño barril que atesora nuestras mayores pertenencias y preocupaciones: llaves, dinero y móvil. Una vez botada la piragua, toca remar y desconectar. Lo primero es fácil. Lo segundo, ineludible.
Los caprichos cincelados por el río en las rocas embelesan la mirada. Solo se escucha el rumor del agua y una pareja de majestuosas águilas reales sobrevuela uno de los riscos. Si existe el slow life, tiene que ser algo parecido a esto. Como consecuencia de la construcción de las presas, las paredes verticales acunan el lecho de un río que ya no ruge como antaño y que otorgan ese manso carácter a los fiordos, tal y como apuntan los lugareños. “Antes de la creación de los embalses, se escuchaban los bramidos de las aguas bravas”, recuerdan.
Ahora, sus aguas tranquilas dan pie a un turismo de observación con grandes dosis de terapia de relajación, clases de geografía, historia e incluso ficción. De un lado, Pino del Oro; del otro, Villadepera. De un lado, Aliste; del otro, Sayago, y, enfrente, una espectacular virguería de la ingeniería civil en España: el viaducto de Requejo, más conocido como el puente Pino. Una pasarela de casi 500 toneladas de acero emerge de entre las rocas de forma imponente: 190 metros de largo, 90 metros de alto y un solo arco de 120 metros de luz. Una auténtica maravilla construida en 1914, de la cual el plano nadir del kayak te ofrece una perspectiva sin igual.
Como explican los guías, el puente proyectado por José Eugenio Ribera constituyó un alarde de ingeniería para la época y supuso el fin al aislamiento entre las comarcas de Aliste y Sayago, conectadas anteriormente por barqueros. Un rudimentario servicio que fundamentó numerosas leyendas religiosas.
Además, en las agrestes laderas de las orillas también se aprecian los restos de un antiguo horno de fundición y calicatas, que dan fe de la constante búsqueda de oro y estaño por la zona. Asimismo, también se conservan algunas cuevas que sirvieron de escondite para fugitivos de la Guerra Civil y de guarida para los contrabandistas de Portugal.
De hecho, de repente, suena el móvil. “Beep, beep”: es un SMS. ¿Ya hay cobertura? “Bienvenido a Portugal”. El Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España nos ubica en territorio luso y nos invita a ponernos en contacto con los consulados de Lisboa u Oporto en caso de emergencia. La frontera se diluye en las aguas y el tour en kayak por los Arribes del Duero depara más sorpresas como el avistamiento de alimoches, buitres, nutrias, visones y milanos, la observación de la flora (encinas, fresnos y robles de influencia mediterránea y atlántica), o incluso el descubrimiento de las zonas bateadas por los romanos en busca de pepitas de oro, que dan lugar a nombres de pueblos cercanos como Pino del Oro.
“¿Veis ese sitio donde se están bañando? Era conocido como El Arenal. Ahí bajaban con burros y los cargaban con arena en las alforjas y la transportaban hasta la presa que estaban construyendo”, cuenta Antonio entre historias y anécdotas.
Lo cierto es que el río Duero es un filón y desde Zamora Natural ya están probando otras formas de turismo, como un pequeño y silencioso barco con capacidad para seis personas movido por la energía solar, que brinda la oportunidad de disfrutar de la excursión también a las personas mayores o aquellas con movilidad reducida que no puedan subirse a la canoa. No obstante, la experiencia va más allá del agua.
Tras bajar de la piragua, en Villadepera nos subimos a bordo de una furgoneta que nos conduce hacia el subsuelo. Recorremos unos cuatro kilómetros por un camino de tierra entre fincas llenas de encinas cubiertas de líquenes y perfectamente delimitadas por las cortinas de piedra, indemnes pese al paso del tiempo. Nos ponemos el casco de seguridad, encendemos la linterna frontal y nos adentramos en la mina El Carrascal, posiblemente de origen romano.
“Qué fresquito”, comenta uno de los visitantes. El frescor nos da la bienvenida a esta galería minera esculpida en rocas volcánicas cuyo origen se remonta a erupciones que tuvieron lugar hace 485 millones de años, según el Instituto Geológico y Minero de España. De ellas se extraía la casiterita, un valioso mineral para obtener estaño.
Durante las explicaciones, el sosegado paso de un sapo nos desvía la mirada hacia el suelo, donde, además de excrementos de murciélagos, aún se aprecian las marcas de los rieles por los que discurrían los vagones. Además, también se conserva alguna traviesa de madera original.
A medida que avanzamos por el entramado de galerías, las paredes se estrechan y el interés se ensancha, incluso el de aquellos que no pueden ver, pero sí tocar e imaginar. Bea no se despega de un turista con discapacidad visual al que acompaña cogido del brazo para hacer de esta visita una ruta sensorial, que también garantiza la accesibilidad.
Después de un paseo por la geología y la minería, es hora de seguir descubriendo todos los encantos que ofrece la zona: bodegas, mermeladerías, talleres de cerámica, obradores, senderos, mesones y zonas de baño como la piscina de Villadepera, otro apacible oasis donde degustar un rico arroz para reponer fuerzas y continuar con un viaje lleno de paz.
Datos de interés
ZAMORA NATURAL - Tel: 655 82 18 99.
MINA DE VILLADEPERA - Necesaria reserva previa para concertar la cita en el teléfono 657 55 02 32.
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