Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Cees Nooteboom –ensayista, poeta, novelista y viajero, enamorado de España– escribe mientras está en Oviedo: "¡Qué desatino que la mayoría de la gente no vaya más allá del horno de la costa este española!". El comentario sirve para turistas internacionales y nacionales. El atractivo de visitar un lugar a través de la lectura de un viajero, es un lujo barato e inolvidable. Si además ese "otro" es extranjero y lo que describe con pasión es nuestra tierra, suele aumentar la estima por la belleza que nos rodea. Es un efecto algo papanatas, vinculado a eso de que los de afuera saben más, pero aprovechémoslo.
Para la gran Edith Wharton –la fascinante, culta y glamurosa neoyorkina amante de Europa- Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo eran "preciosas. La impresión más completa que he tenido nunca de un edificio del prerrománico vivo y articulado", anotó en 1925, con vistas a escribir un libro sobre los viajes a España, como hizo con Francia e Italia. Nunca lo redactó.
Si a Wharton le impactaron los dos edificios y el entorno un 12 de septiembre de 1925, cuando el campo está agostado y amarillea incluso en Asturias, la visita en día soleado durante el mes de julio de 2018 –tras la primavera más lluviosa en lo que va de siglo– es un placer. Es primera hora de la mañana y la piedra arenisca del palacio que mandó construir Ramiro I allá por el año 842 (siglo IX) dota de aura a la construcción –algunos edificios la tienen– puede que efecto de la simbiosis entre la humedad que envuelve el ambiente y el sol que no se atreve a derrotarla.
La visión de la fachada este de Santa María del Naranco cae sobre el visitante sin aviso. Sus dos pisos que simulan tres, gracias a la destreza que el aún desconocido arquitecto usó para ese efecto con las tres últimas ventanas, sobrecogen al pensar que llevan ahí 1.200 años azotadas por el viento, el agua y soportando la humedad; "los medallones en las paredes sobre los arcos" justifican la fascinación de Wharton, y transmiten "la elegancia ligera y extrema" con que la describe el holandés Cees Nooteboom, un amante de esta península en todas sus facetas. Pasa una parte del año en su casa de Menorca.
En la cara oeste del palacio está el lugar de la venta de entradas para la visita. Juan Manuel, también guía, las vende esta mañana y advierte de que en San Miguel está prohibido hacer fotos por las pinturas, en restauración desde el pasado mes de junio. No sabe qué historiador es el mejor para estudiar el edificio, pero tiene claro que la parte de abajo más parecen unas termas copiadas a los romanos que un aljibe.
Mientras Mónica, la guía, espera a que el grupo esté completo para entrar por la puerta baja de la fachada principal –dos escaleras simétricas y hermosas la flanquean–, basta detener la mirada en los dos balcones laterales para entender al narrador holandés: "¿Qué clase de reyes eran esos? ¿De dónde sacaban los modelos para sus construcciones? Hace pensar más bien en la decoración de Roma, la ligera gracia de las dos fachadas abiertas se ríe de la oscuridad de la Edad Media, de hecho no conozco ninguna construcción que se parezca a esta".
La evocación romana de Nooteboom tiene todo el sentido, pero también la pregunta sobre quiénes eran estos reyes astures, que comenzaron con Don Pelayo y dejaron un rastro imborrable en la historia de la península en su lucha por expulsar a los árabes. Con todo, este rey Don Pelayo o los varios Alfonso reyes, e incluso este Ramiro I al que se deben Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, han tenido mala suerte en la propaganda de sus hazañas si se compara con el éxito de las leyendas artúricas en Gran Bretaña. Ramiro también luchó contra los vikingos, que dieron pátina a Arturo.
Por fin, Mónica logra pastorear a todos los asistentes a la visita y comienza avisando sobre las escaleras y lo de recostarse en las paredes. Santa María es "de piedra arenisca en tierra blanca y lleva aquí desde hace 1.170 años. Hay que mimarla. No suban al altar para hacerse la foto –aunque es una copia– o a las ventanas de los balcones. Que dure para vuestros nietos y bisnietos", les dice a los pocos niños presentes a esa hora. Pese a todo, a lo largo de la visita –no más de media hora– el efecto Instagram en alguno de los turistas es imposible de evitar.
En su origen, Santa María era un palacio, aunque la residencia habitual de los reyes astures estaba en Oviedo. San Miguel de Lillo se levantó como la iglesia del palacio, pero cuando en el siglo XI San Miguel se derrumbó, Santa María se convirtió también en iglesia. "Tiene dos miradores, por primera vez abovedados en piedra no en madera. En las paredes laterales, idénticas, se ve un arco central más grande y luego los que están a los lados van disminuyendo de tamaño para generar un efecto óptico; las paredes tiene acanaladuras (de canal) y huecos para apoyar andamios cuando había que reparar, las columnas están sogueadas (con una soga que las envuelve, clásico del arte asturiano)...".
La voz de la guía se diluye en la búsqueda de la luz para fotografiar los medallones que tanto impactaron a Wharton o el rincón de la balconada en el que Nooteboom evocaba lo diáfano del edificio y perdía su mirada monte arriba, saltando de las batallas de los astures contra los árabes mil años antes, a la guerra entre españoles hacía algo más de 60 años, cuando se oyó el grito de los mineros: "¡Moros! Moros en la cuesta, y las tropas marroquíes de Franco entraban en la ciudad desde la montaña del Naranco, junto a la iglesia en donde estoy sentado ahora", escribe Nooteboom en su famoso El desvío de Santiago.
Hoy, desde la cima del monte, a tres kilómetros –coronado por la estatua de un Cristo debatido, basta con subir a verlo para entenderlo–, lo que baja es un ciclista eufórico, cantando a voz en grito, que siembra la sonrisa entre los visitantes que recorren los 150-200 metros entre Santa María y San Miguel de Lillo o Liño.
El paseíto merece la pena, aunque el "hermoso paisaje boscoso con castaños españoles, turba, helechos y moras" que describe la norteamericana, o la leve niebla "que se balancea sobre la llanura" pierda nuestra atención, enganchada nuestra mirada en el lomo blanco y rayado del Palacio de Congresos de la capital. Obra de Santiago Calatrava, 76 millones presupuestados y al acabar en el 2011, 360 millones de euros. Los ovetenses lo llaman el centollu.
Con la explanada a la izquierda, Santa María a la espalda y a la derecha varios caminantes que suben al Naranco a pecho descubierto luciendo lorzas bien mantecosas, se entra en San Miguel de Lillo. En la fachada el encaje de las celosías de piedra –una de ellas protegida por un cristal– confirman que el maestro –o maestros– de Santa María y de San Miguel fue un gran artista.
Ramón, el guía con voz de audioguía o ventrílocuo, comienza la explicación al pie de la iglesia. Se conserva una tercera parte de lo que fue la planta original. "No se permiten fotos, la bóveda central de once metros…", repite destacando las pinturas ahora en restauración: "Está la primera imagen humana representada en la monarquía asturiana". Se inauguró el domingo 23 de junio del 848 por Ramiro I, los cuatro arcos con motivos orientales de rosetas, celosías talladas en un bloque de piedra, la influencia romana. Al final, el hombre se para en las dos jambas que llamaron la atención de Wharton por "el número circense" que representa una de ellas. "Ambas jambas son dos bloques de piedra copia de dos dípticos bizantinos", prosigue el guía, que no tiene inconveniente en mostrar sus tensiones con los restauradores de las pinturas.
Tensiones que quizá se reprodujeron entre los arquitectos de este par de joyas y el propio Ramiro I, relación de la que tampoco se sabe gran cosa. De vuelta a Santa María, los caminantes sin camiseta siguen subiendo y bajando con tal de pillar el moreno del día soleado. Oviedo no tiene playa, eso que le echa en cara Gijón.
En general... ¿cómo valorarías la web de Guía Repsol?
Dinos qué opinas para poder mejorar tu experiencia
¡Gracias por tu ayuda!
La tendremos en cuenta para hacer de Guía Repsol un lugar por el que querrás brindar. ¡Chin, chin!