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Del castillo de Bembibre apenas queda un montón de piedras no demasiado sugerente. Ya estaba hecho polvo cuando Gil y Carrasco publicó su obra, considerada la novela cumbre del Romanticismo español. Pero que nadie se desanime. Aunque el literato tenía predilección por ruinas que dejaran volar su imaginación y las de los lectores, buena parte de sus escenarios protagonistas siguen en pie. De hecho, muchos se han investigado y rehabilitado, y ahora merecen sobradamente un viaje, en parte por su arte, pero también por sus historias de maltrato y recuperación.
Efectivamente, la novela El señor de Bembibre es puro Romanticismo. Está ambientada en “una tarde de mayo de los primeros años del siglo XIV”. Sucede que las dos últimas casas señoriales de El Bierzo tienen sus esperanzas puestas en la unión entre el valiente Álvaro Yáñez y la purísima Beatriz Ossorio, que se enamoran perdidamente, pero no pueden casarse porque el poderoso conde de “Lemus” aparece pidiendo la mano de Beatriz. Por su parte, los caballeros templarios (cuyo Gran Maestre es el tío de Álvaro) están en una encrucijada porque Lemus y sus aliados los persiguen bajo falsas acusaciones de adoración al diablo. Álvaro, en un gesto de idealismo sin fronteras, decide ordenarse templario aunque eso suponga renunciar a su amor.
Aunque El señor de Bembibre se considera una novela histórica, o al menos una precursora de estas, hay que tener en cuenta que mezcla dos acontecimientos históricos que no coexistieron: la disolución del a Orden del Temple, que sucede a comienzos del siglo XIV, con una serie de luchas de poder entre señores de León y Galicia en las que sale ganador Pedro Álvarez Osorio, el Conde de Lemos, y que suceden en la segunda mitad del siglo XV. Las generaciones y generaciones de bercianos que han leído esta novela desde niños hace que el planteamiento de novela prácticamente haya suplantado a la verdad.
El gran éxito de esta suplantación histórica se puede ver en cómo el imaginario popular ha bautizado a uno de los escenarios más importantes de la novela: el Castillo Templario de Ponferrada. Es cierto que su origen es templario y en él todavía se conserva alguna de sus construcciones, pero en su mayoría data de fechas posteriores a la disolución de la orden. En la novela, la fortaleza es protagonista de dos de sus mejores pasajes: la ceremonia de ingreso de Álvaro en el Temple y el posterior asedio de Lemus.
Casi toda la novela sucede en el entorno de la confluencia del río Sil y el Cúa, en cuya ribera cuenta Gil y Carrasco, que “la naturaleza parece haber derramado una de sus más dulces sonrisas”. Efectivamente este es un pequeño jardín del Edén donde hay una densidad sorprendente de certificaciones de alimentos de calidad: la IGP Pimiento Asado del Bierzo, la DOP Manzana Reineta del Bierzo, las MG Castaña del Bierzo, Cereza del Bierzo o Pera de Conferencia del Bierzo, y por supuesto los vinos de DOP El Bierzo. Un buen lugar para probar esas delicias es el Palacio de Canedo, que podemos imaginarnos que sería uno de los dominios de los señores de Arganza.
A medio camino entre el castillo de Ponferrada y el Palacio de Canedo se encuentra una de las grandes joyas monumentales de El Bierzo, el Monasterio de Santa María de Carracedo, que tiene un papel relevante en la novela porque su abad es el confesor de los señores de Arganza. El monasterio tiene sus raíces en el siglo X, cuando el rey Bermudo II donó la finca a monjes que huían de las incursiones de Almanzor en la meseta, aunque lo que vemos es una construcción promovida a partir de 1138 por Doña Sancha, hermana del rey Alfonso VII, que luego florece bajo el dominio de la Orden del Císter.
Cuando Gil y Carrasco lo visitó un año antes de publicar El señor de Bembibre, no hacía mucho de su desamortización y exclaustración, pero ya había habido tiempo para que lo saquearan y se veía ruinoso. Sin embargo, por la descripción que hace en el pasaje en el que el abad trata de persuadir a Álvaro de que no se ordene templario, queda claro que al menos pudo disfrutar de la fantástica Sala de la Reina -“gracioso aposento con ligeras columnas y arcos arabescos”-, a la que se accede por el Oratorio del Abad, donde merece la pena dedicare un rato al tímpano de la puerta, con una escena de la Dormición de la Virgen.
Ambas estancias se encuentran sobre la Sala Capitular, con una portada tardorrománica que da directamente al Claustro Reglar. En el interior, cuatro columnas generan nueve espacios cubiertos por bóvedas de crucería, cuyos capiteles muestran una deliciosa colección de tallas con motivos vegetales, con excepción de uno particularmente llamativo con cuadrúpedos y animales fantásticos. Otra de las salas que merecen la visita es su gran Refectorio, junto al cual hay un pequeño museo que explica la historia del monasterio y su restauración, y nos introduce en el fascinante universo de los anacoretas del Bierzo, que también está relacionado con el último final de Álvaro Yáñez, aunque para no hacer spoiler, eso tendrán que descubrirlo quienes lean la novela.
Otro de los grandes escenarios de la novela es el cercano castillo de Cornatel, en cuyos paisajes Gil y Carrasco se recrea particularmente: “soberbio punto de vista que ofrecía aquel alcázar reducido y estrecho, pero que semejante al nido de las águilas dominaba la llanura”. La primera mención de la fortaleza data del siglo X, aunque dicen que su origen podría estar relacionado con las tropas romanas que defendían la explotación de oro de Las Médulas. Lo que sí sabía Gil y Carrasco es que, durante el siglo XIII, perteneció a los templarios, y que en él también había muerto el conde de Lemos, así que todo eran señales para que resolviera su novela aquí.
Hoy el clima nos impide ver el barranco que Gil y Carrasco describe con tanta pasión en su texto. Sin embargo, nos ayuda a recrear la escena clave que sucede en este “aéreo castillo”, en la que “la niebla que favorecía los pensamientos y propósitos de Lemus, encubriendo su peligroso asalto, no favorecía menos a don Álvaro”. Para no destripar el final, digamos solo que todo concluye con Beatriz curando su mal de amores en el lago de Carucedo, uno de los lugares favoritos del autor que está presente en toda su obra: “su alma es pura como la del cristal del lago de Carucedo, cuando en la noche se pintan en su fondo todas las estrellas del cielo”.
Cuando hablando sobre las bondades de la ribera del Cúa antes hicimos referencia a varias Denominaciones de Origen e Indicaciones Geográficas Protegidas, faltó por mencionar la que protege al plato más icónico de la región: la IGP Botillo del Bierzo. El asunto es tan serio que, cada mes de febrero desde 1973, en el municipio de Bembibre se celebra el Festival de Exaltación del Botillo, declarado de Interés Turístico Nacional. El festival celebra este plato que se elabora con piezas troceadas del cerdo, que se embuten en el ciego de este para que luego la pieza sea ahumada y semi curada.
Muy cerca del castillo de Ponferrada se puede poner el broche final a esta ruta literaria en 'La Casa del Botillo' (Recomendado Guía Repsol), un restaurante de comida leonesa situado en una casa de campo a orillas del Sil. Por supuesto son especialistas en botillo, aunque también ofrecen otros platos históricos de la zona como el fariñote (una especie de morcilla) o la androlla (una variante del botillo a la que se añaden pieles de cerdo y se cuece), además de carnes de buey y vaca leoneses de primera calidad que se traen de la leonesa Cárnicas El Capricho así como de otros proveedores vascos.
“Ahora todas las cocinas tradicionales hemos evolucionado para no ser tan cargantes; al botillo solo le metemos rabo y costilla para que sea un poco más liviano”, nos cuenta Alberto Blanco, gerente de este restaurante abierto en 2000, que es hijo de la prestigiosa fábrica de embutidos Pajariel, inaugurada en 1945. “Hacemos cocina tradicional siempre asociada a los productos que vendemos en la fábrica”, cuenta sacando pecho por un lacón y una cecina que rivalizan en fama con su mismísimo botillo. Se agradece su empeño por desgrasar los platos de siempre porque así queda hueco para su sugerente colección de postres caseros.
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