Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Marcan las diez de la mañana en el reloj del Palacio Consistorial de Cartagena. La firmeza de la luz del sol y el frescor del mar, justo enfrente, dan ganas de pasear la ciudad trimilenaria -la segunda más antigua de España después de Cádiz-, desde una perspectiva distinta a la acostumbrada. La guía que comanda el paseo recuerda que "el puerto es la razón de ser de Cartagena, aparte de una importante zona minera en la Antigüedad", e impone pensar todas las historias que han sucedido pisando el suelo que ahora pisamos nosotros. Pero hoy nos vamos a centrar en un momento muy concreto de la historia cartagenera: finales del siglo XIX y principios del XX, donde la riqueza de las familias burguesas se imponía, y ha dejado una huella muy bella, integrada con soltura en la ciudad.
Precisamente de esta época es el Palacio Consistorial, obra del arquitecto Tomás Rico en colaboración con Francisco Paula Oliver. Como suele pasar en estos casos, los locales pasean a sus perros, van a trabajar en sus bicis y acarrean bolsas de la compra sin echar ni un vistazo al edificio de planta triangular, fastuoso y lleno de luminosidad. Se puede jugar a rodearlo para comprobar que las tres fachadas son totalmente diferentes entre sí. "Las cúpulas de zinc y las columnas de mármol de Macael -de la Sierra de los Filabres, en Almería- nos hablan del poderío económico de la ciudad en ese momento, y se percibe el estilo modernista, por ejemplo, en esas volutas con hojas de acanto", señala la guía con precisión.
Justo enfrente del Palacio Consistorial, en ese lugar que fue ensanche de la ciudad, terrenos que poco a poco se ganaron al mar, se encuentra el Palacio Pascual Riquelme. También es ecléctico, de principios del XX, pero su estilo es "eminemente clasicista". Lo vemos en la relativa austeridad en comparación con su vecino, sus colores -salmón y gris oscuro- y las crestas curva contra curva que coronan el edificio. La chimenea que se erige en la parte izquierda nos remite a un momento industrial, no exento de elegancia. Pero lo realmente especial de este lugar es que se trata, a efectos prácticos y en palabras de la guía, en "una máquina del tiempo desde el sigo XXI al 5 a.C".
Razón no le falta, ya que, una vez entras en el palacio y tras dos salas de exposiciones llenas de luz, comienza un corredor subterráneo que sigue la calle General Ordoñez, pasa por debajo de Santa María La Vieja (del siglo XIII) y llega al interior de flamante Teatro Romano de Cartagena. Independientemente de la estancia, siempre hay luz natural en el túnel, "pensado con la intención de causar impaciencia en el visitante, y con suelo de piedragorda de Torrepacheco, mismo material de la edificación original". Rafael Moneo fue el que ideó este museo con su corredor y, en otra ocasión, vale la pena detenerse aquí, el momento de la historia de Cartagena del que todo el mundo habla. Pero ahora, volvamos a principios del siglo pasado.
Desde la Plaza del Ayuntamiento frente al puerto, avanzamos por la Calle Mayor, y pronto, en el número 13, encontramos la Casa Cervantes, ocupando una manzana completa. Construido en piedra, madera y forja, "comienza a lanzarse al art noveau". Según relata la guía, todo aquí, incluyendo la motivación primera, parte del afán por mostrar riqueza. Su construcción fue dirigida por Víctor Beltrí, discípulo murciano de Gaudí, bajo encargo del empresario Serafín Cervantes.
Cervantes era un nuevo rico que solicitó sin éxito formar parte del casino de la ciudad, donde solo accedían aristócratas y altos cargos, y decidió construir su vivienda precisamente al lado. "También cuentan que la rechazó la hija de una familia que vivía aquí", desliza la guía para deleite de la comitiva, siempre agradecida ante los salseos de época. En la puerta principal, las figuras de Atenea y Mercurio conforman su propio escudo de armas -ya que la familia carecía de él- y en el remate encontramos la Fortuna remitiendo, de nuevo, al poderío económico. Fue en el 'Café España', ubicado en los los bajos de este edificio donde, explica la guía, Antonio Alvárez compuso Suspiros de España. En una farola a la derecha hay un discreto reloj que en las horas en punto hacía sonar el célebre pasodoble.
Avanzando ligeramente por la calle Mayor se alza el Casino, con sus lamparillas decorativas de fundición -"que nos cuenta que el metal estaba en boga"- y toda su azulejería de Triana. Y más adelante, la Casa Llagostera, actualmente en proceso de rehabilitación. La construcción del hotel boutique proyectada se está retrasando porque detrás se encuentran los restos del Puerto Romano de la ciudad y de momento no es posible verlo, pero la profesional explica que en su fachada de azulejo pintado -"quizá la más bonita del modernismo cartagenero"- vuelven a aparecer Mercurio y Atenea.
Siguiendo la calle Mayor hasta la Plaza San Sebastián encontramos el Gran Hotel. Inaugurado en 1916, fue el primer hotel distinguido de la ciudad y durante mucho tiempo, el único. Ahora alberga oficinas, consultas, y locales comerciales. El empresario Celestino Martínez encargó a Tomás Rico un edificio que representa con fuerza todo el glamour de los años 20, "llega a recordar tanto al 'Hotel Corso' de Milán, que nunca ha quedado claro quién se inspiró en quién", comenta la guía. Ella también relata que al año de comenzar el proyecto falleció Tomás Rico y tomó el relevo Beltrí, lo que se tradujo en una "explosión de flores brutal" a partir del cuarto piso. Seguimos nuestro camino, no sin antes fijarnos en el rosetón que parece asomarse a la calle "como si fuera un barco".
Seguimos por la Plaza de los Tres Reyes y la calle Honda hasta llegar a la Plaza de San Francisco. Donde antes se encontraba el convento homónimo ahora pisamos una de las plazas con más encanto de la ciudad, habilitada a finales del XIX tras la desamortización. Debajo de ella está el foro de la ciudad, y las baldosas rojas en el suelo enmarcan el cierre de la ciudad romana. El que llega no sabe si es por el ficus centenario de Canarias que se erige en el centro, las palmeras, la humedad, o los edificios imponentes como la Casa Maestre, pero la realidad es que se palpa un ambiente colonial que remite a lugares lejanos.
La Casa Maestre quizá sea el edificio cartagenero que más recuerde a ese estilo barcelonés, de Gaudí, que suele venir a la cabeza cuando se habla de modernismo (lógico si pensamos que Casa Calvet fue usada como referencia), y fue declarado Bien de Interés Cultural en 2021. Las ramas del ficus casi rozan la fachada, cuajada de balcones de forja y enmarcados con molduras de profusos motivos florales. Llama especialmente la atención el impresionante mirador con cristal curvo encima de la puerta principal, resulta fácil imaginar a esa señora de la casa, a principios del XX, saliendo a leer, a ver y ser vista.
De la Plaza San Francisco nos dirigimos a la Plaza de la Merced, por las calles Caballero y Don Roque. Allí se alza el Palacio de Aguirre, una visita ineludible para quien quiera entender Cartagena hace algo más de cien años. El nombre de Víctor Beltrí vuelve a salir a la palestra en un edificio donde los frisos de la parte superior, en coloridos azulejos, destacan del conjunto. Cruzar el umbral del palacio es irnos directamente a la década de 1900: el patio de luces, la escalera de mármol, el balcón de forja. Y en la parte de arriba, los salones, los pasillos e incluso la capilla conservada tal y como se concibieron cuando la familia Aguirre vivía aquí, constituye todo un viaje.
Mientras que una parte del palacio se centra en la conservación, la otra mitad enfoca todo lo contrario, albergando el Museo Regional de Arte Moderno. De corte industrial y con alguna que otra luz de neón, el espacio acoge esculturas, fotografías, pinturas y piezas de videoarte de destacados artistas contemporáneos del panorama nacional. La primera planta está dedicada al periodo comprendido entre las vanguardias de los años 30 a las experimentaciones artísticas de los 70, con obras de Eduardo Chillida o Ramón Gaya; en la segunda, centrada en los posmodernos, destacan por ejemplo las obras de Antoni Tàpies o Sofía Morales. Y para finalizar la visita, hay que subir por las escaleras de chapa hasta la tercera de la planta, donde se puede encontrar interesantes piezas de videoarte y la terraza.
Comentando el interesante el hallazgo cultural, toca volver a nuestra siguiente parada. Bajando la calle San Diego y la avenida de América llegamos a la estación de Renfe de la ciudad que, aunque fue inaugurada por Isabel II en 1862, fue a principios del XX cuando el ingeniero Rafael Peryoncely -subdirector de la compañía MZA, cuyas iniciales jalonan la fachada- y el arquiecto Víctor Beltrí dieron lugar al edificio que contemplamos hoy. Las farolas, el techo en forja de la puerta principal, la azulejería colorida y la gran vidriera resumen muy bien nuestro paseo antes de coger el tren de vuelta. Da pena irse de Cartagena, pero Cartagena sabe despedirse.
En general... ¿cómo valorarías la web de Guía Repsol?
Dinos qué opinas para poder mejorar tu experiencia
¡Gracias por tu ayuda!
La tendremos en cuenta para hacer de Guía Repsol un lugar por el que querrás brindar. ¡Chin, chin!