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Buscando referencias de más entidad, arrancamos desde Aranda de Duero y, dando la espalda a su llanura y viñedos, conducimos hacia el sur por un terreno que se ondula y muestra los primeros cortados calizos y donde sobrevuelan los buitres. Desde la carretera no se aprecia, pero a la derecha, tras unos acantilados, se esconde uno de esos oasis castellanos que nadie espera en medio de la severa meseta.
Una señal repentina que indica "Pie de presa" da paso al punto más cotizado del Parque Natural de las Hoces del Río Riaza: la Presa de Linares. Hay que dejar el coche aparcado en un páramo que no promete demasiado, pero basta con caminar unos cientos de metros para dar con la sorpresa y asomarse al reino de estas enormes aves carroñeras, que ni los fines de semana pierde la calma para que puedan volar a sus anchas.
La parada queda justificada con las vistas: un cañón profundo de paredes ocres que cruza el majestuoso viaducto de la línea ferroviaria Madrid-Burgos, ahora en desuso, y que pide reconvertirse en la que sería una de las vías verdes más bellas y concurridas de España. Pero se justifica más si se baja a pie hasta la presa y se recorre el PR-SG-6, una senda de cuento de hadas (chopos, encinas, sauces, sabinas…) que, en seis kilómetros desde el parking, cruza el viaducto y llega hasta la las ruinas de la Ermita de Santa María del Causar, un templo románico del siglo XI abandonado tras la Guerra de Independencia; parece ser que las tropas francesas lo atacaron creyendo que 'el Empecinado' se escondía aquí. En total, ida y vuelta, son doce kilómetros bastante llanos, a excepción de la rampa final de vuelta al parking, de ahí que sea una buena idea llevar unas bicis en el coche. Una cuestión práctica: entre enero y julio hay que pedir permiso para transitar la senda llamando a la casa del parque de Montejo de la Vega de Serrezuela.
De vuelta a la SG-945 y siguiendo hacia el sur, la carretera ofrece su mejor cara cuando se pone en paralelo al agua embalsada, ya casi llegando a Maderuelo. El pueblo, a ratos cochambroso pero siempre encantador, se encarama a un promontorio alargado sobre uno de los meandros que erosionó, cuando era río, el Riaza. Su ubicación lo convirtió en un punto clave durante la Reconquista, y así entre los siglos X y XII vivió su esplendor. Desde entonces poco parece haber cambiado.
Si entráramos por el oeste, por el Arco de la Villa, veríamos que saca pecho con uno de esos inoportunos carteles de "Los Pueblos Más Bonitos de España" que estropea su estampa inmaculada. Por eso, pero sobre todo por la fantástica fachada urbana que se asoma al meandro, es mejor entrar por nuestra carretera, por el sur, cruzando el puente nuevo que se tuvo que construir en cuanto la Presa de Linares (1951) inundó el viejo puente románico que queda a su izquierda. El último fin de semana de agosto, cuando se celebra una feria con danzas, pregones y combates medievales, y cuando el nivel del agua baja a mínimos, es la mejor ocasión para ver el viejo puente otra vez en superficie.
Alejandro el colmenero (1930) es toda una institución local que disfruta contando viejas batallas a visitantes. Dice haber vendido sus mieles a franceses, alemanes y gentes de medio mundo que venían fascinadas por los encantos del Maderuelo en el que nació y que, lamenta, ya no existe: "la presa lo estropeó todo". Recuerda un pueblo lleno de niños (dice que entonces eran unos ochocientos habitantes, frente a los menos de cien actuales) y echa la culpa de su "desgracia" a una vega ahora inundada e inútil, por la que antes corrían caballos y campaba el ganado.
Presume de haber hecho de guía para Félix Rodríguez de la Fuente, que vino varias veces para investigar las buitreras del otro lado del río, lo único que parece no ha perdido población por la zona. Y para que no quede duda, saca un arsenal de recortes de periódicos en los que aparece como el embajador más célebre de su añorado pueblo. El Palacio de San Miguel, la Torre del Hospital, la Iglesia de Santa María o el fantástico mirador, se pueden completar con un paseo en kayak por las aguas del embalse o con una visita al sabinar de Hornuez.
Retomando la ruta hacia el sur, si no hay demasiada agua, se puede atisbar el pasado que describe Alejandro: el de un río estrecho que zigzaguea por la vega que supuso, en parte, la riqueza de Maderuelo. La SG-945 pone punto y final en su "gran" capital, Ayllón (1.200 habitantes), un lujo de la arquitectura civil y religiosa con mucho más recorrido por los siglos que Maderuelo, y que además conserva en bastante buen estado. También está incluida en "Los Pueblos Más bonitos de España", pero en su caso es la lista la que se puede sentir orgullosa de contar con su presencia.
De nuevo buscando encarar su mejor fachada, lo mejor es acceder al casco viejo por su lado oriental, a través del Arco Medieval. Inmediatamente, el genial Palacio de Los Contreras deja con la boca abierta. Reinando en Castilla y en Aragón los muy altos príncipes Don Fernando y Doña Isabel, este palacio lo mandó hacer el muy virtuoso fijodalgo Juan de Contreras en el año 1497. Siguiendo se alcanza a la pintoresca plaza Mayor, con su caño, el palacio renacentista del Ayuntamiento y la coqueta iglesia románica de San Miguel, con una balconada que deja entrar a trompicones los rayos de sol y pide parar a descansar y contemplar la plaza. Aunque para vistas las de la Martina, la torre del "castillo" de origen medieval que saca la mejor postal del pueblo, con el campanario de 40 metros de la iglesia de Santa María la Mayor y la sierra de Ayllón de fondo.
Cuesta asimilar que una localidad tan pequeña tenga tanto patrimonio. Y cuesta también mucho dinero mantenerlo. Así que, para salvarse, dos de sus mejores tesoros han tenido que pasarse de las manos de Dios a las del dinero. El viejo Convento Franciscano, del que se dice lo fundó el mismísimo San Francisco de Asís en 1214, hubo de ser abandonado, tras sucesivas ampliaciones, en la Guerra de Independencia, y ahora es un lugar de excepción para celebrar eventos ('Los Claustros'). El también antiguo Convento de las Monjas Concepcionistas, del siglo XVI, es una de las hospederías con más carácter del pueblo ('El Convento de Ayllón').
Si la SG-945 nos ha dejado con ganas de más, su hermana, la SG-145 sigue hacia el sur adentrándose en los pueblos negros de Guadalajara y da acceso al hayedo de Tejera Negra, otra fiesta del color en otoño. Los que prefieran quedarse en la llanura y visitar villas históricas no tienen más que tomar la N-110, da igual a un lado que a otro, para llegar en unos 25 kilómetros, a destinos como San Esteban de Gormaz o Riaza.
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