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Entre la aglomeración de edificios en un espacio tan reducido, lo que llaman ahora el Barrio de los Conventos, se ha convertido en un atractivo distrito donde la palabra aburrimiento se echó fuera de las murallas. La parte norte de la vieja ciudad –las calles y plazas que tomaron hace siglos literatos, pícaros, curas y monjas– es actualmente una zona privilegiada para los toledanos del siglo XXI y visitantes que permanecen en ella más de veinticuatro horas. Caminemos por sus calles, conozcamos sus joyas arquitectónicas y disfrutemos de sus locales de ocio. Quizá sean estos últimos los que le han dado la vuelta a la zona.
Mejor no arriesgarnos en vano y dejar que sus vecinos sean los que utilicen los vehículos motorizados entre las callejuelas medievales; Toledo es una trampa para los automóviles, un verdadero laberinto. Que se quede el coche en los aparcamientos cercanos, o en los destinados a los que tienen movilidad reducida si es necesario. En la zona del paseo de Recadero podemos dejar el coche en un aparcamiento gratuito cercano a las escaleras mecánicas que nos subirán hasta el corazón del Barrio de los Conventos. Otro remonte mecánico, cercano al aparcamiento público de la estación de autobuses, nos dejará en el Miradero. Caminemos unos minutos y pasemos al interior del casco por la puerta del Sol, una de las joyas arquitectónicas que nos servirá de aperitivo en nuestra visita.
"Maciza y ligera a la vez", así la definió Pérez Galdós, la puerta del Sol, el ojo de la cerradura de la ciudad, es uno de los monumentos definitorios de Toledo que cada día se utiliza como desde hace siglos, es decir, para entrar y salir de una de las trece ciudades españolas catalogadas como Patrimonio de la Humanidad. Denominada anteriormente de la Herrería, era la entrada a la medina, donde el gremio de los herreros hacía un sonoro recibimiento al compás del tintineo que las mazas soltaban al golpear hierros sobre yunques. Edificada con fines defensivos en el siglo XIV, esta puerta de estilo mudéjar no es el único paso, ni tampoco el más antiguo, al barrio que queremos visitar.
Entrar por la puerta de Balmardón, a pocos metros de la del Sol, y toparnos con la mezquita del Cristo de la Luz, crea una sensación que nos retrotrae a otra época todavía anterior. Un fragmento de calzada romana pasa debajo de lo que fue una mezquita construida en el año mil, sostenida por capiteles visigodos reutilizados. El ábside mudéjar del siglo XII, decorado con frescos románicos, amplió este diminuto oratorio. Todo un compendio de arquitecturas superpuestas para esta pequeña réplica de la mezquita de Córdoba. Los jardines del recinto, con un mirador orientado al norte, permitirán que nuestra vista se relaje después de la visita al concurrido interior de este templo califal de ochenta metros cuadrados.
De la mezquita al callejón de los Codos hay pocos pasos y zigzagueamos hasta la calle Alfileritos, donde un punto de encuentro, la emblemática 'Cervecería Abadía', es otro de los lugares que podría servirnos de entrada a la zona conventual. Bajar por ella hasta los cobertizos más emblemáticos de la ciudad nos llevará unos minutos caminando por esta calle, donde las jóvenes toledanas clavaban alfileres a la Virgen, después de hacerlo en su cuerpo, para tener un novio adecuado.
Toledo se oscureció en parte a causa de los cobertizos que fueron emergiendo entre sus callejuelas hasta que la reina Juana I, 'La Loca' la llamaron, ordenó derribar aquellos que no tenían la altura de un jinete a caballo con su espada en todo lo alto. Pocos de estos pasadizos, que comunicaban desde arriba conventos y edificios de gran valor, se salvaron. Parte del convento de Santo Domingo el Real, actualmente habitado por las monjas comendadoras de Santiago, maestras reposteras de las que salen cordiales, canutillos o roscos de anís y vino, entre la treintena de dulces que elaboran, tiene una salida a su cobertizo que comunicaba con el de Santa Clara, otro de los cuarenta conventos que llegó a tener la ciudad. Otros cobertizos más humildes, como el de la calle Colegio de Doncellas, el único que une dos casas particulares, se salvaron del derribo.
Entre conventos, monasterios y cobertizos, la zona noroeste del casco histórico toledano se reinventó para ser un núcleo que ha dado un aire nuevo a este sector de la ciudad. Algunos locales dedicados a la hostelería se agruparon recientemente para atraer a visitantes que quieren conocer algo más de la capital de las tres culturas y dejar así un buen sabor de boca entre tanto arte. 'La Clandestina', en el número tres de la calle Tendillas, es una apuesta gastronómica donde podemos degustar desde comida con tradición hasta la más internacional. Su fachada de frisos modernistas algo desgastados esconden en su interior varios salones donde encontramos ambientes diferentes que elegiremos según sea hora de picoteo, de cócteles o copas nocturnas.
En el 'Korokke', en la plaza de las Capuchinas, nos podremos llevar uno de los doscientos cincuenta vinos con que cuenta su tienda gourmet, siendo un gran número de ellos los de Castilla la Mancha, los de pequeños productores que vienen pisando fuerte. Brujidero, un vino de la micro bodega Garagewine de Quintanar de la Orden, galardonado por la revista Restauradores como el mejor varietal español en 2016, es una elección muy recomendable para los amantes de los sabores autóctonos. No se priven de pasar al vestíbulo del cercano convento de las Capuchinas, hoy habitado por monjas carmelitas, y hablar detrás del torno con alguna de las ciento cincuenta monjas de clausura que todavía habitan los catorce conventos que permanecen en la ciudad.
Pegados uno al otro, el monasterio de Santo Domingo el Antiguo, tan ligado a El Greco, y la Parroquia de Santa Leocadia, la santa toledana más venerada, forman los edificios que podemos disfrutar desde la taberna 'El Embrujo', en la calle santa Leocadia, otro local que se unió a la ruta gastronómica del Barrio de los Conventos y que te pondrá un sello en el pasaporte que vamos completando para que nos premien la fidelidad con una copa serigrafiada con el logotipo de esta iniciativa. El jueves fue el día elegido por estos locales para ofertar vinos y vermús, con una tapa especial, al precio de cuatro euros. Raúl Sánchez, el dueño de esta veterana taberna y catalizador de este proyecto, ya tiene en su agenda ampliar la oferta gastronómica con actividades que incluyan otras disciplinas artísticas para que el barrio siga creciendo con la personalidad que se le va imprimiendo.
Un colorista mural de papel pintado con plantas de cacao contrasta con los antiguos muros que se ven desde dentro del 'Entre Vinos Homebar', uno de los locales más jóvenes de la zona que apostó desde el principio por enseñar a sus clientes a beber y disfrutar de la selección de vinos con que cuenta su bodega. Avelino Navamuel, el responsable de este gastrobar de la calle Real, es un auténtico embajador de su barrio, un experto que sabe recomendar a sus clientes de siempre los vinos que tiene expuestos en un lugar preferente de su local.
Toledo es un resumen de la España universal que se llena cada día de curiosos que llegan de todo el mundo. No nos cabe duda de que si la estancia de estos visitantes se prolongara más tiempo, el encanto de la cuidad los atraparía sin que se dieran cuenta. Pero, como se dijo tantas veces, es la ciudad en la que debe gastar su día quien no disponga de más de uno para visitar nuestro país.
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