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Dos partes aragonesas, dos catalanas y una valenciana. Se agita y surge un conjunto de 18 pueblos que tendrás que explicar dónde están cuando regreses a casa e irremediablemente se lo cuentes a todo el mundo.
Las fronteras, que la separan de la cercana Tarragona y de Castellón, resultan invisibles. Uno se sube a la bici en Cretas para recorrer un tramo de la vía verde que va de Puebla de Híjar a Tortosa y es imposible distinguir que de pronto has cambiado de provincia. Olivos en formación, almendros en flor y el acueducto del Matarraña.
Una manera gráfica de entender por qué los algo más de 8.000 habitantes que pueblan esta comarca de cerca de 100 kilómetros cuadrados hablan un catalán que algunos prefieren llamar chapurriau, con el que se sienten como en casa tantos turistas de la vecina Cataluña, atraídos por la naturaleza y los pueblos medievales en los que jugar a adivinar estilos –renacentista, barroco, gótico o mudéjar–, y a los que el turismo masivo aún no ha hincado el diente.
María Garau, filóloga al frente de la Oficina de Turismo de Calaceite y barcelonesa de nacimiento, lo confirma: "Hay turismo en la zona pero también existe un peso considerable de la agricultura y la ganadería, que es muy potente. Vienen turistas de Cataluña, también de Valencia, Murcia, La Rioja, el País Vasco… Aquí hablan un catalán precioso, con palabras que ya no se usan, por ejemplo dicen espí que es una forma antigua de decir espejo y ahora es mirall".
Allí, nadando en las energizantes aguas del Matarraña y el Algars, gozando despreocupado del verano, un jovencísimo Picasso, invitado por un amigo al vecino pueblo tarraconense de Horta de Sant Joan, sacó los pinceles y no se resistió a plasmar la naturaleza.
Nadie diría que el natural sosiego, que da tregua al estrés con que llegan los acelerados urbanitas, fue tantas veces quebrado desde el tiempo de los íberos hasta las guerras carlistas o el cercano frente del Ebro. Se tiene otro concepto de la prisa, lo que ayuda bastante a relativizar y a entregarse con alegría a saltar de loma en loma.
Y es que en esas colinas, se alzan como protuberantes joyas poblaciones con menos habitantes que los que viven en la manzana de tu casa. Allí, los vecinos tienen la suerte de pasar varias veces al día por una plaza mayor como la triangular de La Fresneda.
Recorrerla de noche, con miedo a romper tanto silencio, atravesando los soportales de arcos ojivales y de medio punto y sin saber dónde mirar. Si a las soberbias casas palacio levantadas sobre grandes bloques de piedra asentados uno sobre otros en sillería o al ayuntamiento gótico renacentista con dos antiguas cárceles, gárgolas y un singular balcón. "No temáis hacer ruido, aquí no somos más de doscientos, hasta que en Semana Santa y verano regresan los descendientes y estamos a tope", comenta a medianoche Joaquín Grau, dueño del restaurante 'Matarraña' mientras se dirige a casa.
El Palacio de la Encomienda o el convento de los Monjes Mínimos, en el Valle del Silencio, te hacen imaginar su relevante pasado. Para empañarse de paz viendo la salida del sol, sube hasta el observatorio luni-solar junto a la iglesia de Santa María la Mayor y las ruinas de Santa Bárbara.
De Calaceite se enamoraron en los años 70 un grupo de escritores e intelectuales. "El escritor chileno del boom latinoamericano de los 60, José Donoso, amigo de Gabriel García Márquez y Vargas Llosa, fue a visitar a su traductor al francés y se compró dos casa ese mismo día, en las que vivió 17 años como uno más de sus 1.000 vecinos. Venían a verle Buñuel, Saura, García Márquez…", explica María Garau. La poetisa Teresa Jassá o el polifacético arqueólogo Joan Cabré, quien descubrió el poblado íbero de San Antonio, justo a las afueras y desde el que la visión panorámica es espectacular.
Si en muchas rejas del pueblo ves un perrito en hierro forjado es porque es el protagonista del escudo del pueblo. Hasta el año 1952 pertenecía a Tortosa (Tarragona) y desde el 2011 está entre los 57 pueblos más bonitos de España, con sus capillas soportal sobre las entradas a la ciudad, y restos del azul añil en algunas fachadas, de cuando el pueblo entero se teñía como si fuese Chauen en el XVII y el XVIII.
La plaza de España todavía se utiliza como lonja y en sus columnas, grabada, la vara de medir aragonesa de 77,3 cm, más corta que la castellana de 88 cm y que se usaba para unificar el género de los comerciantes que llegaban de otros rincones del país. A cada hora en punto se escucha desde el ayuntamiento el pregón precedido de una jota. Dentro de la renacentista Casa Consistorial de 1610, una cárcel de la época en la que los presos, a los que se podía encerrar por trabajar en domingo, habían dejado algún grafiti.
La Casa Moix –gato en catalán antiguo– de la familia de Terenci y Ana María o la casa Jassá con sus escudos nobiliarios, los detalles de forja en filigrana y con un tamaño de los sillares más grande de lo habitual son junto la señorial calle Maella, la más valorada para instalarse porque es plana y no entra el temido cierzo, o la iglesia barroca con colosales columnas salomónicas, ejemplo de la riqueza que el aceite proporcionó en su día.
Toca hacer un alto para recrearse en la naturaleza, que tanto llama la atención en los recorridos en coche de un pueblo a otro.
De Beceite, parte una ruta por la garganta de El Parrisal, que no te imaginas hasta que comienzas a ascender el río Matarraña por pasarelas de madera hasta su nacimiento. Entre paredes de 60 metros de altura el río se encañona y cuesta no zambullirse en las pozas o dejar que te salpiquen las cascadas.
En el pueblo, adaptado a una ladera como un guante, el agua sigue siendo protagonista. La Font de la Rabossa, dos saltos de agua pura y helada que forman una piscina natural, es recomendada enseguida por la gente de la zona porque es uno de sus lugares favoritos, uno de esos secretos locales que les gusta compartir.
De vuelta a la carretera, parada obligada en Valderrobles, capital de la comarca. Solo con cruzar el puente medieval de piedra sobre el caudal nervioso del Matarraña, se entra en otra dimensión. La ajetreada vida en una villa que hoy parece hibernada, con su ayuntamiento manierista intacto o la apabullante iglesia de Santa María la Mayor, un hit del gótico levantino con su portada de once archivoltas degradadas de efecto hipnótico y sus rosetones cubiertos de alabastro traslúcido. A los pies del castillo, al que se accede por calles en escalera, está el palacio. Una postal de la que por un momento formas parte.
Las casas palaciegas de Torre del Compte, la calle Mayor de Cretas con sus arcos y pasadizos, la plaza Mayor de Ráfales o su iglesia gótica son planes para quienes quieran seguir buceando en una comarca injustamente desconocida.
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