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Florencio Maíllo tenía 14 años cuando salió del pueblo, puede parecer pronto y, sin embargo, ya estaba marcado por esa infancia para siempre, la de los recuerdos que anclan las raíces a los sentimientos para no eludirlas jamás. Pintor, escultor y profesor en la Facultad de Educación en la Universidad de Salamanca, este artista nacido y criado en Mogarraz recurriría, tiempo después, a esos primeros años de vida en su obra, sin saber, que con ello, concretamente con su proyecto de Retrata2-388, terminaría dando fama, incluso internacional, a su localidad de origen con la cara de sus vecinos.
Antes de llegar hasta la villa, buscando el corazón del Parque Natural de las Batuecas, desde Sequeros la carretera serpentea estrecha y deteriorada, rodeada de árboles en un paisaje en el que el verde musgo se mezcla con amarillos intensos, dorados y bronce envejecido. La paleta de colores es impresionante, como si percibiendo la brevedad de su existencia otoñal luchara por lucirse. Una vez en la localidad, las montañas de la Sierra de Francia envuelven al pueblo, asomándose aquí y allá entre las callejuelas empedradas de siglos pasados.
Como muchas zonas de la España rural, las Batuecas también se vieron afectadas en los años 60 y 70 por una emigración creciente que dejó prácticamente desarticulado el campo. Antes de esa marcha masiva, en el año 1967, Alejandro Martín Criado fotografió a la mayor parte de los mogarreños para que pudieran sacarse el DNI. Maíllo tenía entonces 5 años y como buen niño de pueblo conocía a todos sus vecinos. Muchos años después, la viuda de Alejandro le facilitó ese archivo fotográfico guardado en once negativos que traerían de vuelta esas caras congeladas en 1967 a través de los retratos que hizo el artista salmantino ayudándose de esas fotografías.
Entrando a la calle Miguel Ángel Maíllo por la zona del Humilladero, ya empiezan a saludarte las miradas pintadas desde lo alto de las fachadas, improvisadas paredes de una galería de arte al aire libre. Tres años pintando sin parar –del 2008 al 2011– y ya estaban listos 388 retratos para colgar por el pueblo (lo que dio nombre a la exposición). Después, fue un peregrinaje a la diputación, al ayuntamiento y a las casas de los vecinos para solicitar permisos y, por fin, montar la instalación. Solo unas cuatro o cinco personas se negaron a que sus familiares fueran expuestos públicamente.
Hace frío y el día está nublado, pero la fuerza de las caras de Maíllo no se arrugan ante el tiempo típico en esta época del año. Lo que empezó con esos casi 400 retratos ha ido creciendo hasta alcanzar los 650 ya colgados. "Cuando empecé a pedir los permisos los propios vecinos me decían 'mira que mi padre se marchó antes de aquí por la inmigración' o es 'que mi padre se hizo antes el DNI para sacarse el carné de conducir' o 'mi abuelo, que falleció en los años 50 pero que a mí me gustaría que estuviese con mis padres', así me empezaron a pedir más y, hasta el momento, he pintado unos 790 retratos", asegura el artista, que también ha hecho otros de famosos que han pasado por aquí, como Vicente del Bosque, por ejemplo.
El humo de las chimeneas se escapa de las casas y esparce ese olor a lumbre que impregna el paseo por la villa. Un vecino acaba de llegar de recoger setas del campo y las muestra contento en la mano. Aquí la gente habla con orgullo de Mogarraz. Según explica el propio Florencio, está llegando hasta aquí "un turismo muy especial, con una mirada diferente, puesta hacia el arte", pero, además, "los vecinos se han convertido en guías de la exposición, la han hecho suya, y la cuentan con devoción y pasión todos, los que tienen retrato y los que no. ¡Una cosa maravillosa!".
Al llegar a la plaza, la iglesia se yergue salpicada de cuadros. Maíllo hizo estas pinturas para los propios protagonistas o sus familiares más directos en caso de que ya hubieran fallecido. Como consecuencia cada uno está en la vivienda que habitaron aquellos vecinos del 67. Sin embargo, siguiendo esa estela de abandono del medio rural, "muchas casas han sido vendido por segundas generaciones y algunos de los dueños actuales me han dejado poner el retrato de la gente que vivió ahí, pero la mayor parte no. Entonces, esos están colgados en la iglesia y también aquellos de las casas que solo tienen trasera".
Recorriendo la localidad del siglo XVII, escondida entre estas montañas aisladas de Salamanca, cuesta creer la repercusión que han tenido estos rostros del pasado fuera de España. "Ha venido un equipo de Corea con drones a grabar la exposición, hace tres años vino una chica de Shanghái… Estoy sorprendidísimo porque algo tan íntimo y personal, como este tema autobiográfico, se haya convertido en una referencia desde el punto de vista del arte antropológico", cuenta emocionado el pintor.
Callejas estrechas y pequeñas parecen querer ocultarse, sin éxito, de las rúas más transitadas y aparecen de repente, algunas custodiando sus propios cuadros. Después de recorrer la localidad, visitar las tiendas de artesanía y probar el vino de alguna bodega, el apetito empieza a alzar la voz. En Mogarraz, hay varios lugares donde ponerse las botas con la gastronomía local, como el famoso Restaurante 'Mirasierra', donde la especialidad de la casa es el cabrito lechal. Si se desea pasar la noche, el 'Hotel Spa Mogarraz' es una puerta abierta a la relajación más absoluta.
Saliendo del pueblo, los ojos dibujados observan a sus vecinos y a los nuevos visitantes presumiendo de ver y de ser vistos. Uno se marcha de aquí con la idea que transmite el artista: "Viene como a repoblarse el pueblo. Esos vecinos que existen en mi memoria individual (pero, parece que también en la colectiva, porque se conocen todos como buen pueblo pequeño) ahora están físicamente ahí y nos están acompañando en este paseo". Al principio, lo iban a hacer solo durante seis meses, después la exposición se fue alargando y ahora carece de fecha de finalización. Florencio no ha podido ver cómo cada mogarreño descuelga este regalo y se lo lleva a su casa. Aunque, a cambio, ha cumplido otro de sus mayores sueños: ver en las fachadas a los vecinos con los que habitó en el pueblo durante los primeros años de su vida.