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En 1909, cuando El Chinyero hizo erupción, el profesor auxiliar Antonio Ponte y Cóloga pasó allí nueve días por petición del gobernador acompañado por el guardamontes Antonio Correa. Desde allí mandó un mensaje a través de una paloma mensajera: "Confirmo todo lo visto y observado por ti. Lava aún circunscrita Llano Asnos, Montaña en erupción Chinyero y no Asnos como se dice. Sin peligro inmediato esos pueblos. Estén tranquilos".
Al contrario que los guanches, que temían aquellas montañas de connotaciones espirituales malévolas que escupían fuego, la erupción de El Chinyero atrajo la atención de la gente, como los profesores y estudiantes del instituto de La Laguna. En una de esas excursiones, que casi parecían expediciones a otro continente, fueron hasta Icod de Los Vinos y luego subieron a caballo y a pie hasta llegar a un lugar llamado Montaña Poleos, uno de los mejores lugares para observar la erupción con mucha claridad, como cuenta detalladamente el catálogo de la exposición Excursión al volcán, que se organizó con motivo del centenario de aquel evento.
El hijo de uno de aquellos jóvenes excursionistas recogió el relato de su padre: "Cuando […] las caballerías iniciaron el ascenso, caía sobre nuestras cabezas una oscura y sucia lluvia de ceniza que, además, convertía el día en noche cerrada si no hubiera sido por una sucesión de resplandores vivísimos […] En estas condiciones, y a duras penas, llegamos a las proximidades del Chinyero, el epicentro del fenómeno, donde todo lo que habíamos visto y oído se multiplicaba. Enormes peñascos, grandes como casas, volaban por los aires a gran altura […] y los ríos de lava corrían ladera abajo, quemando árboles y arrasando cuanto encontraban a su paso".
Nosotros comenzamos la excursión desde la montaña de Boca Cangrejo, en la carretera que baja desde El Teide camino de Chío (TF-38, km 15). Probablemente este fue el volcán que Colón vio en erupción cuando pasó por la isla, como relataba Bartolomé de Las Casas: "Una noche de aquellas que andaba cerca de Tenerife, salió tanto fuego del pico de la sierra (…), que fue causa de gran maravilla". Se trata de una caminata circular de 5,7 kilómetros que rodea a El Chinyero, al cual no se puede acceder si uno no tiene un permiso especial. Es un terreno muy llano y fácil de transitar, así que se puede hacer en familia. Y nosotros optamos por empezar por el lado derecho.
Lo primero que llama la atención es esa sobrecogedora presencia volcánica. Y no es una exageración. Se trata de un paisaje impresionante, como si aquí la isla se hubiera descubierto del manto verde de vegetación que cubre su esqueleto y estuviéramos presenciando aquello de lo que está hecha por dentro. El Chinyero arrasó unas 2.700 hectáreas de superficie. Solo el paso del tiempo permite que las plantas vuelvan a poblar la superficie, como los poleos o el pino canario, fresco y aromático, que acompaña una buena parte del camino, sobre todo, en la primera y la última etapa. Queda alguno centenario que se salvó de la quema. Y esa pinocha que cae de los árboles y que ahora apenas se recoge si no lo hacen los agentes forestales, antes era el relleno de los colchones en las familias humildes.
La vegetación de esta zona también sirve de alimento para cabras salvajes o conejos. O para los muflones, una especie de oveja silvestre de grandes cuernos y originaria de Asia que fue introducida en los setenta por amantes de la caza, pero que se convirtió en un problema, al afectar a la flora endémica de la zona. Entre las plantas más vistosas que se pueden encontrar en el recorrido está el 'rosalito de la cumbre', un arbusto que puede llegar al metro de altura y cuya flor, de color rosáceo, aparece en torno al verano. Un toque de suavidad silvestre en medio de la agreste naturaleza volcánica.
Justo en mitad del camino, la vegetación empieza a escasear y entramos en Malpaís, una irregular explanada llena de grandes peñascos, bombas volcánicas que evocan batallas de gigantes prehistóricos. Cuidado con el calzado, estos terrenos rugosos donde la lava cogió formas increíbles son una amenaza para los tobillos frágiles. También conviene embadurnarse de crema solar y ponerse una gorra. Estamos a unos 1.500 metros y el sol aprieta. Pero merece la pena estar dentro del impresionante Malpaís, viendo el Chinyero al fondo, como si fuera una chimenea apagada de otra época que podría encenderse en cualquier momento.
La zona donde está el malpaís fue, según la arqueóloga Matilde Arnay, "un gran asentamiento guanche, que se veía limitado hacia el sur por las coladas de Boca Cangrejo, y hacia el norte, por las procedentes de Montaña Reventada". En esas zonas que no fueron sepultadas se han encontrado restos de cerámica guanche, escondidos muchos de ellos en grietas y cuevas de distintas dimensiones.
El recorrido por el Malpaís no es demasiado largo, entre hora y hora y media. Pronto llegamos de nuevo al pinar, junto a la Montaña de la Cruz. Si subimos por el camino que la rodea, también tendremos una vista estupenda con El Chinyero al fondo. Luego hay que desandar ese camino. Nosotros aprovechamos para descansar a la fresca. Entre las rocas aparecen los lagartos, que son los primeros pobladores animales de estas tierras basálticas y devoran las migas de pan o los trocitos de tomate que se caen del bocadillo del senderista.
Proseguimos por la última parte del camino entre el silencio armonioso del pinar y una suave brisa fresca de montaña. Hace más de cien años, aquel lugar era fuego y roca incandescente. Disfrutemos del sosiego mientras dure.
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