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Hay una tierra abrazada por el mar en el mismísimo corazón de Euskadi donde se interactúa con la venerada naturaleza. Allí habitan especies en peligro de extinción, los bosques se colorean a brocha, cuadros cuelgan de paredes de canteras abandonadas, surfistas cabalgan olas envidiadas, antes reyes y ahora presidentes juran sus cargos a la sombra de robles... Sus vicisitudes y sus encantos los han cantado muchísimos artistas, desde Ken Zazpi, Oskorri, Kortatu y Fito & Fitipaldis a una amplia nómina de cantautores euskaldunes que incluye a Mikel Laboa, Imanol, Xabier Iriondo y Gontzal Mendibil.
Asimismo, el misterio y la belleza de sus paisajes y recovecos ha sido telón de fondo, por ejemplo, en Urdaibai sangriento (Erein) y La danza de los tulipanes (Plaza & Janés), novelas negras firmadas por Amaia Manzisidor e Ibón Martín, respectivamente. Su nombre, lo has adivinado, es Urdaibai, constituye la única Reserva de la Biosfera del País Vasco y sus numerosos tesoros se distribuyen principalmente en ambas márgenes del Oka, río corto, tocayo del segundo mayor afluente del Volga, que unos llaman ría de Gernika y otros de Mundaka.
Ambas poblaciones se sitúan en la orilla izquierda de ese cauce que ha diseñado un valle encajado entre montes y bien surtido de cantiles, playas, puertos, vegas y marismas, y el recorrido que las une muestra y esconde encantos que justifican una excursión que proponemos estirar hasta Cabo Matxitxako, donde se contemplan atardeceres inolvidables. Desde Gernika hasta sus faros hay 22 kilómetros y no menos motivos para embarcarse en una aventura de día que abarca siete municipios vizcaínos: Gernika, Forua, Murueta, Busturia, Sukarrieta, Mundaka y Bermeo.
"Esa bandera siempre huele a sangre / triste paisaje, todo de ceniza / distintas guerras, distintas ciudades / el mismo fuego que quemó Gernika". (Medalla de cartón, Fito & Fitipaldis)
El 26 de abril de 1937, día de mercado, la Legión Cóndor alemana y la Aviazione Legionaria italiana, al servicio del bando franquista, quisieron sembrar de oscuridad Gernika con el resplandor de más de 31 toneladas de bombas rompedoras e incendiarias, con el execrable ataque contra su población civil y la destrucción de un 85 % de sus edificios. El tiro les salió por la culata, pues provocaron un dolor inmenso, pero inmortalizaron la población vizcaína –con la inestimable solidaridad y ayuda de genios como Pablo Picasso–, que hoy conserva refugios antiaéreos y resplandece como Ciudad de la Paz hermanada con Pforzheim, Offenbach del Meno, Celaya y Boise.
El pequeño Museo de la Paz es solo uno de los reclamos turísticos de un pueblo cargado de simbología, donde el Señor de Vizcaya (y posteriormente reyes) juraba su cargo hace ya mil años a la sombra de un legendario roble, cuyos retoños se alzan hoy junto a la Casa de Juntas donde discuten los diputados forales. Allí se dirime la política provincial, entre cuadros de Francisco de Mendieta o Gustavo de Maeztu, y a un paso del Parque de los Pueblos de Europa, cuya tranquilidad vigilan esculturas de Eduardo Chillida y Henri Moore.
El Museo Euskal Herria, escaparate de tradiciones vascas, es otra de las propuestas que completan la oferta artística y cultural de una población que, a la hora de comer, aporta singulares alubias y delicadísimos pimientos verdes a la riqueza de la gastronomía vasca. Dos productos que, en temporada, puedes comprar en su tradicional mercado. El primer sábado de cada mes dedican ferias temáticas a esos y otros productos (queso Idiazabal, bacalao, conejo, sukalki, caracol…) y no te pierdas el llamado Último Lunes de Gernika, una inmensa feria agrícola que cada último lunes de octubre congrega a 100.000 personas en un ambiente eminentemente festivo.
Saliendo de Gernika dirección Bermeo, pronto se llega a Forua. De hecho, ocho minutos de conducción bastan para contemplar en la colina de Elejalde el Conjunto Romano de Forua, el principal monumento romano en Bizkaia, por tamaño y conservación. Como atestiguan los carteles explicativos instalados en los miradores del yacimiento, uno de los edificios cuya planta se observa albergó durante el siglo II un taller metalúrgico formado por seis hornos destinados a la forja del hierro procedente del entorno, donde hasta hace pocas décadas era frecuente la explotación de minas a cielo abierto.
A lo largo del tiempo, la producción del lugar se concretaría en herramientas como rejas de arado, azadas, martillos, picos, tijeras de esquilar, hoces, mazas, clavos para la construcción, armas o llantas para carros. Y los pobladores de ese asentamiento fortificado, donde también constan cipos funerarios y un ara dedicada a la diosa indígena Ivilia, contaban con vecinos en el castro de Kosnoaga (Gernika-Lumo). El hecho de que el término Forua derive del latino forum (mercado o lugar de comercio), deja entrever su importancia como centro de intercambios.
La siguiente población es Murueta, cuyo astillero ha construido más de 300 buques, pesqueros, dragas, cargueros, remolcadores, tanques y patrulleras. Pero tiene mucho más encanto recorrer el estrecho camino que conduce hasta la Tejera de Murueta, atravesando las vías del tren que une Bilbao y Bermeo. Llama la atención la escasa altura de la antigua fábrica de tejas (concretamente de la nave de los viejos hornos de cocción, que es lo que queda en pie), sobre todo en comparación con la altísima chimenea, también de ladrillo visto, que se alza 32 metros. Fundada en 1892 con el nombre de La Estrella, vivió su máximo esplendor en los años 20 del siglo pasado y no sólo produjo tejas, también ladrillos, tubos y otros materiales relacionados con la industria de la construcción. Con los hornos apagados y la máquina de imprimación detenida y expuesta, abruma en este paraje un silencio que sólo rompen las aves, el puntual y estruendoso chirrido del tren y ladridos de perros de las casas próximas.
Como atractivos adicionales destacan siete embarcaderos de madera, donde sentarse y contemplar algunas de joyas de la otra margen, como la ermita de San Miguel de Ereñozar (desde el siglo X en la misma cima de monte Ereño, sobre las cuevas de Santimamiñe), o posar y llenar las redes sociales de fotos chulas. Y en pleno bosque, en los márgenes de la misma carretera que nos ha conducido aquí, unos carteles repartidos entre los árboles alertan de una curiosa colección al aire libre que permite contemplar y diferenciar diferentes rocas y minerales industriales. Uno camina entre bloques de piedra caliza, arenisca o roca volcánica mientras, en otoño, camina sobre una alfombra de hojas de roble, arces, falsos plátanos y hiedra.
Para conocer con detalle la riqueza natural de Urdaibai, su atractiva biodiversidad, lo mejor es acercarse con los sentidos alerta a Ekoetxea Urdaibai, el centro de educación ambiental habilitado en una loma de Busturia. El complejo alberga un espacio expositivo cuya visita sirve para tomar conciencia de que, en las 22.000 hectáreas que abarca la reserva, habitan 729 especies de fauna y 821 especies de flora repartidas en 86 hábitats y 52 lugares de interés geológico. Cuenta con tres Zonas de Especial Conservación (ZEC) y una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), desde 1993 es Humedal Ramsar de interés naturalístico y alberga nada menos que 85 especies en peligro de extinción o de interés comunitario.
Aprendida la lección, toca fijarse en la arquitectura, en la belleza de la Torre Madariaga, la casa torre del siglo XV que alberga las instalaciones. También en la prestancia de la torre del reloj, que data de 1851, y en el componente onírico de un descuidado laberinto de arbustos. Todo ello y más (un hotel de insectos, un arboretum, una roca con muestras de fósiles de rudistas –moluscos extinguidos–…) en un constante marco incomparable.
Más o menos a mitad de recorrido se encuentran la playa de Toña y la isla de Txatxarramendi, ya en Sukarrieta. Los arenales siempre brindan una oportunidad de relajarse y en esta isla conectada a tierra con un breve puente transitable podrás disfrutar de un paseo que puedes alargar observando con detenimiento la composición de su parque botánico, un encinar cantábrico que alberga zarzaparrilla, ruscos, castaños, cornejos, madroños...
La ínsula se revela como un buen escenario para el romanticismo y cuenta con un mirador amenizado por el rumor de las olas con excelentes vistas sobre el estuario del Oka y sus actividades deportivas, la playa de Laida (en la otra margen), la plataforma de extracción de gas La Gaviota y la cinematográfica isla de Izaro, antaño motivo de disputa entre Elantxobe y Bermeo. Esta última localidad puede hoy presumir de su posesión y cada 22 de julio la celebra con el lanzamiento de una teja al agua durante la concurrida festividad de Madalenas.
Si aún no has visitado Mundaka debes saber que miles y miles de surfistas de todo el mundo lo han hecho antes que tú o anhelan hacerlo. Es lo que tiene contar con la señalada por los expertos como la mejor ola izquierda de Europa, una bicoca para los aficionados locales a la tabla y el neopreno que puede alcanzar cuatro metros de altura y 400 de longitud. Contemplarla es un entretenimiento habitual desde La Atalaya, ese mirador que domina la zona más concurrida de este pueblo de sabor marinero, allí donde confluyen el frontón, la iglesia, el casino (antigua casa lonja y sede de la cofradía de pescadores), el pequeño puerto y las terrazas más cotizadas de la hostelería local, allí donde desembocan varias calles y callejuelas de ese entramado urbano de blancas paredes que apetece pasear sin prisa alguna. El garbeo estará salpicado con plazas, plazoletas, cruces e incluso cañones.
La otra zona concurrida de Mundaka es la península de Santa Katalina, un bello accidente geográfico coronado con la ermita de igual nombre, reconstruida en 1885 en el mismo lugar donde ya se erigió una en el siglo XVI. Aún resuenan en el lugar los ecos de Mundaka Festival (canciones de Waterboys, Rufus Wainwright, Bunbury, Biffy Clyro, Loquillo, Echo & The Bunnymen…), aunque paradójicamente el espacio es un remanso de paz que invita una vez más a la contemplación y al paseo. Cualquier época es buena para visitar la localidad vizcaína, pero son muchos quienes se decantan por contemplar su aratuste, singular carnaval que viste de blanco a los hombres (atorrak) y de negro a las mujeres (lamiak).
La fase final del recorrido propuesto (a no ser que optes por el sentido inverso) transcurre en Bermeo, pueblo pesquero, estandarte de una actividad antaño desarrollada por valientes balleneros y que hoy aún asume protagonismo gracias a la industria pesquera y conservera. Cientos de toneladas de bonito del norte, verdel, anchoa y más pescado se descargan en su puerto, y aquí tienen su base empresas como Serrats, Zallo, Arroyabe, Ormaza y Salica (Campos).
Está más que justificada por tanto la existencia de un Museo del Pescador (en la Torre Ercilla) en una localidad, antigua capital de Bizkaia, que siempre ha mirado al mar. Aún hoy los pasos conducen irremediablemente al espigón y al puerto, donde Xixili, la escultura de una lamia (ser mitológico vasco, femenino y con pies de pato, gallina o cabra), recibe a los barcos. Y otros puntos de interés son Lamera, gran parque y punto de encuentro del vecindario; la playa de Aritzatxu, de empinado acceso; y la Iglesia de Santa Eufemia, donde los señores de Bizkaia juraban los fueros.
A Bermeo se acercan muchísimas personas en fechas y eventos señalados, como la Arrain Azoka, gran feria del pescado, y Bay of Biscay Festival, heredero de Mundaka Festival que aúna música y gastronomía. Y pocos lugares habrá mejores para terminar un día que Cabo Matxitxako, el extremo más septentrional de la costa vizcaína, donde los coleccionistas de faros pueden fotografiar dos. El primero, construido en 1852 y actualmente en desuso, fue escuela de guardafaros; el más grande y moderno, a solo 110 metros, se encendió por primera vez en 1909. Sentado en el murete, asomado al mar Cantábrico junto al flysch, es posible avistar delfines, contemplar atardeceres memorables y evocar la batalla naval entre el crucero Canarias y la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi que tuvo lugar el 5 de marzo de 1937.
Desde aquí se contempla también el Cabo Ogoño y San Juan de Gaztelugatxe, el célebre Rocadragón de Juego de Tronos, y carteles describen la riqueza del lugar alertando de la presencia de aves marinas y cetáceos. Sumas todo lo disfrutado desde el punto de partida, en la cercana Gernika, todas las posibilidades que ofrece también la margen derecha del Oka, y caes en la cuenta de que Urdaibai es, efectivamente, un paraíso para los amantes del turismo de naturaleza.
'Baserri Maitea', inaugurado en 1992, cuenta con la ventaja comparativa de lucir 1 Sol Guía Repsol, lo que a priori señala como elección ganadora el asador gobernado por Juan Antonio Zaldua, exfutbolista profesional. Nuestro anfitrión fue guardameta del Athletic Club durante seis temporadas y desde su retirada es considerado un maestro a la hora de extraer el mejor sabor a cuantos alimentos aproxima al fuego, la verdadera especialidad de la casa.
“Mi abuela fue una gran cocinera en su tiempo y en su estilo, regentó el bar 'Balbina' en Mundaka, y mi padre también fue cocinero de mar, en barco. Siempre digo que la marmita de mi abuela era brutal”, rememora el exfutbolista dejando claro que a nadie debe extrañar que cambiara los guantes de portero por los de cocina cuando una lesión de rodilla forzó su retirada en 1979.
La parrilla es la gran protagonista en un restaurante donde uno se puede permitir elevados caprichos, como rollizos percebes y elegantes gambas rojas, pero también puede relamerse con guiños populares, mismamente albóndigas de entrecot o croquetas de gamba al ajillo y espinaca con queso. Pan de hogaza y café de puchera son asimismo dos elementos sustanciales que entroncan con la genuina tradición vasca. Y el gusto y la preferencia por el producto de proximidad se aprecia en la oferta de pescado, procedente de puertos cercanos; así, no tienen tiempo para mermar sus virtudes en el desplazamiento rapes, merluzas, besugos, salmonetes y rodaballos. El chipirón de potera, pescado entre Izaro y Elantxobe, se presenta con un brochazo de tinta y cebolla caramelizada, mientras que el salmonete de Mundaka se emplata sobre arroz cremoso de marisco.
La oferta de postre incluye delicias como la tostada de pan brioche, la tartaleta caliente (y ahumada) de manzana, la cuajada tibia de leche de oveja con frutos rojos (“la cuajada no me la batáis, hay que comerla en láminas”, se advierte) y el helado de queso. Antes, el culto al producto de temporada se evidencia fuera de carta, donde brotan en otoño hongos que se presentan con foie, una combinación infalible. Cualquier elección es atinada en este precioso restaurante que ocupa un antiguo caserío de la acaudalada familia Gandarias, pero dos estrellas de su carta son las sobresalientes kokotxas de merluza, siempre turgentes y manjarosas, y una txuleta de vacuno mayor digna de peregrinación. Lo habitual es que sea de vaca simmetal o frisona, escogida personalmente por el parrillero, con una maduración nada excesiva y acompañada de pimientos morrones asados en casa.
Ésa es la preferencia del afable Juanan Zaldua, un empresario hostelero que también posee dos hoteles restaurante, 'Kaian' (en Plentzia, desde 1986) y 'Komentu Maitea' (Gordexola, 2015). “'Baserri Maitea' es producto, brasa, tradición y modernidad”, resume el responsable de un caserón precioso donde también es posible recrear la vista con su arquitectura y su decoración rica en reminiscencias del pasado. El comedor principal, llamado “de los pesebres”, ocupa la antigua cuadra y cuenta con un espectacular entramado de vigas y columnas de madera; una imponente chimenea preside el “comedor azul”; y uno de los espacios más coquetos es el reservado habilitado en una cocina de época. Imposible no salir con buen sabor de boca.
La idea es utilizar algún vehículo para desplazarse entre Gernika y Matxitxako, pero el plan propuesto está trufado de escalas y paradas donde toca caminar, hacer hambre y sed, y aplacar ambas. En esta zona hay opciones para todos los bolsillos, desde el sencillo pintxo al pescado y el marisco más selectos, pero parece claro que el lugar idóneo para un aperitivo o tentempié es el bar restaurante ‘Portuondo’, en Mundaka (Recomendado por Guía Repsol), un magnífico balcón sobre el estuario del río Oka que a las fabulosas vistas suma una selección de pintxos y raciones que incluye pulpo, anchoas en salazón, calamares fritos y langostinos a la plancha. Y si se antoja un cóctel, nada mejor que ‘Musutruk’ (Gernika), parada obligada para cuantos aprecian las habilidades de un buen bartender.
El menú del día despierta hoy más devoción que cualquier imagen mariana, y por aquí son opciones interesantes, por ejemplo, las propuestas de cocina tradicional y "casera" de 'Boliña El Viejo' (Gernika), en el núcleo urbano, y ‘Kamiñoko’ (Murueta), junto a la carretera. Y el aficionado a la parrilla, al método de cocina más atávico, cuenta aquí con opciones estupendas donde comer carne o pescado a la brasa. Las principales: 'Almiketxu' (Bermeo), 'Portuondo' (Mundaka, donde se sugería el aperitivo) y 'Baserri Maitea' (Forua).
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