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Situado en un enorme valle del sureste de la isla, Güímar es un municipio de unos 20.000 habitantes que toma su nombre del antiguo reino guanche que llegaba hasta esta zona y que era uno de los nueve menceyatos en los que se dividía la isla de Tenerife.
De tradición agrícola y pastoril, y con vinos blancos de excelente calidad, ofrece un atractivo turístico mucho más local y autóctono, típico de los municipios del sur de la isla que no se han llenado de grandes complejos hoteleros.
El centro histórico del municipio se encuentra en las medianías, pero hay varios núcleos poblacionales en la costa, como el pueblo del Socorro o El Puertito de Güímar. Desde la plaza de este último empezamos este sendero que se puede hacer de manera circular. Avanzamos por el paseo de la costa en dirección izquierda y proseguimos por él hasta que nos encontramos con el primer cartel que señala los distintos senderos que se pueden transitar por el Malpaís.
Nosotros tomamos el que va a Montaña Grande. Una de las características de esta zona es que ha sido durante siglos una importante área de pastoreo. A pesar de su aspecto árido, el material basáltico que hay en el subsuelo, justo debajo de la capa más superficial, mantiene los niveles de humedad suficiente para que proliferen plantas como los cardones y las tabaibas.
Hasta allí iban los pastores de cabras guanches, que normalmente se desplazaban desde la costa hasta las cumbres en función de la época del año, pasando el invierno en zonas templadas junto al mar, como el Malpaís de Güímar. Y, como cuenta el profesor e investigador Fernando Sabaté Bel en su libro El país del Pargo Salado, siguieron yendo de manera habitual después de la conquista española hasta los años cincuenta del siglo pasado. Sabaté ha recogido el testimonio oral de algunas personas de la zona:
"Antes de poner riego no había nada sino cabras, cabras que eran de los Guillermas, de don Gumersindo, y doña Alicia y de tal. Ellos partieron y se cogieron tóo eso pa ellos. Mi abuelo tenía cerca de allá abajo, acá del Corcho, donde llaman el Corcho. Son piedras negras, corría en todo aquello el volcán, y cuando llovía mucho. Y él quería aquello para manchones de cabras". (El país del Pargo Salado, 326).
En el camino hacia Montaña Grande, a mano derecha, nos encontramos con una bomba antigua de extracción que debió servir en su momento para sacar el agua de algún pozo. Si seguimos unos cincuenta metros hacia arriba, una vereda ligeramente visible de suelo arenoso nos lleva, unos cien metros hacia dentro, hasta La Cueva de los Burros.
Se trata de un jameo, un término aborigen que se utiliza en Lanzarote para describir los tubos volcánicos que se forman cuando la colada se va enfriando en la superficie y se solidifica mientras en su interior la lava (a unos 1.000 ºC de temperatura), sigue su curso hacia el mar. A veces, como en este caso, parte del techo de estos tubos se derrumba y son visibles desde el exterior.
La Cueva de los Burros tiene varios metros de profundidad, y recibe este nombre porque la gente llevaba en otra época a sus animales muertos o enfermos para que se descompusieran en el fondo de la cueva, donde hoy en día pueden verse con mucha claridad los huesos de estos animales. Una vez hecho el descubrimiento, desandamos la vereda. Es curioso ver cómo la arena de la costa, a un par de kilómetros, ha llegado hasta este lugar gracias al viento.
Cuando llegamos al camino principal, seguimos por una bifurcación donde escogemos la dirección hacia El Socorro. De fondo está la Montaña Grande, un viejo volcán inactivo (y el punto más elevado de la reserva natural, a 277 metros sobre el nivel del mar) de donde surgieron las lavas del Malpaís y adonde, hoy en día, solo se puede subir con un permiso.
Todavía quedan vestigios de la actividad agrícola que se practicaba en las faldas de la montaña, y hay también cicatrices muy visibles de la extracción de material para la construcción, una práctica que, por suerte, ya se ha abandonado en esa zona.
Seguimos esta dirección durante un buen rato hasta que nos encontramos otra bifurcación. Esta vez no vamos hacia El Socorro, por ser una zona más degradada desde el punto de vista paisajístico, sino que torcemos por el sendero de la derecha, que va directo hacia la costa, en dirección a Montaña de La Mar.
Camino del mar destaca el paisaje lleno de cardones y tabaibas, con un aspecto casi prehistórico, donde uno se imagina a un dinosaurio herbívoro alimentándose con una de esas plantas. Si miramos hacia atrás, hay una bonita imagen de la cumbres de la isla que, en el momento de hacer la caminata, estaban nevadas. Seguimos por este ambiente jurásico y llegamos al mar, donde giramos hacia la derecha, en dirección hacia El Puertito de Güímar.
Quizá sea en la costa donde más se percibe la exuberancia volcánica del Malpaís. Allí se alternan las coladas agrestes y puntiagudas con las lavas cordadas que se forman por el contacto súbito del magma incandescente con el agua del mar y que tienen un aspecto tan particular como si alguien las hubiera grabado con un punzón.
Mientras bordeamos la costa y notamos el intenso olor de la maresía, nos encontramos con vestigios de la actividad humana en la zona. Hay concheras, que son áreas donde se consumía el poco marisco presente en la costa, lapas fundamentalmente, desde la época de los guanches.
Solía estar asociado al pastoreo: mientras las cabras andaban ramoneando el pasto invernal, los pastores iban a coger lapas, que luego consumían mientras socializaban con otros pastores. Se construían pequeños muros de piedra para guarecerse de los alisios. Alrededor de ellos se pueden ver hoy en día montículos de conchas pulverizadas por el paso del tiempo.
Hay también algunas salinas de donde se sacaba la sal para conservar los productos, fundamentalmente el pescado. Y, ya llegando al Puertito de Güímar, uno se encuentra con pequeñas viviendas, algunas hechas en las mismas cuevas de la costa, de quienes iban a pasar temporadas junto al mar mucho antes de que se construyeran apartamentos en la zona. Son la Cuevas de Cho Regino.
Llegamos de vuelta al Puertito, después de tres horas disfrutando relajadamente del paisaje y la etnografía del lugar. Como casi siempre hace buen tiempo. Es el momento de darse un chapuzón. Y luego, puede uno sentarse en alguna tasca de la plaza o del paseo frente al mar a tomarse una cerveza y unos camarones. Un plan de lujo.
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