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Esta historia comienza por el tejado. Nuestro recorrido por la Zamora modernista arranca en el Parque de la Marina, mirando al cielo, observando las tejas de colores de la casa de Valentín Matilla. Durante las próximas líneas pondremos nombres y apellidos al patrimonio modernista de esta ciudad. Cada casa de las más representativas se identifica con el nombre de quien la mandó construir: los Matilla, Aguiar, Prada, Rueda o Macho.
La arquitectura, nos recuerda Paco Somoza, arquitecto y autor de la restauración urbana de la mayor parte del centro histórico zamorano, "siempre ha sido una forma de expresar la posición social, la riqueza, el poder". Precisamente Zamora fue, allá por los primeros años del siglo XX, parte del granero de Europa y cuna de familias adineradas que dejaron su particular legado artístico a la ciudad.
Recorrer Zamora junto a Paco Somoza se convierte en un privilegio. Su pasión por la ciudad, su conocimiento enciclopédico de la historia y el patrimonio lo convierten en un guía excepcional. Dibuja en un pequeño cuaderno de notas un boceto del casco histórico y explica cómo la ciudad fue creciendo en tres etapas con un eje central, una calle convertida en columna vertebral de la expansión urbana. Estamos en el extremo de ese eje, el más alejado de la Zamora original. Es la calle de Santa Clara, la que reúne una buena parte de la arquitectura modernista.
Volvamos a la casa de Valentín Matilla, la primera que encontramos en nuestro recorrido. Las franquicias que uniformizan el centro de todas las ciudades ocupan los bajos de este edificio de doble planta, dedicado en su día a vivienda familiar y diseñado por el responsable de que Zamora reuniera uno de los patrimonios modernistas más destacados de España: Francesc Ferriol. "Un arquitecto barcelonés que trajo a la ciudad el estilo modernista catalán". Paco Somoza traza un breve perfil de aquel hombre que fue contratado como arquitecto municipal por el Ayuntamiento de la ciudad. "Llegó en 1908 y firmó 14 de los 19 edificios más importantes", cuenta.
La casa Matilla data de 1911, dos años más tarde se construyó la casa de Francisco Antón, pegada a la anterior. Tres alturas con balcones de forja y miradores centrales en color verde. Unos pasos más adelante se encuentra la casa de Valentín Guerra, del año 1907. Se trata de un edificio más imponente y señorial, con unos llamativos miradores laterales circulares. Somoza firma la rehabilitación de este edificio, hoy en desuso, víctima de una de las cajas de ahorro quebradas.
Mientras avanzamos por esta calle de Santa Clara nos topamos con uno de los primeros restos románicos: la pequeña iglesia de Santiago del Burgo de finales del siglo XII recién restaurada y que aparece, sobria, en medio del entramado urbano moderno, entre comercios de toda la vida y las marcas que los van devorando.
Es el momento de tomar un pequeño desvío para asomarnos a la Plaza del Mercado, un edificio que llama la atención por su gran fachada acristalada y la puerta de hierro. Casi a espaldas del acceso al mercado, la casa de Crisanto Aguiar del año 1908 con sus característicos medallones con rostros en la parte superior. Y unos pasos más allá, una casa a la que no pudieron poner nombre, de la que se desconoce quién fue su promotor pero que llama la atención por sus colores y la cúpula verde que corona los miradores acristalados.
Retomamos el eje central de este recorrido, la calle Santa Clara para dirigirnos a la fachada de la casa de Fernando Rueda, construida en el año 1918 y en cuyo portal conviene asomarse para contemplar una preciosa farola recuperada hace unos años con un llamativo poste de hierro retorcido. Unos metros más adelante nos toparemos con un rincón patrimonial de especial interés. En un simple golpe de vista contemplaremos tres de los valores de la ciudad: la fachada modernista del casino, un edificio de gran porte, hermoso por las cerámicas azuladas que cubren parte de la fachada y por las farolas exteriores en las balconadas.
Conviene subir al primer piso para echar un vistazo al salón de uso exclusivo para socios pero al que uno se puede asomar desde el bar del edificio. De nuevo en la calle, basta girarse para ver una de las esculturas de las maternidades de Baltasar Lobo, escultor zamorano que cuenta con un museo muy interesante en las cercanías de la catedral y del castillo. Y al fondo, la fachada del palacio de los Momos, que se comenzó a construir en el siglo XV y que hoy ocupa una sede judicial.
Ya quedan pocos pasos por dar. Nos acercaremos a la plaza Sagasta y nos detendremos para observar la decoración vegetal de la casa de Norberto Macho de 1915 o las peculiares cariátides de una de las fachadas más fotografiadas de la ciudad. Y avanzaremos hasta la Plaza Mayor para contemplar la calle Balborraz, con su estética perspectiva de calle en pendiente y miradores de madera que se van sucediendo mientras la vista desciende hacia el río. En esa calle, antiguo camino para las mercancías que llegaban a la ciudad, nos fijaremos en la casa de Faustina Leirado, un coqueto y estrecho edificio de fachada azul y en la de Mariano López, una construcción mínima, casi una pieza propia de una maqueta.
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