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Sí, es él, el rector de la universidad de Salamanca quien, con sus cincuenta primaveras, se baña como Dios lo trajo al mundo en las aguas del río de Los Ángeles. "¡Y el bañarse allí, en la claridad del agua que canta entre canchales y secarse al sol, desnudo como el cuerpo que se entrega!". Así de contento nos relataba el filósofo Miguel de Unamuno su primer contacto con los ríos hurdanos. Era el año 1914. Su amigo Maurice Legendre, un hispanista francés enamorado de Las Hurdes, lo acompañaba mostrándole los parajes que habitaba una gente que definía como "el honor de España".
Ellos empezaron su recorrido por el sur de la comarca cacereña y nosotros lo hacemos por el norte, cruzando el puente del río Ladrillar que separa la provincia de Salamanca de la de Cáceres. A partir de ahora, nuestro acompañante será el sonido, cercano o distante de "el agua que canta al pie de las montañas". Así lo dijo don Miguel en su libro Andanzas y visiones españolas.
Entre una comunidad y otra, entre la carretera CL-512 y EX-204, está Riomalo de Abajo, una alquería de unos cincuenta habitantes donde su río, el Ladrillar, vierte las aguas al Alagón, el hermano mayor que, con alguna ayuda de otros menores, alimentan al pantano de Gabriel y Galán. Su medio centenar de habitantes presumen, y no es para menos, de ser los guardianes de uno de los monumentos naturales más bellos de España, el meandro del Melero, escultura viva del cauce del Alagón. Una senda custodiada de pinares, la vereda de los aceituneros, nos llevará hasta el mirador de La Antigua, al balcón desde donde podremos ver este imponente montículo que se ilumina cada día para que los visitantes puedan admirar su elegancia natural. El Melero se quedará sin duda en nuestras vidas mientras la memoria no nos traicione. Desandamos los 2,5 kilómetros que nos separan de Riomalo de Abajo, donde su piscina natural, con aguas de los dos ríos ya citados, es la antesala de la veintena de estas aplicaciones de agua que Las Hurdes posee.
¿Y si vamos contracorriente? El Ladrillar viene desde el noroeste de la comarca, deja al norte las salmantinas Batuecas y baja por uno de los valles hurdanos, donde núcleos de población como Las Mestas, Cabezo, Ladrillar y Riomalo de Arriba, aprovechan sus aguas para que la vida siga en estos pueblos construidos en pendientes de vértigo. Algunas antenas parabólicas sobresalen entre las piedras de las viviendas tradicionales y reformadas de Riomalo de Arriba. De color blanco, como la iglesia que corona el pueblo, estos artilugios de la sociedad tecnificada forman ahora parte inseparable de los casi veinte habitantes de esta alquería de pastores y mineros; de creyentes del agua que, cada madrugada de San Juan, se metían en el río, regaban sus casas y bañaban su ganado con el líquido elemento para evitar enfermedades y desgracias. La virtud del agua.
La presencia de los ríos en la comarca extremeña es sin duda un atractivo turístico, una llamada para los apasionados de la naturaleza en estado puro. El Gasco, la pequeña alquería de las Hurdes altas es un ejemplo de este aliciente. La carretera EX -368, tributaria de la principal vía de comunicación de la comarca, la EX -204, nos llevará al Gasco desde Vegas de Coria. Otro paisaje vertiginoso nos recuerda que estamos en el segundo país más montañoso de Europa y en la parte más occidental de su sistema central. El Malvellido, uno de los ríos hurdanos secundarios, aparece serpenteando al fondo del valle antes de que lleguemos al Gasco. Sus meandros, vistos desde lo alto, brillan a la luz como una serpiente plateada debajo de antiguas majadas y terrazas huertanas; un trabajo titánico costó levantar estos recintos y transportar la tierra para domar la agricultura.
La carretera llega a su fin en la plaza del Gasco, escenario del polémico documental de Luis Buñuel y ahora destino de primera si queremos conocer otro escenario de película. Un paseo de media hora por las orillas del río Malvellido, por sus huertos casi de juguete recién arados, y con el sonido acuático que nos acompaña a cada momento, nos lleva al chorro de la Miacera, la soberbia cascada de cien metros de caída que no vemos hasta que estamos debajo. No duden en llevar a los pequeños de la casa para que vean en directo lo que las películas de aventura nos muestran mientras nos sentamos delante de una pantalla. Mojémonos con el agua pulverizada que mueve el viento.
En las Hurdes hay más agua que tierra, dicen los que las conocen bien, y no solo las que corren encajonadas por sus valles son protagonistas de lo que algunos llamaron el Tíbet español. Justo se cumplen veinte años desde que, en abril de 1998, los monarcas españoles Juan Carlos y Sofía, inauguraron cuatro presas en la comarca para optimizar el aprovechamiento de sus aguas y abastecer a sus pobladores. Una de ellas, la de Majá Robledo, que contiene las aguas del río Hurdano para suministrar a Casares de las Hurdes, el municipio serrano del que dependen otras seis entidades menores, es otra de las puertas de entrada al macizo de agua clara desde la sierra de la Peña de Francia. Un aliviadero deja bajar el agua haciendo dibujos geométricos, como de papel pintado. Desde cualquier punto de la senda que llega hasta la presa desde la alquería de las Heras, unos ocho kilómetros, podremos disfrutar del mar de olas petrificadas que nos queda debajo e imaginar el paso del río Hurdano por las poblaciones que se ven a lo lejos.
Casa Rubia es una de ellas y hasta allí llegamos con las últimas luces del día. A una orilla, el pueblo mira al río desde un cuarto piso. Los tres primeros son para los huertos abancalados y, cómo no, el piso bajo es para su omnipresente río Hurdano, al que le queda media vida para llegar al pantano de Gabriel y Galán. Un puente de piedra, de siglos, sin nombre ni apellidos, observa con un solo ojo las gavias, las terrazas que aguantan un olivo o un cerezo.
En la otra punta de la comarca, en el extremo más occidental, otro río, el de los Ángeles, se muestra en vertical cerca de su nacimiento. Casi trescientos metros de caída en picado saltan sus aguas mientras que bandadas de buitres lo observan desde el cielo alardeando con las corrientes de aire. Todo un privilegio tener la visión de un pájaro. La pista forestal que nos llevará hasta el mirador de los Ángeles, desde las afueras de Ovejuela, está tan bien señalada como todos los accesos que nos hemos encontrado hasta ahora. Siete kilómetros de subida para ver El Chorro, así se conoce a este salto de agua, el mayor de todas las Hurdes. El río de Los Ángeles también desemboca en uno de los brazos del pantano de Gabriel y Galán, pero antes de hacerlo es represado en un paraje boscoso, un entorno escondido entre una tupida vegetación donde se practica la pesca; eso sí, solo tres días por semana y no más de tres capturas. Cinco pueblos se abastecen de este pantano que fue inaugurado durante la regia visita hace 20 años. Presa de Pinofranqueado fue el nombre que le pusieron cuando fue bautizado.
No hay que gastar mucho dinero para atraer viajeros que quieran conocer los ríos de las Hurdes. Seis puentes de madera sobre el río Ovejuela solucionaron hace dos años el acceso al Chorrituelo, otra cascada diferente, un espacio casi zen al que era difícil llegar cuando las aguas subían. En épocas señaladas, la gente hace cola delante de una poza de agua cristalina, sobre la que cae la cascada, y quedan boquiabiertos ente esa belleza que nos recuerda haberla visto reproducida en los murales de algunos restaurantes orientales. Tres kilómetros separan la alquería de Ovejuela de su salto de agua de setenta metros de altura. Un paseo al borde de la piscina natural y cruzando varias veces el río por los flamantes puentes, nos llevará en poco tiempo a este templo del agua donde irremediablemente nos sale, casi sin pensarlo, las palabras de otro filósofo, las del zamorano García Calvo cantando al "arroyo que brinca de peña en peña".
No queremos irnos de las Hurdes sin llevar un recuerdo a los amigos que aman los dulces artesanos que cada zona de España elabora. Hasta Pinofranqueado vamos en busca de Conchi Pérez, una joven repostera que regenta 'La Enramá', el negocio de sus dulces. Pero la sorpresa que nos llevamos es la de la presencia del río Esperabán a su paso por el pueblo. Un paseo fluvial a modo de rambla, rodeado de choperas y huertos, engrandece esta localidad del sur de la comarca. Allí, sentados en un banco, nos quedamos escuchando el sonido único del agua del Esperabán. Y es que cada río tiene su agua y su ruido, agucemos el oído y disfrutemos de sus melodías.
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