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El Cabriel puede presumir de ser uno de los ríos más limpios de Europa. Sus aguas, de tonalidad turquesa, van trazando la frontera natural entre las provincias de Cuenca, Albacete y Valencia en su camino de hermanamiento con el Júcar. Serpentea, con descarada sinuosidad, por tobas calcáreas, cárcavas, cascadas, meandros que esquivan paredes escarpadas, farallones fluviales y cuchillos rocosos. Un paisaje natural y geológico único, donde la naturaleza ha ejercido de escultora pétrea desde la época del Cretácico, en un valle que separa las mesetas de Requena-Utiel y la Manchuela.
En el tramo conocido como las Hoces del Cabriel, entre los embalses de Contreras y Cofrentes, el río ha tallado un angosto y profundo cañón, abrupto y perfectamente conservado, que cuenta con la protección de Parque Natural en su vertiente valenciana y de Reserva Natural en la manchega. Son varias las rutas de senderismo que podemos recorrer para alcanzar miradores de postal, donde epatar con una exhibición plena del bosque mediterráneo. Además, el cauce hará las delicias de aquellos que buscan actividades de aventura como el rafting, el paddle sup o la navegación en kayak.
Antes de adentrarnos en las propias Hoces, arrancamos nuestra excursión en la cabecera del embalse de Contreras. En Las Chorreras de Enguídanos, el Cabriel baja de manera impetuosa y caprichosa por pozas, cascadas, saltos de agua, formaciones tobáceas y rampas de estramatolitos activos -estructuras minerales creadas por seres vivos como las cianobacterias-. “Todo ello le confiere un valor monumental de máxima protección, con una biodiversidad especial que debemos conservar”, apunta Ciri Soriano, técnico de turismo de este pequeño pueblo conquense. La desgasificación del agua al pasar por estos rápidos hace que en el fondo del río se vaya generando calcita, que termina por petrificar troncos, musgos y plantas, “pero de una manera tan delicada y frágil que el roce de las pisadas o el deslizarse por las tobas puede destruir milenios de formación”. Por eso, aunque apetecible, el baño en este tramo de un kilómetro y medio -desde la presa de Villora hasta la unión con el Guadazaón- está prohibido, así como pisar o usar las tobas como toboganes.
Durante siglos, el cauce del Cabriel fue territorio dominado por los gancheros. Cuadrillas de hombres trasladaban desde los bosques de la Sierra Conquense cientos de troncos hasta el Júcar, camino de las fábricas madereras del Levante. “En Las Chorreras encontramos vestigios de su dominio del río; creaban pequeñas represas naturales para desviarlo o dinamitaron rocas para abrir cuevas con las que esquivar meandros muy angostos”, recuerda Álvaro Marín. Él es el encargado de la empresa de turismo activo ‘Altaïr’, que organiza actividades de rafting, barranquismo acuático, paddle sup o paseos en kayak por el río y en el embalse de Contreras.
“Además de las actividades acuáticas, creo que la mejor forma de disfrutar de Las Chorreras es a través de su contemplación. Hay varias rutas senderistas, como el PR-53, que parte de Enguídanos y va siguiendo la ribera, o el PR-50, un sendero a través de la Hoz del Agua y la Cerrada, con bonitas vistas”. Cuando el Cabriel se junta con el Guadazaón y encamina su viaje hacía el embalse de Contreras, hay una pequeña represa abandonada, La Playeta y la Lastra, donde locales y turistas suelen bañarse en sus frías aguas, “aunque hay que tener en cuenta que el vertido está regulado, pero sin previo aviso, por lo que hay que extremar las medidas de seguridad de los bañistas”, recuerda Álvaro.
El embalse de Contreras es, sin duda, el paso más concurrido de este espacio natural. Aunque es cierto que tanto el AVE como los millones de vehículos que atraviesan el viaducto de la A-3, dirección Valencia o Madrid, lo hacen a una velocidad que apenas permite contemplar su estampa. Hasta mediados de los años 90 del siglo pasado, el embalse sí acompañaba durante unos kilómetros el anhelado viaje hacia la playa de muchos capitalinos. Pero hoy es más fácil ver cabras montesas en los arcenes que coches circulando por la otrora masificada N-III. Aprovechemos esta tranquilidad circulatoria para hacer una parada en el mirador que hay junto al fantasmagórico hotel-restaurante ‘El Mirador’ -que sin duda vivió una época dorada durante las operaciones salida y retorno y hoy es un vestigio arqueológico de esos veranos de retenciones kilométricas-.
Este punto de la cola del embalse, donde se construyó en 1972 la presa, es un paradigma de cómo han evolucionado las comunicaciones entre el Levante y la Meseta a lo largo de los tiempos: de los romanos a la alta velocidad. Para conocer su historia, además de anotar interesantes consejos de la zona y ganarse una enriquecedora conversación sobre cualquier tema, lo ideal es coincidir en la Venta de Contreras con Fidel García Berlanga, un apasionado de la ingeniería, la gastronomía, la cultura, la antropología..., además de sobrino del célebre cineasta. “Por la puerta de la Venta -donde nací casualmente debido a una gran nevada- transcurría una calzada romana que duró casi 2.000 años. Luego llegaría la carretera de Cabrillas, de mediados del XIX, obra del ingeniero Lucio del Valle”. Hoy el zigzagueante trazado hace las delicias de los motoristas y ciclistas ávidos de curvas, pero apenas se utiliza después de ser durante unos 120 años la vía que tenían que recorrer, subiendo hasta el puerto de Contreras, los vehículos. Había que cruzar el puente ciempiés, con sus siete arcos de medio punto, que salvaba una garganta de 50 metros de profundidad, "una reliquia de la ingeniería vial". En los años setenta del siglo pasado llegó la N-III, que en menos de tres décadas fue reemplazada por la A-3 y el viaducto de la línea AVE.
La Venta, cuyo origen se remonta al año 1640, es un excelente punto de partida para recorrer parte de las Hoces a pie de río. Tendremos unos 4 kilómetros de caminata sencilla para contemplar la Sierra de los Cuchillos. Las Hoces del Cabriel se hacen más angostas y encañonadas, levantándose paredes verticales de gran altura. El primer tramo del recorrido es bastante plano y debemos cruzar un antiguo martinete -molino para forja- conocido como Marisol, actualmente un centro de interpretación y turismo activo. Pinos, carrascas, quejidos, esparto, jara, romero y lentisco nos acompañarán junto al rumor del agua, que se nos esconde tras la vegetación de ribera, como las nutrias, liebres y salamanquesas.
A partir de una plantación de jóvenes olivos, el camino se hace más pedregoso -aunque se puede recorrer sin problema con bici de montaña-. Aquí se presentan las primeras aguas pétreas, cada vez más afiladas y grandes. La referencia a los cuchillos puede ser por su forma puntiaguda, como puñales que han atravesado la tierra y tratan de apuñar, infructuosamente, el cielo. O quizá sea porque parece que la dureza caliza ha sido rebanada con un filo. “Los escaladores han bautizado las principales cimas, como Torre Cabriel, Diedro Botella, Negra o Torreón de la Moneda, ésta última porque se pensaba que no había sido coronada y cuando llegaron los primeros se encontraron en la cima una moneda”, explica Álvaro Marín. Él anima a seguir el vuelo en las cumbres de águilas, buitres y algún halcón peregrino. El contraste entre el turquesa del río, ya visible, y los tonos cobrizos y rojizos de la roca cuando les pega el sol al atardecer es una instantánea que no hay que perderse.
La otra ruta que parte desde la Venta es la que sube por la antigua carretera de las Cabrillas –que, como su nombre indica, tiene ahora como principales moradoras a las cabras-. Llegaremos hasta el Mirador de Peñas Blancas, en la Sierra del Rubial, desde donde tendremos una panorámica en la que barrancos, cuchillos, un frondoso bosque, el valle de la Fonseca (en Minglanilla), el río y la llanura de la Manchuela se integran con la intervención del hombre: el embalse, una antigua cementera, la presa, el viaducto o la autovía.
Desde la vertiente valenciana, donde las Hoces tienen la protección de Parque Natural, también hay numerosas rutas de trekking para contemplar los meandros y el valle. La recomendación es acudir a Venta del Moro, donde está la oficina de información del Parc. Ximo Risueño lleva 16 años dando pistas a los visitantes para que le saquen el máximo partido a este espacio natural. “Solo en la campaña de verano, tenemos registradas más de 40.000 personas en actividades de aventura”, señala. Y es que estamos a una distancia de 100 km de Albacete, Cuenca o Valencia. Desde el mismo municipio o del vecino Villargordo del Cabriel nos acercamos en vehículo para emprender a pie el PR-CV 344, una ruta circular de unos 15 km con escaso desnivel por pistas forestales.
El primero de los miradores es el de la Fonseca, con un banco de madera para descansar las piernas y una escultura de la Espiral Totémica de Emilio Gallego. Desde ahí, observamos el valle del mismo nombre con sus pinadas infinitas. Más adelante encontraremos la Hoz del Rabo de la Sartén donde, con cuidado, podremos asomarnos para contemplar el río serpenteando entre la vegetación de ribera. La siguiente hoz es la más espectacular de todas y es ahí donde podrás captar la fotografía que abre este reportaje: la Hoz de Vicente.
La sinuosa angostura que produce el río, entre paredes verticales de más de cien metros, genera un meandro casi perfecto que te hará reventar el marcador de likes en tus redes sociales. “El nombre es un homenaje al Paticas, un ermitaño de la zona que intercambiaba cañizos y huevos con los habitantes de Minglanilla que vivían a pie de río, que se despobló en los años 40 y 50”, nos cuenta Fidel. Pasada esta hoz, por un camino público que atraviesa una finca privada, llegamos a la Hoz del Purgatorio, donde no será necesario purificarse para alcanzar la gloria que ofrece la Madre Naturaleza.