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Cuesta llegar a Alquézar. Pero una vez allí, la primera vista de la ciudad nos deja con la boca abierta. Uno tiene la sensación de aterrizar en Juego de Tronos o de haber llegado a una especie de Dubrovnik en miniatura. Es todo un descubrimiento. Llevamos algo más de hora y media conduciendo desde Zaragoza, primero hasta Huesca, después por la Autovía A-22, y los últimos 18 kilómetros por una carretera, la A-1232, llena de curvas. Llegamos incluso a pensar que su objetivo es mantener esta antigua fortaleza mitad árabe, mitad medieval, alejada de cualquier tipo de masificación.
Por el camino atravesaréis alguno de los pueblos más bonitos de Huesca, Abiego, Adahuesca y Radiquero. A ambos lados de la carretera se anuncian empresas de deportes de aventura y senderismo que nos dan una idea de adónde vamos. Estamos en pleno Parque Natural de los Cañones y Sierra de Guara. En Radiquero elaboran quesos artesanos, muy presentes en la mesa de cualquier restaurante de la zona, un gran manjar, especialmente si lo acompañamos con una copa de vino del Somontano. Pero eso será después.
Llegamos a Alquézar. Lo dicho, es amor a primera vista. Y no porque a la entrada leamos en un cartel que es uno de los "Pueblos más bonitos de España". No lo necesita. Su origen árabe y la disposición de las casas formando una media luna le da esa panorámica tan pintoresca a la población. El fotógrafo muy pronto se da cuenta de que los coches le estropearán la foto si esperamos. La luz de la mañana es la mejor, así que decidimos hacer la instantánea a primera hora. Podemos acercarnos al Mirador Sonrisa al Viento. Está junto al aparcamiento donde hay que dejar el coche porque buena parte del pueblo es peatonal.
Son las nueve de la mañana. Varios grupos se preparan para la caminata. Algunos nos cuentan que harán la ruta de Basacol, Quizáns y Chimiachas, de dificultad media y cinco horas de duración, donde además de antiguos corrales y casetas de pastor se pueden encontrar pinturas rupestres de la Edad del Bronce, declaradas Patrimonio Mundial. También es posible tomar la ruta circular de Alquézar a Asque, o atreverse con el descenso de barrancos para los más aventureros. Dicen, de hecho, que en el Alquézar surgió el barranquismo, descubierto en los años 80 por franceses y belgas. Hoy es toda una referencia mundial: Guara alberga la mayor concentración de barrancos de toda Europa.
Quedamos con un buen conocedor de la zona, Santiago Santamaría. Además de alcalde de Alquézar, ha sido guía de barranquismo de la zona y uno de los organizadores de la Ultra Trail Guara Somontano, una carrera de 90 kilómetros, con unos 3.500 metros de desnivel, que recorre las sierras cercanas y atraviesa el Parque Natural de los Cañones y la Sierra de Guara. Nos cuenta que cambió su trabajo como director de sucursal bancaria por venirse aquí y dedicarse a trabajar por su pueblo.
En nuestro caso, elegimos algo mucho más asequible: la Ruta de las Pasarelas de Alquézar y Fuentebaños, un recorrido circular de hora y media y 5,6 kilómetros. Aunque es más que probable que la alarguéis a dos horas, si os detenéis a disfrutar de las vistas. Un consejo: no tengáis prisa en poneros a caminar. Es mejor tomárselo con calma y disfrutar de los encantos que tiene Alquézar. "Que no son pocos", apunta Estefanía, la única guía de la Oficina de Turismo, que nos enseña el pueblo. Se encuentra en la calle Nueva, en el barrio del Arrabal, pero podemos encontrarla cerrada. "Es más fácil encontrarme recorriendo las calles y rincones de Alquézar", confiesa, antes de adentrarnos en la villa antigua a través de un bello portal gótico.
Un buen punto de referencia para iniciar la ruta es la plaza Mayor. No precisamente por sus dimensiones. Coqueta y recogida, bajo sus porches se situaban los comerciantes y artesanos que vendían sus productos venidos de la misma Comarca del Somontano, de las tierras llanas y de las montañas. Sobre todo desde que Carlos V concede a la villa el privilegio de poder celebrar mercados todos los jueves y una feria anual. Conforme seguimos paseando por sus calles descubrimos más detalles que hacen de Alquézar una villa tan especial. Llama la atención un grabado en las jambas de una puerta, que representa la huella de dos zapatos. Seguramente era el modo de anunciarse que tenía el zapatero de Alquézar allá por el siglo XVIII.
A ras de suelo se encuentran los vallos, pequeños canales por los que transcurre el agua para regar las huertas. Al levantar la mirada, se ve que todas las casas tenían despensas, que aquí las llaman falsas y golfas. "Te puedes imaginar de dónde viene el nombre", ríe Estefanía. Otra curiosidad: Alquézar está llena de callizos (callejones), porque las casas en la Edad Media estaban unidas por pasos volados para que, en caso de asedio, pudieran pasar de una a otra sin pisar el suelo.
Caminamos por la calle de la Iglesia y al poco tiempo realizamos un giro a la izquierda, siguiendo la señalización que indica el barranco de la Fuente. De todas formas, no tiene pérdida: la ruta está señalizada en muchas calles como "Sendero Turístico de Aragón" y "Camino Natural del Somontano de Barbastro".
Comenzamos la ruta por las pasarelas de Alquézar. Para regular el acceso al río, debemos pagar una tarifa simbólica de 4 euros, o 3 si se adquiere el ticket por internet en la web, donde además nos podemos informar sobre la previsión de afluencia de visitantes, del tiempo pronosticado y algunas recomendaciones. Proporcionan un casco y un seguro a todos los caminantes. Una trabajadora del Ayuntamiento, Pilar, nos ayuda a colocárnoslo bien y nos advierte que tengamos cuidado en el descenso, que puede llegar a ser resbaladizo en algunos puntos concretos, especialmente en días húmedos. Pero no es el caso. Lo cierto es que el primer tramo tiene un desnivel considerable.
Nos encontramos ya con las primeras pasarelas que nos llevan hasta el río por el barranco de la Fuente. Conforme descendemos, nos adentramos en una vegetación cada vez más espesa. A un lado tenemos la peña de la Colegiata y al otro la peña de Castidián. En este punto, nos dejamos engullir por el silencio del entorno y la gran frondosidad del barranco. Y empezamos a escuchar el Vero cuando, tras unos arbustos, un cartel nos invita a desviarnos, a apenas 100 metros, a la Cueva de Picamartillo. Es una curiosa oquedad formada por la erosión de agua que atrae la atención de los más pequeños.
Una vez llegamos al cauce del río tomaremos ya las primeras pasarelas aéreas que vemos a nuestra derecha, de unos 10 metros de altura. Paso a paso, desde el aire, seguimos el cauce del río, hasta oír el estruendo del salto de agua en el Azud. He ahí el origen y la razón de ser inicial de estas pasarelas, que permitían a los operarios mantener la infraestructura de este azud, construido para tomar el agua que más abajo generaba electricidad en la antigua central eléctrica, a la que finalmente llegaremos.
En este tramo disfrutaremos del Cañón del Vero, del tremendo caos de bloques de rocas, oquedades, pozas y agua. Agua de un impactante color turquesa en la primavera con los deshielos y ocre cuando se trata de riadas y tormentas. "Siempre espectacular en cualquier caso", señala la página oficial.
A partir de la antigua central, comienza el ascenso. Es un ascenso suave por un sendero que nos lleva al último tramo de pasarelas. Cuidado, porque en ese punto, debemos prestar atención a la señal de desvío, ya que en este punto, la ruta nos brinda la posibilidad de tomar un atajo si alguno de los caminantes tiene vértigo, ya que el último tramo tiene pasarelas de 20 metros de altura sobre el cauce del río.
Este último tramo es el más moderno y más aéreo. Nos conduce a la plataforma Mirador del Vero con unas espectaculares vistas del río, el barranco y Alquézar. Ahí solo nos queda admirar el trabajo que agua y viento han realizado durante miles de años. Y volver a Alquézar entre almendros, olivos y huertos, eso sí, por una pista bastante empinada, que en días de mucho calor se puede hacer pesada. De ahí que el otoño y la primavera sean las mejores estaciones para recorrer la ruta.
Tras este paseo tan agradable y fotogénico, nos empieza a rugir el estómago. El sendero nos va a dejar en la plaza del Frontón, salpicada de terrazas de bares y restaurantes, donde agradeceremos reponer fuerzas y refrescarnos. Es la zona más turística de Alquézar. Pero os recomendamos salir de ahí y volver hacia el centro histórico, donde encontraremos bares y restaurantes más recogidos.
Si buscamos un menú de calidad, 'Casa Pardina' (Medio, 3). Este restaurante está considerado el mejor de la provincia de Huesca. Pizarra de quesos de cabra de la zona con gelé de violetas y tomate rosa de Barbastro con patata asada y ventresca con emulsión de miel y Módena. Eso para abrir boca. Y para principal, un entrecot de Ternera del Pirineo a la brasa, o un guiso tradicional que elaboran Ana y Mari, las dueñas de este establecimiento que remodelaron sobre las antiguas cuadras de la casa familiar.
Salimos a tomar un café y nos atrae el olor que desprenden los hornos de las tres panaderías que hay en la calle de la Iglesia. Un lugar perfecto para tomarse un dobladillo –dulce típico de Alquézar a base de anís, canela y miel– en una de sus terrazas o sentados en uno de los bancos del paseo de la Calle Tallada, donde además vas a poder contemplar las mejores vistas del Barranco de la Fuente, la Peña Castibián y visitar la Cueva Mullón.
Para finalizar nuestra visita a Alquézar y bajar la comida, recomendamos subir al castillo-colegiata, la gran joya del patrimonio de la localidad. Hasta que llegó el barranquismo, era de hecho el mayor reclamo turístico. Se puede hacer una visita guiada con Javier, que sabe todo lo que hay que saber de esta fortaleza. No es de extrañar, nos dice, que los árabes eligieran este rocoso cerro que domina toda la sierra, para defender Alquézar. Así lo hicieron hasta que fue reconquistada por los cristianos, que lo rehacen como colegiata bajo la mano del rey aragonés Sancho Ramírez.
Nada más entrar, nos encontramos con uno de los claustros más singulares que hemos visto. No es cuadrado, ni rectangular, ni siquiera un trapecio regular, simplemente se adapta a la roca. Recuerda al Monasterio de San Juan de la Peña, también en Huesca. "Tiene su explicación", razona Javier, ya que sus seis capiteles del siglo XII son de la misma escuela". Son capiteles historiados, que relatan temas bíblicos: la creación de Adán, donde la Trinidad se representa con un cuerpo y tres cabezas; la tentación de Adán y Eva; Abel decapitado por Caín; el diluvio universal y la historia de Abraham.
En el interior del patio, pinturas murales de finales del siglo XV narran la vida de Jesucristo. Y, si subimos a la planta de arriba, nos fascinarán las vistas de todo el cañón del río Vero. Una vez allí, abrimos una puerta que a priori no parece conducir a ningún sitio, pero que nos descubre un museo en el que se conservan obras de arte litúrgico de incalculable valor, retablos, códices medievales y una gran colección de partituras de los siglos XVI a XVIII. Un tesoro escondido.
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