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Son las 9:00 de la mañana y frente a la recepción del hotel 'Estanys Blaus', en el pequeño pueblo de Tavascán, espera Iván Catena, guía interpretador de Terra Viva. En un 4x4 nos llevará durante 11 kilómetros hasta la Font de la Costa, donde arranca una caminata que asciende hasta los 2.060 metros de altura. Desde la ventanilla del coche, se adivinan las históricas Bordes de Graus -frente a la presa y convertidas hoy en un camping- o las de Quanca, antiguas casa agrícolas de los payeses que forman parte de un rico patrimonio arquitectónico y cultural de la comarca de Pallars Sobirà.
Aparcados ya en la Font de la Costa, Iván comprueba que lleva consigo sus libros, fichas y prismáticos. "Es fundamental entender el paisaje en el que nos encontramos y todo este material nos ayudará a interpretarlo", comenta el guía de 42 años. Echamos a caminar, rumbo al Estany del Port, una subida de 230 metros de desnivel en forma de zigzag señalizada con marcas blancas y rojas del GR que supondrá unos 40 minutos aproximadamente . "Es una ruta fácil para hacer con familia. Tiene un poco de desnivel, pero con tiempo, es un paseo precioso en alta montaña para hacer con niños", aconseja.
Junto a la cascada de la fuente, crecen arándanos que Iván toca con sus dedos. "Aún no ha pasado el oso por aquí", comenta, y nos ofrece un aperitivo rico en vitamina C para endulzarnos antes del ascenso. Nuestros pasos se acompañan de una caída de agua que parece juguetear entre las rocas, mientras la majestuosidad del paisaje nos engulle en una bonita postal. El espectáculo sonoro llega con los bramidos de los ciervos y gamos, que hasta mediados de octubre estarán en plena temporada de berrea.
El valle se abre ante nuestros ojos según vamos cogiendo altura, dejando atrás bosques de abeto, abedul y pino negro, sobre los que asoman las cumbres más rocosas y los verdes pastos de este sorprendente rincón de la comarca de Pallars Sobirà. Un lienzo en profundidad que invita a detenerse en varias ocasiones para apreciar los diferentes matices que cambian según la luz del sol o la posición de las nubes.
"La vegetación nos va a indicar a qué altura nos encontramos", explica Iván, "veremos muy bien diferenciada la zona subalpina (1700-1900 metros) y la alpina", añade, mientras sostiene con su mano un esquisto de pizarra, la roca ferrosa que abunda en la zona. A lo lejos, un franja de árboles jóvenes señala la huella de una antigua avalancha de nieve, muy habitual en invierno.
Iván señala otras plantas como las campánulas o las espunidellas, "utilizadas para cuajar la leche"; y arbustos como los enebros, las escobas, los tomillos de montaña o los rododendros. "Estos últimos sobreviven aquí gracias al aislamiento térmico que le produce el manto neval; tienen que estar bajo la nieve para no morir de frío", cuenta este barcelonés de Sabadell que llegó al Pirineo hace 20 años huyendo de la ciudad. "El rododendro es además un buen indicador del grueso de la nieve, porque todo lo que sobresalga del manto neval muere congelado. Son útiles para elegir los emplazamientos de las estaciones de esquí", desvela.
Faltan pocos metros para alcanzar una pequeña casa de pastor totalmente integrada en el paisaje. El guía parece escuchar algo, aminora el paso y sugiere estar en silencio antes de descubrir con sus prismáticos un grupo de cabras montesas que descansan en el prado. Más arriba, cerca de las cumbres, pastan varios caballos percherones. "Observar animales requiere venir a la hora adecuada, paciencia y un toque de suerte", dice sonriente, mientras destaca la presencia -no esa mañana- de otros animales como el urogallo o el oso pardo.
Iván agudiza los sentidos y siente el leve ladrido de una marmota alpina. También dice haber visto una perdiz neval levantar el vuelo y en el cielo planean varios quebrantahuesos. "Hay pocos sitios en Europa donde se pueden ver los cuatro tipos de buitres: el negro, el quebrantahuesos, el común y el alimoche. Y este es uno de ellos", comenta el barcelonés, que en invierno ejerce como profesor de esquí. También hay águilas reales, "los mejores cazadores del Pirineo".
Las cabras se alejan ante nuestra presencia, momento en el que Iván coge un poco de regaliz silvestre que encuentra en el camino y lo muerde a modo de palulú. Pronto se visualiza el Estany del Port, encajado en el valle y cuyas aguas reflejan las cumbres que lo rodean. De origen glaciar, el lago invita a la calma, a sentarse en el prado y relajarse en un entorno natural lleno de encanto. "Aunque es tentador, no está permitido el baño en estos lagos. Es un lugar tan limpio y puro que el daño podría ser enorme. La fauna acuática -como el tritón o el barbo rojo- es muy sensible", alerta este apasionado de la montaña, que busca concienciar a los visitantes de la conservación del entorno.
Desde el Estany del Port se puede continuar subiendo hacia el Puerto de Tavascán que conecta con Francia y que, durante los años de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil española, cruzar este paso fronterizo hacia uno u otro lado suponía estar a salvo, tener un refugio ante el horror. "Hubo una época en la que los refugiados huían en ambas direcciones: los judíos escapaban de Hitler y los republicanos de Franco", recuerda Iván. Sólo pensar en ello, en el drama humano que vieron estas montañas, pone los pelos de punta.
Otra buena opción es seguir caminando hacia el Lago Mariola, uno de los más
grandes y bellos del Pirineo catalán, que supone una hora y
media (ida y vuelta) y completa la experiencia llevándote a paisajes de más de 2.200 metros
de altura y con el lujo de apenas cruzarte con gente. Para volver, retomamos el descenso por el mismo sendero hasta la Font de la Costa, atentos a posibles nuevos encuentros y pensando ya en un reconstituyente plato de Escudella i carn d'olla y unas truchas del Pirineo que nos ayude a reponer fuerzas.
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