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Castronuño tiene dos partes. La urbana, elevada sobre una loma, permite contemplar el eterno horizonte de la meseta y constatar el cambio de paisaje según la mirada va de izquierda a derecha, o viceversa. A la derecha, el río Duero serpentea desde la lejanía atravesando campos amarillos, hasta que empieza a ensancharse al tomar una curva y dirigirse hacia la cercana presa de San José. A la izquierda, el cauce entra en un carril verde, entre frondosa vegetación, para detenerse ante los muros del embalse.
La vista permite observar el contraste entre el páramo y los pinares, entre la rocosa pendiente sobre la que se alza el pueblo y la alisada superficie del agua unos cuantos metros más abajo. Arriba comienza y en el embalse termina la conocida como la Senda de los almendros, un manejable paseo junto al Duero para observar este selvático recorrido y escuchar los sonidos de la naturaleza en cualquier época del año.
La ruta se inicia junto a la iglesia de Santa María del Castillo, del siglo XIII, que precede unos minutos de caminar hasta desviarse a la derecha y bajar rumbo a la vega del río, un trayecto de unos cinco kilómetros ida y vuelta que es apto para todos los públicos y piernas. Desde allí se desciende mediante unos escalones cómodamente acondicionados hasta el primer mirador, parada inicial para contemplar los caprichos orográficos y naturales de la zona. Los paneles informativos diseminados por la senda ilustran al visitante sobre la fauna y flora local, la historia del lugar o la vida de aquellos pescadores que vivían de ese río y a quienes homenajea una barca en el propio Castronuño.
El final del verano y los principios del otoño se convierten en momentos incomparables para decantarse por este plan. Alguna hoja tímida empieza a bailar desde las copas hasta los suelos mientras, en las zonas más húmedas, los hongos se dejan ver tras colonizar antiguos tocones. En cambio, en los tramos iluminados, el señor sol está haciendo bien su trabajo y obliga a quitarse la cazadora y a avanzar en camiseta o camisa, siempre de agradecer cuando el verano dice adiós. De acudir en el estío, cotiza la reducción de un par de grados o tres gracias al frescor del Duero; en otoño, primavera o invierno se pueden disfrutar, respectivamente, de los árboles desnudos o incipientemente despojados de hojas mientras las brumas sobre las aguas o las nieblas bajas se envuelven con el escenario.
El silencio solo se ve interrumpido por la sinfonía animal y vegetal, que cobra decibelios a medida que el oído se va acostumbrando. Los pájaros gorjean mientras que sus primas, las garzas, disfrutan de un chapuzón, con suerte emergiendo con peces en el pico. Los patos nadan tranquilamente, los abejorros zumban y, entre las zarzamoras, siempre apetecible fuente de alimento en septiembre, se escuchan movimientos de origen desconocido.
Los fotógrafos aficionados o quienes quieran inmortalizar la senda pueden adentrarse junto al cauce, donde los chavales algún baño que otro se dan cuando aprieta el calor, y armarse de paciencia para capturar las andanzas de los inquilinos habituales de la ribera de Castronuño. Esta vez quienes frecuentan estas pasarelas de madera y caminos de arena, para los cuales basta con calzado cómodo y poca preparación física o material, son familias con niños, jubilados con ganas de desoxidar el esqueleto o parejas con un perrito. Todos son bienvenidos a este recorrido ubicado a apenas 20 minutos de las autovías A-11 o A-6 y a media hora de Tordesillas, otra histórica localidad que merece una visita.
El pasaje natural desemboca junto a una carretera poco frecuentada, donde se camina por unos minutos rumbo a la presa de San José, construida en 1941. Hasta entonces, esas comarcas solo podían atravesar el cauce fluvial en barca o por el puente del cercano Toro (Zamora), otro punto de parada obligatoria para el forastero. La mole de hormigón aparece justo antes de dar la vuelta y regresar al pueblo. Desde esa carretera que la atraviesa se puede contemplar a las garzas posadas tranquilamente sobre las rocas esperando a barbos o percas despistadas para darse un festín, antes de lanzarse de nuevo a sus escondrijos y nidos entre la generosa vegetación del entorno.
Para regresar hay dos opciones: deshacer lo andado o rodear por la propia Senda de los Almendros, donde se complica ligeramente el recorrido. Es hora de volver a lo alto y para ello hay que avanzar rumbo a otro mirador entre pinares, exigiendo un poco más a los músculos, y contemplar desde ese ángulo los diversos paisajes de la reserva natural.
Quedan solo unos minutos para regresar a Castronuño con la sorpresa de unas cabras triscando entre unos prados y asomándose, curiosas, a los caminantes. Las últimas ovejas que quedan por el pueblo sirven para que la familia de Julio A. Hernández ofrezca quesos naturales, tanto tiernos como curados, de potente sabor al paladar, acreedor de varios premios por su calidad. El dueño, que pasa la mañana entre la fábrica y el mostrador, adereza el producto con una buena conversación sobre la historia de Castronuño y el pastoreo.
Tanto paseo da hambre. Si todo ha ido bien y se cumplen los tiempos, llega la hora del vermú con el estómago ronroneando. Las principales bazas gastronómicas del pueblo son el restaurante ‘El Guacamayo’ y el restaurante ‘Casa Pepe’. El primero de ellos, con Solete Guía Repsol, ofrece parrilladas tradicionales, una rica variedad de carnes o de pinchos morunos, tapas variadas para todos los gustos y los clásicos e indiscutibles callos, torreznos, morro o sartenes de huevos con jijas o chorizo. ‘Casa Pepe’ cuenta con buenos platos de ternera, guisos tradicionales, opciones de pescados como el bacalao y apetecibles raciones de boletus, setas a la plancha o verduras como las alcachofas con jamón o puerros con vinagreta.
Donde cabe menos debate es en el postre. ‘Xocoreto’, también galardonada con Solete Guía Repsol, embarga el paladar con su sublime tarta de queso, pasteles de pistacho o de frambuesa y una bollería para salivar de la emoción. El responsable, José I. Colinas, más conocido en la zona y en el gremio como Catacho, lleva desde 2013 endulzando la zona y aliándose con el vino de la cercana comarca de Rueda para seducir por los sentidos a sus clientes. “Si el corazón te late, come chocolate”, dicen, como colofón a un estupendo día de paseo y observación de la naturaleza por la Reserva Natural de las Riberas de Castronuño.
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