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A solo 20 minutos del centro de la ciudad de Granada emerge un macizo montañoso vecino a la Sierra Nevada, pero de características bien distintas. A medida que nos acercamos por la carretera, advertimos que sus cumbres calizas son mucho más abruptas y que casi todo lo cubre un manto de bosque y vegetación. Pero hay que poner pie a tierra para descubrir sus entrañas. Para eso tenemos una gran red de senderos y pistas forestales, perfectas también para la bicicleta, algunas de las cuales incluso se pueden transitar en coche.
El parque natural oscila bastante abruptamente entre los 1.000 y los 2.000 metros de altitud, lo que crea una gran diversidad de espacios entre zonas más altas y bajas, y entre las más húmedas y secas. De un instante a otro pasamos de caminar encajonados a lo largo de un barranco profundo, a disfrutar de miradores de vistas anchísimas que lo mismo apuntan a Sierra Nevada que a las depresiones de Granada o de Guadix.
El paisaje todavía lo domina un gran pinar de repoblación que se impuso tras el abuso forestal y ganadero de las sierras. Ahora, poco a poco, las encinas que un día dominaron el paisaje vuelven a ganar terreno a medida que se va aclarando el pinar y, con ellas, también regresan los enebros, la jara o el romero. Otra característica clave de estas sierras es su composición caliza, que las convierte en colectoras de agua, con infiltraciones que crean formaciones kársticas tan interesantes como la Cueva del Agua, con más de tres kilómetros de recorrido; es una de las más valiosas de toda Andalucía.
El parque natural solo lleva el nombre de la Sierra de Huétor, pero en realidad incluye las sierras de Alfaguara, Cogollos, Diezma, Beas y parte de la de Arana. En el Centro de Interpretación Puerto Lobo, que se encuentra en el acceso suroccidental del parque, hay una pequeña exposición con maquetas e interactividades que indaga en sus tesoros menos evidentes, como sus plantas aromáticas o sus reptiles. El centro también es el punto de partida de muchas rutas, pero hoy la nuestra empieza desde la Casa Forestal de los Peñoncillos.
Puede que el Genil sea el más señorial y abundante de los dos ríos que atraviesan Granada. No en vano, lo engendran las nieves de la señora Sierra Nevada y recorre más de 350 kilómetros hasta desembocar en el señor Guadalquivir. Por su parte, el pequeño Darro apenas alcanza los 20 kilómetros y la mayoría del año es poco más que un riachuelo. Pero ¿y si preguntáramos a los granadinos cuál es su favorito? Este aparente segundón no lo es tanto: fue el que insufló vida a la Granada musulmana, regando los palacios y jardines de la Alhambra, y hoy es el que alegra el célebre Paseo de los Tristes.
El nacimiento del río Darro es modesto pero tiene muchos encantos y sirve de pretexto para descubrir rincones del parque natural. Desde el aparcamiento de los Peñoncillos se puede trazar una ruta circular de unos 12 kilómetros sin apenas dificultades que incluye una buena parte de estos. La idea es tomar el Sendero del Sereno hasta el Mirador de los Mármoles y, desde allí, desviarse a la izquierda para descender hasta la cueva homónima. Todavía se hace un poco pronto para cantar villancicos, pero nos cuentan unos senderistas locales que, según la tradición, para tener buena suerte deberíamos cantar uno frente al portal de belén perenne que hay en la cueva.
Los mismos senderistas se indignan cuando trato de ubicar el nacimiento del Darro, nuestra siguiente parada, en un punto que no les parece correcto. Insisten en que el río nace “de toda la vida” en la Fuente de la Teja, pero a la vez reconocen que hace diez años que no ven manar agua de la fuente, y que la poca que surge de los alrededores se la llevan unas acequias. Para disgusto de nuestros compañeros circunstanciales, algunos mapas ya marcan el nacimiento más abajo y, lo que quizá sea más hiriente, el dato lo corrobora un panel informativo de la Junta de Andalucía.
Junto a este incipiente Darro, las hojas de los chopos y los olmos comienzan a amarillear. El dato viene al caso para recordar que el Parque Natural Sierra de Huétor cuenta con una importante reserva micológica junto al Puerto de la Mora. También para hacer mención de la etimología del Darro, dat aurum, o sea, “da oro”; por lo visto, hasta mediados del siglo XX, hubo quienes buscaron su sustento bateando por su cauce.
Con agua o sin ella, el camino entre la Fuente de la Teja y el nacimiento del Darro es una delicia por un cañón que, a decir verdad, sería difícilmente transitable si corriera el agua. Desde el “nuevo” nacimiento, ahora toca remontar por la única dificultad del día: un sendero un tanto esquivo que asciende 150 metros de desnivel en menos de un kilómetro. El premio al esfuerzo se llama Dehesa de los Bolones, una umbría donde el monótono pinar da paso a un vergel con ejemplares de cipreses, pinsapos, cedros y un grupo de secuoyas gigantes que ponen la guinda al recorrido.
Se sabe que Federico García Lorca está enterrado en una fosa común situada en algún punto desconocido de la carretera que une Víznar y Alfacar, es decir, las dos principales localidades de acceso al parque natural desde la ciudad de Granada. La historia del poeta la cuentan con pelos, señales y muy buen gusto en la Huerta de San Vicente, es decir, la residencia de verano que los García Lorca tenían en la capital y que ahora se ha convertido en su casa-museo. La historia de los combatientes la podemos conocer buscando fortines por las cumbres y collados de la sierra.
Nada más estallar la Guerra Civil, la ciudad de Granada presenció algunos de los combates más intensos que se vivieron en esta fase temprana de la contienda. Apenas un par de días después del golpe militar ya se empezó a conformar un frente de guerra que rodeaba la ciudad. Sin embargo, este se estabilizó muy pronto y por eso, durante casi tres años, los combatientes pudieron ir perfeccionando sus posiciones hasta crear pequeños poblados castrenses. Particularmente en la sierra de Alfaguara se ha conservado una sorprendente cantidad de fortificaciones.
El Centro de Recepción de La Alfaguara, más próximo a Alfacar, y el Centro de Visitantes del Puerto del Lobo, junto a Víznar, son probablemente los dos puntos de partida más adecuados para descubrir estos vestigios. Desde el primero podemos acercarnos en coche hasta los pies de la Posición de La Yedra, de los sublevados, que tiene unas vistas fabulosas al Peñón de la Mata, donde se encontraban los republicanos. La pieza occidental, la Avanzadilla Nívar, es un laberinto de trincheras y parapetos a cielo abierto; mientras que la oriental, la Posición Alonso, sorprende con una red de galerías subterráneas. Ambas están muy bien camufladas entre los peñascos.
Desde el Centro de Visitantes del Puerto Lobo, caminando un par de kilómetros, podemos alcanzar las Trincheras del Maúllo. Se trata de una posición sui generis que por momentos evoca una fortaleza medieval debido al uso de almenas. Las posibles dudas sobre su datación se resuelven cuando vemos restos de inscripciones de una compañía de zapadores que debió reforzar la posición allá por 1938. Se cuenta que lleva ese nombre porque los combatientes que la habitaban se comunicaban por un código de maullidos.
El Maúllo es un observatorio extraordinario, orientado hacia el sureste, con vistas a Sierra Nevada y al cañón del Darro. Se construyó precisamente sobre el nacimiento de este río, que queda justo a los pies de la casamata de los zapadores. Cuando allá abajo, los que tengan buena vista quizá adviertan alguna de sus almenas. Sin embargo, subir hasta aquí desde el manantial sería imposible porque los riscos abruptos de la sierra lo dotan de una defensa natural infranqueable.
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