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Existe un lugar en el que es posible conocer y pasear entre árboles que son belleza, monumentos e historia. Un paisaje salvaje modelado en el tiempo a golpe de agricultura por hombres y mujeres desde la época romana, o incluso antes, y que se ha conservado hasta nuestros días. Se trata del Territorio Sénia, donde confluyen 27 pueblos -de los que llaman de la España vaciada- pertenecientes a tres comunidades autónomas diferentes (la valenciana, la catalana y la aragonesa) que compiten entre sí para ver quien posee el olivo más vetusto o el rincón mejor conservado.
El Territorio Sénia tiene la mayor densidad de olivos milenarios del mundo con 6.358 ejemplares inventariados que superan los tres metros y medio de perímetro de tronco, así se sabe que es milenario. El cultivo de estos olivos fue implantado por los romanos -incluso puede que comenzara antes, con los íberos- y continúa en auge debido a la gran calidad alcanzada por su aceite. Los olivos milenarios tienen una gran importancia histórica y cultural: son testigos vivos de la historia agrícola de la región y representan el patrimonio natural y cultural del Mediterráneo.
Situada a medio camino entre el mar Mediterráneo y el Parc Natural dels Ports, declarado en 2001 reserva de la biosfera, el origen de La Jana está ligado al paso de la Vía Augusta y su cruce con la Vía Hercúlea. Su casco urbano está construido sobre los restos de una villa romana y, paseando por sus calles, podemos descubrir la imponente iglesia de Sant Bartomeu, de estilo renacentista, el palacio Borrull, el Palau de los Jovani, la casa del Batlle o los lavaderos. Pero si por algo destaca La Jana es por sus 966 olivos milenarios en sólo 19,5 kilómetros cuadrados de término, la mayor densidad conocida (50 OM/km²) de estos ejemplares.
Para poder apreciarlos en detalle, cuenta con el Museo Natural de Olivos Milenarios. Un museo al aire libre situado en la partida Pou del Mas donde en una hectárea podemos ver y tocar 21 de esos olivos de más de mil años. Para llegar a este enclave, el camino de acceso a la finca desde la CV-113 coincide con el trazado de la antigua Vía Augusta romana.
Una decena de esos olivos milenarios posee una placa que nos cuenta su historia y medidas. Cada uno de ellos tiene una historia propia, que nos muestra la importancia que han tenido en la vida de las personas que han vivido en la zona a lo largo de los siglos. Así podemos descubrir, por ejemplo, “el Olivo de las Parejas”, que además de sus notables dimensiones y formas, recibió el premio AEMO al mejor olivo monumental de España en 2014, o el olivo “la Farga del Pou del Mas”, que fue plantado en el año 833 d.C. en la época de Abderramán II.
Otro de los olivos tiene un caminito para poder asomarnos a su interior, lo que nos motiva enseguida a imaginar historias de duendes y otras criaturas del bosque. Hay muchas maneras de visitar este museo: podemos leer cada uno de los carteles y seguir el itinerario marcado o pasear sin rumbo fijo entre estos imponentes árboles, jugar a buscar formas intrincadas en sus troncos o, simplemente, sentarnos a su sombra, escuchar el viento entre las hojas y disfrutar de este hermoso paisaje. La mayoría de los olivos son de la variedad farga, aunque también hay morruda y cuquello.
Además de ser parte del museo, estos árboles siguen dando frutos de mucha calidad, oro líquido que se recoge por la cooperativa local, que en su almazara lo elabora, envasa y comercializa. Alrededor del museo hay olivos más jóvenes, todos ellos a pleno rendimiento. Para conocerlo os proponemos probar también el aceite local de Olis Cuquello o el que produce la cooperativa. Estos árboles han sido cuidados y preservados durante generaciones, nuestra visita debe ser respetuosa con ellos y con su entorno, para que puedan ser disfrutados por otros miles de años.
Este pequeño municipio del Baix Maestrat hace honor a la tierra roja de sus campos en su topónimo y posee un microclima especial al encontrarse entre la montaña y la costa, a 20 kilómetros del Delta del Ebro y del Mar Mediterráneo. Aquí hay más olivos que habitantes: 700 vecinos censados y 1.115 olivos milenarios. Algunos de ellos son famosos, como el Olivo de las Cuatro Patas, en la partida de Rajos, que además de por su belleza y sus formas intrincadas, es conocido debido a que, en tiempos, se escondió en él un combatiente maqui que pudo así huir a las montañas.
En el Olivo de Cuatro Patas jugamos a mirar entre sus huecos, a escondernos como el maqui y a cruzar por su interior sintiendo la magia de estar dentro de un árbol. Si seguimos al norte, cerca del cementerio encontraremos muchos olivos monumentales. En la finca Pleserems, se encuentra el árbol protagonista de la película de Icíar Bollaín (El olivo, 2016), que se calcula que tiene más de 2.000 años y que destaca por sus nueve metros de diámetro. Ver la película es una buena manera de conocer el territorio y el drama vivido con el expolio de estos imponentes árboles. Aunque la mayoría de los olivos milenarios se encuentran dentro de campos de cultivo, sus propietarios permiten que los visitemos siempre que cuidemos y respetemos el entorno.
Si llegamos a Canet lo Roig desde La Jana, vemos la bonita estampa del pueblo con su iglesia-fortaleza de San Miguel Arcángel y, a la entrada del pueblo, nos sorprende la ermita del Calvario, un edificio de mediados del siglo XVIII de ladrillo rojo como la tierra de sus campos. Junto a ella, un balcón donde asomarnos a la inmensidad del paisaje. Un mirador, no apto para personas con vértigo, que nos permite apreciar el mar de olivos que envuelve al municipio.
Podemos pasear por sus calles medievales y el laberinto ligeramente ascendente hacia la iglesia de San Miguel, que nos recuerdan el pasado de este pueblo, que fue de los más importantes del Maestrat hasta el siglo XIX. En el centro de Canet lo Roig, se sitúa la parroquia de San Miguel Arcángel, la iglesia-fortaleza románica que se levantó en 1288. Alrededor de ella se encuentran los edificios más singulares: la antigua prisión, el Portalet de les Mongetades -que forma parte de lo que había sido la muralla que cerraba el pueblo viejo del entorno-, el horno del siglo XII y el Palacio de los Capellanes y Capilla de los Piquer, un edificio del gótico civil que perteneció a una de las familias más nobles en la época medieval. Callejeando encontramos también una placa que recuerda al maestro y los alumnos que, en 1934, crearon una de las revistas pioneras de las escuelas populares. Imaginaos si esos olivos hablaran, cuantas historias contarían.
Para comer nos acercamos a ‘Casa Miralles’, un bar de los de “toda la vida” que lleva 46 años dando de comer y almorzar (esos bocadillos pantagruélicos que se comen los valencianos a mitad de mañana). Aquí, la señora Pepita, de 73 años, atiende personalmente cada mesa para ofrecerte el producto del día: paellas, langostinos de Vinaroz (recordemos que la lonja está a 20 kilómetros), paté de perdiz -que hace su marido, Bienvenido Miralles, cazador y cocinero-, alcachofas de Benicarló, croquellanas de Morella, cordero tiernísimo de la carnicería del pueblo, verduras de las huertas cercanas, todo con aceite de oliva y regado con alguno de los vinos del terreno de las bodegas ‘La Canetana’, ‘L’Estanquer’ o ‘Roig de Canet’.
Antes de irnos, Pepita nos recomienda que en otra ocasión comamos en ‘Lo Sarao’, donde su hijo, el chef Carlos Miralles, apuesta por una cocina un poco más elaborada. Si vais a mediados de junio, además, podéis conocer más del aceite y el vino en la Fira de l’Oli Gastrocultural de Canet Lo Roig, la cita que cada año combina gastronomía, cultura y tradiciones.
El corazón de la comarca del Baix Maestrat, posee un casco urbano lleno de historia y un entorno privilegiado rodeado de olivos. Aquí se produce el premiado AOVE de la Finca Varona la Vella, elaborado con aceitunas de la variedad farga de olivos milenarios. También en el Molino de Aceite Sant Climent podemos encontrar aceite de gran calidad, realizar una visita a su almazara o una ruta guiada a sus olivares. En San Mateu es más complicado ver estos árboles que en La Jana o Canet Lo Roig, ya que la mayoría están en fincas particulares en pleno rendimiento agrario. No obstante, el camino que sube a la ermita nos permite disfrutar de un buen paseo entre olivos milenarios y cipreses.
La ermita renacentista se erige en honor a la Mare de Deu dels Àngels y ofrece una preciosa vista de Sant Mateu y la comarca del Maestrat. Acoge también entre sus muros una de las apuestas gastronómicas más interesantes de la zona, el restaurante ‘Farga’ (Solete Guía Repsol), donde podemos degustar una cocina tradicional valenciana con productos ecológicos y de proximidad, respetando el entorno y buscando relaciones justas con los productores.
En San Mateu, locales y forasteros coinciden en la Plaza Mayor, diseñada en el siglo XIII, y en cuyo centro se halla la Fuente de la Virgen. Aquí se ubica también el ayuntamiento, un edificio del siglo XV, conocido como la Cort Nova. Aunque el monumento más importante de Sant Mateu es su iglesia arciprestal, un edificio declarado Monumento Histórico-Artístico, donde destaca su torre campanario de corte medieval.
En 1319, tras la desaparición de los templarios, sus señoríos valencianos junto con los del hospital, fueron unidos para crear la Orden de Santa María de Montesa. Nace así el Maestrat, por ser el maestre la principal figura en la jerarquía de la orden. La capital del Maestrat era entonces San Mateu. Aquí vivió largas temporadas el Papa Luna hasta el fin del Cisma de Occidente en 1429. De este pasado esplendoroso quedan huellas y vestigios como parte de la muralla, el Palacio de la Cort Nova, el Palacio Borrull, el Palacio del Marqués de Villores, el Carrerón de los judíos, el horno gótico (que alberga la oficina de turismo) y las prisiones.
Dejamos para el final la visita más dulce. Junto al monasterio de las agustinas, podéis encontrar una puertecita que da al Horno de las Monjas. Desde 2016 una congregación de monjas de clausura de las Agustinas Contemplativas elabora “con mucho amor “-eso dicen en su web y redes sociales- pastas y dulces.
Lo cierto es que los dulces que despacha Sor María Teresa a través de la celosía que separa lo divino de lo mundano, bien merecen la visita a San Mateu. Hace diez años a esta religiosa se le ocurrió poner un email a Paco Torreblanca tras ver un vídeo de una receta en YouTube del famoso repostero alicantino, responsable de la tarta nupcial de los reyes de España. Torreblanca le respondió que estaría encantado de ayudarlas y, unas semanas después, cinco hermanas Agustinas hicieron un paréntesis en su vida contemplativa y se dirigieron a Elda para aprender las técnicas de repostería del considerado, durante mucho tiempo, como el mejor pastelero de España.
Comenzaron vendiendo solo cinco tipos de dulces, entre ellos la tradicional piñonada de Morella, las escaldadas de San Agustín o las pavías que les enseño a hacer Torreblanca y, ahora, la oferta se ha ampliado hasta superar la treintena de productos: cookies, bombones, hojaldres, panquemados, trufas, etcétera… aunque a todos los productos que pueden les ponen nombres de santos, como los corazones de Santa Clara, los suspiros de Santa Rita o las magdalenas Albrizzi, en honor a la beata del mismo nombre.
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