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El Valle de Lecrín se conoce también como el Valle de la Alegría gracias a una historia -de dudosa veracidad- que dice que su nombre original en árabe significaba eso. Y, sin embargo, ¿qué más da? Lo cierto es que, a día de hoy, realmente es el valle de la alegría. A media hora de la ciudad de Granada, el valle es un territorio que suma 17 pueblos, reunidos en ocho ayuntamientos, en los que la historia y el paisaje se ven favorecidos por un clima especialmente agradable, con claras influencias de la costa. Unas temperaturas suaves que han favorecido durante siglos el cultivo de naranjas y limones, que ahora están siendo sustituidos poco a poco por aguacates.
Prácticamente en el centro del valle está Nigüelas, conocido como el Balcón del Valle porque desde su zona más alta ofrece una fantástica panorámica. Pasear por Nigüelas es encontrar, en los primeros pasos que se dan por sus calles, el ayuntamiento, o mejor, el jardín romántico en el que se encuentra este. Más adelante una almazara, convertida en el centro de interpretación La Erilla, da buena idea de cómo se producía el aceite hasta principios del siglo pasado. Un gran molino de sangre -llamado así porque lo movían los animales- de origen romano se configura como el elemento central de un espacio que tiene una visita interesante.
El paseo por la calle principal del pueblo -cuesta arriba, eso sí-, lleva al paseante al punto de inicio de un sendero que se disfruta y es asequible para cualquiera. Esta ruta, la de La Pavilla, nos permite caminar en paralelo a una acequia andalusí y, en menos de una hora de paseo de ida y vuelta, disfrutaremos de un paisaje interesante. Estamos en las faldas de Sierra Nevada y, si nos quedan ganas para alargar el paseo, a la ida o la vuelta podemos dedicar unos minutos a visitar la Falla de Nigüelas.
Antes de llegar a Nigüelas, hemos dejado atrás las localidades más populosas del Valle: El Padul y Dúrcal. El Padul tiene como imagen identificativa un mamut porque en 1982 se encontraron restos de un ejemplar en su laguna. A las afueras del pueblo está La Laguna, un humedal que nos permite dar un paseo muy agradable en el que, con suerte, se pueden ver muchas aves.
Dúrcal es la localidad más poblada del valle y ejerce de capital de la comarca. Los durqueños están orgullosos de sus puentes: el puente medieval o romano, el antiguo (del siglo XIX) y el de lata. Este tiene una historia peculiar porque fue fabricado en Bélgica y se instaló en otro lugar de la provincia durante dos décadas. Fue en 1924 cuando el puente se trasladó y quedó instalado en su actual posición, donde se mantuvo en uso hasta 1974. En los alrededores de esta ciudad, cerca de uno de sus institutos, está uno de los puntos de partida de una de las mejores excursiones que se pueden hacer por la zona, la Ruta de los Bolos, que merece unos párrafos propios.
Al otro costado de la autovía (la A-44; también conocida como Autovía de Sierra Nevada-Costa Tropical), en su salida 160, un poco más adelante de estas tres localidades se llega al meollo del Valle de Lecrín. En primer término encontramos Lecrín, que aúna Acequias, Béznar, Talará, Mondújar, Chite y Murchas; y unos kilómetros más allá aparece el municipio de El Valle, con Melegís, Restábal y Saleres bajo su influencia. Hay, como es lógico, mucha diversidad entre los diferentes pueblos y siempre es interesante caminarlos.
Es curioso, por ejemplo, subir a Acequias, un pueblo muy pequeño del que parte una bonita ruta que permite caminar por la vertiente del valle opuesta a Nigüelas, que en un momento se nos aparecerá durante el paseo ofreciéndonos su mejor cara y que, finalmente, acaba convergiendo con la ruta de La Pavilla. Es bonito hacerla: se sale del pueblo hacia el Molino del Sevillano y hacia adelante, sin pérdida, en un paseo que nos puede ocupar dos horas o algo más.
Una vez llegados a esta parte central del Valle de Lecrín, es mejor hablar de recorridos y gastronomía que de pueblos en concreto. Por ejemplo, la Ruta del Azahar, un paseo entre naranjos y limoneros que, si siempre es bonita, en el momento de la floración de estos árboles alcanza otra dimensión, sobre todo por el aroma que nos impregna. El punto de partida de esta ruta circular es Melegís y no tiene más dificultad que aguantar la hora y media aproximada que se tarda en recorrer los algo más de cinco kilómetros.
El camino en coche desde Talará, que es sede del ayuntamiento de los seis pueblos de Lecrín, hasta Melegís y Restábal es corto, pero muy bonito. Alrededor de cinco kilómetros por una carretera revirada que nos permite ver el valle en la distancia. Una vez en Melegís, quizá antes de comenzar la Ruta del Azahar, nos apetezca conocer el pueblo. Su iglesia mudéjar del siglo XVI es inusualmente grande, con un magnífico retablo. Fue restaurada tras arder en la rebelión de los moriscos poco después de su construcción. A principios del siglo XVII ya estaba otra vez en pie y, con algunos añadidos, esa es la iglesia que se puede visitar hoy día. La bienvenida la da, a su entrada, un precioso y enorme olmo que se dice que podría tener más de 500 años.
El lavadero de Melegís es el otro sitio por el que dejarse caer en un paseo que no necesita planificación, sino dejarse llevar de una calle a la siguiente, girando cuando nos apetezca. El lavadero, en uso hasta mediados del siglo pasado, es sencillamente un recordatorio de cómo vivíamos hace unas décadas.
Y, al terminar la ruta del Azahar, si estamos en hora, la mejor solución es comer en ‘Los Naranjos’, el centro gastronómico de la zona y galardonado con un Solete, en el que podremos disfrutar de una comida rica, sensata y, sobre todo, relacionada con el terreno que estamos pisando. Cruzando la carretera, un magnífico mirador nos muestra el pantano de Béznar y muchos naranjos en la distancia.
Ya que hemos iniciado el camino hacia el interior del valle, seguimos con los pueblos. Tras Melegís se ubica Restábal, sede del ayuntamiento de El Valle y de donde parte la carretera hacia Pinos del Valle o el desvío hasta Saleres, el tercer pueblo de su municipio, pequeño y coqueto. El paseo por Saleres hay que hacerlo a pie. No circulan coches por su interior. A unos cientos de metros sobre el pueblo está el cementerio de Saleres, punto de partida de una de las rutas más gratificantes que puede hacerse en la zona. Es la Ruta del Barranco de Luna y, como es con agua, requiere de un día caluroso.
La Ruta del Barranco de Luna parte del cementerio, donde se aparca, y el camino empieza caminando hacia arriba. La primera fase del camino es un recorrido por carriles que llevan a engaño de lo que encontraremos después. Para quien no lo ha hecho anteriormente podría parecer un paseo sin más, con vistas bonitas, un paseo entre almendros y otros frutales, porque la joya de la ruta -el barranco- tarda en llegar. Si sabemos qué buscamos, el camino nos muestra ya alguna señal. Las formas que han adquirido algunas piedras con los años ya nos avisan.
Finalmente el barranco llega, quizá 20 minutos después de haber iniciado el camino. Es un paseo bellísimo, de apenas 450 metros, que haremos entre agua y que nos obligará, eso sí, a dar algunos saltos con los que hay que tener cuidado. Nada difícil, aunque hay que estar atento para no torcerse el tobillo. Lo demás es disfrutar de las magníficas formas y colores que ha adquirido la piedra durante siglos y tirar hacia adelante. Al dejar el agua atrás, otro paseo entre frutales nos lleva de vuelta al lugar de partida.
En los extremos del valle encontramos Albuñuelas, por un lado, y Pinos del Valle, por otro. Albuñuelas, con su barranco del río Santo y otros escenarios naturales, es un sitio especialmente interesante para deportes que requieren cierta especialización como el barranquismo, el parapente, la espeleología o el alpinismo. Pinos del Valle, por su parte, ofrece una excursión no apta para todos los públicos por la pendiente que tiene su paseo hasta la ermita del Cristo del Zapato.
En la otra vertiente, en la parte más cercana a la capital, está Cónchar, nombre que aúna a las poblaciones de Cónchar y Cozvíjar. La visita puede incluir, también, la Ruta de los Pinos: circular, fácil y de algo menos de cuatro kilómetros. Allí encontramos el interesante taller de cerámica artística de ‘Micazuki’.
Cónchar es, además, territorio de vinos y lugar donde se enclava la bodega ‘Señorío de Nevada’, una de las más importantes de la zona. La bodega cuenta con un hotel de 4 estrellas con 25 habitaciones y vistas al viñedo, ofreciendo visitas a la bodega y un excelente restaurante.
Espacio propio merece la Ruta de los Bolos, en los alrededores de Dúrcal. Transcurre por agua, por lo que solo puede hacerse en las épocas calurosas. Los puntos de partida son diversos. En este caso partimos de las inmediaciones del IES Valle de Lecrín. Esta actividad puede llevarnos -desde ahí hasta su final, y vuelta- cuatro horas, la mayor parte de ellas con el agua en los pies o más arriba. El primer tramo es un camino sin dificultad que nos enseña el paisaje. Más adelante habrá que caminar por una acequia durante un buen trecho hasta que lleguemos al río.
El camino es divertido, pero, como siempre en estos casos, hay que estar atento a las torceduras y a no escurrirse y darse un golpe. Comienza entonces un camino que puede prolongarse durante varias horas de caminata a través del río, lleno de bolos -de piedras de tamaño diverso-, con lo que resulta la mar de divertido y, por supuesto, precioso.
A la media hora, más o menos, nos encontraremos -si la acequia de donde procede su agua está abierta- un salto de agua de foto y chapuzón, si se tercia. Ese es un punto de vuelta para algunos, pero, quien decida seguir, tiene un par de horas por delante –ida y vuelta– hasta el final de la ruta. Muy, muy divertida y fresquita en el verano.
El Valle de Lecrín es un territorio con muchos castillos -torres defensivas, de vigilancia o de control de paso de personas, con frecuencia- dispersos aquí y allá. Una de tantas rutas posibles es la del Castillo de Lojuela, una ruta de algo más de tres horas, sin gran dificultad, que nos lleva hasta un castillo -o las ruinas que quedan de él- y cuyas vistas nos compensarán el esfuerzo.
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