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El verano disipa la galerna y destapa la faceta más pacífica del Paisaje Protegido del Cabo de Peñas. Hablamos de un lugar de paso de cetáceos y de furgoneteros; santuario de aves y de senderistas que atraviesan esta zona de dunas, ensenadas y promontorios que dan paso a una rasa costera peinada por el nordeste. Aquí, entre la ría de Avilés y Luanco, se conservan vestigios de los primeros habitantes de la región. De los últimos, mejor buscarlos entre el chiringuito, la arena y la puesta de sol. Seguimos la luz del faro para descubrir los planes más refrescantes en el Cabo de Peñas este verano.
La carretera que conduce hacia el faro, la AS-328, atraviesa la campiña ganadera de esta meseta ondulada, donde los pequeños núcleos de población de la comarca van desapareciendo en virtud de casonas y hórreos desperdigados que parecen intrusos en esta reserva natural. En ella irrumpe, sobre el descampado al borde del mar, el faro de Peñas como el mayor y más antiguo de Asturias. Aún no se ven los acantilados, pero sabemos que están ahí.
Desde 1852 guía a los navegantes a través de esta costa escarpada, castigada por los vientos y tormentas del Cantábrico. El edificio original empleaba el fuego como luz hasta que en 1929 se sustituyó por el actual, de energía eléctrica, elegante estructura en tres plantas y torre con tronco piramidal de piedra. Desde sus 19 metros de altura, y a 119 sobre el mar, alumbra con sus potentes ráfagas lumínicas a los barcos situados a 41 millas (75 kilómetros) de distancia.
Este icónico edificio "acoge en su planta baja el Centro de Recepción de Visitantes e Interpretación del Medio Marino de Peñas desde 2005". Así lo explica Víctor Cuervo, director de estas instalaciones en las que la entrada cuesta un euro y es preciso llamar para reservar.
Cuenta con diferentes salas dedicadas a la historia de los faros y las galernas, donde el visitante vivirá en sus propias carnes la simulación de una tormenta marina del Cantábrico. Además, se muestra la relación ancestral del ser humano con el mar y la biodiversidad marina del Cabo Peñas. Porque este es un escenario de paso de "mamíferos marinos que se atisban desde los acantilados", añade Cuervo. Especies como el delfín común, el mular y la marsopa, se dejan ver con frecuencia por estas costas. Otras como el rorcual, la orca y el cachalote también abundan en las aguas del cañón submarino de Avilés, de fondos de coral blanco, aunque raras veces aparecen. Nos arrimamos al abismo para ver si hay suerte.
Desde el faro parte una senda estructurada en pasarelas de madera que conducen al viajero por este "Itinerario Didáctico-Ambiental", con paneles explicativos sobre la arqueología, la geología, la flora y fauna del Paisaje Protegido del Cabo de Peñas. Unas enormes bocinas, aquí situadas, aún resuenan en los días de niebla.
Sin embargo, la atención la acapara el salvajismo natural del cabo más septentrional de Asturias y segundo del Cantábrico, que se eleva a más de un centenar de metros sobre el nivel del mar. Nos asomamos a esta pared vertical, guardada por vallas de seguridad en algunos tramos, para contemplar a nuestros pies esta caída libre de vértigo, el horizonte marino a lo lejos y, enfrente, la isla de la Erbosa. "Cerca de este islote faenan los pescadores de lubina y los perceberos", apunta Víctor Cuervo. Valientes marineros que trepan por estas paredes verticales formadas por rocas de cuarzo y el resultado de la abrasión marina y la elevación tectónica hace 500 millones de años.
La senda pronto se desprende de la pasarela de madera para adentrarse en solitario en este entorno áspero de brezo y de tojo. Caminamos por la ruta PR-AS 25 que, rumbo oeste, conecta el faro de Peñas con el de San Juan de Nieva. Antes de terminar esta travesía, de casi 20 kilómetros y 6 horas de duración, haremos una parada obligada en Xagó. En esta playa de aspecto salvaje y dunas eólicas el mar golpea con tanta fuerza como el viento, haciendo las delicias de los amantes de los deportes náuticos. Está guardada por colinas verdes y acantilados de pizarra. En uno de ellos, el del Cabo Negro, parten los vuelos en parapente.
En 2008, Woody Allen eligió el faro de Nieva como escenario de la película Vicky Cristina Barcelona. Javier Bardem también se asomó a este promontorio que custodia la desembocadura de la ría de Avilés, donde parten y llegan los grandes cargueros de Asturias. En frente, se despliega el larguísimo arenal que comprende las playas de San Juan y Salinas donde, en contraste con las dunas vírgenes del Espartal, aparecen los bloques de edificios elevados de la meca del surf asturiano.
A levante desde Peñas parte otra senda hacia Luanco, la villa marinera y capital del concejo de Gozón. En este trayecto encontramos la ruta que nos lleva a la playa de Viodo y los restos de arqueología industrial de la mina de hierro de Llumeres, frente a la ensenada homónima donde el mar arrasó el restaurante el 'Molín del Puerto'. Pero si buscamos una parada gastronómica iremos a 'Mi Candelita' (Recomendado por Guía Repsol), una arrocería comandada por Francisco Eras con vistas a la playa de Bañugues, más adelante en nuestro recorrido.
Si aprieta el calor apetece un chapuzón y lo mejor será hacerlo en las piscinas naturales de Moniello, conocidas aquí como "pozos de L´Aguión", que se llenan al subir la marea y se muestran con la bajamar. Antes de llegar a Luanco, el caminante pasa por la Punta de la Vaca, "uno de los observatorios de aves de paso más importantes del Principado de Asturias", en palabras de Víctor Cuervo, director del Centro de Interpretación. Además de la presencia perenne de especies marinas amenazadas como el paíño europeo y el cormorán moñudo, la gaviota patiamarilla siempre sobrevuela este santuario ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves), como lo hace el halcón peregrino y el alcatraz atlántico.
Desde Peñas, otra opción es retomar el coche y la carretera AS-328 para acercarnos al pueblo de Verdicio, que se emplaza al final de la espectacular planicie de praderas que se precipitan al mar desde sus acantilados bajos. En Asturias, Verdicio es famoso por su canción (Soy de Verdicio) y porque desde hace unos años el entorno que rodea su playa se ha convertido en uno de los enclaves camper de referencia en el Principado. Decenas de furgonetas, autocaravanas y vehículos camperizados se apilan en esta pradera con vistas al mar, a la puesta de sol y los precipicios del Cabo Peñas. Aquí se escuchan diferentes idiomas y estilos de música entre un ambiente lozano y familiar con niños jugando a la pelota y cometas volando. Cuesta dos euros al día aparcar el coche aquí.
Su playa, la de Tenrero, de arena dorada y gruesa, cuenta con sistemas de dunas con vegetación en recuperación, además de corrientes traicioneras y poderosas olas que hacen peligroso el baño. Esto también lo saben los surfistas de toda Asturias. Como alternativa al bar de playa "de toda la vida" que encontramos en Verdicio, aparece sobre la colina otro de los lugares que le han valido la fama reciente a este pueblo: el chiringuito 'Las Dunas de Verdicio'.
Francisco Lombardo gestiona junto a su mujer, Ana Flores, su hermano, Josué, y José Díaz, este bar playero. Cactus, bancos de madera, tablas de surf y sombrillas de paja pueblan la parcela donde se celebran más de cincuenta conciertos y sesiones de cine cada verano entre otros eventos culturales, como el de observación astronómica.
"La gente viene a comer y se sorprende con todo lo que se hace después", cuenta Francisco Lombardo. Sus veinte tipos diferentes de hamburguesas llevan el nombre de los elementos del entorno natural del Cabo Peñas y de Asturias. ¿Algún ejemplo? Isla Erbosa, de carne de buey; La Gaviera, de chorizo criollo, o de picadillo como Trekking Gozón. Está última fue bautizada en honor a la empresa de Lombardo, que hace excursiones para descender por los acantilados de la zona.
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