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"En la penetrante tristeza de El Escorial, puede sentirse de algún modo la tragedia de España, sus nunca satisfechas aspiraciones". La escritora británica Jan Morris en Presencia en España (Publicado en 1964, revisado en 1979). Morris –hasta mitad de los años 70 del siglo XX, el escritor, militar y periodista James Humphrey Morris– es una de las mejores escritoras de viajes del mundo.
"La horrible y gélida penumbra de El Escorial", percibe Edith Wharton, la neoyorquina enamorada de Europa, escritora, paisajista, viajera y señora de vanguardia, autora de la celebérrima La Edad de la Inocencia, citado en sus memorias, "Una mirada atrás". (1926).
"Felipe II, nuestro rey, el hombre que heredó un imperio mundial y no pudo mantenerlo unido. Comido literalmente por los gusanos y pudriéndose, murió en su pequeña habitación sofocante de El Escorial, el palacio que mandó construir y que refleja su alma extraña, una fortaleza: una fortaleza y un monasterio, un rudo cuadrado construido según el modelo de una parrilla, la parrilla en la que fue asado vivo San Lorenzo". Cees Noteboom, escritor holandés (La Haya), humanista, europeísta, candidato al Nobel, amante de España, residente en Menorca, en su obra El desvío a Santiago (Ed. Siruela, 1993).
"No puedo privarme de encontrar El Escorial como el más aburrido y el más desagradable monumento que, para mortificación de sus semejantes, hayan podido soñar un monje taciturno y un tirano suspicaz. No se me oculta que El Escorial tenía una finalidad austera y religiosa. Pero la seriedad no significa esterilidad ni ausencia de ideas", Teófilo Gautier, poeta, dramaturgo, novelista, fotógrafo, periodista y viajero. Viaje a España (Ed. Cátedra, 1843).
Resulta que la "octava maravilla del mundo" de nuestros libros del cole, les parece a unos cuantos escritores extranjeros un lugar con un punto de siniestro, símbolo de un rey taciturno. Con esa contradicción, ¿cómo no viajar al palacio de Felipe II, conocido como El Prudente, ese señor culto y triste, oscuro, religioso, tirano y asceta, según famosos escritores guiris, que durante 40 años dirigió el Imperio donde no se ponía el sol? "¡Es la leyenda negra, estúpida!", exclaman tantos profesores cristianos desde hace siglos.
En el asiento trasero del coche viajan sueltos los libros de algunos de esos escritores. Un día de sol espléndido de febrero arroja fuera la tristeza que atribuyen a El Escorial. Solo ha nevado un par de veces a mitad de enero, así que las montañas rocosas están jaspeadas en sus cumbres. La entrada por la Carretera 505, que es la del viejo camino, recrea la imagen de Gautier "destacado sobre el fondo vaporoso de las montañas, por un vivo rayo de sol, El Escorial… El efecto, de lejos, es muy hermoso. Causa la impresión de un hermoso palacio oriental". Esas líneas serían lo más agradable que sobre el palacio-ciudad de Felipe II escribiera el francés. Quizá la afirmación de que "es seguramente, con las pirámides de Egipto, el mayor cúmulo de granito que existe sobre la tierra" sería la segunda sensación amable.
Para el resto del lugar, Gautier no ahorra malas impresiones, descalificaciones y hasta una cierta agresividad que incluso desconcierta por el esfuerzo en despreciar el sitio. Guardaba los piropos para La Alhambra. Pero allá el francés con sus opiniones, lo cierto es que la vista del palacio desde la carretera, antes de caer sobre el puente que atraviesa el pantano de Valmayor, es fantástica.
Fresnos, robles, avellanos, frutales, alguna mimosa (en jardín) estallando en amarillos, zarzales, y praderas con rocas graníticas en el centro, salpicadas con algunos toros de lidia y cigüeñas –cada año más desconcertadas con el tiempo– se abren a una primavera que lleva semanas de adelanto. Al pueblo que rodea la fortaleza se llega por la avenida Juan de Borbón y Battermberg, el padre de Juan Carlos I y abuelo del actual rey, Felipe VI.
Por la calle dedicada al rey sin trono entran la mayoría en el pueblo y con él terminan la visita, bajo el dintel del Panteón de los Reyes. Encima, dos sepulcros de mármol con las letras sin dorar, pero sí grabadas, esperan los cuerpos de la pareja de reyes sin corona, don Juan de Borbón y su esposa, María de las Mercedes de Orleans. Está prohibido hacer fotos (por respeto), pero los grupos de turistas no cejan en las especulaciones sobre si los abuelos de Felipe serán los últimos reyes de España en morar "para la eternidad" en el lugar. O vendrán más.
Pese a ser un día de diario, las terrazas que rodean la gran explanada del monumento tienen gente. Es media mañana y este es uno de los pueblos con más renta per cápita de la sierra de Madrid. Se ve en las viviendas y se nota en los atuendos de la gente que toma el café con leche o el aperitivo. También hay extranjeros –alemanes u holandeses– que esperan su turno. Pero en la explanada los que gritan son un montón de chicos de instituto, españoles, animados por otro de italianos, mixto. Ellas y ellos se hacen fotos como locos, que suben inmediatamente a Instagram, antes incluso de enseñársela al compañero de clase, no sea que le pise la imagen.
Aunque es aconsejable sacar las entradas por internet (10 euros), entre semana rara vez hay que guardar cola. "Felipe II construye este palacio para Gloria de Dios y del Rey en 21 años, de 1563 a 1584", explica un guía, de nombre Miguel Ángel, cuyo porte sobrio y seminarista encaja con la sabiduría que destila. Nada que ver con el famoso guía ciego, Cornelio, que citan Teófilo Gautier y Charles Davillier en sus libros con dos décadas de diferencia. El tal Cornelio se enfadaba si alguien le corregía por no estar delante del cuadro que describía.
El relato histórico se desgrana mientras el frío del granito y los rostros pétreos de los sabios –a destacar Salomón– que observan a los chinos haciendo fotos sin prestar atención, se cuela en los huesos. Solo a partir de mediodía da el sol en este primer patio que recibe al visitante, así que es fácil entender la primera impresión gris.
"Este será el centro político del Imperio más grande del mundo y tiene que desarrollarse con una arquitectura superior, porque Felipe pagaba y sabía lo que quería. Era muy religioso y austero, por tanto, el edificio tiene que transmitir severidad y religiosidad", relata el guía, al tiempo que recuerda la numerosa simbología que encierra el hecho de que esté construido en forma de parrilla, como homenaje a San Lorenzo, asado vivo en su martirio.
El 10 de Agosto de 1557, día de San Lorenzo, el bisnieto de los Reyes Católicos e hijo de Carlos V, venció en las guerras italianas, en la Batalla de San Quintín. Dando por hecho que San Lorenzo había tenido mucho que ver en el triunfo y como agradecimiento, decidió levantar el monumental complejo, que incluye el palacio, una basílica, el panteón o cripta de los Reyes, una biblioteca (maravillosa), un monasterio y un colegio.
"Felipe era un personaje profundo, quería reconstruir el Templo del Rey Salomón, el más sabio. Por eso, en lo alto están las estatuas de Salomón y el Rey David, que participaron en la construcción del Templo de Jerusalén. En el monasterio ahora hay 21 monjes agustinos, cuando llegó a haber 100 jerónimos". El guía Miguel Ángel recurre a los monjes cuando alguien de la visita está a punto de rozar el asunto de las ciencias ocultas y El Escorial, un tema que atrae otro tipo de turismo y al que los guías oficiales de Patrimonio o los bibliotecarios, como Luis Sánchez, no dan importancia.
Pero hay una corriente amplia que sitúa a Felipe II y El Escorial, un admirador de la sabiduría del Rey Salomón desde su juventud, como miembros de la cadena de construcciones ocultistas, que se extienden desde las Pirámides de Egipto, pasando por el Templo de Jerusalén, los Templarios hasta los Masones. Las meridianas construidas por el húngaro Juan Wendlingen en la sala de corte del Rey y otra en la de al lado, animan las especulaciones en vez de la ciencia matemática. Guías del Monasterio, historiadores y bibliotecarios defienden que un personaje tan ultra religioso como el rey español no se prestaría a este juego. Después de todo, con él la Inquisición funcionó a pleno rendimiento.
El hecho es que el amor por la sabiduría recorre la espina dorsal de la mole de granito, que sí que recibió el nombre de octava maravilla del mundo a principios del siglo XVI, luego ampliamente superada por la realidad y el conocimiento de los otros mundos. Según el guía que ha tocado en esta primera hora de la mañana, limpia de invierno, "el amor por la sabiduría de este rey era tan intenso, que para ir al templo había que pasar por la Biblioteca".
Escribió Jan Morris que en el recorrido "por interminables pasillos y patios de granito, puede sentirse el gusto español por lo grandioso y lo abrumador", mientras que el holandés Cees Noteboom evoca el sueño de "quedarse una noche… dentro del monasterio y errar solo por las silenciosas y hechizadas habitaciones, con una vela y un plano". Noteboom pasea por el lugar bajo el recuerdo de Magdalena Ruiz, la enana favorita de Felipe II, y sus hijas. De hecho, llegó al monasterio recordando un libro del historiador Geoffrey Parker que dedica atención a Magdalena Ruiz, "quien ya desde 1568 estaba al servicio de la princesa Isabel y murió en 1605 en El Escorial… Magdalena está muy enfadada conmigo", escribía Felipe, "y se ha ido comunicándome que se quería marchar". Es fácil imaginar el portazo detrás de la famosa bufona retumbando por estos pasillos, antes de entrar en la iglesia.
"La cúpula es de un solo casco porque el granito es muy pesado. En Roma, Miguel Ángel la hizo de ladrillo", resalta el guía, quien vuelve a señalar como el lugar tiene planta de cruz griega "como el templo de Jerusalén. Recuerden que en el Vaticano Miguel Ángel hizo un primer plano con templo de cruz griega, que le obligaron a rehacer".
Todo el altar cumple con las consignas del Concilio de Trento y, más allá de San Lorenzo, atrae la atención los dos emperadores y sus familias, Carlos V y Felipe II, instalados en los dos laterales del altar en estatuas en bronce. A la derecha, Felipe, y al lado, la puerta de doble hoja con los cristales en la parte de arriba, desde donde oía misa en los últimos meses de vida, devorado por los dolores.
Aunque las traducciones de los escritores citados tratan a esta puerta de "agujero" por donde el rey veía la celebración, desde el dormitorio –pequeño, gastado en sus telas, recogido y oscuro por la mañana– se observa perfectamente la puerta al fondo de la cama pequeña. Felipe no medía más de 1,60 m.
Por el cuarto de Felipe II se pasa con tal rapidez que apenas se atisba la cama con dosel y las telas burdeos, una butaca de época y la cama pequeña. Todo monacal. Felipe II se casó cuatro veces y ninguna de sus reinas llegó a vivir aquí. Sí lo hizo su hija, la infanta Isabel Clara Eugenia, la hija fiel, candidata frustrada al tono de Francia y gobernadora de los Países Bajos, tenía la habitación al lado de la de su padre en el palacio; las hijas también vestían de negro, según los retratos de Juan Pantoja de la Cruz. La preferida tampoco está aquí, murió en los Países Bajos.
En la iglesia, entrando a la izquierda está el Cristo de Cellini, precioso. En mármol de carrara, "en un solo bloque, cabeza, tronco y piernas, mientras los brazos son de otra pieza. La cruz es mármol negro", relata con admiración Miguel Ángel, –pese a las veces que lo debe hacer cada día–, subrayando que es regalo de Cosme de Medici, duque de Toscana y Francisco I de Medici, para Felipe II. Era tan bello, sin las marcas de los clavos en pies y manos, sin corona de espinas, que "parecía una figura paganizante", así que el Rey no lo puso en un lugar primordial. Y además, le añadieron un paño que tapara "sus partes".
La impresión causada por la belleza del Cristo se mitiga ante el magnífico Tiziano del Martirio de San Lorenzo, ante el cual el personal se siente más enano que la misma Margarita Ruiz. Pero es delante del Greco y su Martirio de San Mauricio donde cuesta más trabajo entender a Felipe II. El cuadro, una de las composiciones más logradas del pintor de Creta, no fue del agrado del monarca, porque la decapitación del santo y sus 6.666 compañeros de la falange egipcia sacrificados, no quedan bien a la vista del observador de la pintura. Necesitaba más sangre en la escena, cual precursor de los Hermanos Cohen. Encargó otra, mucho más explícita aunque de inferior calidad, a Romulo Cincinato.
Vamos andando por el claustro que, hasta el inicio de los años 80 del siglo XX, era de "acceso libre para los lugareños, que paseaban por aquí abajo cuando llovía" e incluso se encendieron fuegos y realizaron fiestas del pueblo en su momento. Según algunos de los guías, los restos de esos humos y festejos aún se detectan en las piedras y en algunas pinturas.
Pero el personal se queda clavado al pie de la gran escalera que arranca del claustro, donde ya hay un grupo de alemanes bien abrigados en piezas acolchadas de marca china, con los cuellos levantados hacia un cielo espléndido. Porque sí, debajo del granito hay un cielo como Dios manda. "La cantidad de metros de pared que Lucas Giordano ha pintado es realmente impresionante y a nosotros… que nos sentimos agotados por el más mínimo trabajo, nos cuesta concebirlo", escribió Teófilo Gautier, sin hacer una concesión más a los "Pellegrini, Lucas Gangiaso, Carducho, Rómulo Cincinato y otros varios que pintaron claustros, bóvedas y techos".
En las salas capitulares, el mencionado del Greco, un Velázquez y más obras de los pintores italianos, como el productivo Lucas Giordano. Solo las pinturas de esta fortaleza de Felipe II merecen visita aparte, tanto los frescos como los cuadros. Los frescos de la escalera, los de la Biblioteca o las pinturas de los renacentistas en la sacristía y las salas capitulares convierten el monasterio en una pinacoteca respetable.
En la Sala de los Secretos –o Galería de los Susurros– conviene estar atentos, porque se puede dar el caso de que el guía lleve cierta prisa para cumplir el horario y no cruzarse con el resto de la visita y la atraviese sin más. Por supuesto, sin fotos, como todo el complejo. No está claro si el gran Juan Bautista de Toledo, el hombre que desarrolló el proyecto de Felipe II, tuvo claro el objetivo o lo buscó. Un susurro en una esquina atraviesa hasta la otra con perfecto sonido, pero la curiosidad, más que milagro, es difícil que sea probada por los turistas, dado el tráfico de gente.
Gente que ya solo piensa en bajar a las dos salas. Primero, el panteón de familiares que no fueron reyes –en blanco mármol del siglo XIX– y el de los reyes de las dinastías Habsburgo y Borbón, en marrón-burdeos (no se permiten las fotos en ninguno). De las cuatro esposas del rey, tres descansan aquí: Ana de Austria, Isabel de Valois y María Manuela de Portugal. Así como su hija, la infanta Isabel Clara Eugenia. "El panteón se inicia con Felipe III y se acaba en 1654 con Felipe IV", remata el guía. Aquí sí está Carlos de Austria, el príncipe de Asturias de Felipe II, sobre cuya muerte tantas sospechas tienen los escritores extranjeros, como Gauiter o Noteboom. Las sospechas de que el progenitor estuvo envuelto en su muerte también forman parte de ¿la leyenda negra?
La sala de Batallas, la última parte de la visita, con 40 metros de longitud, conserva pinturas simulando tapices y muchos dibujos, que le dan a una ganas de liarse a buscar a Wally entre lanzas y torsos o cabezas sueltas. Al final, una pasada por la tienda siempre es un cierre entretenido, donde se encuentran diseños de las vajillas de la monarquía o algún recuerdo del lugar.
El paseo definitivo, entre árboles y vencejos o golondrinas que revolotean por los jardines de los Frailes, renacentistas, con el boj aguantando los fríos del monte Abantos, lleva a uno a pensar que sí, que seguro que Felipe II fue un señor singular, austero y oscuro –siempre vestido de negro– pero mal ojo no tuvo para elegir el lugar desde el que regentar el Imperio, con un par de folios en sus manos y durante 40 años. Eso sí, breve sí que fue y ese es otro de los atractivos para todos los amantes extranjeros que nos exploran. Y nos psicoanalizan.
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