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El vagón del AVE de Madrid a Antequera (Málaga) a veces no tiene enchufe para cargar el móvil o el ordenador, pero las ruedas son lo único que le queda en común con las diligencias que empleaban los viajeros románticos del siglo XIX. En el autobús de Renfe que lleva a Granada no se esperan ataques de bandoleros de leyenda, como José María El Tempranillo o Juan Palomo, tan anhelados por los extranjeros de aquellos tiempos. Pero puede que alguno de los coreanos, japoneses, franceses o ingleses que viajan en él –muchos más que españoles– sueñen con esa aventura, tan explotada hace dos siglos.
Día 1: Por las afueras de los Palacios Nazaríes
Han pasado 179 años desde que el francés Théophile Gautier, ya famoso en su país por su poesía y novelas, pasara casi seis meses en España y unos cuantos días entre la Alhambra y Granada. Dejó un libro –Viaje a España, Ed.Cátedra– que corrió entre sus contemporáneos, aunque no tanto como los cuentos de Washington Irving. 22 años después, en 1862, el barón adinerado Charles Davillier, junto con el pintor y dibujante Gustave Doré, llegaron a Granada y aunque no durmieron en la Alhambra –Gautier presume de haberlo hecho cuatro noches en el mismo Patio de los Arrayanes sobre un colchón– pasearon por los palacios nazaríes y los barrios de la capital granadina, plumín en mano, dejando hermosos y duros dibujos sobre la pobreza del lugar. El pintor y el escritor publicaron textos ilustrados, que la Editorial Miraguano recogió en dos volúmenes preciosos en 1998.
Ese mismo año de 1862, Hans Christian Andersen, el escritor de cuentos mundialmente famoso, también emprendió su Viaje por España –Ed. Alianza Editorial– que resultó un tanto frustrado. Y frustrante es el libro, pobre para el autor de cuentos como El Traje del Emperador, La Sirenita o El Patito Feo. Recogió su comprensible disgusto porque en "tres días llegaría la reina (Isabel II)... Era la primera vez, desde el tiempo de Isabel la Católica, que Granada iba a ver a su reina", y la ciudad e incluso la Alhambra, se disfrazaban. Había "un arco del triunfo de cartón, papel pintado imitando mármol y esculturas de yeso", además de otros adornos para tapar agujeros. Eso le evocaba a Andersen a "los viajes de la emperatriz Catalina de Rusia, por cuyo motivo ciudades enteras de cartón piedra eran construidas", para regocijo de la dama. Siendo cierto, seguro, todo lo que cuenta, parece que el danés se sintió molesto porque la Reina no le recibió.
Con esta mochila, pasear por la Alhambra a la búsqueda de las huellas de lo descrito por los dos franceses y el danés resulta un ejercicio estimulante. En parte para comprobar que la fantasía mezclada con el tópico, y muchas veces el error basado en datos falsos, puede producir libros estupendos, como el de Gautier, con juicios que siglo y medio después resultan tremendos si no se sitúan en su contexto. "España, que está en relación con África como Grecia lo está con Asia, no está hecha para las costumbres europeas. El genio de Oriente penetra bajo todas las formas, y es tal vez de lamentar que no haya seguido siendo mora o mahometana", escribe el francés mientras baja el Puerto de los Perros, Despeñaperros.
En 1840, España respira aún la terrible herencia que el Rey Felón, Fernando VII, ha dejado a su joven hija, Isabel II. Guerras entre isabelinos y carlistas, conservadores y liberales arrasan el país durante buena parte del siglo XIX. La pobreza unida a un pueblo semianalfabeto, castigado por la herencia de la Inquisición, es lo que se encuentran el gran número de viajeros –escritores, científicos, políticos– que pasean por un país que, tan solo unos siglos antes, había sido dueño del Imperio donde no se ponía el sol. Les fascinaba encontrar ese atraso, vestido con un romanticismo exagerado, tanto como les molestaba el desarrollo que acababa con el pintoresquismo.
"El deterioro que narran es cierto. Aquella era una España dura y muy atrasada, pero todos estos escritores lo hacen con estereotipos. Hablan de un pueblo español que baila y muchos de ellos sabían ya lo que iban a escribir sobre nosotros cuando salían de su país. Hay unos grabados de Cavanah Murphy sobre el Patio de los Leones, que retratan un lugar de dimensiones góticas, con un patio gótico, y eso que lo tenía enfrente". Juan Calatrava es granadino, catedrático en Composición Arquitectónica, doctor en Arte, abogado y experto en Le Corbusier y Owen Jones, además de uno de los grandes estudiosos de la Alhambra.
El grabado de Murphy no deja lugar a dudas. Con todo, el profesor Calatrava cuenta que los viajeros y escritores del XIX que visitaron la Alhambra, le interesan "no como fuente histórica, sino como objeto de estudio en sí mismos. Nos dan la visión de una cultura moderna sobre aquella España. Más que lo que cuentan de cómo estaba la Puerta de la Justicia entonces, me importa el sustrato que hay detrás de lo que escriben".
Es cierto que la Alhambra en esos momentos "sobrevivía en unas condiciones penosas. No desapareció de milagro. Estuvo en un peligro constante, sobre todo desde 1830", añade Calatrava. A ese milagro de permanencia, pese a los robos y barbaridades que sufrió el lugar, contribuyeron los viajeros del XIX, desde los más conocidos como Washignton Irving, a los menos, como Owen Jones o Girault de Prangey. Afortunadamente para unos y otros, en ese país que asombraba, admiraba e irritaba a los románticos también crecían personajes como Leopoldo Torres Balbás, el hombre que en los años 20 del siglo pasado puso las bases para salvar y reivindicar todo lo que acoge la colina de la Sabika, donde está asentada la ciudad fortaleza más importante del mundo árabe.
Retratado el contexto, escoger el camino que en 1840 tomó "don Teófilo" Gautier –como le llamaban sus amigos granadinos– es sencillo. Atraviesa la Puerta de las Granadas de etapa católica, y elige lo "más escarpado", hasta la Fuente de Carlos V, porque es el "más corto y pintoresco". Y lo pintoresco arrasaba entre estos caballeros. Además, por la cuesta "unos riachuelos corren con rapidez en unos regatos de grava y reparten el frescor a los pies de los árboles… esta mezcla de agua, de nieve y de fuego hace que Granada tenga un clima sin igual en el mundo, un verdadero paraíso terrenal", cuenta el folletinero, como se define. La subida a la Cuesta de Gomérez ha cambiado poco en este siglo y medio, el murmullo del agua sigue arrullando la Alhambra, los árboles y el bosque bajo son un lujo, que debe de agradecer la estatua de Irving.
La cumbre de esta cuesta es la Puerta del Juicio o de la Justicia y –¡Ay, señor!– cuánta literatura han dado la mano y la llave que la coronan, una en primer plano, otra en segundo. El barón de Davillier, y Gautier, conocidos y relativamente amigos, coinciden en dedicarle un ratito a la puerta, de 1348 . "La llave es un símbolo de gran veneración entre los árabes, a causa de una aleya del Corán… la mano está destinada a conjurar el mal de ojo, la jettatura, como las pequeñas manos de coral que se llevan en Nápoles… Había una antigua predicción que decía que Granada solo sería conquistada cuando la mano hubiese alcanzado la llave", relata Gautier. Él mismo añade: "para vergüenza de ese Profeta, que los dos jeroglíficos siguen estando en el mismo sitio", mientras Boabdil, el Rey Chico, lanzó fuera de Granada el "gemido histórico, suspiro del moro".
Andersen se apresura a traducir "la leyenda escrita en el jeroglífico por el arquitecto: 'No perecerán las murallas de la Alhambra en tanto la mano la llave no alcance". Otra leyenda de los románticos, la inscripción no dice nada de ella, aunque el escritor norteamericano la utiliza. A la fama de esa mano y esa llave contribuyó Irving, con el cuento sobre el sabio y mago bicentenario, y el viejo sultán que pelean por otra bella goda. Ambos "emblemas nos harían creer que estamos en Oriente, a no ser por una virgen de madera –apunta Davillier–,hay que añadir el verdadero significado de la llave: 'es que los moros creían que el profeta enviado de Dios debía de servirse de ella para abrir las puertas del mundo". Pluralismo interpretativo.
Seguir los pasos de los dos franceses y el danés resulta relativamente fácil y la plaza de los Aljibes es reconocible, hasta llegar a la Puerta del Vino. Para Davillier, sus azulejos "son los más bellos y los mayores que existen en Granada… habrían sido arrebatados sin duda alguna por los visitantes, como la mayoría de los de la Alhambra. Afortunadamente, se encuentran colocados a varios metros del suelo". Y es cierto lo del azul y la belleza. Pero este es uno de los párrafos que dan lugar al famoso dibujo de su compañero, Gustave Doré, El ladrón de Azulejos de la Alhambra, ilustración que se ha quedado en el imaginario colectivo de todo extranjero y nacional que ha leído algo sobre la historia de los palacios nazaríes.
Tampoco cuesta encontrar la Torre de La Vela de Gautier, "cuya campana anuncia las horas de la distribución de las aguas, y unos parapetos de piedras en los que se puede apoyar para mirar el maravilloso espectáculo…". En esta tarde de marzo de 2019, fría y limpia, esos muros de piedra restaurados están repletos de turistas ingleses, árabes y coreanos, que o salen de la visita a los palacios o esperan para entrar al día siguiente. Pero es unánime la admiración con que se lanza la mirada hacia El Albaicín y la Vega granadina. Y el gusto con que disparan móviles de jóvenes y ancianos a la explanada donde Boabdil, en sus tiempos felices, veía las justas entre sus caballeros. O hacia el Albaicín. Este Rey Chico tan utilizado por los románticos y anzuelo de leyendas para turistas, es menos mencionado por los expertos en la Alhambra del siglo XXI.
La misma luz del atardecer que ilumina el Albaicín dora también el Palacio de Carlos V, joya del Renacimiento español en este siglo, y denostado hasta el aburrimiento por la mayoría de los viajeros románticos, como símbolo del poder cristiano que quería machacar a los derrotados nazaríes. Donde hoy expertos prestigiosos como Jesús Bermúdez o Juan Calatrava, in situ al pie de la Alhambra, ven un palacio renacentista estupendo, Gautier veía "un gran monumento del Renacimiento, que sería muy admirado en otra parte, pero que aquí se ha de maldecir, si se piensa que cubre igual extensión que la Alhambra, derribada expresamente para encajar su pesada masa". Pero los siglos no perdonan y hace tiempo que tal afirmación se demostró falsa, el suelo ocupado por el palacio tenía, sobre todo, jardines.
Día 2: Con los nazaríes
Entrar en la visita a la Alhambra a las 8.30 de la mañana con Andersen, Davillier y Gautier tiene su gracia y misterio ¿Qué queda de lo que ellos vieron? Y más si se recorre con un italiano que habla árabe, llamado Daniel Gramático, periodista y excorresponsal en Oriente Medio, hoy amante de la Alhambra y a menudo, guía de guiris más o menos ilustrados.
Antes de que el primer grupo de turistas invada la estancia estamos en la Sala del Mexuar, el primero de los tres palacios nazaríes –los otros dos son el Palacio de Comares y el Palacio de los Leones– muy modificado por los Reyes Católicos, en donde son bien visibles la pila de agua bendita que mandó instalar Isabel La Católica, según Gramático, junto con el escudo de éstos y el del nieto, Carlos V. "Encima de la sala del trono de Ismael I –el sultán que levantó este palacio– los cristianos levantaron el coro de una iglesia. Y un altar justo donde se supone que se sentaba el mismo sultán", comenta el guía, segundos antes de que le sustituya otro en la posición.
En la actualidad y dada la brevedad de las visitas para la mayoría de los grupos, la Sala de Oración del Mexuar se obvia, salvo para indicar las hermosas vistas del Albaicín y el poyete que recorre la base de los arcos, muestra de que fue incorporado en el siglo XIX. Es una de las restauraciones del período transcurrido entre 1868 y 1889, cuando ya los Contreras –familia de restauradores que intervino en la Alhambra durante tres generaciones– habían iniciado los trabajos bajo un título, el de "restaurador adornista", debatido posteriormente y que hoy se disculpa como una muestra del mestizaje de los palacios en sus diferentes etapas. Algo de los dorados debió ver el blando e irascible Hans Christian Andersen cuando escribe que "la Alhambra es como un antiguo libro de leyendas, lleno de signos de escritura fantásticos, trazados sobre oro y policromía", ya antes de entrar en el Palacio de Comares.
Ante la fachada de Comares, las exclamaciones de asombro de las visitas son un chute de ánimo para los guías. Levantada por el gran Mohamed V –el sultán de la Alhambra– es fácil llevar al personal a la evocación del señor sentado en el trono sobre las tres escaleras, donde conmemoraba la conquista de Algeciras (1370), posición fundamental para el paso del estrecho de Gibraltar.
Con las bocas aún abiertas sin distinción de nacionalidad, los turistas aparecen en el Patio de los Arrayanes y seguramente, es la primera vez que se dan cuenta que están en la Alhambra de Granada, la única ciudad palatina de estas características que ha sobrevivido en el mundo. Es en este patio y en el de Los Leones donde la recomendación de Daniel Gramático se hace imprescindible. "Hay que pensar que los sultanes y sus notables lo veían todo sentados sobre sus cojines, a una altura inferior a la que los vemos nosotros. Todo el palacio se refleja en el agua, que hace de espejo". El sultán podía ver en ese espejo, esta alberca, lo que sucedía alrededor y era también el anticipo del Paraíso, pero sobre la tierra.
Para el barón de Davillier, "sería difícil dar idea de la extraordinaria elegancia de este patio, el más grande y al mismo tiempo, uno de los mejor adornados de la Alhambra", y continúa describiendo las columnas de mármol de Macael e incluye la traducción de otra de las inscripciones del patio. "Soy como el atavío de una novia dotada de todas las bellezas y de todas las perfecciones".
La entrada al siguiente espacio justifica que tenga tantos nombres. El Salón de Comares, Salón de los Embajadores o Salón del Trono aplasta al visitante por su grandeza, aunque uno llegue de la del Patio de los Arrayanes. Eso era lo que quería transmitir el sultán. "La Alhambra es única. No hay otro palacio de dinastía desde el Norte de la India hasta aquí que quede en pie. Ni en Córdoba –el imaginado Medina Azahara– ni en Damasco ni en Topkapi, que es posterior. Aquí, Las Mil y Una Noches que querían imaginar los románticos están servidas. ¿Cómo no les iban a influir estos azulejos, que incluyen la forma de la estrella de David, evocan a los sabios del Rey Salomón y tienen clara influencia en Gaudí?", se pregunta el periodista-guía, mientras sigue traduciendo "el palacio que habla en todas sus estancias". El mismo Patio de Comares tiene una frase que resume el sentir de la vida en la Alhambra: "Que el éxtasis sea contigo".
Pese a la fama del Patio de los Leones, esta es la sala más importante del conjunto de la Alhambra. Para los arquitectos como Owen Jones o luego, Leopoldo Torres Balbás u hoy, Juan Calatrava o el sabio Jesús Bermúdez, es un ejemplo de la proporción y cumbre del arte. Este techo de Comares –"decoración ataujerada o de difícil engarce"– alcanza la categoría de obra maestra de la carpintería islámica. Hay un dibujo de Torres Balbás donde se reproduce, con los siete cielos numerados en la escala, que explica lo que esta sala significaba para la dinastía. Y para todos, ¿quién no se acuerda del dicho "estoy en el séptimo cielo"?
En sus paredes, uno de los poemas reza que ese era el trono de la estirpe nazarí. No hay guía que vaya con tiempo que no cuente que bajo el techo, en la franja más alta de la pared, se reproduce la sura 67 del Corán, llamada "del Reino", donde se revela la soberanía incuestionable de Dios. El barón Davillier pasa desde los Arrayanes al Patio de los Leones, hablando del "Cuarto de la Sultana, una de las más bellas salas, muy deteriorada hoy, pues no hace mucho aún servía de almacén para el bacalao con que se alimentaba a los forzados".
Son poco menos de las 9.30 de la mañana y corre una ligera brisa por los corredores, cuando la visita se topa con el Patio de los Leones. El madrugón premia a la fotógrafa, que comparte el instante con las afanadas señoras de la limpieza. En arte, es el lugar más famoso del país, siempre entre los diez primeros de Europa. Que el tiempo y el cambio de conceptos no perdona ni a los más letrados, es un hecho. Ante la fuente o bajo las 128 columnas que cita Davillier –hoy son 142 las contabilizadas– hay que hacer un esfuerzo de traslación en el tiempo, para entender el contexto con que escribieron del sitio los tres escritores.
Para Gautier, pese a los elogios de las poesías árabes, "debo confesar, sin embago, que es difícil encontrar algo que se parezca menos a los leones que estos productos de la fantasía africana… las patas parecen estacas… los morros… hocico de hipopótamo". Para Andersen, el patio luce "arcos de tul bordado en piedra… encajes de Bruselas tejidos en porcelana", pero los leones "están malamente esculpidos, son torpes y pesados". Y el más atinado a los gustos de siglo y medio después, es Davillier, para quien "estos leones, que lo mismo pudieran ser tigres o panteras, son en realidad animales fantásticos". El adinerado barón francés, que viajó varias veces a España, habla de "la taza inferior de la fuente", y es que en el siglo XVI se añadió otra taza.
Como apunta Jesús Bermúdez, la fuente tuvo dos tazas durante mucho tiempo, hasta que los estudiosos optaron por la que creyeron original, una taza, como se contempla en la actualidad. En cuanto a los poco atractivos leones para los románticos, todos en postura de alerta, orejas levantadas, colas replegadas, la reciente restauración muestra el mimo elegido por el tallista en el mármol de cada pieza de león. La fuente –que estuvo policromada y se ha perdido cualquier resto en las agresivas limpiezas de siglos– tiene un hermoso poema del visir y poeta Ibn Zamrak, bendiciendo a Mohamed V por engalanar sus casas.
Algunos de los versos de la fuente dicen: "¿No ves cómo el agua se derrama en la taza, pero sus caños la esconden enseguida?". "Es un amante cuyos párpados rebosan lágrimas que esconde por miedo a un delator". ¡Lo que habrían hecho los románticos con estos versos! Davillier recurre a una traducción del "señor Gayangos", en donde solo palabras como "perlas, plateadas o centellear" se asemejan a la traducción oficial.
Daniel Gramático sonríe ante las opiniones de los dos franceses y el danés y viaja en el tiempo, más atrás del siglo XIX. "El león es símbolo de majestad, de masculinidad en el mundo árabe. Los leones de las puertas de Isart tienen más que ver con estos 12 de la fuente". A Gramático le molesta más la opción del mármol en el suelo del patio, defendida y apoyada por expertos como Jesús Bermúdez, que los leones, por cuya pata delantera izquierda aún sigue brotando el agua. "No creo que hubiera mármol en tiempos de Mohamed V aquí. La Alhambra está concebida como un palacio con jardines colgantes fantásticos, se ve en las paredes. Era el espacio más cercano al Paraíso que había en la tierra, o eso pretendían los sultanes. Y este patio debía de tener flores bajas, plantas de colores, como los colores de las vidrieras de toda la Alhambra. La dinastía nazarí amaba la psicodelia, hermosa, increíble, reflejadas vidrieras y flores en el agua".
Cierto es que en los grabados de siglos pasados, el Patio de los Leones aparecía con tierra, plantas o el eterno mirto, ese arbolito maravilloso que perfuma toda la colina de la Sabika y del que ya hablaban los poetas de los sultanes. Pero la investigación química del suelo del patio –durante una restauración premiada a principios de este siglo– apuntaba a que no había jardín hace siete siglos alrededor de la fuente.
Examinada la estética de crucero del Patio de los Leones gracias a los canales, el personal suele pasar a otra estancia casi igual de famosa, la Sala de los Abencerrajes, ese lugar donde más éxito han tenido las leyendas románticas y del padre Echevarría, sin olvidar a la pintura de Mariano Fortuny. Fue en esta habitación donde Muley Acén, el padre de Boabdil –ya saben, el rey que lloraba– ordenó matar a 39 caballeros de la familia de los Abencerrajes, guapos y valientes según los romances, por celos provocados por la sultana y uno de estos hermosos señores. Ni siquiera está confirmada la emboscada para la matanza.
Davillier se queja: "Los escépticos dirán que estas manchas no son más que una herrumbre rosada sobre el mármol", porque demostrada la existencia de Zegríes y Abencerrajes según antiguos historiadores árabes y españoles, "nadie nos impide creer que las manchas sean realmente de sangre, y por nuestra parte creemos en esta sangre como en la de San Genaro". Con humor francés dedica párrafos a esta sala y a los cuentos del padre Echevarría, "canónigo de Granada", quien le insiste en que las gentes "en las paredes ven pintadas las sombras de aquellos infelices caballeros, en el suelo tirados sus cadáveres", aunque todo fuera mentira. Pero unas páginas más adelante, el mismo Echevarría habla de las sombras de los Abencerrajes, "espectros que producen a media noche un lúgubre murmullo". En tiempos de las fake news, es imposible reprochar a los románticos que se engancharan con cuentos tan atractivos.
Y lo cierto es que en la fuente no son muchos los guías que se atreven a desmentir la leyenda de la sangre a los turistas, pero Gramático no tiene compasión cuando a una señora alemana, jubilada y agradable sin duda, le dice que las manchas de la fuente son herrumbre, al tiempo que le recomienda que mire al techo, mucho más importante. Y tiene razón, porque en esta sala, en todo el Palacio de los Leones, se conservan los mejores ejemplos de techos, cubiertas y arcos de mocárabes, muqarnas, de la Alhambra y quizá "del arte islámico occidental de la segunda mitad del siglo XIV".
"Los mocárabes se forman con prismas superpuestos, combinados geométricamente", describe Jesús Bermúdez, el autor de la guía oficial de la Alhambra. Esta ciencia geométrica y matemática de los árabes, "tan avanzada, tan admirable, es una muestra más de que la Alhambra es otra fusión perfecta entre ciencia y arte", sentencia el periodista. Davillier coincide en que "la bóveda, en forma de media naranja, según la expresión española, es el trabajo más maravilloso que se pueda imaginar".
"Yo soy el jardín y me manifiesto rodeado por la armonía, contempla mi belleza y entenderás mi ser", traduce Daniel Gramático en la Sala de las Dos Hermanas, tras sonreír a la alemana desengañada. Esta es otra de las estancias del Palacio de los Leones, cuyas dos losas de mármol del suelo distraen al turista poco avisado del techo de mocárabes, "el cénit de la decoración arquitectónica en la Alhambra", según Bermúdez. Como en el Salón del Trono, pero con otras sensaciones, el techo de los Abencerrajes y el de la Sala de las Hermanas lleva al personal a encogerse sobre sí mismo, a poco que no sea empujado o sacado del éxtasis por el siguiente grupo de coreanos. (Se sabe que son coreanos y no japoneses porque estos gritan más, según susurro de un guardia del lugar).
Coinciden el catedrático Juan Calatrava, el experto Jesús Bermúdez y el guía Daniel Gramático en que nadie tiene claro si la Lindaraja que da nombre al jardín porticado, modificado al estilo renacentista, y que ha hecho soñar desde a Washintgon Irving hasta el último romántico, existió como tal. "Existieron muchas lindarajas", cuenta el profesor Calatrava, refiriéndose a cristianas presas de los sultanes. Lo mismo que existieron bellas esclavas moras entre los príncipes católicos. Bermúdez aclara que el nombre del famoso jardín es una fusión del árabe de "Ayu dar (al) Aixa, los ojos de la Casa de Aixa, y Aixa es la madre de Boabdil, un personaje clave. Este era su mirador seguramente".
El hecho es que este pequeño jardín, exquisito, tiene juegos de zócalos de azulejos maravillosos y las hermosas epigrafías árabes, señala Gramático, están hechas con trozos de cerámica recortadas y ensambladas. El techo, realizado a base de cristales de colores, es otra joya sin paliativos. Resulta fácil entender la fascinación de los escritores y viajeros románticos por el lugar, pese a que las vistas y los corredores fueron tapados para darle forma de claustro en el momento en que construyeron las habitaciones de Carlos V, en 1528, cuando llegó recién casado con Isabel de Portugal.
Mientras don Teófilo Gautier, atraviesa el "jardín de Lindaraja" sin detenerse, porque "no es sino un terreno inculto, cubierto de escombros, lleno de malezas", 20 años después, Davillier escribe sobre la vegetación de "naranjos, limoneros, acacias y otros árboles que crecen al azar en un encantador desorden", y tiene tiempo de admirar los "más ricos y de un estilo mejor", quizá de toda la Alhambra. Parece fácil pensar que el barón gastó más tiempo en visitar la Alhambra, aunque durmió en "una casa de pupilos" en Granada, que el mismo Gautier, aunque este farda de haber dormido cuatro noches, unas en el patio de los Leones y otras en el de los Abencerrajes.
Por el contrario, el pobre danés señor Andersen, acuciado por los adornos que se ponían para Isabel II por doquier, solo escribe sobre el mirador de Lindaraja que "es lo más lindo y elegante que jamás se ha visto. Tal mirador es un balcón volante, suspendido en el aire, cual si flotase… sobre álamos y cipreses".
Con la cristiana Lindaraja en mente, a las puertas del mítico Tocador de la Reina y el recuerdo de Aixa, quizá la mujer más apasionante de la Alhambra, se acaba la larga mañana, conscientes de la vanidad humana, por los siglos de los siglos, amén.
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