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Podríamos empezar con una foto del jardín chinesco del Palacio Real de Aranjuez, atractivo para parejas, ancianos, jóvenes, grupos de turistas jubilados, extranjeros o fotógrafos de bodas y bautizos. Como esta que ven aquí abajo, donde lo oriental y los ejemplares magníficos de árboles centenarios que rodean palacio marcan el carácter de la villa de Aranjuez.
O también comenzará por un aspecto menos conocido, y es que en la planta baja se exponen los trajes de boda de la Reina Letizia, de doña Sofía y de las infantas Elena y Cristina, además de los del rey Felipe VI en su boda y en su toma de posesión como Príncipe de Asturias. Según Antonio Rivas, filólogo e historiador de esta joya que es el Real Sitio, ahora bajo la tutela de Patrimonio del Estado, es un broche final a la visita del edificio que entusiasmó a muchos. Y no solo a las damas; a los caballeros les entretiene ver los trajes de Juan Carlos y Felipe también, que han marcado la historia reciente.
Porque cada esquina de este Palacio de Primavera cuenta toda clase de historias. Desde que lo iniciara Felipe II -era de los grandes maestres de la Orden de Santiago y un papa se lo pasó a Isabel la Católica- luego remataron la gestión con su nieto, Carlos V , hasta que llegó a las vísperas de la boda de Alfonso XII y María de las Mercedes. Hay mucho enamoramiento por aquí, pero las salas o detalles de amor de los monarcas hacia sus consortes se mezclan con el ruido de fondo del pueblo gritando contra Esquilache o Godoy.
“Busqué en seguida con los ojos las ventanas del apartamento del Príncipe de la Paz -escribe de Amicis- y me lo imaginé -el 17 de marzo de 1808- cuando huía de sala en sala, pálido y desencajado buscando dónde esconderse, al oír el clamor del populacho que subía las escaleras; vi al pobre Carlos IV deponer, con temblorosas manos, la corona sobre la cabeza del Príncipe de Asturias”, escribe el viajero, autor de Corazón, donde se incluye el cuento de De los Apeninos a los Andes.
“Sí, delante de este salón del trono que reconstruyó Isabel II -unió dos piezas anteriores, de tiempos de Carlos IV, la sala de gentileshombres y el comedor- más o menos en el centro, se supone que Carlos IV tuvo que depositar la corona sobre su hijo, Fernando VII, porque ahí afuera, el pueblo gritaba contra el afrancesado Godoy”, explica Antonio Rivas que no confía mucho en la supuesta relación de María Luisa de Parma y el valido Godoy. Los fastuosos tronos, de terciopelo rojo y dorados, los encarga Isabel II inspirándose en los del Palacio Real. Pero desde 1975, los Reyes de España ya no recibieron sentados, recuerda.
Y aclara la versión del escritor italiano. Godoy no estaba aquí cuando el pueblo subía las escaleras. “Lo encontraron enrollado en una alfombra tratando de escapar. Y su palacio está afuera, rosa y blanco. En su día fue un hotel y hoy es un colegio de la Sagrada Familia”. En su viaje por España, cuando entra aquí, Amicis pone en contexto el valor del lugar cuando cuenta que el propio Castelar había escrito hacía unos días -corría 1872- cómo el destino de la monarquía española “había quedado sellado el día que una turba… invadió el Palacio de Aranjuez” y abdicó Carlos IV.
Había que elegir entre tanto suceso y belleza barroca. Por votación popular -los colegios y los turistas que pasan por aquí- nos quedamos con el salón de porcelana. Es la sala que desde hace más de doscientos años deslumbra a los visitantes de toda clase. Y eso que la restauración -que terminó en el 2004- ha puesto todas las estancias en valor, más aún cuando la competencia más directa, La Casa del Labrador, creada por Carlos IV en los jardines, sigue en restauración.
Pero también porque este salón fue la primera obra de la Real Fábrica de Porcelanas de El Retiro y es un detalle de amor de Carlos III de Nápoles y Sicilia hacia su mujer y reina, María Amalia de Sajonia. Aunque fue un matrimonio concertado, se enamoraron, tuvieron 13 hijos y fueron bastante felices. La primavera hace milagros en el amor hasta entre reyes, y Aranjuez es el Palacio de Primavera desde hace siglos. “Desde los lunes de Pascua hasta el verano, que se iban a La Granja, por ejemplo”, subraya Antonio.
Esta mañana, los niños escuchan fascinados a la profesora: “Mirad bien, este es el Gabinete de Porcelana, realizado en una fábrica que había en El Retiro. ¿Sabéis? Los paneles de porcelana los trajeron desde allí, y están sujetos a la pared por unos 11.000 tornillos. Mirad cada escena, parecen sacadas de cuentos y cuentan historias diferentes”. Una niña aclara que esos “chinos” no tienen nada que ver con los que ella conoce de su barrio, adonde va a comprar.
Dragones, barcos con abuelos de venerable perilla y niños, damas con qipao y elegantes sombrillas, monos jugando en lianas y árboles. Alguno de esos monos podría llamarse Amedio -o Amadeo, en su nombre original-, como el que acompañó a Marco en busca de su madre hasta Argentina. Amicis, empedernido viajero que escribió el libro sobre su viaje por España para La Nazione, simpatizaba con su compatriota italiano.
Puede que fuera aquí, un día de 1872, en este salón obra de Giuseppe Gricci, firmado y datado en 1763, donde a De Amicis se le ocurriera llamar Amadeo al mono Amedio en el cuento que incluye en su famoso Corazón: diario de un niño _ Cuando llega a España, el breve reinado de dos años de Amadeo está ya de capa caída. Edmondo -en el original italiano- cae fascinado ante el Gabinete Chino o “el maravilloso tocador de Isabel II”, aunque todo queda opacado por los jardines y las cascadas del Tajo según dice.
¿Por qué no dejar volar la imaginación? En un palacio así, con la brisa de los viejos árboles y el río filtrando su rumor por los balcones, todo es posible. Fue la traducción del cuento de Amicis para los dibujos japoneses la que transformó el nombre del mono Amadeo en Amedio. Corría el año 1976 y el fenómeno de la animación nipona ya era global tras el éxito de Heidi. Ni el artista varias veces firmante Gricci ni el escritor italiano hubieran imaginado nunca tales casualidades del arte y la vida, pero entre estos dragones, barcas, enredaderas, pájaros, ramas, vida exótica y romántica de los chinos, todo encaja.
“Cada escena de porcelana es independiente, este gabinete no tiene un relato continuo. Carlos III sabe que su esposa, María Amalia de Sajonia, echa de menos el que tienen en Capodimonte y encarga este. Es la primera gran obra de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro. Trae para ello a Giuseppe Gricci que, como véis, la firma, entre 1763 y 1765, cuando acaban”. Rivas, guía del Palacio y de Aranjuez e historiador autodidacta, a fuerza de cariño por el lugar y dos décadas explicando sus secretos, disfruta tanto como la profesora que ha precedido la entrada en el gabinete chino.
Si Carlos III copió el de Capodimonte para María Amalia, hoy las copias las hacen para otros mundos. A principios de este siglo XXI los estadounidenses vinieron para “para hacer una réplica en resina del Gabinete de Porcelana de Amalia de Sajonia y llevarlos a Jackson, en Mississippi. Había una exposición allá" concluye Rivas.
“Fue el trabajo de los norteamericanos el que nos descubrió que podría haber hasta 11.000 tornillos para sujetar las porcelanas a la madera. Hay que imaginar, además, la dificultad del traslado de cada pieza”, añade, al tiempo que lamenta -como todo el que sabe la historia- la destrucción de la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro, obra de las tropas británicas de Wellington .
Aunque el entusiasmo nos lleve al adelanto, es al pie de la escalera donde comienza la historia del Palacio de Primavera. A la derecha, el ala que que se debe a los Austrias, sobre todo a Felipe II, quien después perdiera entusiasmo y se volcara en El Escorial. Pero aquí se trajo a trabajar a Juan de Herrera y a Juan Bautista de Toledo, como en el monasterio. A la izquierda, el ala de los Borbón. Fue el primer Borbón, Felipe V, quien encargó la ampliación y devolvió su esplendor a Aranjuez.
En la cúpula de escalera se observa el trampantojo que “imita a los raíles de los trenes, la gran obra de Isabel II, quién se ocupa de traer a las puertas del mismísimo palacio el tren. Cuentan que algunos eran de oro y plata. La reina sabía que esa era su gran obra y lo destaca en más lugares, como otros cuadros que veremos”, revela Antonio. Nada más acabar la escalera, deslumbran en la Sala de Alabarderos los tapices de Vertumno y Pomona, maravillosos.
Los disfraces de Vertumno -el dios del cambio, capaz de disfrazarse como quiere- para conquistar a Pomona, la divinidad de la fruta, son fascinantes. Carlos IV era un gran aficionado a los bordados. Esta afición era tan conocida que otra notable viajera, la francesa Josephine de Brickman, una dama tradicional y de buena cuna que viajó sola por España veinte años antes que Amicis, escribe: “Carlos IV tenía de tal modo este gusto que poseía en su palacio una falange de bordadoras y bordadores dirigidos por un artista llamado Robledo”. La señora Brinckmann confunde el nombre del artista bordador, se llamaba Juan López Robredo y fue retratado por Goya.
Rara es la sala en la que algún monarca -Austria o Borbón- no ha dedicado algo a su esposa más amada. “Además del Gabinete de Porcelana para Amalia de Sajonia, hay otras reinas clave para este lugar: Isabel de Farnesio (la segunda esposa de Felipe V); Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI -ambas mueren en Aranjuez-, e Isabel II, como se ve en toda la decoración isabelina, que es la que ha perdurado. Alfonso XII, con la tuberculosis, no venía por aquí”, relata Antonio.
Otro aspecto a descubrir es la afición de los Borbón por la música, mucho antes de que Sofía de Grecia llegara a la familia. Isabel II tenía buena voz de mezzosoprano , comenta Antonio Rivas, mientras que Asís tocaba el piano y otros instrumentos. Pero, además, se recuerdan los viajes en falúa por el tajo en las noches primaverales, inaugurados al parecer por Fernando VI y Bárbara de Braganza, con fuegos artificiales incluidos. También trajeron a Doménico Scarlatti que compuso piezas para ellos por encargo.
Como vamos de románticos, según los historiadores de amoríos, a este palacio llamó Alfonso XII a su amada María de las Mercedes un 22 de enero de 1878, un día antes de su boda. El rey estaba en el Palacio Real de Madrid y quiso saber cómo se encontraba su prima y futura esposa. ¡Con lo que les había costado el consentimiento y lo enamorados que estaban! Cuentan las crónicas rosas que esa fue la primera llamada en la Familia Real y duró 15 minutos.
Mucho amor también hace quinientos años. En uno de estos salones murió Isabel de Valois, la única esposa verdaderamente amada por Felipe II. Como otra Isabel, la de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, el que decidió hacer de Aranjuez un Versalles y reinó 45 años. La Farnesio era una señora reina de carácter, que aguantó a su marido y montó una bronca monumental a su hijo Carlos III -sí, el llamado glorioso alcalde de Madrid- cuando vino hasta aquí para refugiarse en las faldas de su mamá, dejando la capital al estallar el motín contra el Marqués de Esquilache.
Todas estas cuitas, adornadas con maravillosas pinturas de Lucas Jordán, Mengs, esculturas como el niño de la espina, o el suelo y la bóveda del salón de conversación de Fernando VI (1748), luego transformado en comedor con Carlos IV, dirigido por Giacomo Amigoni. En la bóveda, Amigoni encarga una representación del pacífico reinado de Fernando VI y Amalia con la Fe, la Caridad, la Justicia y la Prudencia en el centro.
“Es verdad que Fernando VI tuvo un reinado de trece años y sin guerras, pero lo maravilloso aquí hoy es este suelo barroco -muy protegido- de una única porcelana. La pareja real amaba la música, hacían conciertos en falucas por el Tajo y, en el centro, se ven instrumentos de cuerda y cuadernos de música”, destaca la guía.
Pero el visitante no debe olvidar que la mayoría de lo que se ve hoy aquí es obra de Isabel II, la última reina que dedicó tiempo e inversión al Palacio de Primavera. A Fernando VI le encanta el palacio, Carlos III hace sus alas en U, al estilo de los otros palacios reales, y lo termina en 1778, 218 años después de haber empezado Felipe II, pero es la reina la que ultima lo que hoy vemos.
Ya fuera por su sentimiento de mala conciencia para con el rey consorte, Francisco de Asís, ya fuera porque era un lugar hermoso, repleto de agua y majestuosos jardines alejado de los espadones que tanta guerra le daban a Isabel II en todos los sentidos, la madre de Alfonso XII invirtió todo lo que pudo y en su muy marcado estilo.
Por eso hoy los salones, los muebles, las pinturas -salvo las originales y otras recientemente descubiertas, como las del despacho de Carlos II- son de estilo isabelino. Abigarradas, recargadas y también seductoras. Muchas de las visitas no se llevarían a casa sus sillas de peineta española, aunque puede que sí alguno de los tapices de Vertumno y Pomona, los de la Metamorfosis de Ovidio.
Tanto esplendor isabelino queda atenuado por el verde de los árboles, el parque, los jardines y el río que se cuelan por los balcones y las pinturas de Lucas Jordán y de Francisco Bayeu -cuñado de Goya- , con las que Isabel consoló a su Francisco de Asís. Cuidado, también fue espléndida con la sala de música y las habitaciones en que lo instaló, repletas de detalles bellísimos, desde relojes hasta pequeñas esculturas.
Además de en las ricas telas en seda que recubren las paredes -tanto las de Asís como las de la reina-, merece la pena detenerse en el gabinete de cuadros chinescos “con escenas de torturas chinas, algunas”, puntualiza Antonio Rivas, que son de una delicadeza y belleza notables. También las telas y seda de las paredes, algunas heredadas de la época de Carlos IV y María Luisa, merecen el reposo de la mirada. Y, por supuesto, el dormitorio -con el cabecero de tres metros-, el despacho, tocador y muebles de la reina.
Al finalizar y antes de bajar a ver los trajes de los actuales monarcas, el paso por la tienda es uno de esos detalles que alegran el final de la visita: copias en pequeñas porcelanas, joyas, abanicos, libros o pañuelos, todo de aceptable gusto, salva cualquier regalo pendientes y con toque diferentes.