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Ya lo advirtió Jean-Christophe Rufin la noche de Lugo, al releer sus páginas de El camino inmortal. Desde la vieja ciudad romana se siente que "estás cerca de final del viaje". El Camino Primitivo y el Camino Francés están a punto de unirse. Es la confirmación de que el Francés es "la autopista de los peregrinos, la vía más frecuentada y la más directa, por la que se lanzan cientos de personas cada día", por eso el escritor, médico y diplomático galo escogió el Camino del Norte. El juicio no ofrece discusiones, sobre todo si la ruta se recorre entre mayo y octubre.
Así que cuando se quedan atrás las murallas de Lugo, con una última mirada de envidia hacia los corredores madrugadores que se patean la muralla, el viajero no puede alegar ignorancia sobre lo que queda del viaje. Abundarán los turisperegrinos –como estos viajeros mismos– y llegará cierta nostalgia de las carreteras nacionales y comarcales. La A-54, la autopista hasta Melide, o Mellid, poco tiene que ver con las de las comarcales y locales de jornadas anteriores: solitarias, grises, a veces de cumbres rotundas y peladas. A Melide, 50 kilómetros, 50 minutos, con sol y el verdor perenne de las tierras cántabras, aunque sea 30 de agosto.
"Si en los páramos asturianos, el Camino estaba impregnado de una espiritualidad abstracta, despegada de toda religión y, a falta de algo mejor, de budista", escribe Rufin, la autopista nos devuelve al siglo XXI. Transitada a tope: turismos, caravanas y camiones respetan los límites de velocidad, quizá por ralentizar el fin del verano, quizá porque nos hacemos civilizados.
Y ya está, esto es Melide o Mellid, ya estamos en la provincia de A Coruña, confluencia del Camino Primitivo con el Camino Francés, la autopista tan temida por Rufin; uno de esos lugares donde "los caminantes perseverantes y venidos de lejos se ven poco a poco ahogados" por los turisperegrinos. Pero aún hay esperanza, la produce un tipo sentado enfrente, con los pies al aire.
Klaus rompe los prejuicios de que a partir de Melide solo habrá un tipo de jacobeo. Basta con posar unos segundos la mirada en él para saber que es un peregrino, auténtico, de los de la Edad Media, de los que dieron origen a este viaje, seguramente comenzado por el rey astur Alfonso II el Casto, el primer peregrino de la historia, el que salió de la catedral de Oviedo como el primer día de este viaje.
Que es del norte de Europa salta a primera vista; está rojo chamuscado, concentrado en ponerse los calcetines en el banco. Los pies, esa gran tortura de los peregrinos, esas ampollas, esas botas o deportivas que no están tan domadas como se pensaba en la primera jornada, acaban por ser el gran orgullo del verdadero caminante, cuando ya forman parte de su vida sin molestar. Los de Klaus, que le hicieron llorar tantas veces, ya se han reconciliado con el resto de su cuerpo.
Lleva 88 días caminando, los que hace que dejó su casa, en un lugar del corazón de Alemania. "Hace dos años y medio que perdí a mi mujer por un cáncer de pulmón y la promesa fue que haría el Camino. Ha sido durísimo, he llorado y penado tantas veces… Pero he encontrado seis ángeles que me han ayudado. Cinco a lo largo de Francia y otro en España, que cuando yo solo podía decir 'dolor, dolor', me masajeó los pies destrozados".
Un francés le hizo dormir en su casa –no le quedaba comida ni dinero– e incluso le invitó a champán, "pese a que yo le decía lo caro que era eso". Los ojos se le vuelven a llenar de lágrimas, está en un estado de bondad y beatitud que Rufin retrata muy bien en su libro y Klaus resume: "Ahora mi corazón está abierto a todos, al mundo entero, a las personas", y confirma que a su regreso, en unos días tras llegar a Santiago, nada será igual en su vida. Esto es el Camino profundo.
En la plaza de Melide, donde está la Iglesia del Espirítu Santo, no hay nadie para sellar la Compostela, así que algunos rellenan el cuaderno de rezos, poesías o deseos que hay puesto a la entrada. Es una forma de evitar los papelillos y recuerdos dejados en otras capillas a lo largo del camino, pero menos hermosa quizá. Un grupo de peregrinos se reúne alrededor de un banco de piedra que hay en la plaza, a la espera de que llegue alguien para realizar tarea tan crucial.
Estrella, Andrea, Esther y Suzi, cuatro canarias felices, encantadas con el tramo que han hecho del Camino Primitivo –son peregrinas desde hace tiempo– vuelven a la discusión de hace unos días. ¿Es más hermoso el Primitivo por Asturias o el Camino por Roncesvalles? No hay una respuesta unánime, pero "Roncesvalles va perdiendo puntos por el hotel nuevo que han hecho. Ahora es demasiado turístico", según confiesa Estrella, mientras se arman de paciencia esperando a los maridos y compañeros que van atrasados.
A la búsqueda del lugar donde tomar un pulpo –famosísimo en esta localidad– no hay más que mirar para comprender las dificultades. Las terrazas están a tope, los peregrinos que llegan a caballo –los primeros que vemos– se las tienen que ver con el tráfico del último fin de semana de agosto. Y los caballos, que deben de haber dejado atrás los pastos astures y gallegos en las verdes montañas, resoplan inquietos.
Para colmo, nadie conoce exactamente el punto donde confluye la ruta del Camino Primitivo y del Camino Francés, pero con las indicaciones de los lugareños –como Javier, el de 'Relojerías Pereiro': "esta explosión comenzó con el Xacobeo del año 94. Antes había peregrinos, no estas masas"– la conclusión es que el paso de cebra del final de la senda que parte de la plaza debe ser lo más cercano a la confluencia. A partir de ahí, todos juntos hasta Santiago de Compostela.
Renunciar al pulpo en Melide no cuesta tanto, porque Jean-Christophe Rufin ofrece una alternativa con aires más que atractivos: "el bonito Monasterio de Sobrado. Su iglesia abacial es un pequeños Santiago. Aunque el monasterio no está todavía ubicado en el Camino principal, constituye una variante clásica (...) cuando se alcanza ese lugar, uno se siente casi como si ya hubiera llegado", escribe el francés. En 2015, el monasterio entró en el Camino por decisión de la Unesco.
Poco más de 20 minutos después, 20 kilómetros por la comarcal que pasa por Toques, hasta el Monasterio de Santa María del Sobrado dos Monxes, y ya estamos. Cambia el paisaje, prados y praderas llanos, sembrados a uno y otro lado de frutales o huertos con hortalizas; un muro largo que rodea esta enorme extensión del monasterio, un lugar en el pueblo de Sobrado que debió de ser muy rico, a la vista de la grandeza y monumentalidad de los edificios. Están en obras, pero es fácil de comprender por qué en tiempos fue más poderoso que el mismo Santiago de Compostela.
Del siglo X, aunque estuvo abandonado en etapas de la Edad Media, terminó en manos del Císter. La sensación de espacio enorme llega desde la entrada, es obvio que el pueblo creció a la sombra de la abadía; el cruceiro, los balcones pintados de rosa palo a cada lado de la virgen en la gran puerta; la enorme, bien abastecida y diseñada tienda de recuerdos, que el padre portero –de mal humor con los fotógrafos– atiende. Todo transmite sensación de modernidad y limpieza.
"No se pueden hacer fotos para los medios, solo he dicho que sí pensando que era un recuerdo", cuenta este hermano portero, "monje blanco" les llamaban en la edad Media por su hábito inmaculado. Algo, ojos azules y rostro propio de un actor de Hollywood que fuera a representar un Gandalf muy mago, indica que no tiene su mejor día.
"Estamos en el camino principal, y esto que leo –El País entre sus manos– no indica nada. Leo El País y ABC para enterarme de los dos lados". Al fin sonríe, para terminar de explicar que hace 19 años que está aquí, tienen lugar para 140 peregrinos y en Santa María del Sobrado se recibe a todos. "Católicos o no; no pedimos ni licencia de matrimonio ni preguntamos si son homosexuales". Tras el deterioro por las desamortizaciones del XIX, el monasterio volvió a manos del Císter –el de Trapa, en Cóbreces– en 1966, con el apoyo del obispo de Santiago.
Con las palabras del hermano portero de Santa María del Sobrado en la memoria y una sonrisa final, enfilar la autopista hasta la última parada, no cuesta gran cosa. El peregrino Klaus en Melide y el "monje blanco" de la tienda de Santa María del Sobrado, son los personajes de la jornada. Por ahora, porque aún queda el acceso a un lugar cuyas dos palabras suenan a juerga, el Monte do Gozo. O del Gozo.
"Es el Monte del Gozo porque, en su cumbre, se descubren a lo lejos los tejados rojos de Santiago de Compostela", cuenta el médico francés –uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras– que con su libro, nos ha hecho de guía en este viaje sobre cuatro ruedas. Una vez más, llegados al lugar, se comprende a la primera al escritor. "Cuando finalmente, bañado en sudor y casi desalentado, alcanza el peregrino la cima del famoso monte, busca en vano el gozo. Se trata de una colina tristona, plantada de altos árboles que ocultan la vista".
Es fácil comprobar la decepción de los caminantes o ciclistas que llegan al monte, tomando un refresco en el kiosco de Coca-Cola que hay al pie de la capilla, donde paran los autobuses. Ante el asombro del novato, un párroco latinoamericano –quizá dominicano, quizá cubano– que acaba de bajar del autobús, saca las credenciales en una mesa y una ayudante las pone el sello para las decenas de viajeros de su autobús. No han caminado ninguno, eso está claro, los mínimos 100 kilómetros que se exigen.
Ana, la kiosquera de enormes ojos azules, explica que esto pasa todos los días. "Supongo que levantan la mano, porque vienen desde el otro lado del Atlántico. Estos sí que son turisperegrinos. Nada que ver con el peregrino de verdad, ese que nos llega machacado, feliz. También estos de los autobuses consumen menos, aunque hay de todo".
Entre los peregrinos machacados por la jornada llegan Leila y Johnny, italianos. Ella licenciada en Literatura italiana. Vienen desde Melide, pero andando, claro está. No son católicos, pero sí sensibles a la belleza y la han disfrutado durante los 29 días en que se han pateado el camino. Por eso no entienden el monumento a Juan Pablo II, en obras y rodeado por unas vallas desde hace tiempo.
Tal y como recoge Rufin, con idéntico asombro al que ahora muestran la pareja de italianos, "un monumento gigantesco ha sido erigido en el punto culminante. Es una regla que no admite excepciones: cada vez que un proyecto artístico es sometido al arbitraje de una gran mayoría, prevalecen la banalidad y la fealdad. Sin duda fueron consultadas muchas personas para la erección de esta estatua que corona el Monte del Gozo… Se podría considerar que es una obra maestra, a condición de incluirlo en un género muy particular: el kitsch católico". Naturalmente, habla del monumento a Juan Pablo II, ahora vallado.
No hay más que decir, salvo que la sensación de frustración que produce la cumbre del monte queda atenuada unos metros más abajo, donde dos estatuas de bronce, vestidas a la usanza de los peregrinos medievales, alzan la mirada y su bordón de peregrino, a la vista de las torres de la Catedral de Santiago. Mucho más despejado, mucho más hermoso que el otro monumento, al atardecer es una parada perfecta para José y su hija Sara, que llegan desde Orense. Y sí, tanto al padre como a la hija, la vista les produce mucho más que gozo. Mañana estarán en Santiago de Compostela. The end.
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