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Simone de Beauvoir regresó a España en 1945, tras la liberación de París y camino de Lisboa. Viene con hambre atrasada, mal vestida y se queda perpleja ante la abundancia de la Gran Vía madrileña. “Una amiga me había dado la dirección de españoles antifranquistas. Siguiendo su consejo, fuí a Tetuán, a Vallecas”. La compañera de Jean Paul Sartre lo cuenta en La fuerza de las cosas (Traduc. Editorial Edhasa), tercer tomo dedicado a sus memorias.
Con los párrafos sobre Vallecas subrayados en el libro de la filósofa y referente de mayo del 68 (con Sartre), entrar en Vallecas despierta muchas curiosidades. Si además nos acompaña Pepe Molina, un sabio del barrio, historiador del movimiento vecinal, autor de Historia y origen de las calles y lugares públicos de Vallecas, la cosa se pone interesante:
“Ella describe un Vallecas muy creíble. Las chabolas serían las casitas bajas para nosotros, el concepto de chabola en una parisina debía de ser distinto al nuestro. En cuanto a las fábricas, tal y como las entendemos aquí, en 1945 no las había. Eso sí, había talleres de cerámica, fabricantes de ladrillo, baldosas, borondos (tubos de hormigón para alcantarillado) y tejas”, rememora Pepe, ante un café en la avenida de la Albufera con Monte Igueldo, uno de los corazones del barrio.
Quedan casas bajas en Vallecas. Pocas, pero quedan. La más famosa, la que fotografió Robert Capa durante la Guerra Civil y que ha dado la vuelta al mundo desde entonces. Pero también otras que se han adaptado a la historia y las señas de identidad del barrio, convertido en un lugar hoy de referencia no solo por su lucha vecinal iniciada en los años 60, mantenida durante la Transición.
Hoy es un barrio multicultural, objetivo para vivir de miles de jóvenes estudiantes expulsados por los precios del centro de Madrid, de latinoamericanos y árabes que convierten sus calles en un lugar colorido, donde se escuchan muy diferentes lenguas y donde no se sabe cuánto tiempo aguantarán por los alquileres. Ya empiezan a organizarse tours turísticos por el barrio, rutas de compras y curiosidades, mezclados con la historia increíble de estas calles.
“De aquél Vallecas que Beauvoir describe sobreviven edificios interesantes, como la Biblioteca Municipal, levantada en 1931 por la República. En noviembre de 1933 la inauguró el alcalde republicano de Vallecas, Amós Acero, con el director de la Biblioteca Nacional. Es la primera que hubo en el barrio y ha aguantado”, relata orgulloso -aunque su estilo es la prudencia- Molina, autor de libros como Vallecas en lucha. Cuando se inauguró la Biblioteca, el 50 % de los habitantes de Vallecas eran analfabetos, según las estadísticas. Acogiéndose a los datos económicos, Simone de Beauvoir entiende que la gente tenga pocos motivos para sonreír en el barrio obrero.
“Me habían dicho mis informantes que un obrero ganaba de 9 a 12 pesetas por día; yo miraba el precio de las cosas y comprendía por qué nadie sonreía en los mercados. La gente recibía de 100 a 200 de pan por día y un puñado de garbanzos; éstos costaban en el mercado negro 10 pesetas el kilo. Los huevos, la carne eran inalcanzables para el pueblo de los suburbios”, escribía Beauviur.
El mercado de Vallecas -ahora otra seña de identidad del barrio- no existía. Eran los tiempos de las cartillas de racionamiento y el estraperlo y aquí estaban los más humildes, casitas de una planta, “con bombillas de 25 watios. En el 45 no habría ni luz, ni aceras, ni alcantarillas. Las casas olían a carburo por las lamparas, como el olor de los mineros de Asturias”, recuerda Molina.
A Vallecas llegaban los perdedores de la guerra, porque aquí era más fácil esconderse que en su propio pueblo. “Aunque eso no impedía que calles como Melquíades Biencinto, de 47 casas que tenía, las 47 eran de familias represaliadas”, añade Pepe con ojos de infancia.
Las huellas de lo que respiró la escritora francesa se encuentran. Como en la calle Concordia, donde se puede entender de dónde venimos y hacía dónde va Vallecas. “Es curiosa la calle Concordia -nombre que no cambió el franquismo, seguramente porque no se dieron cuenta-. Ahí tenemos el mismo edificio que fue la sede de UGT y el PSOE y enfrente estaba la sede de la CNT”, apunta Molina.
En una fachada quedan los restos de la placa de la República. Hoy siguen siendo los mismos lugares, aunque “cuando triunfan los golpistas, la sede de CNT se la queda Falange y la del PSOE-UGT es un cuartel de la Guardia Civil. Cuando llega la democracia, recuperan su patrimonio sindicatos y partidos”.
El mundo de casitas bajas se retrataba muy bien en el Cerro del Tío Pío. En la actualidad, Beauvoir alucinaria. Porque el Cerro del Tío Pío o Parque de las Siete Tetas y su perfil -”la puesta de sol más bonita de Madrid” defienden en el barrio y fuera de él- está levantado sobre los escombros de cientos de casitas que se derribaron. Fue el arquitecto Manuel Paredes quien a mitad de los 80 (1985) decidió levantar el parque de las Siete Tetas en vez de trasladar los restos de cemento y ladrillos.
Más lugares que pisó la francesa. O al menos los vió. El cine Gimeno, en la Avenida de la Albufera, fotografiado por el gran Alfonso. Lo que queda de él hoy podría resumir lo que es el barrio: gimnasio de una franquicia muy conocida, tienda de chinos abierta muchas horas, terraza, lugar de encuentro, tanto como el edificio del Burger King que hay en el Puente de Vallecas, que sigue ocupando el sitio desde antes de la Guerra Civil.
Vistazo aparte merecen los restos de azulejos de las vaquerías. Y los hubo también de alguna fábrica de cerámicas, como decía Pepe, que lleva más de cuatro décadas aquí. “Yo recuerdo casi una treintena de fábricas con las características chimeneas de ladrillo mudéjar, pero hoy no queda ninguna. Y por cierto, Simone de Beauvoir ya vería el estadio del Rayo Vallecano, aunque en 1945, cuando ella viene, ya ha dejado de ser campo de concentración. Lo fue durante los primeros meses de la posguerra”. Ese recuerdo convive con la actuación de Bob Dylan y Santana en el estadio en 1984.
Recorrer hoy las calles de Vallecas significa que además de toparse con los extranjeros ya vecinos del barrio, también te encuentras con guiris con pintas de antiguos hippies, cultillos. Begoña Loza, dueña con José Jiménez de la librería 'La esquina del Zorro', convertida hoy en punto clave en la cultura del barrio, sí que ha detectado algunos cambios. “Hay algunos italianos, incluso algún yanqui. Y sé que se hacen rutas por Vallecas, aunque al estar tantas horas aquí dentro no las he visto. En la librería detectamos estudiantes, gente que tiene un curro nuevo y viene por aquí, con interés por la cultura”.
El éxito de un lugar como éste -donde se presentan libros, organizan encuentros, se mantiene viva la memoria y la comunidad- se debe “a que estamos abiertos al barrio y el barrio se siente acogido aquí. La gente responde y nosotros escuchamos lo que proponen”. Sí, así parece dada la actividad de cada tarde. Junto con el paseo por el mercado y el bulevar, si uno no tiene mucho tiempo para patear Vallecas, este es un buen principio.
Está pendiente el derribo del Puente, la frontera con Madrid. ¿Perderá su identidad arrasado por el turismo y los airbnb? “No lo creo. El derribo del puente se hará, antes o después. Pero nuestras señas de identidad ya están muy arraigadas”, defiende Pepe Molina desde la sede de la Asociación de Vallecas, donde unos jóvenes latinos pelean alrededor de una maqueta. “Donde tenemos que trabajar es en la integración de los nuevos emigrantes. No tenemos todo el éxito que yo desearía con latino y árabes. No damos con la tecla para que se interesen por la vida vecinal. Quizá por falta de tiempo, por los trabajos tan duros que tienen; quizá por falta de arraigo... no sé. Seguiremos”.
¿Será Vallecas el nuevo Chueca o Lavapiés? Los turistas que callejean por aquí no son la francesa Beauvoir, pero tienen aires de culturetas. Vienen buscando los Greenwich Village -o los Village- de Madrid, continuamente en rotación. Vallecas aún no es el Carabanchel, no tiene tanto artista, ni los loft, pero... quien sabe.
Artistas tuvo siempre, y de gran renombre, no solo el cantautor Luis Pastor. De aquí han salido el mayor número de grupos de rock por barrio: Topo, Obús o Bella Bestia. Proyectos de teatro y más como el Gayo Vallecano (bajo dirección de Juan Margallo) o la sala heavy y metal 'Hebe', dirigida por Juanjo, han dejado sello por todas su calles. ¿Cómo no van a venir los turistas perseguidores de las vanguardias?
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