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En el interior del recinto amurallado de San Vicente, junto al castillo, la iglesia de Santa María marca el punto de partida del Camino Lebaniego. Cuenta la historia que fue el rey Alfonso VIII de Castilla quién mandó construirla en 1210 para acoger a la nueva población que crecía en la villa tras la concesión del fuero.
"Por su ubicación estratégica, la iglesia fue concebida como una fortaleza", explica Alicia, guía turística de este centro religioso desde hace diez años. "De ahí que su estética sea algo más ruda y tosca que otro tipo de iglesias góticas, y que, a pesar de ser gótica, tenga pequeñas ventanas en lugar de grandes vidrieras", añade, al tiempo que nos recuerda que estamos ante un monumento declarado de interés nacional.
Ya en el interior, lo que más llama la atención se encuentra bajo nuestros pies: varias hileras de tablas de roble cubren 400 tumbas anónimas alineadas por todo el suelo de la iglesia. Es imposible no pisar una. Frente al altar, el retablo central muestra dos vírgenes, Santa María de los Ángeles -la patrona del pueblo-, y la Vírgen de la Silla, una de las cuatro vírgenes lactantes con el pecho decubierto que se encuentran en Cantabria. "El resto están en Santa María de Lebeña, Santa María de Laredo y el Museo de Santillana del Mar", señala Alicia.
Hay dos figuras más que merecen una especial mención: la primera se encuentra en la Capilla de la Familia Corro y es la escultura funeraria de estilo renacentista de Antonio del Corro, inquisidor de Sevilla. Elaborada con mármol, recuerda mucho a la talla de El Doncel de Sigüenza. Su obra se le atribuye a Juan Bautista Vázquez 'El Viejo'. La segunda figura es el Ángel marinero. Para localizarlo hay que alzar la vista: hecho de madera policromada, tiene cara de mujer, cuerpo de hombre, y en su mano sujeta un remo.
Antes de avanzar hacia el castillo, vale la pena rodear la iglesia en busca del mirador. Las vistas son de postal: a lo lejos se aprecia el Naranjo de Bulnes y los Picos de Europa nevados. Lo mejor es ir con el cielo despejado y la ría de Pompo en pleamar, para ver así las cumbres reflejadas sobre el agua. Una belleza.
A pocos pasos de la Iglesia de Santa María, el Castillo del Rey es otra visita impresdincible. Impresiona como la fortaleza se ha adaptado al espolón rocoso que domina la bahía y que hace que algunos de sus muros alcancen un grosor de 2,5 metros. Construido el mismo año que la iglesia (1210) por Alfonso VIII, el castillo cuenta con una torre del homenaje de forma pentagonal y otra cuadrada, adosada en el lado oeste. El resto de la estructura se extiende a lo largo de más de 50 metros. Parece ser que su uso fue principalmente defensivo contra acosos como los de los piratas ingleses de Isabel II.
Hoy, el castillo funciona como Museo de la Villa y centro cultural. En una de sus salas, se exponen de forma permanente diferentes objetos, documentos históricos y maquetas que hablan del papel de San Vicente de la Barquera a lo largo de los siglos. Toda una lección de historia para conocer la evolución de este pueblo cuyas chalupas -barcos cántabros- estuvieron presentes en grandes expediciones marítimas, como la colonización de América o la Armada Invencible. Por su ubicación en lo más alto de la bahía, el castillo ofrece las mejores panorámicas de todo San Vicente de la Barquera, de las dos rías, la playa Merón y el hermoso Parque Natural de Oyambre en el que se encuentra el pueblo.
Antes de continuar el Camino Lebaniego dirección a Val de San Vicente, sería pecado perderse otra de las joyas monumentales de San Vicente: el Convento de San Luis. Se encuentra fuera de la 'Puebla Vieja', frente al puente de la Maza. Construido por los monjes frasciscanos en el siglo XV con las limosnas que recibían, este convento, hoy en ruinas, es un lugar romántico y místico, no solo por la historia que esconden sus piedras, sino también por el maravilloso entorno natural en el que se asienta.
Fue en este convento donde Carlos I y su séquito se alojaron en su primera visita a España (1517), según cuentan las crónicas de Larent Vital, acompañante del soberano. "Se cree que su habitación estuvo sobre el quinto arco del claustro", explica Vicente Cortabitarte, miembro del departamento de Cultura y Turismo del Ayuntamiento de San Vicente, mientra señala con el dedo el lugar exacto.
La visita del futuro emperador de España, que entonces sólo tenía 17 años, fue un gran hito histórico en San Vicente de la Barquera y el próximo 29 de septiembre la villa celebrará los 500 años de su desembarco, una llegada inesperada ocasionada por una tormenta, que hizo que Carlos I se quedara un total de 14 días. "En su honor se celebró una corrida de toros en la playa, a modo portugués, con la bajamar", añade Vicente.
Rodeado de encinas y robles centenarios, naranjos, limoneros e incluso un alcanfor traído directamente de Australia, la naturaleza ha colonizado poco a poco las antiguas estancias de los monjes. "Aquí, en lo que ahora es una enorme prado, es donde los religiosos tenían las aulas donde impartían clases de gramática, moral y filosofía", señala Vicente. "Y aquí estarían la cocina con el pozo, la zona del huerto, y el enorme claustro con vistas al mar", añade mientras caminamos entre las ruinas barrocas. La capilla de Santo Toribio es otro rincón especial: para acceder a ella hay que cruzar un pequeño arco de medio punto y subir por unas escaleras tapizadas de musgo que le dan un mayor encanto al camino. Era aquí donde los monjes se dedicaban al retiro y la oración. Cuesta imaginárselo, muy poco queda de todo ello.
Su declive comenzó con la Desamortización de Mendizábal de 1836. Abandonado y en estado de ruina, sus piedras fueron utilizadas para la construcción de la iglesia de La Acebosa, un pueblo cercano, y del hotel Luzón. "En los años 60 se barajó incluso la posibilidad de rehabilitarlo como Parador", cuenta Vicente, aunque finalmente fue la familia propietaria de Continental Autos la que se encargó del conjunto religioso para iniciar su rehabilitación y evitar así el desplome de nuevos muros y bóvedas. A pesar de ser propiedad privada, es posible visitar con cita previa el convento llamando a la Oficina de Turismo de San Vicente de la Barquera.
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