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Apenas treinta minutos separan estos dos sitios que se esconden en el desfiladero de La Hermida, pieza clave del Camino Lebaniego. Por lo bajo, retranqueada en un rincón donde no la pudieran encontrar los infieles, Santa María de Lebeña. Por lo alto, el mirador de Santa Catalina para unos, para otros La Bolera de los Moros, donde la leyenda dice que los árabes jugaron a los bolos con pelotas de oro. Paren y vean para disfrutar una jornada memorable.
El mejor ejemplo de arquitectura mozárabe de Cantabria y quizá de España, encierra dentro a la Virgen de la Buena Leche (Santa María de Lebeña). "Es una talla del siglo XV, de estilo gótico. Es Santa María de Lebeña, también conocida como la Virgen de la Buena Leche al mostrar a María amamantando a Jesús. El niño tiene en la mano una paloma... Viene gente a pedirle embarazos y debajo del retablo se echan monedas para pedir novios también". Es la voz de María Luisa García, Marisa, guía de Lebeña, que recita las muchas bondades de la iglesia y de la talla en un tono arrobado.
Dicen que es la más antigua de Cantabria, consagrada hace mil años. "Entre el 923 y el 930, según las escrituras que hay en Santo Toribio, el conde de Liébana, don Alfonso, mandó levantarla. Querían trasladar a Lebeña el cuerpo de Santo Toribio con sus reliquias, para atraer más fieles. Cuentan que cuando el conde y sus hombres fueron a abrir la cripta o el lugar donde estaban los restos del Santo enterrado con sus cosas, se quedaron ciegos. De ahí algunas leyendas", resume don Manuel, el cura de Tama.
El intento de robar protagonismo a Toribio no tuvo éxito, pero el lugar y la construcción no hubieran desmerecido con respecto al actual monasterio. Santa María de Lebeña fue declarada Monumento Nacional ya en el siglo XIX.
Los condes de Liébana, don Alfonso y doña Justa, no debieron ser pareja mal avenida. En el exterior aún permanece sano y salvo el "Olivo de doña Justa", según la leyenda plantado en honor de la condesa, de origen andaluz. El tejo enorme de la entrada representaba a don Alfonso, pero el árbol murió hace diez años. El lunes 20 de marzo de 2017 un hijo del tejo de don Alfonso, salvado in extremis, ha ocupado su lugar, en un ritual con el que se van llenando los días de fechas señaladas. Convertida ya en un cofre que encierra no sólo la magnífica talla de la virgen silente, sino otros misterios como las tumbas -no está la de los condes allí dentro-, las cubiertas a diferentes alturas o los símbolos solares que aparecieron en los años 70, cuando se removió el retablo. Caballeros medievales, poderes o milagros -unos callados y otros aireados- todo puede ocurrir en Lebeña.
Y un milagro para los creyentes fue la historia del robo de la Virgen de la Buena Leche. Una mañana de noviembre de 1993 el cura don Ramón Muelas llegó a su parroquia, Santa María, y encontró la puerta forzada. Sus temores se confirmaron al abrir y encontrar la hornacina de la Virgen vacía. La consternación mezclada con el desamparo, como si algo malo fuera a suceder en el Valle de Liébana, se extendió por todos los pueblos. En los primeros tiempos se mantuvieron las esperanzas en la llamada Operación don Pelayo, montada por la Guardia Civil para recuperar la talla. Pero los años pasaban y la Virgen no volvía. Resignados, "un cura de la zona nos hizo una reproducción, en un intento de calmar algo el dolor que sentíamos", explica Marisa. "Un día de primeros de abril del 2001 nos llamaron para decirnos que la talla había sido recuperada en Alicante", remata la guía, con tanto fervor que no hace falta preguntarle si fue un milagro o no. Cada año, a primeros de mayo, se celebra la recuperación de la Virgen.
La iglesia de la Virgen tiene una orientación a mediodía que permite admirar su luz desde todos los ángulos, frente a la sombra norte que enfría Santo Toribio. Su arquitectura muestra los juegos del sol en su interior, algo que destaca con arrobo Marisa. "Además es un lugar con una acústica magnífica. Los instrumentos de cuerda suenan aquí dentro maravillosamente. He escuchado un concierto de arpa, por ejemplo, inolvidable", recita la guía, entregada a su trabajo más que con devoción.
Al salir de la visita, el sol de primera hora de la tarde golpea los ojos sin compasión, pero no tapa la pulcritud del cementerio. "Lo cuidan muchísimo -explica don Manuel, el párroco de Tama- y los vecinos han decidido que no quieren nichos, apuestan por las tumbas. No son muchos, se lo pueden permitir. Mirad, tuvimos que cortar los dos tejos que flanqueaban la pared exterior, porque estropeaban mucho las tumbas y la iglesia". El murmullo del río y la paz del lugar hacen imposible imaginar que aquí, en un tiempo lejano, hubiera tantas tensiones, misterios y guerras.
A Suly -Sulayka para los no amigos- le tiembla todo el cuerpo cuando pone el pie sobre el balcón de Santa Catalina. Ni el recuerdo de sus antepasados árabes le tranquiliza lo suficiente. Y sin embargo, una vez que ha plantado las deportivas sobre la balconada del mirador, comprende por qué escogieron este lugar los suyos. La Bolera de los Moros, el otro nombre que dan en Peñarrubia al mirador de Santa Catalina, es uno de esos lugares en los que uno puede imaginar cómo sería su casa en semejante emplazamiento, seguro que escogido por la mano de varios dioses. Porque lo de que allí arriba, en los restos de ese castillo-fortaleza, hubo una bolera en la que los moros jugaban con pelotas de oro, forma parte de la leyenda para los cristianos.
Comentan los lebaniegos que no hay sitio mejor para ver la grandeza del desfiladero de La Hermida que este. Levantado hace 18 años. Pisando su barandilla sobre el abismo, se empatiza con la presencia de quien depositó la piedra barnizada, cubierta con unas palabras sobre el tiempo que alguien dedicó allí a leer y escribir. Es imposible no envidiar al ausente que gastó días u horas de disfrute. El lugar es una pasada, sin más. Y un pecado hacer el Camino Lebaniego o el desfiladero y no desviarse para sentir tal belleza. Dicen que es un sitio a visitar en días despejados. Va en gustos, es una experiencia observar las nubes que puedes tocar con la mano y como se quedan enganchadas en los picos, mientras la carretera del desfiladero es una culebra con una raya blanca continua en el centro.
Si además las nubes se han cernido sobre el lugar cuando llegas de un sol espléndido en Santa María de Lebeña, el espectáculo hechiza. Un cambio tal en menos de media hora es un subidón. O bajón. Esas cosas del Cantábrico y sus Picos de Europa.
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