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En Semana Santa, entre los pasos procesionales que vemos, y en función de a qué escuela de imagineros pertenezcan los artistas, existen diferentes maneras de expresar aquellos últimos momentos que cuentan la vida de Jesús de Nazaret.
Todos guardamos en el inconsciente la representación de muchas de estas escenas, pero quizás una de las iconografías más presentes sea la 'mesa' en la que Jesús se despidió de los discípulos, la Última Cena.
En España encontramos fundamentalmente dos representaciones de esta mesa. Una sería, según los cánones de la austeridad castellana, la vestida por un mantel blanco, un pan y un cáliz, tal como la encontramos en la pintura de Juan de Juanes (1562, Museo del Prado). La otra sería la mesa barroca y suntuaria cuya máxima expresión la encontramos en el Paso de la Cena encargado al escultor Francisco Salzillo en 1763 y uno de los nueve pasos de la procesión más conocida como Los Salzillos en la capital murciana.
Esta es la única representación en la que la mesa se viste con viandas reales sobre una excepcional vajilla de plata, barroca en su mayoría, con alguna excepción renacentista como una fuente de plata y cabusones de esmalte, firmados por dos plateros Martínez, uno madrileño y el otro cordobés.
Sobre una bandeja de plata destaca como plato principal el cordero, que se envía a asar al mismo restaurante desde hace muchos años, con la particularidad de que se han de mantener el rabito y la cabeza para volver a ponérselas después de asado resaltando la noble presentación como se hacía en el siglo XVIII. Se puede ver expuesto antes del montaje del paso.
En otra bandeja se colocan tres hermosas 'pescadas' hervidas y adornadas, otro plato importante de los cocinados. En una tercera se acomodan hermosos racimos de uvas blancas y negras. Algo no tan fácil de encontrar en otra época que no sea la de su maduración, en septiembre, y que hasta hace no más de cincuenta años se guardaban de un año para otro en barriles protegidas con paja o serrín. Las uvas, de una variedad que se encontraba en Almería conocida como uva de roca, porque tenía la piel más gruesa, se exportaban así a Inglaterra.
En las cuentas sobre esta composición del Paso de La Cena, no solo se especificaba la procedencia de la uva sino que también se mencionaba el origen de los melones que venían de Guardamar y de La Alberca, de la variedad Tendral. Melones de piel verde oscuro bastante gruesa, que se dejaban colgados de cuerdas en los almacenes o bodegas con el fin de que el aire pasara entre ellos y alargara su tiempo de maduración.
Los peros y pomas de Cehegín o Bullas, las fresitas silvestres, se traían de las zonas más frías como Caravaca o Moratalla en unos cestillos de caña con forma de cono, estrechos por abajo que incluso, yo he llegado a ver. También aceitunas negras, higos de pala, varias frutas, limones, miel para "rellenar el panal", lechugas, sandías, rollitos de anís y una piña que se incorporó hace mas de cien años como regalo exótico, tal y como lo recoge Juan Gómez Soubrier, del archivo Zarandona, en artíiculo publicado en la Revista Archigula en julio de 1999.
Es curioso comprobar cómo, desde 1875 que se anotaban los precios de todos estos artículos, podemos discernir cuándo las heladas fueron más dañinas, así como el número de familias implicadas en que no faltara ni un detalle.
La emoción y los nervios de esa noche, las flores, las velas, las viandas, los cientos de detalles que asumen las familias cómplices desde hace generaciones y que vuelven a encontrarse, como cada año sin necesidad de avisarse; los carpinteros que durante generaciones se han encargado de abrochar, por abajo, todas estas bandejas, además de cuatro candelabros, servilleteros y platos, para que con el balanceo nada se mueva de su lugar, vuelven aún no viviendo ya en la ciudad.
Mayordomos vestidos con la elegancia imperante en el siglo XVIII y estantes, que así es como llaman en esta tierra a los portadores de los pasos de Semana Santa, todos, a cara descubierta con sus capuzones romos en la punta y de color morado, como quedó fijado desde tiempo inmemorial, esperan ansiosos el primer rayo de sol sobre la puerta de la Iglesia de Jesús que con un sordo redoblar de tambores dará comienzo a un luminoso recorrido. Y una pregunta que siempre se hacen los forasteros. ¿Y quién se come luego todo eso? Ya me contarán.